Tras Telones 3


Alec, sentado junto a Bella, se desperezó, gimió y se frotó la nuca, antes de echar una mirada en dirección a la muchacha.

—¿Qué tal estuvo el almuerzo?

La pregunta la sorprendió. Había estado sentada junto a él durante las dos últimas horas, observando las primeras dos escenas, en las cuales Desdémona no aparecía. Sólo se había dirigido a ella en pocas ocasiones y únicamente, para hacer un comentario general o para formular una pregunta retórica, que él mismo contestaría de inmediato.

—El almuerzo estuvo bien le dijo ella, —adoptando un tono de indiferencia. Aún podía recordar, y estremecerse al hacerlo, las carcajadas de Edward cuando ella, airadamente, le informara que decididamente, no le temía.

—¿Qué tienes contra Edward? —le preguntó Alec directamente.

—¡Nada! —protestó Bella. Cambió la posición de las piernas, apoyando un tobillo sobre el otro, muy cómoda con sus pantalones de jean.

—¡Estás erizándote! —rio Alec—. No lo creo y me encanta. ¡Mi pequeña e intocable Virgen de Hielo erizándose!

—¡No estoy erizándome! —objetó Bella con un suspiro—. Es sólo que no estoy tan enamorada de ese hombre. Y no estoy segura de por qué lo trajiste para Otelo. ¿El hombre sombrío? —Ella rió—. No podrías haber encontrado otro actor. 

—Su Shakespeare es impecable y tú sabes lo que puede hacerse con un buen maquillaje. —Encogiéndose de hombros, Alec continuó con un tono más duro aun—. Edward es un actor excepcional. Podría pasearse por el escenario con pantalones de jean y camiseta y cuando él se bajara, la mitad del público podría asegurar que había interpretado su papel vestido con el atuendo de la época.

—Supongo que tienes razón —dijo Bella con indiferencia.

—¡Por supuesto que tengo razón! —afirmó Alec—. Y como favor para mí, me gustaría que actuaras con más agradó. Tuve suerte de conseguirlo. Sólo vino hasta aquí como favor personal. Sabes perfectamente que no hay manera de que yo pueda pagarle lo que le ofrecen en cualquier otro sitio.

—Bueno —dijo Bella—, él pudo haber venido como un favor personal hacia ti. No habría existido ningún Edward Cullen de no haber sido por ti.

Alec revoleó una dedada mano en el aire, con gesto despectivo.

—En eso estás equivocada, Bella y creo que lo sabes. Edward se habría convertido en un suceso de todos modos. Nunca necesitó demasiada suerte. Tiene talento.

Bella no contestó. Estaba siendo grosera y lo sabía. No podía negar las habilidades actorales de Edward, y si no se hubieran conocido antes, ella habría estado terriblemente entusiasmada con la idea de trabajar a su lado. Bella reprobó su proceder y mentalmente, se hizo la promesa de guardarse los sentimientos personales para sí. Era muy triste envanecerse por la ética profesional y los sofisticados hábitos laborales, para luego volverle la espalda y parecer una ingenua quejumbrosa.

—¡A escena! Escena tres —dijo Felix.

Bella se puso de pie de un salto con libreto y lápiz en mano y subió al escenario.

—Isabella —Alec la detuvo con serenidad.

Ella se detuvo inmediatamente y lo miró curiosa.

—Lo que te dije fue en serio. Por favor, sé correcta con Edward. —Al ver el gesto obstinado de su mentón, agregó suavemente—: Por favor, quiero que sepas que no estoy amenazándote. Sólo te pido que seas agradable por mí.

—Lo siento, Alec. Tú tienes razón: Edward es excepcional. Somos afortunados en tenerlo con nosotros. ¡Y yo seré encantadora!

Con mucha gracia, la joven hizo un giro y fue salpicando hacia el escenario, aceptando la mano que Emmett le tendiera para subir.

Ensayaron todo el acto sorprendentemente bien. Alec dio a cada uno de los actores algunas instrucciones personales y luego les informó que podían irse. Bella se dirigía rápidamente hacia la puerta, cuando Edward con un grito la detuvo:

—¿Alguien ha visto mi libreto?

—¿Te fijaste en la parte de atrás del escenario? —preguntó Bella a Edward.

Él se encogió de hombros.

—Buena idea. Gracias.

Nerviosa, la joven lo siguió hasta el ala izquierda, donde Edward encontró el libreto, sobre el podio.

—¡Lo encontré! —Retumbó su voz—. ¡Gracias!

—Bien, hasta mañana —murmuró Bella con gentileza, recordando su resolución.

—Hasta esta noche —corrigió él.

Confundida, ella lo miró, preguntándose qué intentaría. Pero él tenía esa expresión divertida que siempre lograba irritarla. Edward conocía sus pensamientos.

—Tienes clavada la espina, ¿no? —dijo él arrastrando la voz. Su quietud denotaba una voraz energía vital. —Vengo a la noche —le dijo, con voz entrecortada— para ayudar a Smoky, no para atacar a las actrices por la fuerza.

—Ni siquiera pensé que quisieras atacarme —respondió Bella airadamente—. Adiós.

Bella era consciente de que Edward la observaba mientras ella se alejaba y también sabía que aún seguía riéndose con esa expresión divertida que tanto la enfadaba. "Al diablo con él", decidió.

Con el mentón en alto, se abrió paso entre las mesas del comedor y se dirigió a su Volvo, supremamente agitada y completamente furiosa consigo misma, por estar molesta, en primer lugar. ¿Qué diablos estaba haciendo con ella? Edward era sólo un hombre, y ella sabía cómo tratar a los individuos del sexo opuesto.

Al cerrar la puerta de su auto casi la arranca. Apretando los dientes, decidió que era mejor desembarazarse de sus frustraciones que exponerlas, como lo había hecho con Alec. Metió la llave en el encendido del motor y se puso más furiosa cuando se dio cuenta de que el auto se negaba a arrancar.

Sin poder creerlo, se quedó en el auto, consciente de que debía dejarlo allí aunque no quisiera… Finalmente, extrajo la llave, disgustada. Se bajó del auto y segura de que estaba sola, le dio un puntapié al neumático.

Enfadada consigo al admitir la derrota, miró a su alrededor para ver si había alguien en el estacionamiento que pudiera llevarla. Todos se habían ido. Excepto Edward. Estaba apoyado contra el Volvo, con una sutil sonrisa a flor de labios. Su cabello de oro se agitaba por la brisa.

—¿Tienes problemas? —preguntó.

—Obviamente —respondió ella.

—Dar puntapiés al auto no ayuda a que el motor arranque —comentó.

—¿De veras? —Era una pena que Bella no pudiera hacérselo a él—. Si me disculpas, trataré de hacerlo arrancar.

—Eso es una tontería. El encendido ni siquiera da señales de vida.

—No me había dado cuenta de que eras mecánico además de estrella. Si no te importa, probaré otra vez.

Edward se encogió de hombros y, vagamente, se hizo a un lado.

—Hasta luego.

Edward se dirigió a su Mercedes, mientras Bella subía a su auto.

Por supuesto, Edward tenía razón. El auto no daba señales de vida y con cada intento, Bella no ganaba más que ahogarlo.

Estaba haciéndose cada vez más tarde y Mark estaría esperando. Sobresaltada, Bella miró por el espejo retrovisor y vio que Edward estaba sentado detrás del volante. Había encendido el motor y estaba a punto de marcharse. Aquello era lo que ella se merecía por no haber sido gentil.

La idea de que Edward viera a Mark era terrible, pero la guardería cerraría en poco tiempo más. Bella tenía que pasar por Mark y Edward era el único medio de transporte disponible. Era inevitable que viera al niño durante ese verano. Era mejor que iniciara su serie de mentiras en ese momento, eso, si lograba alcanzarlo. El Mercedes estaba abandonando su sitio en el área de estacionamiento cuando la joven desesperada, descubrió que no le quedaba alternativa.

Cerrando de un portazo el Volvo, Bella se preguntó si él pasaría junto a ella después de lo descortés que ella fue.

Edward no la hizo venir a él. Detuvo el Mercedes junto a ella.

—¿Puedo llevarte?

—Sí, gracias.

Abrió la puerta del acompañante.

—Entra, el carruaje aguarda. Sus ojos estaban fijos en el camino cuando ella se sentó a su lado—. Tenemos que pasar por un niño, ¿no?

—Sí, si no te importa —respondió Bella, algo sorprendida porque él lo recordaba. Le dio la dirección de la guardería.

—Tengo un presentimiento —comentó Edward secamente—: tu hijo es la única razón por la cual estás en este auto conmigo. Si fuera sólo por ti, creo que caminarías quince kilómetros antes de subir —dijo, riendo entrecortadamente—. Sólo por despecho.

—No actúo por despecho —dijo Bella tranquilamente.

Tratando de no mirar a Edward directamente a los ojos, Bella se sintió tensa y obligada a observarlo cuando Mark salió. ¿Acaso detectó que entrecerró los ojos levemente? ¿O sólo se trataba de su sentimiento de culpa? Seguramente no era culpa. No tenía nada por lo que debiera sentirse culpable. Edward nunca había sabido de la existencia de Mark; todo lo que había habido entre ellos sólo había sido un accidente biológico.

—Es un niño hermoso fue la única referencia que Edward hiciera del niño, —mientras Mark, con sus pasitos torpes se acercaba al Mercedes, pero luego abruptamente se detuvo al ver a un extraño.

—Ven, cariño —dijo Bella al niño abriendo la puerta para aferrarlo entre sus brazos—. Él, Mark, es el señor Cullen.

—¡Oye! ¡No le enseñes eso! —protestó Edward—. Mark, me llamo Edward. —No hizo ningún esfuerzo por tocar al niño pero le ofreció una sonrisa muy simpática.

Mark siguió mirándolo extrañado, con sus brillantes ojitos posándose en su madre y luego en Edward otra vez.

—Edward —repitió el niño, pronunciando el nombre con sorprendente corrección.

—Correcto. Edward. Señor Cullen es demasiado largo e innecesario.

El auto retrocedió y retomó la calle. Edward se volvió hacia Bella y le preguntó.

—¿Y ahora, dónde?

Farfullando la dirección, hundió su rostro en los negros rizos de su hijo.

—¿Cuántos años tiene? —preguntó Edward, mientras Bella, buscaba algún indicio en su expresión que le revelara que Edward sospechaba. No había ninguno; ninguno discernible. Era una pregunta perfectamente normal para formular respecto de cualquier niño.

—No llega a los dos años respondió Bella, calculando rápidamente en forma mental.

—Es un niño grande.

—Sí, eh… su padre era robusto. —Ansiosa por cambiar de tema, Bella se disculpó—: Lamento tenerte dando vueltas con el auto de este modo. Sé que debes de tener centenares de cosas para hacer…

—¡No, ni una sola cosa en el mundo! —interrumpió Edward—. No me molesta en lo más mínimo haber pasado por Mark. Me gustan los niños.
Bella apartó la cabeza de la de Mark y posó la mirada en Edward. No lo había dicho, como mucha gente hace, para quedar bien. Lo decía en serio. Sinceramente le gustaban los niños. Y evidentemente, debía de haber tratado con otros niños antes, dado que se lanzó sobre él abruptamente a la primera presentación. Presentía que los niños debían ir a los adultos cuando ellos lo sintieran de ese modo.

—Edward.

—¿Hmmm?

—Yo… —¿Ella qué? Sabía que le debía una disculpa—. Lamento haber sido dura. Realmente necesitaba que alguien me llevara y te agradezco que hayas esperado.

—No hay cuidado —le respondió él con espontaneidad, permitiendo que sus ojos abandonaran el camino para posarse en ella con una malévola mirada—. En realidad me las estoy ingeniando para conseguir una invitación a cenar.

Su buen humor era difícil de resistir. Bella rió, más relajada ahora que Edward conocía a Mark y que, tal como se lo había asegurado previamente sin convicción, él no había notado nada llamativo en el niño.

—De acuerdo —le dijo ella con tono divertido—. Te has ganado la invitación a cenar; sólo que tendrás que conformarte con comer lo que haya.

—Me vuelvo loco por comer lo que haya —le aseguró él—. ¿Es ésta?

Habían estacionado frente a la vieja, modesta casa de estilo español que Bella había comprado. Se alegraba de haber cortado el césped.

—Es ésa.

Mark, feliz de haber regresado, comenzó a saltar rumbo a la casa, mientras que Bella, más serena, se bajó del auto, buscando a tientas la llave dentro del bolso.

—Permíteme —dijo Edward, tomándole las llaves de la mano para abrir la puerta. Hizo una pausa al seguir a la muchacha al interior de la casa; su mirada recorrió toda la sala. Una vez más se alegró por su hábito de dejar todo en orden antes de marcharse a la mañana.

—Es acogedora —dijo Edward, estudiando la sala mientras cerraba la puerta detrás de sí. Con indiferencia, tomó asiento sobre el sofá blanco de mimbre, con cojines rojos, con los dedos entrelazados sobre la nuca.

—Gracias —respondió Bella. Ahora que estaba de regreso en su casa, con Edward, tenía la extraña sensación de que debía cuidarse al hablar. Hasta Mark la había abandonado. Se había ido a su cuarto—. ¿Puedo servirte algo, Edward?

—Nada. —Hizo una sonrisita de sátiro y palmeó el diván—. Siéntate.

Sus palabras le transmitieron la extraña sensación de algo que ya había experimentado, pero aceptó la invitación, sentándose de modo que pudiera mirarlo sin estar demasiado cerca.

—Cuéntame de Isabella Masen.

Ella se encogió de hombros.

—La historia no es muy interesante. Yo conseguí un trabajo en Charleston y luego volví aquí, con Alec. Eso es todo. La historia de Edward Cullen tiene que ser mucho más interesante.

Edward alzó las cejas y soltó un prolongado suspiro.

—En realidad, la vida de Edward Cullen es muy aburrida. Pasé dos años haciendo esa comedia ridícula, insustancial y luego hice aquella película de aventuras espaciales, igualmente insustancial. Luego, un espectáculo en Broadway, del que sí disfruté. No es que no me sienta agradecido por las "insustanciales" comedias televisivas o por la "insustancial" película de aventuras espaciales. Entre esas dos cosas, me convertí en un hombre independiente en el aspecto financiero. Ahora puedo escoger lo que quiero y mi próximo proyecto será uno bueno.

—¿Cuál es tu próximo proyecto?

—Una película, pero una buena, esta vez. Una reposición de una vieja obra de suspenso de Hitchcock.

—Eso es bueno —murmuró Bella—. Me alegro por ti.

—Es cierto, ¿no? —dijo él, extendiéndose para tocarle el mentón.

—¡Por supuesto! ¿Por qué no? —contestó ella, ruborizándose y tomándole la mano.

Al principio, fue ella quien le tomó la mano a él, pero de inmediato, la situación se tornó inversa: la joven se sintió fascinada ante los vagos diseños que Edward le dibujaba sobre las venas.

—Supongo que siempre recordaré a Jane.

—¡Tú la amabas! —le recordó Bella.

Él rió entrecortadamente, sin amargura.

—No creo que alguna vez Jane o yo hubiéramos sentido un gran amor el uno por el otro. Sólo estuvimos allí.

¡Así como yo "sólo estoy aquí"!, se advirtió Bella, deseosa de que la hermosa sensación que aquel sutil contacto estaba creándole, desapareciera. Pero fue en vano.

—¿Has tenido noticias recientes de Jane? —preguntó ella con indiferencia.

—No por boca de ella, pero sí —contestó con toda honestidad. Miró a Bella y su sonrisa se hizo más amplia—. Se casó con un vendedor de autos usados en Pittsburgh. Oí por allí que él no le permite salir de la casa. Tipo inteligente.

Una vez más, Isabella no pudo evitar echarse a reír. Era un final apropiado para la intrigante Jane.

—Ahora —comenzó a decir Edward, en el momento en que ella se dio cuenta de que le tomaba la mano de tal manera que no podía zafarse—, regresemos a Isabella Masen. Y el señor Masen. ¿Lo echas de menos?

—Yo… eh… —Los ojos marrones de Bella cayeron como una bola de plomo. Podría ser una buena actriz, pero como embustera, su actuación se tornaba bastante pobre. Había pasado tanto tiempo desde la creación de su historia… En el teatro de Alec, se le respetaba la intimidad de su vida.

Tratar de mentir a Edward era otra cuestión. Para empezar, sus preguntas la aterraban, le oprimían la garganta. Corría demasiado riesgo. Por otra parte, él era muy franco; Bella no podía imaginárselo mintiendo por ninguna razón. Y ella tenía la sospecha de que aquellos penetrantes ojos eran capaces de detectar cualquier falsedad antes de ser expresada.

—No —contestó ella, sin tratar de liberar su mano—. Pero, eh… el tema del padre de Mark es un asunto que no me gusta discutir.

—Entonces no hablaremos de él —dijo Edward suavemente.

El mismo Mark escogió ese preciso momento para aparecerse en la sala, con sus pasitos inseguros, trayendo consigo su colección de pequeños juguetes de la Guerra de las Galaxias. De reojo, Bella notó que Edward estaba frunciendo el ceño.

—Yo tenía rizos, como él, pero en lugar de ser castaños, eran cobrizos —dijo. Al pillar a Bella observándolo, agregó—: ¡Mi madre aún los conserva guardados!

Bella rió con él, pero el sonido parecía estar estrangulándole la garganta.

—Masen era muy castaño —se sorprendió diciendo—. Su cabello era más oscuro que el mío. Y él… él tenía rizos hasta que…

Había esperado que Edward la detuviera, que se disculpara por motivarle recuerdos pero no lo hizo. Su mirada ceñuda se profundizó.

—¿Por qué lo llamas Masen?

—Era su nombre —dijo Bella, ausente.

—Sí, lo sé —insistió Edward impaciente—. Pero la mayoría de las esposas o de las viudas se refieren a sus cónyuges con su nombre de pila. ¿Cuál era el nombre de pila de Masen?

—Mark —dijo Bella rápidamente. Con un solo movimiento, retiró abruptamente la mano y se puso de pie de un salto, ya que se sentía incapaz de permanecer quieta y sentada durante lo que restaba de la conversación—. Si vamos a cenar, será mejor que compruebe lo que hay en la nevera —dijo ella, para salir del paso—. Ponte cómodo.

—Lo haré —prometió él.

—Y…

—Y vigilaré a Mark. Es decir, si tú estás de acuerdo. Lo llevaré un rato afuera para que juegue.

—Seguro —susurró ella con espontaneidad—, si quiere ir contigo.

Sintió cierto pesar al descubrir que su hijito de dos años aceptaba la mano de Edward y su invitación de "vamos afuera" sin vacilaciones. Y tuvo que morderse el labio para evitar pensar que su propio hijo era un traidor.

—Vamos —dijo ella, con un suspiro—. La cena estará lista en una hora.

Rápidamente, se volvió hacia las puertas vaivén que daban a la cocina. No deseaba ver aquellas dos cabezas juntas, una llena de ricitos castaños y la otra, blonda. En cierto modo, se sentía feliz de que las cosas hubieran resultado de ese modo. Era un alivio no temer más a que Edward conociera al pequeño y llegara a una conclusión inmediata. Pero se preguntaba si siempre se sentiría tan incómoda.

Bella se sentía agradecida de encontrar en el refrigerador varios filetes. Se la pasó repitiéndose que Edward le había tendido una trampa para que lo invitara a cenar y que si no estaba a gusto con sus habilidades culinarias, tendría la inteligencia suficiente como para ir a cenar a otra parte en el futuro. Sin embargo, se esmeró sobremanera en aquel menú sencillo. Puso la mesa con un delicado mantel de lino, su vajilla de porcelana inglesa, un arreglo floral y dos velas. No le faltaba ingenio, decidió ella misma, al repasar sus esfuerzos antes de regresar a la cocina para guisar los filetes.

No vio a Edward, no lo oyó entrar. Aquella sensual y masculina fragancia que siempre la ponía en sobre aviso de su presencia se había disimulado por el olor de la carne que estaba cocinándose. No supo que había entrado hasta que Edward le rodeó la cintura con los brazos y susurró al oído de la joven:

—¡Eso huele delicioso!

Bella debió de haber pegado un salto de un metro y medio de altura, por lo que Edward se echó a reír, con carcajadas sinceras e irritables.

—No muerdo —le dijo él.

—Lo sé —respondió ella agriamente, sin pensar—. Sólo mordisqueas.

Edward aún la tenía asida por la cintura, estrechándola con fuerza contra su cuerpo, presionándole las caderas contra las suyas. Ella luchó por liberarse.

—Vaya, Isabella —dijo él socarronamente—. Parece que tú también tienes memoria.

Bella dejó de forcejear para contemplarlo boquiabierta y molesta. Los ojos de Edward emitían su fuego verde penetrante, y luego, sus labios descendieron para aprovecharse completamente de la ventaja que le ofrecía tal situación. Se posaron sobre los de Bella con rapidez y persuasión. Demasiado sorprendida para protestar, sintió que su boca estaba dulcemente invadida por la calidez de aquella lengua. Los dedos de Edward se extendieron sobre la espalda de la muchacha, haciendo el contacto entre ellos algo tan íntimo que sus ropas bien podrían no haber existido. Bella podía sentir el vibrante calor de su cuerpo y los fibrosos músculos del hombre, cuando sus brazos cayeron sobre aquellos hombros. En su cabeza retumbaba un sonido de advertencia, pero ella parecía no tener fuerzas para prestarle atención. Edward no tenía intenciones de que el beso fuera corto u olvidable. Sus manos emprendieron un masaje descendente por la espalda de Bella, mientras su boca seguía incursionando profundamente, explorando, saboreando, dejándola sin posibilidad de oponerse.

No era justo, pensó ella vagamente, él era más fuerte. Pero hubiera estado mintiéndose si creía que únicamente la fuerza física la mantenía entre los brazos de Edward. La fragancia masculina y la exigente magia que esas manos creaban sobre su espalda eran hipnóticas. Bella recordaba la sensación de aquellos dedos sobre su piel desnuda, recordaba con placer que aquellos labios podían tejer exóticos hechizos en cualquier parte de su cuerpo. Con inmensa claridad como si los hechos hubieran sucedido el día anterior, recordó aquel magnífico físico fusionándose con el suyo, creando éxtasis genuino. Un éxtasis que poseía la agonía de lo negado. Edward se entregaba con todo su ser, excepto el corazón…

Humillada y horrorizada por la intensidad de la excitación que fluía dentro de sí ante aquella hábil conquista, Bella finalmente reunió las fuerzas necesarias para luchar contra Edward. Y entonces, él la soltó al instante, sonriendo con la satisfacción de la victoria.

—¡Maldito seas! —gritó la muchacha roncamente—. Nunca vuelvas a tener la osadía de repetir esto. No tienes derecho… Te invité a cenar.

—Lo sé —sonrió él con aire perverso, sin sentirse intimidado por los puños de la joven, fuertemente cerrados—. Me invitaste a cenar, no a la cama. Pero como ves, no estoy arrastrándote.

Estuvo tentada de abofetear aquel rostro tan apuesto.

—¡Creo que ni tú, Edward, serías capaz de arrastrar a una mujer a la cama, sabiendo que su hijo de dos años está en el cuarto contiguo! —Enfurecida, prosiguió, sin pensar en lo que decía—. ¡Ahora puedes comprender por qué no tengo interés en salir contigo! No tengo intenciones de volver a ser víctima de otra vio…

Interrumpió sus propia palabra, asombrada y arrepentida en el momento en que vio que los ojos de él se ensombrecían en peligrosas gemas de profundo índigo. Al emitir esa única palabra, completando la frase de Bella, la voz de Edward sonó, como un engañoso susurro sereno.

—¿Violación?

Ruborizándose, furiosa, Bella cerró los ojos y se apartó abruptamente de él, masajeándose las sienes,

—Creo que ambos sabemos lo ridículo que fue aquello farfulló él. Si fue una violación, no caben dudas de que fue la más provocada de la historia.

Edward había alcanzado el límite de su poco afamado y con frecuencia disimulado carácter. Su brazo se aferró al de Bella y la obligó a darse vuelta como si hubiera sido un disco.

—¿Esa ha sido la razón de toda esta frialdad? ¿Te has engañado con la idea de que yo te violé?

—¡No! —murmuró Bella, terriblemente entristecida.— No fue mi intención decir eso. Estaba enojada y, por favor, suéltame.

Farfullando un insulto, la soltó y caminó con gigantescos pasos junto a ella.

—¿Qué estás haciendo? —gritó ella, atemorizada por la violencia de su movimiento.

—Estoy retirando tus filetes del fuego antes que se quemen —contestó tomando el recipiente de la carne. Caminó furioso rumbo a las puertas vaivén. Deteniéndose abruptamente, giró para dirigirse a ella nuevamente—. Y ahora, señorita Masen, voy a ver a su hijo.

Sin el más mínimo interés en lo que ella podría haber agregado, Edward cerró violentamente las puertas vaivén, dejándolas mecerse en forma errática por su movimiento.

“¡Mark!" pensó ella nauseabunda. Momentáneamente había olvidado a su hijo, mientras Edward, completamente iracundo, lo había recordado. Bella se preguntaba si Edward aún querría compartir la cena con ellos o si se marcharía, Edward debía irse. Sería lo mejor. Serían enemigos durante todo el verano. Pero a pesar de sí misma, Bella deseaba que no lo hiciera.

Edward estaba sentado, sobre el sofá, haciendo rodar un balón hacia adelante y hacia atrás para entretener a Mark, quien estaba sentado en el suelo, a pocos metros de distancia. En silencio, Bella comenzó a colocar las distintas bandejas sobre la mesa.

—¿Puedo ayudar? —preguntó él con frialdad.

—Sí, puedes servir el vino.

El silencio que se produjo fue tenso y ominoso. Sólo Mark charlaba, contento con su nuevo amigo. Edward lo elevó muy alto en el aire antes de acomodarlo en su sillita. El brillo de su oscura cabellera retrocedía cuando el niñito soltó una alegre carcajada.

—Es demasiado pequeño para sentarse a una mesa tan elegante —comentó Edward, mientras apartaba una silla para que Bella se sentara.

—Es único hijo —explicó con modestia—. Va a muchos sitios conmigo y ha ido a restaurantes a cenar desde que era mucho más pequeño. —No agregó que simplemente había tenido suerte con Mark. Era meticuloso de nacimiento: comía correctamente y le agradaba tener sus juguetes en orden.

La cena se desenvolvió en forma agradable y rápidamente. Luego Edward insistió en ayudar con la vajilla. Sin embargo, Edward no volvió a intentar tocarla. Sus comentarios no tocaron ni remotamente, el aspecto personal. Parecía que habían llegado a un amistoso acuerdo.

Habían cenado temprano, de modo que tenían mucho tiempo para disfrutar del café.

—¡Maldición! —exclamó ella cuando trajo el café—. ¡Olvidé mi auto!

—No te preocupes por él —le dijo Edward, levantando su taza—. Cuando vayamos al teatro le echaré un vistazo. Créase o no —agregó—, entiendo algo de mecánica. Y si yo no puedo solucionar el problema, lo llevaré a un taller mecánico.

—Gracias —murmuró Bella, sorbiendo su café, mientras pensaba qué diría el público de Edward. Hasta el momento, la "gran estrella" había hecho de chofer, entretenimiento de un niñito que apenas comenzaba a andar, auxiliar de cocina y también se había sentado a cenar a una mesa modesta. Y luego jugaría al mono engrasado.

Se sorprendió cuando sonó el teléfono. Oponiendo una excusa, se sintió preocupada al darse cuenta de que la llamada era de la señora Newton. Se excusó porque no podría cuidar de Mark esa noche.

Entre apresuradas despedidas, Bella colgó el auricular y se apoyó contra la pared. ¿Qué más podía sucederle ese día? Mordiéndose una de sus largas uñas se preocupó por lo que haría con Mark. Sus padres se habrían sentido felices de poder cuidarlo, pero estaban en Forks. Su hermano Jasper también se habría sentido feliz de poder ayudarla, pero estaba a una hora de distancia, en Port Angels. Suspirando, decidió que tenía que llamar a la esposa de Harry Clearwater, Sue. Pero eso significaba que Bella tendría que llevar allí a Mark y dejarlo a pasar la noche.

—¿Algún problema?

Edward estaba en el vestíbulo, de pie, con las manos sobre las caderas, y sus astutos ojos verdes fijos en ella. La joven trató de hallar algún indicio de burla allí, pero no lo encontró.

—Sí, un verdadero problema —le contestó ella, pensando aún mientras hablaba—. Mi niñera ha sufrido un accidente. Discúlpame —dijo a Edward, al darse cuenta de que estaba frente a ella—. Debo solucionarlo rápidamente.

Edward le arrebató el recibidor de la mano. Confundida por su acción y molesta por la electricidad que le produjo tal contacto, Bella lo miró con acalorada desazón.

—Edward…

—No tienes ningún problema —le informó con firmeza—. Yo cuidaré de Mark.

—¡Tú! —gimió Bella.

—Soy un adulto responsable —le recordó secamente, divertido por el tono sorprendido y consternado de su voz.

—Pero… pero ¡tú no puedes!

—¿Por qué no?

—Porque… —Bella balbuceó, tratando de encontrar las palabras, mientras asombrada, contemplaba a Edward que regresaba el teléfono a su sitio—. Porque tienes que ayudar a Smoky en el negocio. Y yo no puedo imponerte nada.

—Me llevaré a Mark conmigo por una hora aproximadamente y le daré algo para hacer —dijo Edward, descartando la protesta—. Y no es ninguna imposición, me gustan los niños.

—Escucha, Edward. Es muy gentil de tu parte que te ofrezcas a…

—No estoy ofreciendo nada, estoy haciendo. Siéntate y bebe tu café.

Aún confundida, Bella se dejó caer sobre el sofá.

—¡Cálmate! —le ordenó—. Sé lo que estoy haciendo. Mark estará perfectamente seguro conmigo.

—Tiene que ir a la cama —dijo Bella.

—Lo hará.

—Pero… —La joven hizo un último intento de rechazo pero al instante, Edward dijo con severidad:

—No hay "peros". Somos afortunados de que esto haya sucedido ahora que aún estoy libre de trabajo por la noche. Ya está solucionado.

—De acuerdo —aceptó Bella de mala gana. Bebió hasta la última gota de su taza de café—. Tendré que darme una ducha. Ya puedes empezar a cuidar de Mark.

Bella corrió a su habitación para recoger sus cosas y luego se metió al cuarto de baño, con idéntica prisa, para preparar su ducha. Se sentía aliviada, aunque al mismo tiempo, enviaba a Edward al más fogoso de los infiernos.

Mientras se dirigían hacia el teatro, la joven habló muy poco, hecho que Edward pareció no percibir. Mark no dejaba de parlotear en su idioma pocas veces comprensible.

Cuando llegaron a las puertas del escenario, Bella salió corriendo hacia su camarín, dejando las explicaciones por la presencia de Mark allí a cargo de Edward. El había estado tan seguro de que todo marcharía bien, que la muchacha dejó que él platicara con el empleador de ambos.

—Parece que pasas bastante tiempo con el señor Cullen ¿no? —molestó Rosalie a Isabella, con una mirada vaga y lacónica, mientras se sentaba sobre su banco.

—No mucho —respondió ella, alcanzando su caja de maquillaje.

—Entonces, no hay nada entre ustedes, ¿verdad?

—Nada —admitió Bella, tratando de ignorarla.

—Bien. —Rosalie giró con su silla y observó los ojos de Bella en las brillosas luces del espejo—. Entonces no te importará si hago un jueguito para él.

Al ser sorprendida con la guardia baja, Bella se quedó helada, sosteniendo la esponja en el extremo de su nariz. ¿Importarle? Le importaría terriblemente, admitió para sí, en el momento en que tuvo la sensación de que el estómago se le revolvía y el corazón le daba un vuelco. Por mucho que le temiera a Edward en más de un aspecto, sabía, extraña y ferozmente, que prefería quemarse en el fuego de él una vez más, antes que verlo en brazos de otra mujer. Estaba segura de que Edward había tenido un desfile de amantes durante los últimos tres años posteriores a su partida, pero ella nunca había tenido que verlas.

—¿Importarme? —Apretando los dientes para sonreír, desafió los ojos de Rosalie—. Rosalie, no podría impedir que planearas un jueguito para nadie, ¿no?, tuviera o no interés. Entonces —sus ojos se entrecerraron levemente—, adelante. Elabora el jueguito que se te dé la gana.

Rosalie se echó a reír y recogió su espesa cabellera castaña en una cola de caballo.

—Es cierto, cariño, jugaré con quien me plazca. Pero quería saber cuál era tu postura. Odiaría pensar que fui yo quien impidiera que nuestra Virgen de Hielo se derritiera.

Bella se puso de pie abruptamente para enfrentar directamente la mirada perversa de Rosalie.

—Preocúpate por ti, Rosalie. Yo me preocuparé por mí.

Decidió que la prisa que se había dado para maquillarse le dejaba tiempo suficiente como para ir a ver a su hijo. Al entrar a la enorme sala que hacía las veces de zona de escena principal, descubrió a Mark, sentado feliz, con un pincel en la mano. Edward rió entre dientes.

—Te has cambiado rápido.

Bella se encogió de hombros.

—Traje simple, maquillaje simple. ¿Cómo va? —preguntó.

—Bien. —Edward inclinó la cabeza en dirección a Mark, quien no había notado la presencia de su madre—. Como puedes ver. —Tiró suavemente de una de sus trenzas—. Anda. Vete de aquí y da un buen espectáculo. Prometo llevarlo a casa pronto. Probablemente pase por mi casa a buscar algunas cosas, y usaré tu ducha. —Hizo una mueca—. Un día de ensayo… ¡Me siento terriblemente sucio!

—Seguro —aceptó Bella, con una repentina sensación de calidez. Era la misma extraña sensación de calidez que había experimentado cuando lavaron juntos la vajilla: una sensación de agradable domesticidad a la que no deseaba reconocer. Pero tonto como era el hecho, le agradaba la idea de imaginar a Edward en su ducha—. Regresaré a casa tan pronto como pueda —dijo ella rápidamente, volviéndose, para evitar sentirse más incómoda ante su presencia.

—No hay prisa —contestó él.

Esa noche, el espectáculo fue especialmente bueno y los admiradores de Bella la retuvieron. Pero no podía hacerse nada al respecto. El teatro de Alec, aunque constituía una especial atracción para los turistas, sobrevivía porque los locales lo mantenían y cada miembro del elenco sabía perfectamente lo importante que era recibir personalmente los elogios y las felicitaciones del público.

Finalmente liberada de su traje, Bella se apresuró a avisar a Alec que ella podría necesitar que la llevaran y luego salió para ver su auto. Luego volvió corriendo para informar a Alec que no necesitaría su transporte, pero sólo recibió las bromas de su director.

—Haciendo migas con Edward ¿no? —le dijo Alec con fingida solemnidad—. Por ser una muchacha que pocas noches atrás se negaba rotundamente a compartir una copa con él, parece que estás en muy buenas relaciones.

—Me pediste que fuera amable —dijo Bella, cansada y con deseos de llevarse sus confusas emociones a su casa para esclarecerlas con unas cuantas horas de sueño.

—No te pongas temperamental conmigo —le advirtió Alec con burlón horror, fingiendo estar herido.

Bella se apresuró a salir del teatro, para conducir rápidamente hasta su casa, en medio del tráfico. Su casa se veía extrañamente serena en el momento en que introdujo la llave en la cerradura.

Al entrar, descubrió por qué. Edward estaba profundamente dormido, acurrucado cómodamente en el sofá, ignorando sus tobillos y pies desnudos que sobresalían unos cuantos centímetros de aquél. Se quedó quieta y lo contempló, incapaz de resistirse a la tentación de estudiarlo en ese momento en el que estaba en un estado tan vulnerable. La maraña de dorados cabellos estaba fascinantemente desordenada. No había vestigios de aquella rápida y oscura cólera de la que Bella se sabía capaz. Tenía los labios esbozando una media sonrisa, como si hubiera estado soñando algo agradable. Colocó suavemente la mano sobre su hombro y percibió su regular y tranquila respiración y los duros músculos que no reflejaban tensión alguna en su descanso. Se apartó del sofá. Eran casi las dos de la madrugada. Habría sido un pecado despertarlo. ¿Qué había de malo en permitirle concluir su descanso en aquel sofá? Bella sólo vaciló durante un momento más y luego trajo una manta y una almohada de su cuarto. Medio con ternura, medio con nerviosismo, colocó la almohada debajo de su cabeza y lo cubrió con la manta. Edward ni se movió.

Con un confuso suspiro, la joven fue a ver a Mark y apagó las luces. Se detuvo una vez más para contemplar a Edward y para preguntarse con curiosidad si él significaba algo para ella… cualquier cosa. Él era una famosa estrella que amaba a las mujeres y luego las abandonaba. Bella sería una completa idiota si alguna vez se imaginaba algo más. Pero afortunadamente, una idiota muy cansada. Se quedó dormida en cuanto apoyó la cabeza sobre la almohada.


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6 comentarios:

  1. Muy tierno con el bebe le encantan los niños asta cuando seguirá Bella mintiendo, gracias nos leemos

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  2. Parece que Edward consigue lo que quiere jajaja

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  3. Será que Edward de verdad no se dio cuenta que Mark es su hijo? Bella es tan buena actriz que hizo pasar a Mark por hijo de otro???? Espero que pronto Edward pueda jugar esos jueguitos con Bella y no con Rosalie...
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  4. Jajajaja que juego hará Rosalie..Gracias linda..

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