El sábado por la mañana, mientras daba vueltas, sin haber recibido noticias de Edward apareció Jasper con una sonrisa radiante en su casa, media hora antes de lo previsto. Pidió a su hermana que se sentara a tomar un café con él para ponerlo al tanto de las últimas novedades del teatro. La muchacha, cariñosamente lo abrazó y lo invitó a pasar. Jasper tenía ojos chocolates y cabellos castaños y brillantes como Bella, pero era demasiado delgado como para ser un hombre verdaderamente apuesto. Cada vez que sonreía, cosa que sucedía a menudo, su rostro se encendía con la belleza de la inteligencia innata. La vida tenía sus aspectos maravillosos: un hermano como Jasper era uno de ellos.
—¿Quién es la estrella de este verano? —preguntó Jasper.
Bella miró a su hermano con cierta sorpresa y después, rápidamente, desvió la mirada.
—¿No has leído los periódicos?
—No durante los últimos días —contestó Jasper lamentándose—. Entonces, debe de ser alguien muy importante para salir en todos los periódicos.
—Edward Cullen —le dijo Bella como al pasar.
Jasper soltó un prolongado silbido.
—¡Eso sí que es algo grande! ¿Así que de regreso a sus humildes comienzos?
Bella se encogió de hombros y bebió su café.
—Es un hombre al que me gustaría conocer —continuó Jasper —. Siempre me ha impresionado. En el servicio superaba todas las marcas, ¿sabías?
—¿Sí? —preguntó Bella con amabilidad, deseando poder cambiar el tema de conversación sin que fuera demasiado obvio.
—Hmmmm… — Jasper comenzó a entrar en detalles del pasado. Bella decidió lustrar algunas alacenas que ya estaban impecables mientras fingía escuchar a su hermano con gran atención. Interiormente, rogaba que Jasper dejara de adularlo tanto.
Algo había sucedido. El timbre empezó a sonar.
—¡Probablemente sea Emmett que viene a tomar un desayuno a costa mía! —dijo Bella a Jasper, feliz de poder escapar. Pero Jasper de un salto, se puso de pie y la siguió.
Mark asomó su cabecita por encima de una pila de soldaditos de juguete con los que estaba entreteniéndose, para informar:
—Puerta, mami.
Bella le sonrió.
—Gracias, Mark.
Feliz por la interrupción, fue corriendo hacia la puerta sólo para quedarse helada de disgusto. Edward había escogido precisamente ese momento para aparecer.
—¿Puedo pasar? —dijo él, divertido, mientras ella lo miraba boquiabierta.
Los modales de Bella no fueron particularmente gentiles en el momento en que con mucha gracia, se alejó de la puerta.
—¡Edward! —Mark arrojó su pila de juguetes y caminó rápidamente hacia la puerta, con sus piernitas torpes, en dirección al gigante cobrizo, molestando a Bella con su efusividad. Sin embargo, nadie estaba prestándole ni la más mínima atención. Mark y Edward estaban ocupados entre ellos; Jasper estaba perplejo por la imagen que veía.
Recuperándose, Bella trató de encontrar un mínimo de decoro.
—Edward, quiero presentarte a mi hermano, Jasper. Jasper, él es Edward Cullen.
Edward apartó la mirada de Mark, a quien había alzado entre sus brazos, para mirar con curiosidad al hombre que estaba en el vestíbulo. Una brillante sonrisa encendió sus angulares rasgos y caminó hacia Jasper con pasos enormes y la mano extendida. Una vez más, pensó Bella consternada era fácil comprender la popularidad personal de Edward. Era fuego; era hielo. Pero por sobre todas las cosas, era un hombre. Su cuerpo magnífico tenía una segura arrogancia, aunque Edward se brindaba a los demás por completo. Trataba a las personas que conocía con un respeto instantáneo, que creaba una desbordante e inmediata admiración.
Bella vio aceptación en los ojos de su hermano en el momento en que estrecharon sus manos. Y luego, algo más: confusión. Jasper tenía una expresión dubitativa, como si estuviera resolviendo un crucigrama. Y si se quedaba el tiempo suficiente… si tenía una buena oportunidad como para ponerse a comparar ojos… Jasper ya sabía perfectamente que no había existido nunca ningún señor Masen.
Consciente de que debía liberarse de su hermano, Bella saltó:
—Edward, estábamos tomando café. ¿Quieres una taza? Jasper debe… debe irse de inmediato; su esposa y Mark están aguardándolo.
—Seguro que me encantaría tomar una taza de café —aceptó Edward de muy buen gusto.—.Es una pena que tu hermano deba marcharse.
—No… — Jasper empezó.
—¡Sí! —insistió Bella, tratando de fingir un mensaje fraternal que implicaba que deseaba estar a solas con Edward. Desafortunadamente, Jasper la conocía bien. Una infeliz sospecha estaba creándose en su mente.
—Supongo que debo regresar —dijo Jasper, observando a su hermana y emitiéndole mensajes como ella lo había estado haciendo. Su voz encerraba cierto misterio y Bella supo que estaba intrigado respecto de lo que ella haría.
Aunque siempre había estado de su parte, Jasper no compartía con su hermana la idea de no decirle al padre de Mark que tenía un hijo. Estaba firmemente convencido de que todo hombre debía saber que tenía un hijo y que también tenía obligaciones hacia ese hijo, sin importar las diferencias que pudieran existir entre los padres. Si Jasper empezaba a atar cabos, se trasluciría en su rostro. Era incapaz de mentir. No había dudas de que Edward sospecharía.
Luchando contra su pánico, Bella echó mano de todas sus tácticas para comportarse en forma indiferente. Apresuró a Jasper para que terminara su café y lo acompañó a él y a Mark hacia la puerta, casi olvidando que no vería a su hijo durante dos días. Fue el abrazo que Edward le dio al niño lo que se lo recordó. Estrechó entonces con mucha fuerza a Mark, consciente de que él era verdaderamente lo único importante en su vida.
Edward salió y desde la puerta, junto a Bella, despidieron a Mark saludándolo con las manos hasta que el Tornado de Jasper estuvo fuera de su vista…. Luego, incómoda, se percató de que la intensa mirada de Edward estaba atravesándole la espalda.
—¿Por qué todo esto? —preguntó Edward dando en el blanco. Dándose vuelta para enfrentar aquellos ojos verdes, Bella se encogió de hombros con inocencia.
—¿Qué es todo eso?
—¿Por qué prácticamente echaste a tu hermano de tu casa?
—Su esposa está esperándolo —respondió Bella—. A propósito, ¿qué quieres?
Sus cejas se alzaron en socarrona sorpresa.
—¿Qué quiero? Sólo el placer de tu compañía. Tú aceptaste ir al norte conmigo.
—Lo de la casa en el norte no será sino hasta mañana —dijo ella con cautela, atrapada entre un terrible deseo de estar con él y por la casi desesperada sospecha de que su hermano había averiguado toda la verdad.
—Lo sé. Pero pensé que sería mejor que saliéramos esta misma noche después de la función.
Las manos de Bella se helaron. Sentía un temblor dentro de ella, puesto que sabía que su respuesta sería significativa en su relación.
Como si hubiera sido emitida desde una distancia terrible, la joven oyó su propia voz, tono indiferente.
—De acuerdo, si es eso lo que quieres hacer.
—De acuerdo —dijo él, apoyando ambas manos sobre los angostos hombros de Bella y llevándola con firmeza al exterior de la cocina—. Entonces, ve a vestirte.
—¿Para qué? —preguntó ella, notando de inmediato que Edward lucía un elegante traje liviano que destacaba aún más la imponencia de su físico.
—Vamos a almorzar.
—¡Pero nos marchamos esta noche!
—¿Y con eso? Si tengo intenciones de casarme contigo, primero debemos salir algunas veces juntos.
Molesta, Bella lo enfrentó.
—Me gustaría que dejaras eso —declaró, con rudeza.
—¿Dejar qué?
—De bromear.
—No estoy bromeando.
Y una sola mirada a la firme expresión de aquella mandíbula indicó a Bella que no estaba bromeando.
—Edward… —comenzó ella con un sonido estrangulado.
Edward alzó una mano en el aire, deteniendo las palabras de la muchacha como si hubiera tenido el poder de dominarle las cuerdas vocales.
—Basta. Iré un poquito más despacio. Debo repetirme una y otra vez que aunque hace tres años que sé que me casaría contigo, esto es algo completamente nuevo para ti.
—¡Edward, nunca podré casarme contigo!
—No hay nuncas, Bella —dijo él con calma, sonriendo al acercarse para levantarle el mentón—. Ahora —dijo, dándole vuelta rumbo a su habitación—, ve a buscar algo que realce aún más esa bella figura y deslumbrante rostro que tienes. Te llevaré para que conozcas a un amigo mío y sé que se pondrá verde de envidia al verte.
En vano, Bella trató de encontrar las palabras adecuadas, pero ninguna de ellas arribó a sus labios. No había manera de discutir con Edward Cullen: él ignoraba lo que no deseaba escuchar y de ese modo, se liberaba de su oponente con facilidad.
A llegar a su cuarto, la muchacha no tuvo que pensar. Su femineidad fue más fuerte que ella. Edward quería impresionar a un amigo y ella no podía hacer más que prestar toda su colaboración. Buscó brevemente en su guardarropa, tratando de encontrar algún atuendo liviano, que fuera cautivante e informal a la vez.
Edward estaba muy entretenido con el periódico cuando la joven salió de su habitación, tan entretenido, que no oyó las pisadas que se acercaban. Bella se dirigió hacia su silla, por la espalda y colocó una mano sobre su hombro. Tímidamente la quitó de inmediato, en el momento en que Edward la tomó sin levantar la vista. Edward sonrió en dirección al periódico y con sorprendente habilidad, la hizo girar de manera tal que el periódico cayó al suelo y simultáneamente, la joven quedó sentada sobre sus rodillas. Ruborizándose, Bella se sorprendió riendo en forma entrecortada por el complaciente brillo de malicia que leyera en sus ojos.
—¡Podía haber jurado que no me habías oído! —murmuró ella.
—No te oí —admitió él, mientras la endiablada mirada detenía el corazón de la joven—. Pero reconocería ese delicioso perfume a un kilómetro de distancia.
Bella no se sorprendió cuando aquellos labios descendieron sobre los de ella. Saboreó el encuentro. Le rodeó el cuello con los brazos. Sus dedos recorrieron aquella piel masculina, mientras que todo su cuerpo se deleitaba con la fortaleza que lo albergaba. Que Edward la amara era lo mismo que ser bendecida por el calor del sol y acariciada por la luz de la luna al mismo tiempo. El contacto de sus dedos era real y sensual, aunque encerraba una misteriosa magia, un extraño magnetismo físico que la transportaba a otro plano.
La carne de la joven parecía sensibilizada ante él y ella ya no sentía deseos de negar nada. Sus labios se separaron según él lo pidiera; la lengua de Bella buscó la de Edward. En el momento en que ambas bocas se encontraron en una exigente exploración, se tocaron primitivamente, saboreando ese contacto. Edward se familiarizaba más con las femeninas curvas que tanto lo tentaban mientras que Bella, llevaba sus tiernos e investigadores dedos hacia el género de su traje, hipnotizada por las caricias y la fragancia de Edward y por la radiante energía que poseía. Nunca se había sentido tan viva como cuando él la tocaba. Se le erizó la piel de la garganta cuando los labios de Edward descendieron allí. De pronto, se sintió envuelta en un fuego incandescente: Edward había estampado un delicado y húmedo beso en el valle situado entre sus pechos.
Bella no podía rechazar nada. El tiempo y el espacio habían permanecido intactos para transformarse en un campo dorado de sensual placer, placer que se intensificaba por la dulce anticipación de dichas largamente prohibidas. Flotando, confundida, habiendo perdido la razón, Bella se abandonó en el intenso latir de sus corazones, en los debilitados suspiros que constituían el máximo esfuerzo de su respiración.
De repente, se sorprendió de pie, apartada hacia un costado, en el momento en que Edward también se incorporó, sorprendentemente enfadado. Rápidamente ocultando el dolor en sus ojos, Bella se apartó abruptamente de él, confusa, tratando de recuperar su dignidad,
—Será mejor que nos marchemos —fue todo lo que dijo Edward a modo de explicación. Su voz sonó ronca pero curiosamente dura.
Ya en el auto y a mitad de camino, fue Bella la que sorprendentemente empezó a hablar, con un tono de voz admirablemente impersonal.
—No te entiendo, Edward. Supuestamente me quieres lo suficiente como para casarte conmigo y luego, cuando es obvio que puedes conseguir cualquier cosa…
Rápidamente, Edward se volvió hacia ella con la mirada ceñuda, tornando su rostro terriblemente duro e impenetrable.
—Tú no entiendes. De verdad te quiero, pero quiero que tú me desees con el mismo fervor y conscientemente; no sólo físicamente. No sólo por el momento. Antes que entremos a una habitación quiero que sepas que es a mí a quien quieres. No quiero que llegues a pensar que te entregaste a mí en un rapto de locura, y eso no tiene nada que ver con mis ganas de casarme contigo. Quiero que nos casemos por sobre todas las cosas.
Una ruda carcajada estalló en la garganta de Bella, una carcajada que fue amargamente contenida. Había deseado a Edward durante tres años, tres años durante los cuales y a pesar de toda su buena disposición, había soñado con que Edward regresaría a su vida. Esos sueños le habían parecido imposibles, habían hecho de todo lo demás un imposible.
—¿Adónde vamos? —preguntó ella suavemente.
Si Edward notó el cambio total de conversación y de tono de voz de la muchacha, no dio señales.
—Al mejor restaurante italiano de este lado de Seattle —le dijo él—. El dueño, quien lo atiende, es muy viejo amigo mío, compañero de la marina. Te agradará. —Edward le dirigió una mirada, entonces divertida—. Es uno de tus más entusiastas admiradores.
—¡Mío!
—Hmmm. Ve cada espectáculo de los que Alec ofrece en su teatro. Durante los dos últimos años me ha enviado todas las entrevistas que te hicieron.
—¡No te creo! —lo acusó Bella riendo, sólo para recibir la inmediata respuesta de él: "yo nunca miento".
Con cierto resentimiento, Bella estuvo segura de que era verdad.
—¿Cuál es el nombre de tu amigo?
—Caius, Caius Leonini. Crecí tanto en casa de él como en la mía. Podría decirse que es una parte de mi familia.
Edward le dirigió una radiante sonrisa y de pronto, Bella se relajó. Él acababa de crear el clima para la tarde que los esperaba. No habría preguntas ni presiones. Sólo era una salida para conocerse. Y ella estaba ansiosa por disfrutar de esa comida.
El lugar era un ensueño. El ambiente era ideal para aquella imponente dama de cabellos negros y tez mate, quien sin detenerse, corrió hacia ellos no bien entraron, gritando primero:
—¡Edward! Luego empezó a soltar una bocanada ininteligible de velocísimas palabras en italiano.
Edward, riendo, abrazó a la mujer y le imploró:
—¡Cálmate Mama! Quiero que conozcas a Bella.
Con una alegre y abierta curiosidad en los ojos, Mama se volvió hacia Bella con una amplia y encantadora sonrisa.
—Lo siento, figlio mio, pero tú comprendes —se puso en puntillas de pie para acomodar el enmarañado cabello de Edward como si hubiera sido un niño travieso—. ¡Ha pasado tanto tiempo! Bella, ¿no? Bienvenida, bienvenida. —Con sus cálidos ojos castaños se volvió hacia Edward y le dijo con entusiasmo—: Che Bella, ¿eh?
—Sí —respondió Edward—. Bella es hermosa. Quizá sea mejor que no vea a Caius.
—¡Ach, mi hijo! —Mama Leonini meneó la cabeza lamentándose. Mama Leonini pasó un conspirador brazo por el de Bella y le susurró—: Estos muchachos míos: altos, fuertes y recios. ¿Pero crees que tengo algún nieto que los iguale? ¡No! ¡Ni siquiera a una nuera a quien querer!
—Estoy tratando de cambiar eso —murmuró Edward por detrás de ellas—. Pero no presiones, Mama. Esta dama es muy asustadiza.
Caius era tan alto y robusto como Edward, delicadamente apuesto y de rasgos tan iguales a los de Edward. Tal como lo había hecho su madre, abrazó a Edward sin vacilaciones y luego se volvió hacia Bella, con ojos apreciativos.
—¡Isabella! —dijo, con una voz similar a una caricia. Tendió su mano con tierna galantería—. Una vez más Edward gana. —Su frase surgió sin resentimientos y a pesar de eso, fue encantadoramente sincera.
—Tú debes de ser Caius —sonrió Bella, incapaz de hacer otra cosa que no fuera disfrutar de la camaradería de los que la rodeaban. Era una familia, un núcleo muy cerrado y se le había entregado una parte de ella.
—Sí, un Caius con el corazón destrozado, me temo —le dijo él.
Suficiente con la escena dramática interrumpió Edward con fingida severidad.
—Saben que se supone que yo soy el actor.
—Oye ¿qué escena dramática? —se quejó Caius mientras se sentaba. Con oscuros y fascinantes ojos para Bella, continuó—: La muchacha de mis sueños… ¡y el cobrizo héroe que está aquí me dice que se casará con ella!
Bella abrió la boca para objetar, pero la cerró. No tenía intenciones de desacreditar a Edward delante de toda aquella gente tan efusiva y entusiasta. Quizás era más que eso. Quería vivir el sueño que había alimentado durante tanto tiempo. Pero no podía durar.
Y de verdad no importaba. Antes que Bella pudiera ordenar sus enmarañados pensamientos, la conversación había cambiado.
Observando las velas para evitar el rostro de Edward, Bella murmuró:
—Tus amigos son muy agradables.
—¡Demasiado! —sonrió Edward, deslizando una mano sobre la de ella—. Según veo, tendré que estar alerta con Caius.
—¿Por qué no le presentamos a Rosalie? —preguntó Bella con aire de picardía.
—No es una mala idea —aceptó Edward—. ¡Eso nos sacaría los celos a los dos!
El almuerzo fue delicioso. Cuando tomaban un capuccino Edward arrojó la pregunta:
—¿Por qué el Masen, Bella?
—¿Qué? —Sus ojos se clavaron en los de él.
—Ya me has oído —le dijo él, determinado— y no trates de dar vueltas diciendo que no sabes de qué estoy hablando.
—Masen es mi apellido —dijo Bella, enfrentándolo aunque parpadeó tratando de averiguar desesperadamente qué era lo que Edward había querido decir.
—¿Un nombre que usas para tu carrera de actriz?
—Es sólo mi apellido —replicó ella.
—¿Tu apellido? —insistió él, sin tocarla, pero exigiéndole su atención por el tono de voz empleado—. Nunca hubo ningún señor Masen ¿no?
—Realmente, Edward —Bella empezó indignada. La columna se le puso tensa, tratando de sofocar el pánico que surgía debajo de aquella rígida compostura que disimulaba. Mi pasado no te concierne y te agradecería que lo tuvieras presente.
—Tu pasado me concierne porque yo soy tu futuro. Si eres honesta conmigo, solucionaremos muchos de los ridículos problemas que existen entre nosotros. Y es de lo más estúpido que sigas mintiendo, porque sé que estás mintiendo. Nunca existió ningún señor Masen.
Mirándolo a los ojos, Bella trató desesperadamente de hacer tiempo. Él le correspondió una mirada tan opaca como una nube que amenaza tormenta. ¿Qué sabría Edward? No podía ser lo de Mark. No era posible. Edward no estaba condenándola, sino preguntándole simplemente.
—No —dijo ella fríamente—. Nunca existió ningún señor Masen. Encontré ese apellido en la guía telefónica.
—Eso fue muy imaginativo —le dijo Edward secamente—. ¿Por qué todas las mentiras?
—¿Por qué? —Bella se sintió sorprendida de que no hubiera gritado la palabra—. ¡Edward, es obvio!
Edward se encogió de hombros y en el momento en que éstos se unieron, aquella expresión opaca abandonó sus ojos para ser reemplazada por una tierna compasión.
—Quizás pueda resultar obvio para ti, pero es tonto. Tienes miedo de los comentarios. O de las lenguas largas.
—¿Tú no eres un lengua larga? —le recordó Bella—. Te lanzaste sobre mí por esas entrevistas.
—Sólo porque las había ofrecido alguien en quien yo confiaba.
—Ya veo —le dijo ella con frialdad—. Bueno, en realidad, yo no confío en nadie. Y te agradecería mucho que si lo que acabo de confesarte lo tomaras como una confidencia.
Edward echó atrás la cabeza y sus carcajadas quebraron el aire.
—¡Por Cristo, Bella! No estoy tratando de sacarte información para ventilarla por allí. ¡Yo quiero entenderte! Tenía que saber qué era lo que estaba trabándote, lo que te daba tanto miedo. Estabas horrorizada con la palabra matrimonio.
—¡Edward, eres un tonto! —lo acusó Bella, mirando la lejanía—. Sigo sin poder casarme contigo. Vivimos en mundos diferentes. Me horrorizaría casarme contigo porque quiero contraer matrimonio para siempre. Y tú vives en un lugar donde el casamiento dura hasta que uno se cansa del otro.
—¡Basta, Isabella! —El sonido de la voz de Edward rompió la serenidad del aire—. Soy de Chicago. Y el matrimonio para mí significa lo mismo que para ti. Sí, tenemos problemas laborales. Tenemos muchas cosas que arreglar. Pero eso le ocurre a toda pareja. Hacen un compromiso de amor. Y eso significa una obligación y una compatibilización de los problemas.
Bella sentía una terrible necesidad de ponerse a llorar. Mantuvo sus marrones ojos clavados en el mar y trató de reprimir las lágrimas que estaban acumulándose en sus ojos. Una frase que estaba grabada en su memoria se repitió una y otra vez: la sincera aseveración de Edward de que jamás mentía.
—No lo sé, Edward. Simplemente, no lo sé —murmuró ella.
—No te presionaré —le prometió—. Tengo intenciones de darte por lo menos dos semanas. ¿Y qué me dices de Mark?
—¿Qué hay con él? —Suspiró Bella, sintiendo que un mundo de penumbras la envolvía.
—¿Qué me dices de su padre? ¿Podré adoptarlo?
—¡Edward, por favor, estás yendo demasiado rápido! Yo, eh… no sé lo que siento por ti. No sé…
—Yo lo sé —la interrumpió él ignorándola—. Estoy haciendo planes mirando bien adelante. ¿Qué me dices del padre de Mark? Ha muerto.
—¿De veras? —La pregunta de Edward no estuvo directamente dirigida a ella sino que fue una meditación, más bien—. Algún día, Bella, vas a contarme todo lo referente a ese tema. Es obvio que te han herido muy profundamente y yo quiero compartir todo ese dolor contigo. Quiero sacarlos a la luz, ponerlos sobre la mesa para que puedan desaparecer.
La necesidad más urgente de Bella era la de echarse a reír no por diversión, sino por una seca y amarga ironía. Cuanto más le ofrecía Edward, más evidente se hacía su sinceridad y peor se sentía ella. Edward estaba llevándola a la luna, y se la regalaba, pero los dedos de la muchacha estaban demasiado resbalosos como para poder asirla. Las oportunidades para desnudar la verdad y su alma se le servían en bandejas de plata, mientras Bella las observaba, recordaba todas las mentiras inventadas. Debió habérselo dicho cuando él preguntó. Ahora, el momento en que debía confesar la verdad se había desvanecido, perdido en la gris red de mentiras que había tejido y a la cual no podía destruir por falta de fuerzas.
—No sé, Edward —se oyó diciendo otra vez—. Esto es tan repentino… necesito tiempo.
—Tenemos tiempo —le dijo él, tomándole la mano con una suavidad que parecía imposible para aquellos dedos tan fuertes. Besó cada uno de los dedos de Bella, mirándola a los ojos, mientras movía sensualmente la boca sobre cada uno de ellos. Al llegar al último, lo mordió y la muchacha se estremeció.
De pronto, Edward se puso de pie. Su voz, ronca y rica.
—Debemos regresar, debes empacar y además, tienes una función esta noche.
El cielo estaba cambiando en el momento en que se despidieron de los Leonini y caminaron por el terraplén rumbo al auto. Ciertas franjas rosadas se tornaban de color carmesí, moviéndose debajo del sol, ya cubierto por grises nubarrones. El clima tocaba el corazón de Bella cual presagio. Pero entonces, a pesar de todas las corazas protectoras de las que se había armado, nada había estado en claro durante esos últimos tres años.
⇐Capítulo4 Capítulo6⇒
Creo que Bella debió aprovechar la ocasión para contarle a Edward la verdad, después de todo, quiere a Mark, la quiere a ella y se quiere casar...
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Edward se pondrá furioso cuando se entere que Mark es suyo
ResponderEliminarTonta bella... Díselo. Gracias por el capítulo
ResponderEliminarEspero que Bella le diga pronto, que Edward lo tome bien y gracias por actualizar
ResponderEliminarEl no haber tenido el valor para ser sincera en momento oportuno, le pasará factura. Veremos qué ocurre en el siguiente capítulo.
ResponderEliminarQué complicado se está poniendo todo, espero que cuando Bella diga la verdad no lo arruine todo.
ResponderEliminarMe encanta,sigue adelante!!!
ResponderEliminarPor cierto creo que Edward si sabe la verdad de ahí su interrogatorio,solo que él quiere que Bella se lo diga!
EliminarMe encanta la historia, ojalá que bella no tarde en contarle la verdad a edward a mark y pueda entenderla o no tengan muchos problemas pero ojalá y no pase mucho si no 😕😕😕 problemas van a venir ... sube pronto gracias 😊 💋❤❤
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