Tras Telones 4

—¡Mami! ¡Mami!

Bella alzó un párpado en el momento en que Mark se subió a la cama, palmeándole insistentemente el brazo. Su pequeño rostro estaba alterado.

—¡Edward! —le dijo, con una excelente pronunciación del nombre. —Edward en el sofá.

—Sí, lo sé —sonrió Bella—. Estaba durmiendo cuando yo llegué, así que lo dejé. ¡Shhh!

Mark repitió el ademán de su madre de llevarse el dedo a los labios.

Aún en un estado medio eufórica, Bella echó una nostálgica mirada a sus sábanas frescas y a su almohada mullida. Pero no quería ser sorprendida durmiendo cuando Edward despertara.

—Juega en silencio —le advirtió, apagando la alarma de su reloj que debía sonar de un momento a otro—. Mami tomará una ducha, se vestirá y preparará el desayuno. Después despertaremos a Edward, ¿de acuerdo?

Mark asintió feliz, y sus inseguros pasitos lo llevaron de regreso a su habitación. Bella tomó la ropa que utilizaba para los ensayos y salió corriendo al cuarto de baño, decidida a que él no la sorprendiera en el mismo estado de vulnerabilidad en el que ella lo hubiera visto la noche anterior. Salió rápidamente, totalmente vestida y con su maquillaje un poquito más preciso que de costumbre.

Tenía plena conciencia de que trataba de impresionar a Edward, cuyo estático cuerpo aún seguía extendido debajo de la manta. Sólo se veía la parte superior de la cabeza y los extremos de los dedos de sus pies. Bella decidió preparar un desayuno bien copioso, aunque por lo general, ella y Mark se conformaban con tostadas y cereales. Decidió que impresionarlo no era un deseo tan terrible. Ella quería que Edward se fuera, considerándola una mujer fría, sofisticada y totalmente independiente.

Finalmente, cuando el aroma del desayuno invadió la sala, Edward despertó. Caminó hacia la cocina. Con los cabellos deliciosamente desordenados y la  verde mirada aún borrosa por el sueño, logró que el corazón de Bella pegara un salto terrible golpeándole el pecho. Edward le dirigió una sonrisa y ella sintió que se sofocaba. El tiempo y la experiencia nada habían cambiado. Bella amaba ese físico poderoso de la misma manera que tres años atrás.

Pero ahora, más que antes, sus sentimientos y emociones eran inútiles. Si en la mente de Edward existía algún remoto sentimiento o intención sería, sin duda, no le pertenecería a ella. Por necesidad, Bella había echado un manto de engaño entre ellos. Un manto que debía permanecer allí, a toda costa, con la firmeza de un muro de hierro. Una vida sin la presencia de Edward sería una agonía. Se traduciría en noches enteras sin dormir y en horrendas pesadillas. Pero tampoco podía pensarse en una vida en la que Edward conociera todo respecto de Mark.

—Buen día —dijo ella, con una voz inintencionadamente cortante.

—Buen día —respondió él, arrastrando la voz. Alzó una burlona ceja por el tono de la muchacha. Con ambas manos, se frotó la nuca—. Y sí, gracias, dormí muy bien. Aunque debo decir —continuó Edward, sirviéndose una taza de café— que me sorprende que no me hayas despertado. No parece que estés particularmente temerosa de mi presencia y por —maliciosamente, le corrió el mechón de cabello que le caía sobre el rostro— lo que digan los vecinos.

—¡Basta! —Bella apartó aquella mano de su rostro con una bofetada—. Los vecinos no dirán nada. Dudo que noten tu auto, porque desaparecerá contigo cuando hayas terminado de desayunar. —Bella retrocedió hacia las puertas vaivén y lo contempló—. Trae las tostadas, por favor, ¿sí?

—Será un placer. —Obediente, Edward tomó la bandeja y siguió a Bella. Mientras comían, Edward se negó a aceptar que ella se retirase, elogiándola profusamente y chacoteando con Mark. Una vez terminado el desayuno, Edward recogió todas sus cosas sin discutir, aparentemente deseoso de marcharse ya que no le daban más conversación.

Atrapada entre el dolor y el alivio por la actitud de Edward, Bella se sintió sumamente sorprendida: el actor colocó todas sus cosas sobre la silla que estaba junto a la puerta y la tomó por los hombros de tal manera que le impidió escapar.

—Sabes que fue en serio lo que dije el otro día durante el almuerzo —dijo él, con la voz muy dura, mientras los dedos la asían con firmeza—. Tengo intenciones de acosarte sin piedad. Te tendré otra vez, pero trataré de ser paciente. Quiero que vengas a mí, pero cuando ambos estemos enteramente lúcidos. La segunda vez, no habrá oportunidad para que digas que fue una violación.

Bella había enfrentado aquella acalorada mirada verde con una gran serenidad en sus ojos. No podía permitir que Edward detectara debilidad en ella.

—Edward —objetó la muchacha—. Pido disculpas por lo que dije. Pero tú no comprendes. Simplemente, no estoy interesada en mantener una relación, especialmente contigo.

—¿Por qué? —le preguntó con rudeza.

—Porque —balbuceó levemente—, simplemente no te quiero…

—¡Mientes! —vociferó él en un sonoro rugido—. Ayer te besé sólo para comprobarlo. Y creo que lo he probado sin ningún lugar a dudas.

—Edward…

En un movimiento rápido y fugaz, Edward le arrancó de los labios lo que Bella había estado a punto de decir. Esa vez no se limitó a besarla simplemente; incursionó violentamente en la boca de la muchacha. La tomó completamente con sus labios y sus manos, exigiendo posesión de aquel cuerpo tan débil. Sus manos recorrieron la tersa piel del diafragma de Bella, por debajo de la blusa. Luego, desabrochó el sostén, reclamando los senos de la joven por debajo del encaje que los cubría, con sutil aunque autoritaria plenitud. Masajeó aquellos abundantes pechos con los dedos, dibujando círculos a veces bruscos, a veces tiernos… Los pulgares atormentaban los rosados pezones hasta erectarlos por completo.

Bella opuso una protesta, pero una vez más, Edward fue más rápido que ella. Los brazos de la joven cayeron sobre los de él: primero, para tratar de quitárselos de encima, luego para entrelazarse, impensadamente, fascinada por la fuerza y la calidez que poseían. A pesar de los pantalones de jean que ambos lucían, Bella sintió el candente deseo, ardiente, quemándole el cuerpo en el momento en que las caderas de Edward se movieron hacia las de ella, con aquella lengua que incursionó en su húmeda cavidad. Quiso detener esa incursión pero no pudo. Pocos minutos después, durante los cuales perdieron el aliento y la razón, Bella se dio cuenta de que pudo haber hablado: en un momento dado, los labios de Edward abandonaron los de ella para descender por la mejilla, hasta llegar a la oreja, para acariciarla, con pequeñas exploraciones de la lengua. Luego, regresó a la garganta de la muchacha, con una solicitud que ya no era autoritaria, sino completamente implorante.

De alguna manera, los botones de la camisa de Bella estaban desabrochados en su totalidad. Entonces, la lengua del hombre recorrió las áreas previamente visitadas por sus dedos, liberándose del sostén con cómoda espontaneidad. Una primitiva excitación se apoderó de Bella. Los murmullos de protesta se convirtieron en susurros de placer. Abandonó los brazos del hombre para acariciarle la espalda y sin ninguna clase de inhibiciones, presionó su cuerpo contra el de él, saboreando la sensación de aquellos poderosos hombros, respirando su fragancia.

El ataque de Edward se detuvo abruptamente, pero cuando ella quiso alejarse, en una situación embarazosa, Edward la abrazó con fuerza.

—¿Por qué me mientes Bella? —susurró—. Está todo aquí cariño. Sé que me quieres. Creo que tienes interés en mí. ¿Por qué tienes miedo?

Edward se apartó escasos centímetros de ella para acomodarle la ropa y ella luchó por liberarse de él.

—¿Me soltarías por favor? —gritó enfadada. ¡Dios! ¿Cómo podía ella resultar tan fácil?

Cerró los puños con una fuerza que equiparaba la potencia con la que Edward apretaba los labios.

—Sí, Isabella, me iré. Pero puedes estar muy segura de que regresaré. No dejaré que nos arruines esto a ambos. No sé qué es lo que pasa por ese secreto cerebro que tienes, pero prometo que llegaré al fondo de la cuestión. Tienes miedo de mí. Te dejé ir con fría indiferencia hace tres años, pero te garantizo que no lo haré otra vez. Te hiciste mía aquella noche en la que me diste, repito: "me diste", la virginidad que aún insistes en negar. Esta vez, mi amor, serás mía.

—¡No! —exclamó Bella, tanteando sus botones con el deseo de reacomodarse la ropa. Parecía incapaz de trabajar apropiadamente con los dedos o de apartar los ojos de aquella fogosa mirada de Edward.

—Como te dije, te tendré y llegaré al fondo de la cuestión.

Al salir, dio semejante portazo que los vidrios de la ventana vibraron. Agitándose de manera estridente al oír las pisadas que se alejaban, Bella se dejó caer sobre el sofá.

—¿Mami? —La voz de Mark que la llamaba desde su cuarto interrumpió su estado de entumecimiento.

—Voy —dijo Bella, poniéndose de pie como una autómata—. Debemos irnos, Mark —continuó ella, con el mismo sistema mecánico.

Y luego volvió a enfadarse. "¡Maldito ese Edward Cullen que había vuelto a meterse con la vida de ella!" Una vez la había roto en mil pedazos y al final Bella había conseguido pegarlos con adhesivo hasta transformarla en algo funcional. ¿Quién se creía para volver con exigencias?

Su cólera permaneció con ella, como una fuerza potente que la animaba. Dejó a Mark en la guardería y se dirigió al teatro.




Bella llegó con unos minutos de retraso. El ensayo ya había empezado. Se sentó en uno de los asientos de atrás, junto a Rosalie.

—Alec está de mal humor —le explicó, con un murmullo de indiferencia—. Empezó cuando dio comienzo el ensayo. De todas maneras, te aconsejo que trates de no cometer errores.

—Gracias —murmuró Bella, abriendo su bolso dentro del cual revolvió para tratar de encontrar un lápiz. Salió corriendo al escenario y asintió con la cabeza, en señal de agradecimiento hacia Rosalie. Había estado en lo cierto. Alec estaba de un humor deplorable y estallaba ante el más mínimo error. Bella se mordió el labio y se tragó las palabras que había deseado retrucarle, notando, con resentimiento, que aparentemente, Edward era el único privilegiado que gozaba del buen trato de Alec.

Pero entonces, puso en duda que alguien, hasta el más influyente director de Hollywood o de Nueva York, pudiera gritar a Edward Cullen. Simplemente se trataba de una persona a la que nadie se animaría a tratar mal, a menos que uno fuera un temible gorila.

Por lo general, Alec era agradable y muy profesional. Para estar actuando de aquella manera algo tenía que estar ocurriéndole.

—¿Cuál fue el motivo de todo esto? —preguntó Bella a Alec, no bien terminó la escena y comenzó el descanso de cinco minutos.

Alec arrojó su lápiz sobre la mesa y se reclinó sobre el respaldo de la silla.

—Nada —le comentó disgustado—. Absolutamente nada, ¿lo crees? —se puso de pie y se desperezó—. No hay razón ni excusas. Sólo estoy cansado. —Mirándola con una sonrisa confusa, continuó—: Lo siento, Bella. Discúlpame ahora. Tengo que irme. Di a los demás que lo lamento.

Un segundo después que Alec se marchara, Emmett se desplomó sobre la silla donde él había estado sentado. Bella lo miró interrogante, ya que era obvio que él estaba investigándola.

—Entonces, cariño —preguntó—, ¿has pasado una buena noche? La mirada ceñuda de Bella se arqueó.

—No lo sé —contestó ella secamente. Pareces estar insinuando algo que ignoro.

—¡Dulce e inocente hasta el fin! —proclamó Emmett, riendo en forma entrecortada—. Estoy preguntándote con toda preocupación por tu bien. Según parece, tú y nuestro galante protagonista han "intimado". ¡Cómo se me destrozó el corazón! Esta mañana pasé por tu casa para asegurarme de que tuvieras vehículo porque Alec me había contado que tenías problemas con el tuyo. ¿Y con qué me encuentro? Con mi virgen princesa, mi reina de pedestal, involucrada en una relación, mortal y normal. ¡Has pasado la noche con Edward Cullen!

—¡Oh, señor! —gruñó Bella. ¡No pasé la noche con Edward!

—¿No? Sólo pasó por tu casa a las siete de la mañana.

—¡Por supuesto que no!

Bella suspiró. La pregunta que Emmett le formulara había sido motivada por una preocupación genuina. Hacía mucho tiempo que ella y Emmett eran muy amigos y por lo general, hablaban de todo, mayormente, de los problemas amorosos de Emmett. Pero ahora, las cosas se daban a la inversa.

—Sí. No. Quiero decir, sí. Edward durmió en mi casa. Pero no: no dormimos juntos. Anoche se quedó a cuidar a Mark y cuando regresé a mi casa, lo encontré dormido. Entonces decidí dejarlo tranquilo. No comentes nada de esto con nadie, ¿eh, Emmett? ¡Por favor! No tengo ganas de soportar las bromas e ironías de los demás.

Emmett suspiró y le palmeó la mano.

—Lo siento niña, pero ya estás expuesta a las bromas. Yo no dije nada porque considero que cualquier dato que a tu vida concierna es información calificada. Pero Ángela también pasó por tu casa y es lo mismo que si hubieras publicado toda la historia en la primera página del periódico. Estoy seguro de que lo ha desparramado por medio elenco, si es que ya media ciudad no está al tanto de la noticia.

—¡Maldición! —gimió Bella.

Emmett tenía razón. Si bien no recibía ningún comentario directo de ninguno de sus compañeros, todos enviaban furtivas y cómplices miradas en dirección a ella. Notó que Edward no se había percatado aún. Por supuesto que tenía que ser así, pensaba furiosa. Nadie se atrevería a burlarse de él.

Bella atrapó a Edward en el ala izquierda del escenario mientras se hacía la preparación de la tercera escena del día.

—Me gustaría mucho —le dijo con severidad—, que me ayudases a desmentir los rumores que se están corriendo.

—¿Qué rumores? —preguntó él, confundido.

Un molesto rubor tiñó las mejillas de la joven.

—Cierta persona muy chismosa ha visto tu auto en mi casa.

—Ahhh —murmuró él—. De modo que todo el mundo supone que dormiste conmigo.

—¡Precisamente! —vociferó ella.

—Es una pena que por el momento sea sólo un rumor.

—¡Edward!

—No te inquietes —le advirtió—. No durará mucho.

—Realmente eres un arrogante canalla —gruñó Bella, lista para estallar.

—No, Bella, lo siento. ¿No crees que estás exagerando un poco tu reacción? ¿Tiene que importarte lo que la gente comente? Por Dios, Bella, eres mayor de edad. Lo que hagas o dejes de hacer es asunto tuyo, si cierto rumor te desagrada, ¡ignóralo!

Con su grado de irritación visto desde un nuevo ángulo, la muchacha se dio cuenta de que estaba cayendo justamente en las manos de aquellos que sólo deseaban atormentarla. Deprimida, Bella echó un vistazo a su alrededor, bajo las penumbras que la tenue luz ofrecía, para notar que su tono de voz había atraído a curiosas miradas que se posaban en ella. Volviendo su atención a Edward, descubrió en el verde brillo de sus ojos, la burla que su actitud estaba produciéndole. Bajando la voz hasta alcanzar un murmullo apenas audible, farfulló:

—Esto no tiene ninguna gracia.

—Lo siento. —Se llevó una mano a la oreja y se inclinó en dirección a ella—. No pude oír lo que dijiste.

—¡Maldito seas!

—Lo siento —repitió él—, pero no esperes que me sienta molesto. Realmente me parece gracioso y también a ti te parecería gracioso si te permitieras tener un poquito de buen humor.

—Escucha, Señor Estrella de Cine —exclamó—, los rumores son graciosos en Hollywood. Quizás en Nueva York y hasta probablemente en Chicago o en Jacksonville. Esto es Washington. Tengo un hijo…

—Bella, estamos en Washington, sí, pero en el siglo veinte. Y además, tu hijo tendrá un padre antes que aprenda lo que es un rumor. Dije que iba a conseguirte y eso significa bajo todos los aspectos: también tengo intenciones de casarme contigo.

Bella no tuvo oportunidad de decir o hacer otra cosa que no fuera quedarse pasmada. Con una breve frase, Edward se disculpó, se dirigió hacia el escenario, desde donde realizó su metamorfosis para convertirse en Otelo mientras ella lo observaba.

Estaba loco. No, estaba bromeando.

Pero realmente, era un excelente actor. Cuando Bella se reunió con él en el escenario, rápidamente Edward logró transportarla a la mágica ilusión de actuar con el especial fervor que parecía despertar en todos. Era fácil ser Desdémona, fácil entregarle el amor que el papel demandaba, fácil tenerle miedo. Edward, sin su traje, sin su maquillaje, sin la coreografía, era capaz de hipnotizar a todos sus compañeros de labor.

Cuando Bella abandonó el escenario se sintió casi vacía. Obligando a su exhausto cuerpo a bajar los peldaños, tomó asiento junto a Alec. Tranquilamente, para no molestar la concentración de su director, se sirvió una taza de café sin hacer ruido. Edward le arrebataba las fuerzas tanto en escena como fuera de ella, Bella, quien por lo general se sentía muy segura de sí, no tenía la más remota idea de cómo manejarse con él. Por el momento, sólo tendría que ignorarlo.

Cuando finalmente Edward bajó del escenario, la muchacha siguió bebiendo su café y estudiando su libreto sin levantar la vista. La atención de Edward estaba concentrada en los demás, en Rosalie entre ellos, quienes se alegraron de poder incluirlo en la charla. Con una sensación de celos que despreció, Bella notó que Rosalie aún estaba ansiosa por preparar ese jueguito para Edward, se corrieran o no rumores. La alta morena estaba colgada descaradamente de él, susurrando una intencionada pregunta y maldito Edward si no se volvía para dirigirle una sonrisa.

—Aguarden sólo un momento —dijo Alec a todos, subiéndose al escenario—. Sé que estuve terrible hoy. Estoy cansado. De modo que ustedes también deben estarlo. Entooooonces… no habrá función el domingo ni el lunes. También les doy el día martes libre. No habrá ensayos. Sólo se dará cierta información sobre el espectáculo. Para aquellos que deseen hacerlo, también estoy haciendo extensiva una invitación abierta. He rentado una casa para el fin de semana. La playa, el sol, los botes a vela. ¡Si pueden, tienen la oportunidad de descansar! Eso es. Hasta esta noche.

Bella giró abruptamente y salió rápida y agraciadamente del teatro. Conociendo a Edward, estaba segura de que él hubiera encontrado la manera de tenderle una buena trampa para que aceptara ir ese fin de semana. ¿O no? ¿Realmente le importaba si ella iba o no? Edward no había parecido muy disgustado por tener a Rosalie colgado de él y ella había puesto muy en claro que disfrutaba de estar así con él. 



Esa tarde, horas después, mientras estaba sentada sobre el sofá, le resultó difícil concentrarse en su guión, por fácil que hubiera sido aprenderlo. Su mente repetía una y otra vez las palabras de Edward: "Me casaré contigo." Qué absurdo. Probablemente, ni siquiera había pensado una sola vez en ella durante los últimos tres años. Con saña, Bella pensó que las palabras de él eran sólo Hollywood y Nueva York. En aquellas ciudades sofisticadas, hablar no costaba nada, por lo menos, en el ambiente teatral. Los amoríos pasajeros eran cosa fácil. No era difícil leer que un actor se casaba esta semana para divorciarse a la siguiente, cosa que no importaba. Todo lo que podría llegar a tener con Edward no sería más que un romance pasajero. Bella no podía casarse con él por más que él hablara en serio. El matrimonio implicaba iniciar trámites con documentación y si Edward recurría a esa documentación, descubriría que ella no era viuda.

—¡No! gritó en voz muy alta—. Maldito seas Edward Cullen. ¡No otra vez!

—¡Edward! —Mark, quien había estado jugando tranquilamente con unos cubos, levantó la vista al oír el nombre y lo repitió correctamente—. ¿Edward viene?

—No, no, cariño —dijo Bella rápidamente—. Mami sólo estaba pensando en voz alta.

Sólo pensaba en voz alta. Ridículo. No había futuro en los sueños. Era mejor eliminar de raíz todos aquellos sueños que jamás podrían convertirse en realidad. No con los obstáculos que se interponían entre ellos: el principal, uno que Edward nunca podría imaginar.

Bella no intentó en ningún momento pedir a nadie que cuidara de Mark durante esos dos días porque en ningún momento, tuvo intenciones de ir a la casa de fin de semana. Pero sucedió que, pocos minutos antes que ella se marchara para la función de la noche, Jasper  la llamó. Sin advertirlo mencionó los planes de Alec y explicó que tendría algunos días libres si Jasper pensaba en pasar unos días juntos.

—¡No! —le dijo Jasper  enfáticamente desde el otro lado de la línea—. No la pasaremos juntos. Tú irás con tu grupo y te divertirás. Yo llevaré a Mark. Escucha, jovencita —agregó firmemente antes que pudiera protestar—, eres una de las mejores madres que conozco. Pero también tienes que vivir tu vida. Además, Mark necesita un poco de compañía masculina y ¿quién mejor que su tío?

Bella no pudo más que echarse a reír por el tono de voz de su hermano y aceptó. Desde que Mark naciera, Jasper había demostrado tenerle enorme devoción. Había estado junto a ella desde el principio, un hombro sobre el cual apoyarse en los momentos duros. Alice, la esposa de Jasper, también estaba enloquecida con su sobrinito de cabellos oscuros.

Mientras Jasper proseguía dándole razones por las que Bella debía ir y dejarle a Mark el fin de semana, la joven sintió que su resolución iba desvaneciéndose.

Estaría con Edward durante todo el verano; negarse ese pequeño descanso para evitarlo habría sido una idiotez.

—De acuerdo, de acuerdo —aceptó ella finalmente, riendo—. Gracias, Jasper. ¡Puedo aprovechar esos días por cuenta de Alec! ¿Cuándo quieres pasar por Mark?

Jasper le dijo que pasaría a buscarlo el sábado por la mañana y luego de unos breves minutos de conversación referente a sus padres y a sus respectivos trabajos, cortó.

Bella acababa de sentarse en su banco del camarín cuando se oyó un fuerte golpe en la puerta. Las mujeres se miraron entre sí.

—Probablemente sea Alec —dijo Rosalie secamente, levantándose para contestar a la puerta—. Espero que aún esté de buen humor.

No era Alec. La imponente figura de Edward apareció en la puerta, rígida, con una ira contenida.

—Bienvenido, valiente muchacho —empezó Rosalie, pero él la interrumpió abruptamente asintiendo con la cabeza.

—Bella, me gustaría hablar contigo —dijo él inexpresivo; sólo su posición y sus penetrantes ojos traicionaban sus emociones.

Girando sobre sus talones, Edward se marchó, tieso, antes que ella pudiera abrir la boca para protestar o para aceptar.

—Vaya, vaya —murmuró Ángela, con sus enormes, castaños ojos muy alarmados—. ¿Qué le hiciste?

—Nada —respondió ella confundida, pero decidida a no mostrar reacción alguna ante la arrogancia de Edward. Por dentro, estallaba de furia e indignación, pero con tres pares de ojos clavados en ella, Bella no podía más que fingir indiferencia. Levantó su esponja y serenamente, comenzó a aplicar maquillaje sobre sus mejillas. Eventualmente, las otras mujeres bajaron la vista. Sólo Rosalie mantuvo la vista fija adelante, clavada en el espejo, con una secreta sonrisa estampada en los labios.

—¿Cómo te atreves a irrumpir así en el camarín y hablarme en ese tono? —preguntó Bella, luego de haber salido a buscar a Edward. Él agitaba los dedos nerviosamente. ¿Quién crees que eres?

El golpeteo de los dedos se detuvo de inmediato y Edward giró lentamente hacia ella, con los ojos aún ardientes y oscuros. Por un terrible momento, le hizo recordar a un gran señor del Renacimiento, poderoso y fuerte, capaz de aporrear a una dama con facilidad. Pero entonces, el golpeteo cayó inocentemente al costado de él. Su voz era el arma de Edward, castigándola con el rigor de un látigo.

—¿Quién creo que soy? —estalló él—. No mucho. Un ser humano que en la actualidad forma parte de este grupo. —Se encaminó furioso hacia un banco de trabajo, sobre el que había una pila de periódicos. Volviéndose duramente hacia ella, le arrojó los periódicos a las manos—. De esto quiero que hablemos.

Bella aún no tenía idea de la razón que había puesto tan furioso a Edward.

—Esos son periódicos —le dijo ella con sarcasmo, diciendo lo obvio y enfureciéndolo más.

—Lee los artículos marcados con un círculo le ordenó él.

Entonces, ella lo miró acaloradamente con sus ojos fríos y marrones tan tormentosos como los de él. Finalmente, clavó los ojos en los periódicos e inmediatamente vio que las publicaciones eran importantes desde el otro extremo del país. Y los artículos rodeados por un círculo se referían a Edward, obtenidos por los reporteros de una anónima pero "famosa primera actriz de la troupe de Florida Central".

El corazón de Bella dio un vuelco mientras analizaba rápidamente los artículos. Eran hirientes, para suavizar la realidad. Pero Bella estaba segura de que su ira no se debía a la temperamental imagen que se había dado de él, sino al hecho de que su vida privada, que siempre se había preocupado de ocultar a los medios de comunicación, se había revelado abiertamente. Cada detalle informativo imaginable se había puesto al descubierto, hasta la dirección actual de Edward. Y para empeorar las cosas, se insinuaba en ellos que una relación muy romántica, "destinada a terminar en el altar", se había iniciado entra la estrella y la primera actriz que de tanta utilidad había sido para el periódico.

Bella se sintió horrorizada al ver la mirada de Edward, acusante y cargada de ira.

—¡No me interesa cuáles puedan ser las apariencias! —explotó ella—. ¡Nunca ofrecí esta entrevista!

—Todavía no te he acusado.

—¿No? —dijo Bella—. ¿Entonces por qué estoy aquí?

—Estoy preguntándote —dijo Edward con más calma—, si tú no has ofrecido esta entrevista, queda a la vista que quien lo hizo tuvo toda la intención de que las apariencias te apuntaran a ti. Tú tienes toda esta información.

—Está bien, la tengo, —dijo Bella, tratando de mantener la serenidad y la frialdad—. Pero nada tuve que ver con esto. Y no me quedaré aquí dándote excusas. Así que busca al culpable en otra parte. Traicionando sus palabras, Bella se quedó plantada delante de él, con las manos desafiantes sobre las caderas y sus ojos marrones ardiendo, implorándole que le creyera.

Pero a veces, ciertos mensajes resultaban difíciles de leer para Edward. Él se quedó tan tieso como ella. Una vez más, Edward le resultó semejante a algún guerrero de otra época. Un vikingo, o un salvaje terrateniente. Otelo el moro, a punto de cometer un crimen por un delito supuesto.

—No tienes que darme ninguna excusa —le dijo él—. Simplemente estaba preguntando. Si dices que no sabes nada al respecto, te creo.

Asombrada por sus palabras, Bella permaneció tiesa, sin poder creerlo.

—¡Vaya endemoniada manera que tienes de preguntar las cosas!

—Estoy molesto, furioso. No puedo imaginarme a nadie haciéndome semejante cosa a mí.

—Terrible. Entonces, viniste a mí.

—Lo lamento. Tengo intenciones de ir a otra parte. ¿Tienes alguna idea?

Bella tensionó su mandíbula y apretó los dientes. Tenía una idea: una maldita buena idea. Pero no tenía intenciones de expresarla, ciertamente, no cuando no confiaba en la mirada de Edward. Él dijo que le creía, pero ¿era cierto?

—Edward, esos son artículos de periódicos. Cualquiera puede hablar. Por lo menos, hay veinte personas aquí que podrían haber dado esa información.

La ira abandonó los ojos del actor por un momento de confusión.

—Pero, ¿por qué querría herirme alguien?

—No creo que nadie quiera hacerte daño —dijo Bella tranquilamente.

—¿De qué estás hablando? Si no me muevo ahora, me acosarán hasta en mi casa. Quienquiera que haya hecho esto, llegó hasta el punto de dar el domicilio de mis padres en Chicago. Ellos no son gente joven, no necesitan la molestia a la que se expondrán…

—¡El dolor de la notoriedad! —interrumpió Bella secamente—. Eres una estrella. Sin duda, te han herido antes.

—Pero no supuestos amigos.

Bella llegó al ala correspondiente justo un segundo antes de que Félix dijera: "a los lugares". Y a medida que el espectáculo iba desarrollándose, la muchacha pensó que actuar era maravilloso. Su cabeza era un torbellino, tan agitado como la peor de las tormentas, pero su guión fluía con gran naturalidad y sinceridad. Sólo en los períodos de descanso meditaba respecto de lo que debía hacer.

Si Bella realmente quería desembarazarse de Edward, ésa era su oportunidad. Pero sabía perfectamente bien que, Rosalie, dispuesta a conseguir a Edward, había hecho esa entrevista. No podía quedarse tranquila y dejar que Edward, quien había dicho que confiaba en ella, levantara sospechas. De todas maneras, no permitiría que Rosalie quedara impune.

Mientras no dejaba de pensar, Rosalie apareció a su lado.

—¿Sucede algo malo? —preguntó solícita—. ¿El súper macho te ha hecho irritar?

—No, Rosalie —dijo ella suavemente y arrastrando la voz, mientras observaba a la bella morena—. Pero podría decirse que estoy un poquito irritada.

—¿Sí? Escuché por allí que tú y Edward estaban viviendo juntos. Si han tenido alguna peleíta de novios, quizás yo pueda ayudar —se ofreció Rosalie.

—Edward y yo no estamos viviendo juntos —explicó Bella. Esa terminología la había molestado mucho más que la actitud de Rosalie—. Y no estoy irritada con Edward. Para ser franca, Rosalie, estoy irritada contigo.

—¡Conmigo! —La rubia fingió una dolorida inocencia.

—Vamos, Rosalie —replicó Bella—. No soy uno de los crédulos que salen contigo. ¿No has leído los periódicos? Tus entrevistas han sido muy bien recibidas.

Por un instante, los ojos de Rosalie se encendieron desafiantes. Luego, se nublaron.

—No sé de qué estás hablando. Entregamos todo nuestro tiempo a los reporteros.

—Pero éstos son especialmente buenos —le dijo Bella cáusticamente.

—Quizás alguien cambió lo que dije…

—Creo que será mejor que expliques a Edward que alguien cambió lo que dijiste…

Con la habilidad actoral que poseía, Rosalie se lo explicó. Bella sólo observó parte de la escena. Rosalie acorraló a Edward no bien se bajara el telón. Nunca había visto semejante despliegue de arrepentimiento femenino. Y Rosalie salió como la damnificada; sus palabras mal utilizadas. Mientras hablaba con Edward, apoyaba sus largas y pintadas uñas levemente sobre su hombro, con enfática sinceridad. Bella se alejó. Ella tenía muy en claro las cosas, pero no quería ver cómo él la perdonaba, comprendiendo la situación. No era justo. Ella había tenido que soportar toda la ira de Edward. Rosalie sólo había tenido que contonearse frente a él y… ¿frente a todos los hombres! Seguramente Edward no podía ser tan idiota. Era demasiado para estar "un poquito enamorado" de ella.

De pronto, Bella se sintió cansada. La tensión que había estado viviendo comenzaba a surtirle efectos. Corrió hacia el camarín, se limpió la cara y salió corriendo luego de cambiarse. No tenía ningún interés en volver a encontrarse con Edward o con Rosalie.

Pero si había tenido la esperanza de evitar a Edward, había cometido un triste error. Al darse prisa hacia el área de estacionamiento, se dio cuenta de que él estaba allí, aguardándola apoyado contra el Volvo.

—¿Y ahora qué? —vociferó ella, enfadada—. ¿Alguien te rompió el tablero? ¿Pusieron clavos en tus neumáticos? ¿Arrojaron sal en tu café?

—Nada de eso, —rió él lánguidamente—. Quiero disculparme.

—Estupendo, te has disculpado —dijo ella fríamente, insertando la llave en la cerradura—. Ahora, si me disculpas…

—No arrancará. —Edward rodeó el auto para sonreírle desde la ventanilla.

—¿Qué? —preguntó ella molesta, empujando la llave dentro del encendido.

—Dije que no arrancaría, pero si no me crees, inténtalo. —El continuó sonriéndole entre dientes, apoyado contra el auto. La muchacha le dirigió una mirada de disgusto e hizo girar la llave. Nada. Vociferando una serie de improperios, empujó el codo de Edward y abrió la puerta. Salió del auto para enfatizar aún más su colérico estado.

—¡Y tuviste el coraje de acusarme de haber dado esa entrevista! Edward Cullen, ¡eres un…!

—Un tipo súper agradable, realmente —respondió él, terminando la frase por ella. Detuvo la vengativa frustración y furia de Bella pasándole un brazo por la espalda y llevando la otra mano hacia la boca de ella, para cerrársela, riendo. Sin soltarla, le informó—: En realidad, tu auto no tiene nada malo. Un cablecito flojo. Me di cuenta cuando te lo arreglé la otra noche. Y hablando de eso, jamás me diste las gracias, pero no importa, ya pasó. Aflojé el mismo cable. Temí que intentaras escapar en lugar de escucharme. ¿Qué es eso? preguntó, en el momento en que ella hizo cierto comentario sobre su mano—. Suena como a "suéltame". Todavía no. Quiero asegurarme de que te hayas tranquilizado un poco.

La boca de Edward se acercó a la de ella, introduciéndose en ella con apetito y desesperación. Con una mano sobre la espalda, la sostenía contra sí, mientras que con la otra, presionándola por la nuca, se aseguraba de que no escapase. Poniéndose tiesa, Bella se sintió incapaz de luchar contra él, incapaz hasta de levantar un brazo. De pronto, no quiso hacerlo. La fragancia de su colonia se le antojaba plenamente masculina, seductora, como él. Los latidos del corazón de Edward aparecían ante sus oídos con la misma claridad que los de ella, en el momento en que él poseyera sus labios y la lengua le abriera su temblorosa boca buscando, investigando, exigiendo. Presintiendo la rendición de la muchacha, aflojó la presión que estaba ejerciendo y sus manos empezaron una sutil recorrida, acariciándole la espalda, acosando sus costillas, moviéndose sobre la tersura de la piel que le cubría el cuello, hasta abrigar las curvas de sus senos. Finalmente, ambas manos se encontraron en la espalda de Bella para permitir que los labios de Edward siguieran la misma trayectoria.

La cordura la hizo despertar.

—¡Edward, suéltame! —Su intento por demostrar ira, sonó como algo más parecido a una patética subyugación. Pero Edward la soltó casi de inmediato y ella estuvo a punto de caer ante la sorpresa.

—Seguro —dijo él, con una sonrisa de picardía—, ahora suenas mucho más calma.

—¡Puedo estar de cualquier modo menos calma! Estoy furiosa. Irritada. Ardiente… —Su voz se hacía más fuerte al pronunciar cada palabra. Tomándola por la muñeca, totalmente rodeada por los dedos de Edward, él caminó hacia su auto, arrastrando a la muchacha detrás de sí. Edward abrió la puerta con un golpe, metió la llave en el arranque y salió rumbo a la autopista. Incrédula, estrangulada por la indignación, Bella logró finalmente expresar duramente—. ¿Qué crees que estás haciendo?

Él se encogió de hombros.

—Trato de hablar contigo.

—¡Hablar! No estabas hablando. Me atacaste.

—Bueno sólo durante un instante. Pero todo es válido en la guerra y en el amor. De modo que me alegro de haberte atacado. Gané la reyerta.

—No ganaste nada —protestó ella enfadada.

—Sí —contestó él firme, apartando la vista del camino durante un segundo para mirarla.

Lo que Bella vio en aquellos ojos durante ese breve segundo le produjo alternadas corrientes de agua helada y de incandescente lava, que le recorrían las venas. Sus ojos no poseían el brillo de lo risueño ni la oscuridad de la ira. Estaban claros, tan claros como el cristal, con gran determinación y algo más que ella no pudo discernir. Una sombra mucho más poderosa que ninguna de las que ya conocía. Inspirando profundamente, decidió cambiar de táctica.

—Edward, tengo que ir a casa —dijo ella suavemente.

—Te estoy llevando a tu casa.

—Mi auto…

—Pasaré por ti en la mañana.

Demasiado para su nueva táctica.

—¡Maldito seas Edward Cullen! ¡Has estado interpretando demasiados papeles! No puedes obligarme a actuar en contra de mi voluntad. ¡No estamos viviendo en la época de Shakespeare! ¡No tienes ningún poder sobre mí, no puedes controlarme!

—Obviamente, puedo, —dijo Edward secamente—. Pero no te preocupes, no lo intento con frecuencia. Pronto te controlarás tú misma… a mi manera.

—Te has vuelto loco.

—Tratándome mal no cambiarás nada.

—¿Qué hay que cambiar? —preguntó ella exasperada.

—Nosotros.

—No hay "nosotros" —objetó Bella con serenidad, pero incapaz de resistirse, agregó—: ¿No crees que tendrías que estar manteniendo esta conversación con Rosalie? Apuesto a que se mostrará tan receptiva con tus avances como lo has estado tú con sus disculpas.

—Detecto cierto indicio oculto de celos, —insinuó Edward, levantando una ceja; sus ojos, abandonando la carretera.

—No —mintió Bella—. Un hecho simple.

—No fui receptivo con Rosalie. Sé exactamente qué estaba haciendo ella. ¿Me tomas por un perfecto idiota? —La miró con la boca formando una tensa línea.

Bella se encogió de hombros. La idea había sido de ella.

—Tuve que aceptar sus disculpas —continuó Edward—. No podía desafiarla con un duro gancho sobre su mandíbula.

—No estabas sufriendo para nada con la disculpa —dijo Bella secamente.

Bajo la tenue luz de un semáforo, Bella vio que los rasgos de Edward se endurecían.

—No me importa lo que haga Rosalie. Me importa lo que haces tú.

—Maravilloso. Entonces, yo me encargaré del gancho en la mandíbula —gruñó Bella amargamente.

—Bella… dije que lo lamentaba.

—Entonces, si Edward Cullen dice que lo siente, todo tiene que estar bien —murmuró Bella.

—Te crees muy justa, ¿no? —dijo Edward con frialdad.

La abundantes pestañas de Bella aletearon y cayeron. Quizás lo era, pero siempre estaba a la defensiva.

Al ver la fuerza de la mandíbula de Edward, se estremeció levemente. Él no consideraría correcto el engaño; pensaría que sería egoísta. Sólo Dios podría saber cuál sería la reacción de Edward si alguna vez se enteraba de su paternidad.

—Edward —dijo ella—. Olvidémonos. Debo ir a casa.

—Estoy llevándote a tu casa.

—Mi auto…

—Pasaré por ti a la mañana.

Bella cerró la boca. Estaba demasiado cansada como para discutir el tema del transporte en ese momento. Al día siguiente, por la mañana, estaría de mejor talante como para solucionarlo. De repente se alarmó: el Mercedes había abandonado la carretera, rumbo al terraplén. Edward había apagado el motor y estaba contemplándola con una mirada malévola en los ojos.

—No —farfulló Bella, mirándolo levantando sospechas—. ¿Y ahora qué? Tengo un hijo en mi casa. ¡Tengo que ir allá!

—Estoy llevándote a tu casa —respondió Edward, con una sonrisa agradable, mientras la miraba. Bella era capaz de producirle una profunda pasión, pero aquella pasión estaba terriblemente reprimida, para dar paso a una arraigada ternura.

—Estoy llevándote a casa —repitió él suavemente, tocándole un mechón de cabello con tanta delicadeza que fue casi una reverencia—. Pero antes me prometerás que irás a esa casa de fin de semana conmigo.

—Edward, ni siquiera estoy segura que iré…

—Oye —murmuró—. Puedo quedarme aquí sentado toda la noche. El cielo está estrellado y hay un hermoso panorama.

—De acuerdo, de acuerdo —Bella medio reía, medio se quejaba de la aceptación que había hecho sin pensar.

—¿Me prometes?

—Te prometo.

El Mercedes volvió a rugir. Ella estaba confundida por su aceptación. Estaba fascinada contemplando el esplendor dorado plateado de aquella cabellera, que había sido atrapado por el juego de las luces de la luna. Bella aún no pensaba en las consecuencias.

Edward la dejó en la puerta, con el más sutil de los besos de buenas noches. Sus labios apenas habían rozado los de ella, pero el contacto parecía estar impreso en ella…

Bella logró mantener una conversación trivial con la señora Newton, luego cerró la puerta y le echó cerrojo. Se dirigió al cuarto para ver a su hijo. Estaba plácidamente dormido y su respiración era tranquila. Tan igual a su padre…

Volviendo la espalda, Bella se dirigió a su cuarto y se tendió sobre la cama. Ni se molestó en desvestirse. Como una temblorosa polilla, se acercó más y más a una llama. Pero no podía negar la existencia de esa llama o que sentía deseos de derretirse a su merced una vez más, por poco que durase el hechizo.




⇐Capítulo3           Capítulo5⇒





5 comentarios:

  1. Jajaja parece que la encrucijada de Edward, y la nueva manera de que Rosalie hace que Edward se fije en ella no sirvieron de nada, sigue persiguiendo a Bella, y ahora hasta con planes de matrimonio!!!!
    Besos gigantes!!!
    XOXO

    ResponderEliminar
  2. Wow! Edward va con todo; ya planeó hasta casarse con Bella.

    ResponderEliminar
  3. Bella quiere ser fuerte negarse y no puede, gracias

    ResponderEliminar
  4. Desde que comencé a leerla no he parado... Me gusta mucho este Edward.

    ResponderEliminar
  5. jajajajaaj me encanta..Gracias lindas..

    ResponderEliminar