Era pequeña y preciosa y, con aquel sombrero rojo, del que sobresalían unos rizos castaños, parecía un duendecillo. Iba detrás de un inmenso carro cargado de más equipaje del que cualquier persona pudiera necesitar en todo un año.
A pesar del gorro de Santa Claus, parecía una mujer incapaz de hacer nada impulsivo. Obviamente, había metido en la maleta de todo, seguro que había pensado en todas las posibilidades con mucho cuidado. No parecía del tipo de mujer que tomara un avión para ir a buscar nieve.
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