Tras Telones 2

Edward Cullen, con sus veintinueve años, había sido todo lo que cualquier muchacha podría desear: un atractivo y osado demonio, seguro y confiado, dueño de su propio destino, reservado, inteligente y cortés. Aquellos que lo habían conocido durante sus épocas de estudiante universitario suponían que habría de convertirse en un jugador profesional de béisbol, o que se dedicaría a las leyes o, eventualmente, a la política.

Pero Edward no hizo ninguna de las tres cosas. Se enroló en el servicio y luego apareció en el Teatro-Restaurante de Alec Vulturi.

Pocas veces se veía a alguien tan natural para actuar. En el transcurso de un año, prácticamente, en el mismo tiempo en que Bella, recién regresada de la facultad se convirtiera en una aprendiz del grupo, Edward se había hecho acreedor de todos los papeles más importantes, creando una horda de ardientes fanáticos, tanto hombres como mujeres. Poseía la adecuada combinación de rudeza y sutileza que hacía que las mujeres lo amaran y que los hombres lo admiraran.

Bella daba vueltas en su cama, agitada por sus sueños. Una febril sensación la había dejado temblando. Las gotas de sudor bañaban su frente. La percepción retrospectiva era cruel pensó, gimiendo en voz alta. ¿Cómo podía haber sido tan patéticamente ingenua?

Y ahora Edward estaba de regreso, aparentemente, con una sorprendente memoria y recordando perfectamente la noche en que ella fue a su casa, y era evidente que no tenía intenciones de permitir que la joven lo olvidara.

En realidad, Bella nunca lo había culpado. Su decisión de mantener su secreto como tal había estado basada en una serie de factores: el principal, en honor a él. Él habría querido casarse con ella, pero Bella no habría podido, sabiendo que Edward no tenía ningún interés en ella. Además, su carrera estaba antes que él. Se había transformado en un éxito casi de la noche a la mañana. Habría sido demasiado ridículo comunicarse con él por teléfono, a Broadway y decir: "Oye, Edward, en realidad no nos conocemos del todo bien, pero soy la muchacha a la que consideras una dulce niña. Bien, de todas maneras… ¿recuerdas aquella noche de la que dije que no había significado nada? Bueno, me temo que después de todo, sí hay algo…" ¿Quién que estuviera en sus cabales lo creería?

No, lo que Bella había hecho había sido lo mejor. Su decisión, el único camino. Lo había hecho muy bien. No tenía que arrepentirse de nada. Adoraba a su hijo y le encantaba su vida en el teatro.

Excepto por el momento actual. Edward regresaba. Ella había estado bien mientras él vivía en el mundo de ensueños de Hollywood. Pero no era un recuerdo ilusorio; era de carne y hueso y estaba en Sarasota, Florida. Cada día, durante los próximos tres meses, Edward hablaría con ella, la tocaría. Y Bella lo desearía otra vez. Pero durante los últimos tres años había madurado lo suficiente como para no querer ya jugar con fuego. A juzgar por la expresión de sus ojos la noche anterior, la muchacha podía asegurar que él ya no la consideraba una niña. También había crecido lo suficiente como para hacerle una buena partida. No podía actuar como una niñita caprichosa. Pero sí debía mantener la distancia.

Molesta por sus temores y por su confusión, Bella se incorporó en la cama de un salto y se metió en la ducha. Para cuando terminó de restregarse la piel, tenía la sensación de haber encontrado las respuestas: "Extirpa el pasado de ti —se decía—, sé gentil e indiferente." Su mente seguía girando a mil revoluciones por minuto cuando dejó a Mark en la guardería y finalmente, estacionó frente a la puerta del teatro. Se detuvo por un instante para recuperar el control de sí y prepararse para la mañana que la aguardaba… Inconscientemente, se miró en el espejo retrovisor del auto. ¿Habría cambiado mucho físicamente? En realidad, tres años no era un prolongado período. El rostro de la joven estaba un poco más delgado, incrementando así la altura de los pómulos y dando a su expresión un aire más sofisticado. Su sedosa cabellera, que entonces llevaba corta, ahora le caía cual cascada sobre la espalda. A Alec le gustaba con cabellos largos. Era útil para muchos de sus papeles.

Enderezando los hombros, se abrió paso entre las sillas y esgrimió un alegre: "buenos días" que se extendió para todos los presentes. Sus compañeros le respondieron a coro, a excepción de Edward, y luego siguieron con sus respectivas conversaciones. Aunque él también estaba hablando, Bella estaba segura de que no le quitaba la vista de encima.

—Buenos días, señorita Masen —dijo él con voz grave.

—Buenos días —contestó ella abriendo su libreto.

—La echamos de menos anoche —continuó él, ignorando el desaire de la joven.

—Lo siento. —No había sido su intención ser cortante. Sus ojos, obedeciendo a un impulso, se elevaron hacia los de él. Algo en el tono de Edward la habían obligado a mirarlo. Lo que halló en aquella intensa mirada verde esmeralda la estremeció.

El tiempo le estaba tendiendo sus trampas y el destino estaba dándole la mano. Cullen estaba interesado en ella. Estaba más que interesado; demostraba una abierta curiosidad por ella. Evidentemente, estaba dispuesto a utilizar todos sus encantos con ella. Su mirada, cálida pero levemente melancólica y decididamente determinada, simplemente, le informaba que su intención era triunfar.

—Muy bien —anunció Alec, apareciendo desde el escenario repentinamente—. Corten la charla. Hora de trabajar. Bella ¿ya tomaste tu café? Bébelo.

Edward reía entrecortadamente.

—¿Puedo traerle su café, señorita Masen? He oído por allí que no se siente completamente bien para trabajar aquí sin tomar antes su café.

Bella lo miró funestamente y le echó una sonrisa mostrándole toda la dentadura. Aparentemente había estado hablando de ella con Alec, o con los demás, o ambas cosas. Tenía fama de necesitar una taza de café para estar completamente lúcida. Edward había estado haciendo algunas preguntas y Bella no deseaba recibir ninguna clase de preocupación por parte de él.

—Gracias —dijo ella rígidamente—. Puedo ir a buscármelo yo. —A pesar de la determinación que había tomado de ser gentil, sus palabras encerraron cierto indicio de amarga rudeza. Se sorprendió. Emmett, quien la había escuchado desde el otro extremo de la mesa, también se sintió sorprendido por sus modales. Debía ser cuidadosa.

—No hay necesidad —replicó Edward suavemente—. Lo traeré. —Se percibió un sutil dejo de aspereza en la voz del actor cuando se dio cuenta de que ella estaba tratándolo con arrogancia.

—Correcto, gracias —murmuró, bajando la vista para fijarla en su libreto.

Cuando Edward le entregó la taza, ella volvió a agradecerle pero le esquivó su inquisitiva mirada. Olvidar el pasado le resultaría mucho más difícil de lo que había imaginado. Esos tres años bien podrían no haber existido jamás. Aún podía percibir el contacto de aquellas manos tan cerca de las de ella, el calor de sus muslos a escasos centímetros de los de ella.

A pesar de todo, la lectura fue correcta. Todo el elenco se sentía inspirado por la presencia de aquel líder, incluso Bella.

—Y bien, señorita Masen —dijo Edward, volviéndose a ella con una sonrisita socarrona—. Ahora no puede tener ninguna emergencia como para salir corriendo de aquí. Almuerce conmigo.

—No puedo… —empezó Bella.

—¡Seguro que puedes! —interrumpió Alec—. No tienes que ir por Mark sino hasta dentro de dos horas.

Las mejillas de Bella ardieron.

—Lo sé —protestó rápidamente—. Pero tengo otro millón de cosas para hacer y…

—Será un almuerzo breve —prometió Edward.

Hizo una endiablada sonrisa entre dientes y se despidió de los demás con un ademán. Luego, acompañó a Bella hasta la puerta con aire posesivo. Al salir al rayo del sol, Edward le indicó un lustroso Mercedes azul y la impulsó hacia él. Abrió la puerta del lado del acompañante y la invitó a subir con su habitual galantería. Ella subió y se acomodó cansadamente.

—¿Dónde? preguntó él mientras ocupaba su asiento y giraba la cabeza en dirección a ella. Sus manos apenas tocaban el volante y su rostro tenía una expresión incomprensible.

Ella levantó los hombros y los encogió con indiferencia.

—No tiene ninguna importancia.

—Muy bien, señorita Masen. Yo escogeré. —Hábilmente, maniobró el automóvil para salir del área de estacionamiento y dirigirse rumbo a la carretera—. Si mal no recuerdo, no muy lejos de aquí hay un lugar donde se puede comer filetes y frutos del mar. No es de mucha categoría, pero hay limpieza y la comida es excelente.

Mientras conducía, Edward habló de vez en cuando, comentando lo mucho que había crecido la ciudad desde la última vez que él había estado allí. Concentrada en el paisaje externo, Bella se contenía para no responder a aquel monólogo. Sólo decía sí o no cuando él le preguntaba algo directamente. Tenía la esperanza de que él creyera que Bella lo encontraba aburrido.

El restaurante estaba en la playa. Se trataba de un sitio de buen ambiente, con techo de paja, en penumbras e inteligentemente decorado, con una calidez íntima y amigable.

La cortés y fluida conversación continuó hasta que llegó el vino y la camarera se retiró a cumplir con sus obligaciones. Luego, Edward se inclinó hacia adelante. Sus ojos eran un oscuro y duro destello, iluminado por la sola luz de la vela que estaba sobre la mesa. Preguntó:

—Muy bien, señorita Masen. —Su voz estaba cargada de desdén—. ¿Le importaría contarme en qué reside exactamente el problema?

Ese ataque la tomó completamente por sorpresa. Lentamente, se iba aferrando con más y más fuerza al pie de su copa de cristal.

—¿Problema? —repitió ella, molesta al descubrir que la voz le había temblado—. No tengo ningún problema, señor Cullen y si lo tuviera —agregó, sin intenciones de ser ruda— dudo que me sintiera inclinada a discutirlo con usted.

—Hay un problema. Usted lo tiene —dijo él con tristeza—. Puedo asegurarle que todo será mucho peor si no llegamos a un entendimiento. —Edward estudiaba el helado rostro de la muchacha con astuta intensidad.

Ella le devolvió idéntico escrutinio, clavando sus desganados ojos en los de él, como si hubieran tenido imán. Los ojos que la contemplaban en ese momento eran oscuros, imperiosos y determinados con evidente molestia, impaciencia e ira.

—¿Bien? —dijo él, con falsa suavidad.

—Edward —dijo Bella con un suspiro, doblando sus manos delante de ella y observándose los dedos—. Sé que estás acostumbrado a que toda la gente te persiga. Les agrada ver tu lado oculto. Esto puede parecerte inconcebible y lamento ser tan franca, pero no tengo ningún interés en ti. Pero no logro ver el hecho de que esto presente un problema tan grave. Tenemos que trabajar juntos, sí, pero en nuestra actividad laboral, a menudo tenemos que trabajar cerca de personas que no nos interesan. Los dos somos profesionales y no habrá ningún problema en lo que al teatro concierne. —Sus palabras fueron muy suaves, pero arrogantemente firmes. No se atrevía a mirarlo, por lo que clavó los ojos en sus propias manos y aguardó a que Edward explotase. Bella sabía que su mirada de cobalto aún seguía fija en ella, lo percibía más allá de toda duda, al igual que presentía la presencia del hombre, su fragancia, su proximidad. Sabía que la expresión facial de Edward no se había alterado ni en lo más mínimo.

—No te creo —dijo él con toda serenidad.

Demasiado para la explosión esperada. Bella volvió a repasar las palabras que Edward pronunciara, azorada. Habían sido la expresión de un hecho simple.

—¿Qué no crees? —preguntó ella, perpleja e irritada—. Puedo asegurarte, Edward, que podremos trabajar juntos perfectamente.

—Eso no lo dudo —respondió él y le tomó firmemente el mentón para que Bella no pudiera bajar la mirada—. No creo que yo no te guste.

—¡Todo ese orgullo insufrible! —vociferó Bella rabiosa.

—No se trata de orgullo —negó él con calma, soltándole el mentón—. Creo que en el mundo hay mucha gente que no tiene un interés particular en mí. Es posible que sientan un gran disgusto por mi persona. Lo que no creo es que tú seas una de ellos.

¿Qué pasaba con ese hombre? Ella había sido lo suficientemente cruda y directa.

—Yo… yo sugiero que empieces a creer —dijo ella rudamente, tan nerviosa como lo había estado tres años atrás—. ¡Es verdad! —Aunque tal aseveración sonaba falsa y vacía ante sus oídos.

Edward sonrió, ablandando la tristeza de sus angulares rasgos.

—No es verdad. Te lo dije. A veces tengo muy buena memoria y recuerdo, Bella, que fuimos más que amigos. No nos despedimos como enemigos. De modo que no puedo entender por qué no podemos ser amigos ahora.

—¿Qué diferencia hace eso? —vociferó ella irritada.

—Mucha, para mí.

—¿Por qué? preguntó Bella exasperada, jugando con su comida.

—Porque —dijo él suavemente— recuerdo todo lo que eres capaz de ser. Una Isabella tan honesta y abierta como el sol de la mañana. Una mujer llena de sentimientos, vibraciones y compasión. —Mientras hablaba, su mano se deslizó sobre la mesa para cubrir la de ella, con una cálida y sutil fortaleza.

Ruborizada, Bella apartó su mano. Él no la detuvo. Bella bebió un largo trago de vino antes de recordar que había sido el vino blanco el que había causado aquella vez, su entrega total a Edward. Apoyando firmemente la copa de vino, comenzó.

—Señor Cullen…

—Conoces mi nombre de pila. Te oí usarlo con mucha dulzura.

—De acuerdo, Edward —farfulló Bella, desafiándolo con sus tormentosos ojos marrones—. Estás hablando de hace tres años. De una noche que no significó absolutamente nada para ninguno de los dos. Ahora has regresado y yo debería sentirme muy contenta por poder retomar las cosas desde donde las dejaste, pero hay un pequeño detalle, no hay nada qué retomar. Si estás buscando salir con chicas "calurosas" mientras estás en la ciudad, intenta probar suerte con Rosalie.

—¡Por Dios, mujer! —vociferó violento—. No estoy buscando ninguna chica "calurosa". Me he citado con demasiadas chicas de esa clase como para no necesitarlas durante diez años. No estoy buscando nada. Quiero saber por qué estás evitándome y qué demonios pude haberte hecho.

—No me hiciste nada —le dijo Bella inexpresiva. Edward no le había hecho nada; ella se había hecho todo el mal. Pero él había sido el cómplice de la mayor humillación y trauma de toda su vida. Eso no podía explicarlo—. Edward, ya no soy la niña con estrellitas en los ojos. No quiero ser tu entretenimiento del verano. Simplemente, no deseo arrojarme a tu cama otra vez.

—No recuerdo habértelo pedido —dijo él, arqueando una ceja.

—Entonces, ¿por qué no me dejas en paz? —imploró ella, frustrada y molesta por la burlona respuesta de él.

—No tengo ninguna intención de dejarte en paz —dijo él, sonriendo y revelando una blanquísima dentadura y observándola especulativamente antes de agregar—: Durante los últimos tres años, he pensado en ti con frecuencia. Y pienso que te conozco mejor de lo que crees. Voy a acosarte sin piedad hasta que descubra por qué estás actuando como una niñita malcriada conmigo.

—¡Ese es un descubrimiento que nunca harás! —exclamó Bella defendiéndose con toda frialdad, dándose cuenta horrorizada de lo que había dicho, inmediatamente después que aquellas palabras abandonaron su boca.

—¡Aja! —exclamó Edward—. ¡La verdad está saliendo a la luz!

—No hay ninguna verdad. —Bella fingió un gran interés en el borde de su copa de vino. ¡Maldición! No podía permitirse caer en su juego y en sus persistentes trampas—. No hay ninguna verdad —repitió—. Mi vida es muy agitada, eso es todo. No tengo tiempo para preocuparme por ti.

—Ya veo. No tienes tiempo para ser civilizada.

—Muy bien, Edward —admitió ella—. No he sido muy civilizada que digamos. Pero… ¿no has oído hablar de que la gente tiene malos días?

—Claro, pero ése no es el caso, ¿no? —Le tomó la mano otra vez antes de que ella pudiera retirarla, provocándole una punzante sensación en el brazo, que terminó siendo un terrible temblor en todo su cuerpo—. Escucha, Isabella —dijo él, con un tono muy suave que sólo sirvió para subrayar su decisión—. No soy ningún idiota. Sé que anda algo mal. Te he visto demostrando frialdad, pero esto es diferente. La arrogancia no es una cualidad que te pertenece. Haré un trato contigo. No imploraré, por el momento, al menos, si tratas de actuar como Bella cuando estás cerca de mí.


—¡Edward! —declaró ella, tratando de quebrar el magnético hechizo de sus ojos—. ¡No soy Mary Poppins!

—¡Lo sé! —dijo él, trazando con el dedo las líneas de la mano que sostenía.

—¡No quiero ser tu amante! —farfulló ella.

—Sólo el tiempo dirá la verdad —dijo él.

—Por favor… —empezó Bella, molesta al descubrir que su contacto le arrebataba la respiración—. Haznos un favor y olvídame. Seré encantadora mientras estemos en el teatro.

—¿Otelo olvidar a Desdémona? —bromeó con burlón horror. Su mano aferraba la de ella con más fuerza. Su aseveración era una garantía, una promesa; sonaba como una amenaza.

Finalmente, Bella apartó la mirada de él para tomar un respiro y beber un sorbo de vino.

—Bueno, entonces —dijo ella con seca exasperación—. Otelo la pasará muy mal.

—Por supuesto —respondió él complaciente—. Otelo era un hombre desdichado. —Alzó ambas cejas con fingida angustia y resignación—. También él buscaba la verdad.

—¡Y siempre la tenía frente a sí! —respondió Bella con agudeza—. Y la pobre Desdémona era la verdadera desdichada.

—Sólo porque Otelo la amaba tanto.

Aquella plática estaba poniéndola nerviosa, tan nerviosa que Bella temió cometer otro error. Cuanto antes terminara el almuerzo mejor. Terminó su copa de vino con indiferencia.

—Tú no eres Otelo, yo no soy Desdémona —y alzó una elocuente ceja— gracias a Dios, ninguno de los dos está enamorado del otro. —Con su cáustica compostura debilitándose, la joven miró a su alrededor, buscando a la camarera.

—Yo estoy enamorado de ti, un poquito.

La asombrada mirada de Bella volvió a posarse en Edward. Sus ojos eran ilegibles, órbitas índigo, que sólo le decían la única cosa que ella ya sabía. Estaba tratando con un hombre poderoso, decidido a conseguir lo que se proponía. Nunca erraba su disparo; tampoco lo haría ahora. Pero ella no podía ser la aventura de una noche para él. No otra vez. No podía soportar la idea de enterarse una vez más que ninguna parte de su corazón le pertenecía. Y tampoco podía darle la oportunidad de que descubriera que tenía un hijo. Con su fama y su fortuna, ¿era posible que pudiera probar que Mark era suyo? ¿Arrebatárselo o demandar la custodia parcial del niño? ¿Inmiscuirse en la vida de ella para siempre?

No, se tranquilizó a sí misma, no había nada que Edward pudiera hacer. Pero el pensamiento en nada la tranquilizó. La posibilidad de que él se imaginase la verdad aún era aterradora. Tendría que empezar a mentir.

—Dime —preguntó ella con seco cinismo—, ¿ésta es una de tus nuevas prácticas de Hollywood? ¿Enamorarte un poquito de todas las damas con las que haces pareja actuando? ¿Esa es parte de tu éxito?

No respondió con espontaneidad, mientras entregaba su tarjeta de crédito a la camarera, quien ignoró por completo a Bella y casi se enreda en sus propios pies por el apuro de acudir al llamado de Edward. Cuando la camarera se marchó, Edward inclinó sus hombros sobre la mesa en un gesto de conspiración, trayendo todo su viril poder demasiado cerca de ella. Ni la tocó pero la joven experimentó la sensación de que él la abrigaba en la inmensidad del verde océano de sus ojos. Era una fría y fascinante prisión, que la encerraba en contra de su voluntad, en contra de su bien interpretada indiferencia.

—Me enamoro de todas las bellezas de cabellos de seda. De las que poseen misteriosos ojos marrones y guardan profundos u oscuros secretos. De las que siempre he amado un poco.

—Realmente, Edward —protestó Bella con voz ronca—, mi memoria no es tan mala. Estabas "enamorado" de Jane.

—De modo que recuerdas a Jane… ¿Es por ello que te haces la fría?

—No —mintió Bella—. En esa época, yo estaba saliendo con Masen. Nosotros… nosotros nos casamos poco después de que te marcharas.

—¿Qué pasó? —preguntó Edward suavemente.

—Él murió.

—Lo siento.

La compasión que demostró era genuina. Bella se mordió el labio, sorprendida de sí misma por haber sido capaz de crear tan horrenda mentira.

—Traté de ubicarte, ¿sabes? —dijo Edward abruptamente.

—¡Oh, Edward, por favor! —gruñó Bella, inclinándose sobre el respaldo para poner cierta distancia—. Lo sé. Te disculpaste. No había nada por qué disculparse. Me sentí mal por ti aquella noche. Fui a tu casa por mi propia voluntad y libre albedrío. Nos acostamos. Tú seguiste adelante con tu vida, yo con la mía.

—Pero no es lo mismo —dijo él con severidad y ella lo miró con obstinado silencio mientras él proseguía—. Bella, el recuerdo de aquella noche es uno muy fuerte en mi memoria. Me ha atormentado desde entonces. No trates de empeñarte en decirme que no significó nada para ti. Tu treta de la sábana fue muy inteligente, pero yo no estaba tan borracho. Eras virgen esa noche…

—¡Edward! —Bella luchó por disimular el rubor de sus mejillas—. ¡Ni siquiera lo recuerdo!

—¡Al diablo con eso! —gruñó él y la firme expresión de su mentón le impidió una protesta.

Incómoda, echó un vistazo a su alrededor antes de inclinarse hacia él. La dureza de su mirada equiparaba la de él.

—Repito —dijo ella acaloradamente—. ¿Qué diferencia haría eso ahora? ¡Estás hablando de tres años atrás! Me he casado, he tenido un hijo, tú has tenido numerosos romances. Ahora estamos trabajando juntos y eso es todo. ¡No quiero discutir el pasado!

—Estoy discutiendo el pasado de modo que podamos labrar un futuro —dijo Edward—. Creo, mi dama, que vos protestáis demasiado —citó textualmente—. Y también creo que eres una grandísima embustera.

—Edward…

—No —la interrumpió con firmeza—. Regresé aquí por Alec, pero también por otras razones. Tú, mí querida señorita Masen. En todos mis consecuentes "romances", como tú los llamas, he estado buscando algo. Algo real, algo honesto. Algo que pudiéramos tener.

—¡No! ¡Tú te marchaste de aquí con tu mente fija en tu futuro de estrella! Estás inventando cosas que no han existido. ¡Eres puro palabrerío y yo ya estoy demasiado crecidita como para creértelo.

—Error. No soy puro palabrerío… Tú sabes perfectamente bien que nunca lo fui.

—Eres una estrella de Hollywood —exclamó despectivamente.

—Soy un hombre —la corrigió con calma—. El mismo hombre que fui antes. Sucede que soy actor, lo que torna un tanto difícil que una actriz desprecie mi forma de vida.

Bella inclinó la cabeza con escepticismo.

—Lo siento.

Levantándose, Edward la ayudó a ponerse de pie. Ella se sintió obligada a tomar más conciencia de la magnitud de aquel físico. Un temblor involuntario se apoderó de su columna y notó que la respiración se le agitaba.

—Ven, mi dama —balbuceó él con voz baja y gutural— y en poco tiempo más te aliviaré de mi proximidad.

Ella le brindó una sonrisa que hizo que Edward adoptara una endiablada expresión.

—Quiero decir que te aliviaré de mi proximidad por el momento —le prometió con divertida solemnidad—. Me verás muy a menudo.

—¿De veras? Tu confianza es sorprendente.

Él se encogió de hombros.

—Quizás, pero yo no sugeriría una apuesta en mi contra. Te quiero, mi dulce compañera de escena y tengo intenciones de conseguirte.

La puerta del restaurante se cerró detrás de ellos y Bella se volvió hacia él con amargura, mientras caminaban hacia el Mercedes.

—Pensé que no ibas a pedirme que me acostara contigo.

—No lo he hecho… todavía. Empezaremos con lo básico.

—Me excusarás —replicó ella, alzando una ceja mientras él le indicaba el asiento del acompañante—: si no tengo intenciones de aprender tus principios básicos ya que he dejado bien en claro que no estoy interesada en el final.

Su sonrisita molesta y comprensiva jamás abandonó el rostro de Edward.

Sus ojos verdes vagaron sobre ella, inquisitivos.

—Los aprenderás. Ambos lo sabemos. A la única que estás mintiendo es a ti misma. ¿Por qué? No lo sé. Pero creo que ya he resuelto la mitad de mi dilema: me temes. Ahora, la pregunta es por qué.


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5 comentarios:

  1. Fascinante capitulo, me encanta y valla qu seguridad la de Edward...

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  2. Parece que Edward de verdad quiere que Bella vuelva a caer ante él, solo espero que cuando se entere de la verdad de Mark, no termine mal...
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  3. Que pedante jajaja, pero no se puede negar que dejó claras sus intenciones desde el principio 😏😁

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  4. Bella deberia darle una oportunidad y aclarar el pasado.

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  5. Bella la verdad tarde o temprano sale a la luz y el bebe no tiene la culpa las mentiras no son buenas , gracias nos leemos

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