Tras Telones 1

—Muy bien, suficiente por hoy.

Bella cerró su libreto y bostezó. Rara vez encontraba entusiasmo en las primeras lecturas, sobre todo cuando se trataba de una obra como Otelo de Shakespeare.

Bella miró su reloj pulsera y se sorprendió al descubrir que habían finalizado temprano. Sonriendo entre dientes, decidió importunar a Alec para convencerlo de que le revelara el nombre del misterioso artista invitado para interpretar el papel de Otelo para su Desdémona.

Con frecuencia, Alec cedía ante Bella. No obstante, ella apenas parecía darse cuenta del hecho de que era una de sus más respetadas y admiradas actrices y que aquélla era la razón de su debilidad. Si se le hacía cualquier homenaje, la muchacha lo aceptaba con una tranquila sencillez, lo que también la convertía en la favorita de los otros miembros del elenco. Mientras Bella se aproximaba, el director levantó la vista sorprendido.

—Puedes detenerte en ese preciso sitio, Señorita Isabella Masen. Veo perfectamente esa sombra de complicidad femenina en tus ojos y quiero que tengas en claro que no te daré ni media pista respecto del nombre del actor invitado hasta que no haga el anuncio esta noche, frente a todo el elenco.

—¡Alec! ¡No estoy aquí para implorar nada! Tengo un poco de tiempo libre y pensé que a lo mejor me invitarías con una taza de café.

Alec la contempló con severidad durante algunos instantes y luego soltó un suspiro de alivio.

—¡Seguro, amor! —dijo él con voz entrecortada—. Ojalá pudiera creer que buscabas sólo mi compañía. Pero, no hay cuidado. Me gusta que trates de lisonjearme, a pesar de que los motivos sean tan perniciosos. —Levantándose con un ágil salto, señaló unas mesas del frente—. Siéntate Bells.

Bella sonrió, arrojó su bolso sobre una silla que estaba junto a la mesa y se sentó, sobre la que estaba al lado de aquélla. Ya hacía dos años que estaba con Alec, dos años positivos, que le había ofrecido una vida agradable y cómoda, que la habían hecho feliz y una mujer eternamente ocupada.

Apenas le quedaba tiempo para otra cosa que no fuera el teatro y su hijo Mark, quien empezaba a dar sus primeros pasos. Y así deseaba ella que fuera su vida. Su distracción social sólo comprendía su familia y los otros miembros del elenco. Realmente no tenía tiempo para los hombres.

Rió entre dientes, pensando en el apodo que el grupo teatral le había inventado: "la virgen de hielo".

Como muchos actores, Bella era tímida fuera del escenario y por cierto, no denotaba ningún interés en darse citas serias con ningún hombre. Disfrutaba de las salidas con amigos, y en ocasiones, con algún admirador que le hiciera la corte, pero como se había quemado una vez, se consideraba lo suficientemente inteligente como para no volver a caer en ninguna trampa masculina. Isabella Swan, figura principal del teatro, aún era básicamente Bella Masen, del pequeño pueblo de Forks.

Un recuerdo desagradable, tan enterrado que la sorprendió resurgió en su mente. "¡Tonterías!", se reprochó, pero un sentimiento de incomodidad permaneció en ella. Se recordó con toda serenidad que lo que había existido, lo que se había hecho, ya estaba terminado. No tenía ninguna importancia en el presente ni tampoco en el futuro. La vida siempre continúa y para ella, también.

—¿Por qué los ojos tristes? —preguntó Alec, quien regresaba con dos humeantes tazas de café.

—¿Tristes? —repitió ella, posando sus luminosos ojos grises en él. Luego, esbozó una sonrisa—. No estoy para nada triste. Sólo estaba pensando en este lugar y en todo lo que había hecho por mí.

Los delgados rasgos faciales de Alec se quebraron en una amplia sonrisa.

—Cuando te veo ahora, me cuesta creer que eres la misma persona delgaducha e insignificante que merodeaba por las puertas del escenario.

Él no había pensado mucho en ella en aquel momento. Era sólo otra muchacha, con unos ojos deliciosos y una castaña cabellera, quien desapareciera al fin de la temporada de verano. Después, un año más tarde, la redescubrió interpretando una dramática e increíble Julieta en un escenario de Charleston. Después de la obra, se reunió con ella detrás del escenario e, inmediatamente, le ofreció un puesto permanente muy bien pagado, para trabajar con él. No se formularon ninguna clase de preguntas.

La jovencita delgaducha había madurado, convirtiéndose en una brillante y laboriosa actriz. No era precisamente hermosa: su nariz era demasiado respingada y los ojos marrones, con abundantes pestañas, demasiado grandes para su frágil estructura ósea. No obstante, llamaba la atención. Él, el frío director, se había enamorado perdidamente de ella. Pero sus ilusiones se hicieron añicos cuando la joven le informó que si él tenía en mente alguna otra cosa ajena a la relación estrictamente profesional, se marcharía.

Tragándose su ego, su orgullo y su deseo, le insistió para que se quedara, los años demostraron que era un hombre inteligente.

Bella no deseaba darle su amor, pero en cambio le ofreció sus inagotables energías: construyendo, pintando, cosiendo trajes si se necesitaba. Constituía un verdadero ejemplo para todos los asociados con Alec. Aunque estaba muy en claro que jamás sería su esposa o amante, Bella era una amiga muy valiosa.

Mientras reían, Bella olvidó por completo su incomodidad. Finalmente, se dio cuenta de que había perdido mucho más tiempo del que hubiera querido y, a menos que se diera prisa, llegaría tarde para recoger a Mark en la guardería. Incorporándose rápidamente sobre sus pies, dijo, lamentándose:

—¡Malditas sean tus tretas, Alec! Mi intención era sacarte el nombre de ese actor y tú hiciste que lo olvidara todo. ¡Ahora debo irme! —La muchacha le echó una mirada intensa y luego arqueó las cejas—. Vamos, Alec. ¿Qué te parece si al menos me das una pista?

—¡De ninguna manera! —respondió con una sonrisita firme—. No esta vez. ¡Te quedarás con la espina como todos los demás!

—De acuerdo —suspiró, con tono de mártir—. ¡Hazme sufrir!

—No será por mucho tiempo —prometió Alec—. Te contaré todo esta noche, después de la función. También es probable —agregó, encogiéndose de hombros—, que él llegue mañana por la noche.

—Como tú digas, jefe.

Bella le frunció la nariz, lo saludó con un gesto de su mano y salió.

Al tomar su lugar en su viejo Volvo, Bella comenzó a tararear una melodía para la función de la noche.

Estacionó fuera de la pequeña guardería y pasaron escasos segundos cuando vio a Mark. El corazón de la muchacha sufrió otro sacudón inesperado al ver que el niño la buscaba, la encontraba, la saludaba con su manecita y luego, con esa bellísima sonrisita, se encaminaba hacia el automóvil. En cierta manera, había sido afortunada. Mark era la imagen de ella, excepto por dos cosas: sus ojos eran tan azules como los de su padre y tenía la misma sonrisa asesina.

—¡Ma! —balbuceó el niño, mientras su madre le ajustaba el cinturón de seguridad de su asiento y le daba una seña a la maestra para informarle que su hijo ya estaba en buenas manos otra vez.

—¿Cómo has estado hoy, cariño? —preguntó Bella, besándole la sedosa cabeza—. ¿Qué has hecho?

—Jugad —contestó Mark, feliz—. Jugad.

Bella rió con él. El niño sólo tenía dos años y tres meses de edad.

Pasaban hermosos momentos juntos. Lo único que Bella lamentaba de haber escogido su carrera era que le quitaba mucho tiempo que podría pasar con Mark.

Aunque el teatro de Alec estaba "a oscuras" los domingos y los lunes, el resto de la semana se presentaba terrible. Las actividades diarias de Bella eran capaces de destruir a cualquier persona un poco más débil que ella: a las ocho en punto dejaba a Mark en la guardería para poder llegar a las ocho y media al teatro. Allí ensayaba la producción próxima hasta las dos de la tarde. Pasaba por Mark a las dos y media y regresaba al teatro alrededor de las siete, para poder maquillarse y vestirse para la próxima función. Aquellas pequeñas y cortas horas que le quedaban a la tarde las dedicaba a Mark.

Jugueteando con su sedoso cabello, Bella se maravillaba por lo encantador que era su hijo. Meneando levemente la cabeza, pensó que las bendiciones, en ocasiones, aparecían disfrazadas. Mark había sido una verdadera bendición. El descubrimiento de su embarazo había constituido el drama más grande de su vida, pero el nacimiento de su bebé, le había regalado la más profunda de las dichas. Actualmente, Mark era más que su hijo: era su compañero, su crítico, su amigo.

Su hijo había sido bendecido con un alegre disposición que rara vez fallaba. Nunca había sido un gritón ni chillón y aunque tenía sus días negativos como todo niño normal, su naturaleza era apacible y encantadora.

Era un deleite por su forma de ser, pensó ella secamente y un tanto emocionada. "Como su padre."

Pero al igual que su padre, solía demostrar su carácter sólo para sí mismo. Si algún juego no le caía muy en gracia, se retiraba a su cuarto, con movimientos exagerados y se quedaba allí un rato, a pesar de las frases persuasivas de Bella o de la voluminosa señora que lo cuidaba por las noches, cuando su madre trabajaba.

Bella siempre había tratado de comprenderle los estados de ánimo y dominarlos. Pero a medida que el tiempo y la experiencia fueron enseñándole a controlar sus propias emociones y sentimientos, tuvo que aceptar que él era como su padre.

A pesar de tener sólo dos años, Mark tuvo que aprender a enfrentarse a sus problemas a su modo. En la actualidad, Bella había desarrollado la inteligencia suficiente como para saber que debía estar al lado de su hijo cuando él la necesitaba.

Los errores que ella se veía a sí misma eran cuantiosos. Algún día tendría que explicar a su hijo por qué no tenía padre. La tortura mental nada solucionaba.

Faltaba un tiempo muy largo para preocuparse por lo que ya había aceptado hacía bastante. Por otra parte, los conceptos morales del mundo ya se habían suavizado significativamente, Mark se criaría muy bien, aunque nunca conociera a su padre.


Más tarde, Bella tomó asiento sobre su banco que estaba en el vestidor y saludó a los otros cuatro miembros del grupo, mientras encendía las luces del espejo.

—¿Bella?

La joven abandonó su concentración y se volvió, para ver a Angela Weber, quien la llamaba desde el otro lado de la habitación. Angela era la miembro más joven del grupo teatral, una diminuta pelinegra, que aún luchaba por ganar confianza.

—¿Te importaría repasar la canción una vez más antes de salir a escena? —preguntó Angela.

Pintándose un enorme corazón rojo sobre la mejilla, Bella sonrió.

—Estaré contigo en un segundo. —Unos pequeños toquecitos finales completaron su maquillaje de payaso. Se puso de pie y se colocó su traje. Después, se encaminó hacia la puerta, donde debía reunirse con Angela. Con discreción, asomó la cabeza por el telón para constatar la cantidad de público.

Estaba repleto. Los clientes, vestidos elegantemente, ocupaban todas las mesas.

Algunos eran bulliciosos, otros tranquilos, pero todos ellos comían con aparente placer.

—A sus lugares… diez minutos. La orden estricta del director de escena sorprendió a Bella.

Dándose prisa, encontró a Angela con Esme Platt, junto al piano de práctica. Esme, una mujer de cuarenta años, de simple y tranquila dignidad, le dirigió una sonrisa de agradecimiento.

—Gracias por darte prisa, Isabella —dijo Esme suavemente—. Angela parece hacer mejor las cosas cuando ha tenido un ensayo previo.

—Nunca me molesta ensayar una canción.

Trabajaron juntas sobre la canción y Angela entonó cada nota sin cometer errores.

—¡A los lugares! —La orden de Felix retumbó en sus oídos y los actores salieron corriendo hacia cada una de las alas del escenario mientras las luces se encendían.

—¡Telón! —ordenó Felix.

La magia del teatro dio comienzo, silenciando cada sonido de la audiencia.

Bella olvidó absolutamente todo, excepto la obra. Se convirtió en parte integral de la rueda que creaba fantasía sobre el escenario y su vida: cantando, bailando y brindando a su libreto una espontaneidad que revelaba que lo había estado practicando durante cuatro semanas.

—¡Bien! Fantástico espectáculo! —los elogió Alec cuando el telón puso punto final al primer acto—. Mantengan esa energía.

—No hay dudas de que estás de muy buen humor —comentó Bella cuando él, al pasar, le dio un pellizco retorcido en el corazón que había pintado sobre la mejilla—. No es que yo no lo esté, pero creo que deberías contagiarnos esas estrellitas que tienes en los ojos.
Clark Gable, famoso actor conocido por interpretar
Rhett Butler, en la película Lo que el viento se llevo.

—Una "estrella". Nuestro invitado está aquí —dijo Alec—. Vino temprano.

—¡Debe de haber llamado al espíritu de Clark Gable! —dijo Emmett McCarty con una mueca. Nunca había visto a Alec tan jactancioso por la adquisición de un artista invitado. ¡Y eso que he trabajado con él durante diez años!

Hacia el final de la función, un pálido destello en medio del ensombrecido público atrajo la atención de Bella. "Extraño, pensó ella. No había notado ninguna cabellera cobriza antes."

Descartó la mínima sensación de confusión. Una de sus apariciones se aproximaba. Ya llegaba el momento del final.

El telón cayó sobre el segundo acto sólo para volver a levantarse para que los actores saludaran al explosivo aplauso que el público les brindara. Luego todos corrieron a sus camerinos.

—¡Escuchen! —gritó Felix—. Olviden cambiarse por un momento. Alec los quiere a todos listos en cinco minutos.

Todos los actores se encaminaron hacia el escenario.

—Será mejor que esto sea bueno —dijo Rosalie con un exagerado bostezo—. Tengo una cita.

—Vamos a conocer a nuestro misterioso actor invitado —le dijo Bella. Ella deseaba con todo el corazón el alivio de su casa y la frescura y limpieza de las sábanas de su cama. La pintura grasosa que tenía sobre el rostro comenzaba a producirle picazón y las trenzas que tenía firmemente asidas empezaban a dolerle—. Por lo que Alec asegura, a todos nos entusiasmará tanto esta persona que una cita perdida no significará absolutamente nada.

—Una cita perdida siempre significa algo para mí —replicó Rosalie agudamente—. Ya sabes, no todas somos vírgenes sin remedio. —Durante un momento, estudió a Bella con seguridad como si estuviera viéndola por primera vez en su vida—. Supongo que tampoco tú lo eres. Quiero decir… que Mark existe, ¿no? ¿Qué pasó con el señor Masen?

—¿Alguien quiere café?

Bella observó a Emmett con gratitud por su oportuna llegada.

—¡Me encantaría! —exclamó.

¿Por qué no podía decir la verdad? No había ningún señor Masen. Jamás había existido, salvo en la guía telefónica y su dedo, simplemente, había caído sobre ese nombre.

Entonces, no le había importado, ni eso, ni nada. Su madre, demostrándole amablemente su amor y su fortaleza, la guió y la reconfortó.

No había habido recriminaciones, ni palabras duras, ni juicios, ni molestias. Y así surgió el señor Masen y una Isabella Masen que aprendió a apreciar el cariño y la inteligencia de sus padres.

Bella había tenido el bebé sin esbozar siquiera el nombre de su padre. Después del nacimiento de su hijo, se presentó inmediatamente en una audición de Carolina del Sur para la temporada de verano y allí le otorgaron el papel de Julieta. Y fue allí también, donde Alec volvió a encontrarla, en uno de los viajes que emprendía en busca de nuevos talentos. No podía creer que aquella muchachita hubiera cambiado tan drásticamente en un año. A veces, hasta ella misma se sorprendía al encontrarse tan diferente a otras muchachas de su misma edad. Pero entonces, durante ese año, había tenido poco que hacer, salvo aguardar y cambiar, reconciliarse y madurar.

—¿Sabes, Bells? —dijo Emmett, mientras la joven apoyaba las tazas de café y se sentaba—. Eres realmente sorprendente. 

—Gracias.

—Demasiado bueno para ser cierto —interrumpió Rosalie secamente.

—¡Los hermosos ojos verdes de los celos! —bromeó Emmett. Le encantaba molestar a Rosalie—. Bella, ¿reconsiderarás las cosas y te casarás conmigo? ¡Realmente soy un individuo tan agradable!

Emmett le pedía que se casara con él por lo menos una vez al mes. Era una broma habitual entre ellos.

—Déjame tomarte entre mis brazos y alejarte de todo —esto continuó dramáticamente—. Te prometo hacerte olvidar aquel hombre misterioso de tu pasado que posee tu corazón y te aleja de todos nosotros. —Culminó su cómico sermón tomando la mano de la joven y presionándola contra su frente.

—Emmett —se lamentó Bella—, ¿terminarás con eso? Alec vendrá de un momento a otro con su valiosísimo actor invitado y nos veremos como un perfecto par de idiotas 

"Y además, pensó, nadie puede hacerme olvidar al hombre del pasado." En tres años, ella no lo había conseguido.

A veces, lo había odiado terriblemente, pero sabía que no habría otro como él. Jamás existiría otro hombre con la capacidad de elevarla hacia el cielo con el menor contacto, de exigirle amor y respeto con un simple susurro, cuya delgada y firme estructura física pudiera hacerla estremecer con un sencillo recuerdo.

—¿Dónde demonios está Alec? —se quejó Rosalie irritada—. Si no aparece de inmediato, me marcharé.

Como si la hubiera oído, Alec apareció a pasos agigantados, desde el escenario oscuro, para sentarse en el borde con las piernas colgando.

—Lamento haberlos hecho esperar. Debía permitir que se cambiaran. Sonrió complacido. Nuestro invitado ha sido detectado por los reporteros y lo han retenido. Tardará un momento en venir.

—¿Quién es… Dios? —farfulló Rosalie, inintencionadamente audible.

Alec le dirigió una mirada aguda y ella tuvo la gracia y el sentido común de sonreír, como si sus palabras sólo hubieran sido una broma.

—Piénsalo bien, señorita Hale. Creo que una vez lo comparaste con Dios —dijo Alec secamente, mientras su sonrisita adquiría una expresión maliciosa—. Unos pocos de ustedes lo conocen, mientras que otros, sólo conocen su trabajo.

La voz de Alec siguió con su tono monótono pero Bella ya no escuchaba. Pequeñas estacas de temor estaban clavándose en todo su cuerpo.

¡No podía ser! No, simplemente, no podía ser él, pensó ella desesperada. Lo último que había oído de él era que acababa de completar una de las más recientes y populares películas de aventuras espaciales y que se había ido a Broadway. Sus series televisivas hablan tenido mucho éxito, pero él se había retirado cuando estuvo convencido de que el ciclo se había cumplido.

¡No! Ella meneó la cabeza vagamente, sintiendo el latigazo de sus trenzas que le golpeaban el rostro. Qué absurdo.

Él había estado ausente durante tres años. Valía una fortuna. Podía elegir sus trabajos. ¿Por qué tendría que regresar entonces a un pequeño teatro de pueblo?

—¡Aquí está él! —dijo Alec, poniéndose de pie de un salto y sonriendo cálidamente hacia la oscuridad del ala derecha desde donde Bella podía oír seguros pasos que se acercaban. Allí apareció la alta figura de un hombre de hombros anchos—. Damas y caballeros —dijo Alec, con una voz muy sonora—, me complazco, me enorgullezco en presentarles a uno de mis protegidos, como actor invitado para esta temporada de verano: el señor, Edward Cullen.

La sala se llenó de un entusiasta aplauso, pero Bella no lo oyó. Un zumbido comenzó a retumbarle en los oídos mientras su rostro empalidecía debajo de su maquillaje.

Se quedó sentada, inmóvil, incapaz de registrar pensamiento alguno, cuando Edward apareció en el escenario, con sus ojos esmeraldas parpadeando animadamente. Su boca denotaba una sensual y sincera sonrisa; su cabello cobrizo, brillando como un mágico halo.

Luego, como si Bella hubiera sido una observadora externa, hizo algunas pocas notas mentales. Edward había cambiado. Su mandíbula era más cuadrada y más firme, su rostro, más delgado. Pequeñas líneas se abrían paso en las comisuras de sus labios y alrededor de los ojos. Su cuerpo aún era alto y delgado, musculoso, pero más trabajado. Los hombros y el pecho habían ensanchado, culminando en una cintura pequeña y unas caderas muy armónicas.

Como una marioneta, Bella se sacudió cuando Emmett emitió un sonoro grito y corrió al escenario para estrechar la mano de Edward. Rosalie lo siguió. Ellos eran los dos actores que habían trabajado antes con Edward, las dos personas que habían estado con la compañía antes que Edward Cullen, el héroe futbolístico de Chicago, se convirtiera en actor y abandonara su estado natal en busca de fama y dinero.

Una cacofonía de excitadas voces colmó la sala, pero no se registraron en la mente de Bella. Sólo retumbaba en ella ese zumbido insistente. "Muy agradable el individuo", pensaba ella, mientras las palabras le punzaban el cerebro. Eso era lo que decían las revistas de sus más entusiastas admiradoras. Buen hombre. Siempre firme en las normas de la moral, digno y para nada afectado. "¡Cálmate!, se dijo, cuando la histeria crecía a pesar de su serenidad falsa. ¡Muéstrate fría! No se acordará. Sé que no lo recordará." Alec estaba caminando con Edward alrededor de las mesas donde se hallaba todo el elenco y al pasar, iba presentándolo a todos.

—Creo que ya conoces a Isabella. Si no me equivoco, ella estuvo actuando aquí tu último verano —oyó decir a Alec.

—Sí —respondió Bella con frialdad, alzando la vista para encontrarse con la cristalina mirada azul de Edward Cullen—. Sí, el señor Cullen y yo ya nos conocemos. Estuvimos aquí el mismo verano. —Forzando una apretada sonrisa, continuó—: Para ser franca, lo recuerdo vagamente, de modo que dudo que el señor Cullen lo tenga muy presente.

—Edward, por favor —insistió su invitado, deslizando su enorme estructura física sobre la silla que estaba junto a la de Bella. La estudió tan contemplativamente que le hizo secar la garganta—. Bella. Te recuerdo muy bien. Recuerdo una noche muy especial que compartimos. Una noche en la que estaba terriblemente caído y tú…

Bella meneó la cabeza y extendió su sonrisa de disculpas.

—Lo siento, no la recuerdo.

Él levantó la ceja.

—¿No?

—No —respondió ella fríamente—. Me temo que tres años es un período demasiado largo para mí. Tengo problemas para recordar lo que me sucedió la semana pasada, —intentó volver a sonreír y se puso de pie abruptamente—. Edward, ha sido un placer verlo otra vez. Alec, discúlpame pero debo irme. No puedo retener demasiado tiempo a la señora Newton.

—¡Bella! —protestó Alec—. Quería que tomaras una copa con Edward y conmigo. Ustedes dos van a trabajar muy juntos durante algún tiempo. Quiero que conversen un poco, que se pongan al día.

Si había algo que Bella no quería hacer era ponerse al día con Edward.

—Lo siento, debo irme.

Sus gentiles excusas bien podían dar resultado con Alec, pero no con Edward.

Él se levantó lentamente y tomó la mano de la joven suavemente, aunque con firmeza, de modo que ella no pudiera escapar sin hacer una escena. Se le había endurecido la mandíbula y su azul mirada de cobalto se había tornado peligrosa.

—De verdad, señorita Masen, venga con nosotros. —Su voz parecía de acero—. Ya sabe, pasaremos mucho tiempo juntos. —Una advertencia sonó por detrás de sus agradables palabras, la cual sólo Bella tenía que notar, aunque ella ya la había leído claramente en los ojos de Edward. "No comprendo esto pero no voy a soportar insignificantes agravios en escena."

—No puedo ir con ustedes —dijo Bella ásperamente—. Discúlpenme.

Mientras se dirigía a su camarín, Bella oyó parte de su conversación.

—No sé qué ha pasado con Isabella —dijo Alec—. Por lo general, es la persona más agradable del grupo.

—Quién sabe… —dijo Edward, encogiéndose de hombros con indiferencia—. Creo que herí sus sentimientos hace tres años. Pero indudablemente se ha transformado en una joven deslumbrante…

Bella cerró la puerta con un golpazo y se desplomó sobre una silla. Estaba tan agitada como una hoja en el invierno. No podía estar sucediendo de verdad, pensaba, mientras las carcajadas burbujeaban en su garganta seca. ¡Esa pesadilla no!

Pero sí. Edward Cullen había regresado. Las lágrimas se acumulaban en aquellos enormes ojazos marrones que le regresaban la mirada desde el espejo. ¡Un verano!, se lamentaba interiormente. Todo un verano entero. "Nunca podré hacerlo. ¿Y qué ocurrirá cuando vea a Mark? Nada, se aseguró, concentrándose en las profundas inspiraciones que debía realizar para recuperar el control. Nada. Nadie podría ver un parecido posible entre ambos. Sólo mantén la frialdad y todo saldrá bien."

Sin quitarse el maquillaje, se puso su ropa de calle y huyó despavorida del teatro. Una vez en su hogar, agradeció a la señora Newton y se fue a dormir no bien la niñera se hubo marchado.

Pero no pudo dormir. El recuerdo contra el que había estado luchando durante todo el día resurgía en su memoria una y otra vez, como la insistente marea que siempre regresaba a la playa. Las mejillas le ardían con una humillación que a lo largo de los años se había incrementado en lugar de desaparecer. Daba vueltas y vueltas en la cama.

Aquel zumbido que había experimentado antes se convirtió en una acosadora monotonía que repetía un nombre sin cesar… una vez… otra… otra… y otra más Edward Cullen…Edward Cullen.


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9 comentarios:

  1. Chan!!! Me parece que a Edward no le alcanzó con ese verano y quiere más jajaja

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  2. OOOOOO XD esto serazón épico jajajajaj lo peor es que se acuerda de ella jajajjaa y les aseguro que no dejará que lo rechazo jajajajaj gracias me encantó super emosionada por el siguiente cap graciasssss hermosa graciasssss

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  3. Aghh parece que Edward sigue siendo igual de arrogante que antes... Sólo espero que recuerde que la comparó con otra...
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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