—¿No vas a decirle que puede
besar a la novia? —preguntó Marie.
Se había puesto un
vestido elegante para la ocasión y Edward la había llevado al salón, donde se
había celebrado la ceremonia.
Edward pestañeó. El
acto había sido corto, pero difícil. Bella, a su lado, no había parado de
temblar. Él le había pedido al juez Jenks que se saltara la parte del beso;
pero Marie no estaba dispuesta a renunciar a nada.
La tensión de
Isabella al escuchar la pregunta de Marie se podía palpar. Se aferraba con
fuerza al ramo que su abuela le había preparado con flores de un jarrón.
Parecía que estaba en el patíbulo en lugar de en el salón, lleno de candelabros
para la ocasión.
Su «sí, quiero» había sonado como un
gruñido mientras que las palabras de Edward habían sonado tranquilas. Al
pronunciarlas, Edward había sentido algo extraño, como si aquello fuera lo que
el destino les tuviera preparado.
—¿Y bien? —insistió Marie—.
¿No hay beso para la novia?
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