Matrimonio de Mentira 3



—¿No vas a decirle que puede besar a la novia? —preguntó Marie.

Se había puesto un vestido elegante para la ocasión y Edward la había llevado al salón, donde se había celebrado la ceremonia.

Edward pestañeó. El acto había sido corto, pero difícil. Bella, a su lado, no había parado de temblar. Él le había pedido al juez Jenks que se saltara la parte del beso; pero Marie no estaba dispuesta a renunciar a nada.

La tensión de Isabella al escuchar la pregunta de Marie se podía palpar. Se aferraba con fuerza al ramo que su abuela le había preparado con flores de un jarrón. Parecía que estaba en el patíbulo en lugar de en el salón, lleno de candelabros para la ocasión.

Su «sí, quiero» había sonado como un gruñido mientras que las palabras de Edward habían sonado tranquilas. Al pronunciarlas, Edward había sentido algo extraño, como si aquello fuera lo que el destino les tuviera preparado.

—¿Y bien? —insistió Marie—. ¿No hay beso para la novia?

Era más que evidente que a Bella no le apetecía que la besaran; pero los dos se habían metido en aquello y ya no tenían elección: tenían que completar la obra.

Se volvió hacia ella, con una sonrisa que pretendía darle ánimos y pedirle disculpas a la vez, y le plantó un beso en la comisura de los labios. Ella ni levantó la mirada. Aunque el beso sólo duró un segundo, pudo percibir la frialdad de sus labios.

Hubo aplausos por parte de las señoras que derramaron una cuantas lagrimillas. Las cuatro mujeres habían discutido un poco sobre quiénes serían las dos que estarían al lado de la novia y quiénes, al lado del novio. Al final todo el asunto se había resuelto de manera bastante pacífica, con todos sentados, más o menos, en el medio.

Al menos, nadie les iba a echar arroz.

Nettie pidió la atención de todos.

—Hemos traído algunos refrescos —anunció en voz alta—. Galletas, pasteles y hasta una tarta. Sólo de dos pisos, pero valdrá. También tenemos champán. Vamos a preparar la mesa —salió de la habitación al trote, seguida de Maria y Lucy.

Lo sabía, pensó Edward, entrecerrando los ojos para mirar a Marie. Era obvio. Tan obvio que le costaba creer que los hubiera engañado tan fácilmente. La malvada anciana había
planeado todo aquello y había invitado a sus amigas a la boda, segura de que aceptarían. Y había acertado.

Miró a Marie, pensando si él era el único en ver aquella sonrisa pícara. Estaba deseando encararse con ella; pero no por el momento. No, hasta que no mostrara los primeros signos de mejoría. Y no le cabía ninguna duda de que no tardaría mucho. Si, por otro lado, estaba equivocado y la anciana no estaba fingiendo, entonces, se alegraría de lo que había hecho para hacerla feliz.

Aunque no podía culpar sólo a Marie.

Él había aceptado bastante complaciente. Ni si quiera había insistido en esperar unos días. Miró a Bella, tenía la cabeza inclinada mientras jugueteaba con el ramo. ¿Habría aceptado con tanta premura porque en su subconsciente estaba buscando una excusa para volver a estar cerca de ella?

Quizá. ¿Pero qué iban a hacer ahora?

El suspiro de Bella no fue muy alto, pero les llegó con claridad tanto a Marie como a él. Su novia estaba pálida y no parecía muy entusiasmada con la idea de seguir con la celebración.

—Cariño, no pareces muy radiante —dijo Marie en voz baja—. Sé que todo ha sido muy precipitado, pero de todas formas ibas a casarte, tarde o temprano. Sé que lo quieres —su mirada fue de la novia al novio y vuelta a la novia—. Ahora lo que necesitáis es una buena luna de miel…

—No vamos a ir a ningún sitio hasta que estés mejor, abuela —dijo Bella recobrando el color de las mejillas.

Marie había insistido en que nadie se casaba con vaqueros y le había sacado un vestido de novia que había pertenecido a su madre. Llevaba colgado del armario más de medio siglo, desde su propia boda. El paso del tiempo lo había amarilleado y olía a naftalina; pero Bella estaba preciosa con él, por muy pálida que estuviera.

Edward también la encontró preciosa. Nunca se la había imaginado vestida de novia; su relación no había llegado tan lejos. Pero pensó que no podía estar más bonita.

—Ya habrá tiempo para viajes cuando estés recuperada.

Marie sonrió.

—Ya hablaremos de eso más tarde. Pero tengo una sorpresa para vosotros. Algo para compensaros por la precipitación. Sé que ésta no es la boda que teníais en mente.

«Oh, oh», pensó Edward y, por la cara de susto de Bella, ésta debía estar pensado lo mismo.

—¿Qué es, Marie? —preguntó él, esperándose lo peor.

Marie sonrió.

—Os reservaría una habitación de hotel para vuestra noche de bodas, pero no creo que se pueda con seguir algo de manera tan rápida.

—De todas formas, no pienso moverme de aquí hasta que estés mejor, abuela.

—Subid arriba y echad un vistazo —les dijo la anciana, misteriosa—. A tu habitación, Bella. Ve a ver.

—Oh, abuela, ¿qué has hecho? —se quejó Bella y Edward le dio con el codo para recordarle su papel.

De repente, sintió dolor al chocar su codo con… ¿qué era aquello? ¿Cemento?

¿Qué llevaba puesto?

Le puso la mano en la cintura para recorrer aquella estructura dura con los dedos. Por primera vez, Bella no se apartó y él interpretó que ni siquiera había sentido que la estaba tocando.

—¿Qué es esto, un vestido o una armadura?

—Tiene corsé —le informó Marie—. Y no te refieras al vestido de tu novia en esos términos, Edward. No es muy halagador.

—¿Es eso cómodo?

—La ropa de mujer no está hecha para ser cómoda, Edward —dijo Bella—. La emancipación no ha llegado tan lejos. ¿Has probado alguna vez a ponerte unos tacones?

—Esto… no.

—Deberías probar, es toda una experiencia.

—Yo pensaba que ya teníamos bastante con las corbatas.

Marie estaba sonriendo al verlos por fin un poco más relajados. Miró hacia las escaleras, indicándoles que todavía les quedaba por ver algo.

—¿Por qué no vamos arriba para ver de qué habla Marie?

Bella asintió. Edward le ofreció el otro brazo a la anciana y la acompañaron al comedor donde sus amigas estaban preparándolo todo, entusiasmadas, y se llevó a Isabella hacia las escaleras. Mientras dejaban la habitación, miró para atrás y vio a Marie intercambiar un guiño con una de sus compinches.

Sí, estaba casi completamente seguro de que todo había sido una treta.

—Eres muy mala actriz, Bella —le dijo en voz baja mientras subían las escaleras—. Me resulta raro que tu abuela se pueda creer esto.

—No hay nada que creerse —respondió Bella—. Ella sabía muy bien que no queríamos casarnos. Sabe que lo estamos haciendo por ella.

—No del todo —protestó Edward—. Piensa que hemos aceptado porque estamos profundamente enamorados y pensábamos casarnos de todas formas.

—No importa que se dé cuenta de que no me gusta todo esto. Está manipulándonos. Quiero que sepa que esto no es lo que yo quería.

—De acuerdo. Puedes dejarle claro que ésta no es la boda de tus sueños. Pero si no dejas de actuar como una virgen ante el altar de sacrificio, puede pensar que yo soy el último hombre con el que jamás te hubieras casado.

Bella lo miró de soslayo, con los ojos entrecerrados y los labios apretados.

—Lo hago lo mejor que puedo. Ya nos hemos casado, ¿y ahora qué?

—No sé. Improvisemos.

Bella tomó aliento.

—Esto ha sido una estupidez. Todavía no entiendo cómo hemos podido acceder —gruñó y se agarró a la barandilla—. Esto es un error. Nos hemos metido en un buen lío.

—Quizá —aceptó Edward—. Pero ya lo hemos hecho y no hay vuelta atrás. Intenta sonreír un poco.

Cuando llegaron a la puerta de su cuarto, Bella abrió con determinación.

—¡Oh no! —exclamó tapándose la cara con las dos manos. Habían convertido la habitación en algo sacado de Las mil y tina noches, con velas y flores por todas partes y una música suave sonando de fondo.

—¡Qué detalle por su parte —murmuró Edward.

—Abuela… —gruñó Bella mientras se dejaba caer sobre el borde de la cama—. ¿De verdad cree que vamos a tener una noche de bodas dichosa con ella muriéndose allí abajo?

Al sentir su pena, sabiendo que él sentiría lo mismo si pensara que era cierto, se acercó a ella para consolarla. Pero apartó las manos antes de tocarla al recordar cómo había reaccionado la vez anterior.

—No la des por perdida tan pronto. ¿La has visto ahí abajo? No tiene pinta de ir a morirse. No me sorprendería verla mejorar desde mañana mismo, ahora que ha conseguido lo que quería.

Ella levantó la cabeza y lo miró con los ojos llenos de lágrimas.

—No empieces con eso, Edward. Es demasiado tarde, así que, deja de acusarla de mentirosa —su voz de cayó y dejó caer los hombros—. Quizá se muera cualquier día de estos y no se merece que sospeches de ella; no mientras haya una posibilidad de que tenga razón.

Sus hombros volvían a temblar y él sintió que el deseo de abrazarla se acrecentaba. Pero no podía. Ella no quería y él no tenía ningún derecho.

—Bella, por favor, no llores. Vamos abajo a darle las gracias. Después, nos comeremos nuestra tarta y nos beberemos nuestro champán y todo habrá terminado.

—¿Terminado?

Sus palabras parecieron sacar a Bella de su miseria.

—¿Terminado? Ella espera que te acuestes aquí. Conmigo —dijo señalando a la cama de matrimonio, rociada con pétalos de rosa—. Espera que pasemos aquí nuestra noche de bodas —se puso de pie y comenzó a pasear de arriba abajo—. Hemos cometido un terrible error.

Edward encendió la luz para acabar con el brillo romántico de las velas y Bella pestañeó. Tenía una lágrima en la mejilla y él sintió el deseo de besársela.

Se metió las manos en los bolsillos y miró hacia otro lado para evitar las tentaciones.

—Tu abuela no tiene un espía dentro del armario, Bella. Podemos bajar y darle las gracias. Después, como ella duerme abajo, yo puedo dormir en su habitación. Más tarde, ya pensaremos en algo. No será un problema.

Bella no respondió. Meneó la cabeza y salió de la habitación.

¡Qué lío! Edward echó un vistazo a la cama antes de marcharse. ¿Pétalos de rosa? ¿Una cesta de Dios sabe qué en la mesilla?

Meneó la cabeza y salió detrás de Bella. Esas señoras debían haber estado leyendo algo más que las revistas del corazón.

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—¿Te ha gustado cómo te han dejado la habitación?

—Está preciosa, abuela —una verdad entre tanta mentira. La habitación estaba preciosa. No sabía si podría soportar dormir allí esa noche, sola. Parecía un verdadero desperdicio.

—Yo no la he visto, pero las chicas me la han descrito. Tienen unas ideas brillantes. ¿Sabes, Isabella? Entre las cuatro tenemos más de trescientos cincuenta años; un montón de tiempo vivido.

—Todo está perfecto, abuela —se inclinó sobre la anciana y le dio un beso—. Gracias.

—¿Le gustó a Edward, cielo? Los hombres no son muy románticos.

—A Edward le ha gustado mucho —dijo Edward, asomando por la puerta—. Gracias, Marie.

—Es lo menos que podía hacer después de forzaros. Sé que os estoy privando de una boda normal y de una luna de miel. Pero ahora me encuentro mucho mejor —añadió—. Al saber que los dos estaréis juntos, me siento de maravilla.

—¿Ah, sí? —las sospechas de Edward se acercaban cada vez más a la verdad, a pesar de que estaba con vencida de que su abuela no podía engañarla en algo tan delicado como su propia muerte. Sin embargo, no había mencionado el tema ni una sola vez desde la ceremonia.

—Sí. Ahora sé que estaréis bien y eso es un alivio —la abuela estaba sentada en la mesa—.
Sentaos, tomad un trozo de pastel. Está un poco aplastado después de atravesar toda la ciudad, pero tienen un sabor riquísimo.

Edward sujetó una silla para que Bella se sentara.

—¿Quieres decir que no nos has esperado para cortar el pastel?

—Nos olvidamos —dijo la mujer—. Estábamos hambrientas después de tantas emociones y pensamos que quizá estaríais ocupados… contando los pétalos de rosa.

Bella se tomó el trozo de pastel y bebió el champán sin poder saborear nada. Estaba casada con Edward, sentado al otro lado de la mesa, comiendo tarta de boda aplastada y charlando animadamente con la abuela y su grupo de amigas. El matrimonio no era legal porque no habían firmado nada, pero ella se sentía casada. La alianza en su dedo, otro detalle que a las amigas de su abuela se les había ocurrido llevar, parecía muy pesada a pesar de ser tan fina.

Sí. Se sentía casada. Y cuando aquello pasara, probablemente, se sentiría divorciada.

Edward estaba manejando toda la situación mucho mejor que ella, riéndose y charlando con «las chicas», como su abuela solía llamarlas. Actuaba como si casarse fuera algo que uno hiciera todos los días, pensó con irritación.

Estaba claro que a él no le afectaba como a ella, pero, claro, él probablemente nunca había pensado en casarse. Sólo habían estado juntos un par de meses, pero ella había tenido fantasías estúpidas de su boda con él.

Se había portado como una boba. Con demasiada candidez.

Cuando se hizo tarde, las compañeras del bridge de la abuela agarraron sus cosas y se marcharon, junto con el juez Jenks. Marie también se retiró a su habitación, no, sin antes darles un fuerte abrazo para desearles lo mejor.

Después se quedaron solos, sentados en los extremos opuestos de la mesa.

—Bien —dijo Edward con los codos sobre la mesa, mirándola de frente—. Ya acabó.

—¿Acabar? Sólo acaba de empezar —le soltó ella.

Los dos se quedaron en silencio. Edward bebió de su copa de champán y se quedó mirando el fondo, como si allí estuviera la solución a sus problemas.

—Es extraño, ¿verdad? —le preguntó de manera inesperada y la miró—. Me siento raro, como si de verdad nos hubiéramos casado.

Bella asintió.

—Yo también.

Probablemente, él había querido decir que se sentía atrapado y acorralado. Bueno, se lo merecía. Todo aquello había sido por su culpa. A ella nunca se le habría ocurrido pasar por aquello si él no le hubiera metido la idea en la cabeza. Como si fuera la cosa más sencilla del mundo.

Con respecto a sus propios sentimientos, se sentía muy confusa: no podía decir qué sentía por él en aquel momento. Él todavía no se había disculpado por lo que le había hecho. Ni siquiera parecía arrepentido.

—¿Estarás bien? —preguntó Edward, preocupado y, ella se sintió furiosa.

—Por supuesto que estaré bien, Edward. Estaba bien cuando me sacaste de tu vida y de tu empresa, ¿no es verdad? Si puedo superar que me dejen tirada y que me despidan en un mismo día y que mi reputación y mi carrera se vayan al traste por culpa del hombre del que me había enamorado, también puedo superar un estúpido matrimonio de mentira.

Edward cerró los ojos; parecía cansado.

—Bella…

—Olvídalo, Edward. No me vuelvas a decir que no pudiste hacer otra cosa. Ya se acabó. Pertenece al pasado —se puso a recoger la mesa, evitando la mirada de él.

Todavía estaba furiosa. Había creído que lo había superado todo; pero simplemente había estado ahí escondido, esperando el mejor momento para salir a la superficie. Por fortuna, había recobrado el control justo a tiempo; con todo, la porcelana tintineó entre sus dedos.

—No recojas ahora —dijo él, cuando ella intentó retirarle el plato—. A tu abuela no le gustaría que le rompieras su mejor vajilla o que te mancharas ese vestido. Ya lo haremos mañana.

—Mañana tengo que ir a trabajar —gruñó ella—. Si no lo hago ahora, mi abuela intentará hacerlo, y no está lo suficientemente fuerte.

—Yo mañana no trabajo. Ya he dicho en el estudio que me iba a tomar unos días de vacaciones. Yo lo limpiaré.

Bella volvió a dejar los platos sobre la mesa.

—Genial. No tengo nada que objetar a que un hombre limpie. Entonces, ¿te vas a quedar aquí esta noche?

—No tengo elección.

—Me imagino que no —se dirigió hacia las escaleras—. La abuela está en la habitación de invitados, así que, tendrás que dormir en la suya. Las sábanas están en el armario. Buenas noches.

—Buenas noches.

Bella había logrado calmarse lo suficiente como para quitarse el vestido de novia y ponerse un albornoz para darse una ducha cuando alguien llamó a la puerta.

—¿Dónde dijiste que estaban las sábanas? —preguntó Edward cuando ella abrió la puerta unos centímetros. Él se había enrollado las mangas y se había desabrochado la camisa dejando parte de su torso a la vista. Bella se quedó sin respiración. No lo había vuelto a ver así desde que rompieron y ahora le parecía una escena demasiado íntima.

—En el armario que está al lado de la ventana —respondió casi sin asomarse y comenzó a cerrar la puerta.

—Allí no hay nada. Está vacío.

—Las sábanas están allí, Edward. Hay tres estantes llenos —dejó escapar un suspiro y salió de la habitación. ¡Hombres! Cuando se trataba de encontrar cosas en los armarios o en el frigorífico, su nivel de inteligencia era igual al de un mosquito. Era divertido cuando estaba enamorada y tenía la cabeza en las nubes; pero ahora le resultaba bastante irritante.

En aquella ocasión, él tenía razón: los tres estantes, normalmente llenos de sábanas, estaban vacíos.

—No lo entiendo. ¿Se las habrá dejado la abuela a alguien? —pasó al lado de Edward, esquivándolo para no rozarlo—. Voy a buscarte algo a mi habitación.

Abrió la puerta de su armario y… nada.

—No lo entiendo —dijo con el ceño fruncido, abriendo todas las puertas y cajones, por si acaso—. No hay ni una sábana.

—¿En la lavandería? —sugirió Edward.

Ella negó con la cabeza.

—No. Cambié las sábanas el miércoles y había una pila de ellas en este armario. La abuela tiene sábanas para abastecer a todo un regimiento.

—Quizá las ha cambiado de sitio, o se las ha dejado a alguien. O las tomaron las señoras del bridge, cuando subieron a cambiar nuestra… tu cama.

Bella asintió.

—No sé por qué ni dónde las habrán dejado. Iré a preguntarle a la abuela. Probablemente, todavía esté despierta, le gusta ver la televisión hasta tarde —pasó esquivando a Edward. ¿Por qué siempre estaba en su camino?

—Sí, claro. Muy buena idea, Bella —la voz de Edward flotó en el aire mientras ella comenzaba a bajar las escaleras—. Ve a preguntarle a la abuela. Dije que no vamos a compartir la cama en nuestra noche de bodas y que necesitamos más sábanas.

Ella paró en seco.

¡Maldición!

Miró hacia arriba y se lo encontró apoyado en la barandilla.

—Podríamos decirle que no nos apetece mucho dormir sobre una cama llena de pétalos de rosa.

Lo ignoró y siguió bajando las escaleras.

—Hay una manta abajo, sobre el sofá —dijo, apretándose el cinturón de su albornoz. No le apetecía dejarle a Edward la manta con la que ella se arropaba para ver la televisión, pero parecía que no le que daba otro remedio—. No es muy grande, pero es lo único que se me ocurre.

Edward sonrió y ella se acordó de que le gustaba acurrucarse bajo las mantas, apretado al cuerpo de ella. Nada en el mundo daba más calor que su cuerpo.

—¿No tienes un saco de dormir? —preguntó él.

—Quizá —logró decir ella a pesar del nudo que tenía en la garganta—. Quizá haya uno en el ático —subió las escaleras y señaló la trampilla del techo—. El ático está ahí, pero no tengo ni idea de dónde puede haber una linterna. A mí no me apetece subir ahí con sólo una vela.

Edward meneó la cabeza.

—La manta bastará.

—Buenas noches.

Bella cerró la puerta de su habitación antes de que el eco de aquellas palabras hubiera desaparecido. Se dio una ducha rápida y se puso un camisón viejo; desde luego, nada que ver con lo que una mujer llevaría en su noche de bodas. Volvió a su habitación, el olor a velas todavía flotaba en el aire por lo que abrió la ventana para deshacerse del olor. Los rayos de la luna iluminaron la cama de sabanas brillantes de satén.

Probablemente, serían bastante escurridizas.

Amontonó los pétalos de rosa y acercó la cara.

Olían genial. Demasiado bien.

Puso los pétalos en su joyero y lo dejó abierto sobre la mesilla de noche. Después se metió en la cama. Las sábanas estaban frías, pero pronto se calentaron con su propio cuerpo. Se llevó el edredón hasta el cuello y escondió la cara en el almohadón.

¡Menudo día!

Menos mal que ya había acabado. No sólo había tenido que volver a ver a Edward, sino que se había casado con él.

Además, había descubierto que no se había olvidado de él. Todavía estaba furiosa, dolorida; pero la atracción entre ellos no había disminuido ni un ápice durante las semanas que habían estado separados.

Quizá el tiempo lo curara todo. Pero, estaba claro, que no se daba prisa.

Lo último que hizo fue comprobar que el timbre conectado con la habitación de la abuela estaba encendido. Después, pensando que el aroma de los pétalos no la iba a dejar dormir, cerró la caja de golpe. Su último pensamiento antes de quedarse dormida fue que, aunque no iba tener nada que recordar de su noche de bodas, iba a tener las joyas que mejor olían del mundo.




7 comentarios:

  1. Jajaja que abuelita tan lista, pensó en todo.

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  2. Así que la abuela escondió todo ;) solo espero saber por qué Edward dejó a Bella y la hecho de su trabajo :(
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  3. Está abuelita de enferma no tiene nada es demasiado viva jajaja creo k ed no se porto nada bien hay varios ver la tiene a su favor.
    Gracias por el capi al fin voy al corriente

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  4. Marie ya sabe todo, sino no hubiera escondido las cosas, jajajaaj. Vaya con las abuelas!!! La teoría de Edward me suena cada vez más acertada.

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  5. Jajajajaja hay esa Marie donde abra puesto todas las sábanas y colchas

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  6. Hahahahhahah que abuela tan listilla .... por que terminaría edward con bella y por q la hecho d su trabajo ..... besos sube pronto please 💋❤❤

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