—¿No vas a decirle que puede
besar a la novia? —preguntó Marie.
Se había puesto un
vestido elegante para la ocasión y Edward la había llevado al salón, donde se
había celebrado la ceremonia.
Edward pestañeó. El
acto había sido corto, pero difícil. Bella, a su lado, no había parado de
temblar. Él le había pedido al juez Jenks que se saltara la parte del beso;
pero Marie no estaba dispuesta a renunciar a nada.
La tensión de
Isabella al escuchar la pregunta de Marie se podía palpar. Se aferraba con
fuerza al ramo que su abuela le había preparado con flores de un jarrón.
Parecía que estaba en el patíbulo en lugar de en el salón, lleno de candelabros
para la ocasión.
Su «sí, quiero» había sonado como un
gruñido mientras que las palabras de Edward habían sonado tranquilas. Al
pronunciarlas, Edward había sentido algo extraño, como si aquello fuera lo que
el destino les tuviera preparado.
—¿Y bien? —insistió
Marie—. ¿No hay beso para la novia?
Era más que evidente
que a Bella no le apetecía que la besaran; pero los dos se habían metido en
aquello y ya no tenían elección: tenían que completar la obra.
Se volvió hacia ella,
con una sonrisa que pretendía darle ánimos y pedirle disculpas a la vez, y le plantó
un beso en la comisura de los labios. Ella ni levantó la mirada. Aunque el beso
sólo duró un segundo, pudo percibir la frialdad de sus labios.
Hubo aplausos por
parte de las señoras que derramaron una cuantas lagrimillas. Las cuatro mujeres
habían discutido un poco sobre quiénes serían las dos que estarían al lado de
la novia y quiénes, al lado del novio. Al final todo el asunto se había
resuelto de manera bastante pacífica, con todos sentados, más o menos, en el
medio.
Al menos, nadie les
iba a echar arroz.
Nettie pidió la
atención de todos.
—Hemos traído algunos
refrescos —anunció en voz alta—. Galletas, pasteles y hasta una tarta. Sólo de
dos pisos, pero valdrá. También tenemos champán. Vamos a preparar la mesa
—salió de la habitación al trote, seguida de Maria y Lucy.
Lo sabía, pensó
Edward, entrecerrando los ojos para mirar a Marie. Era obvio. Tan obvio que le
costaba creer que los hubiera engañado tan fácilmente. La malvada anciana había
planeado todo aquello y había invitado a sus amigas a la boda, segura de que
aceptarían. Y había acertado.
Miró a Marie,
pensando si él era el único en ver aquella sonrisa pícara. Estaba deseando
encararse con ella; pero no por el momento. No, hasta que no mostrara los
primeros signos de mejoría. Y no le cabía ninguna duda de que no tardaría
mucho. Si, por otro lado, estaba equivocado y la anciana no estaba fingiendo,
entonces, se alegraría de lo que había hecho para hacerla feliz.
Aunque no podía
culpar sólo a Marie.
Él había aceptado
bastante complaciente. Ni si quiera había insistido en esperar unos días. Miró
a Bella, tenía la cabeza inclinada mientras jugueteaba con el ramo. ¿Habría
aceptado con tanta premura porque en su subconsciente estaba buscando una
excusa para volver a estar cerca de ella?
Quizá. ¿Pero qué iban
a hacer ahora?
El suspiro de Bella
no fue muy alto, pero les llegó con claridad tanto a Marie como a él. Su novia
estaba pálida y no parecía muy entusiasmada con la idea de seguir con la
celebración.
—Cariño, no pareces
muy radiante —dijo Marie en voz baja—. Sé que todo ha sido muy precipitado,
pero de todas formas ibas a casarte, tarde o temprano. Sé que lo quieres —su
mirada fue de la novia al novio y vuelta a la novia—. Ahora lo que necesitáis
es una buena luna de miel…
—No vamos a ir a
ningún sitio hasta que estés mejor, abuela —dijo Bella recobrando el color de
las mejillas.
Marie había insistido
en que nadie se casaba con vaqueros y le había sacado un vestido de novia que
había pertenecido a su madre. Llevaba colgado del armario más de medio siglo,
desde su propia boda. El paso del tiempo lo había amarilleado y olía a
naftalina; pero Bella estaba preciosa con él, por muy pálida que estuviera.
Edward también la
encontró preciosa. Nunca se la había imaginado vestida de novia; su relación no
había llegado tan lejos. Pero pensó que no podía estar más bonita.
—Ya habrá tiempo para
viajes cuando estés recuperada.
Marie sonrió.
—Ya hablaremos de eso
más tarde. Pero tengo una sorpresa para vosotros. Algo para compensaros por la
precipitación. Sé que ésta no es la boda que teníais en mente.
«Oh, oh», pensó Edward y, por la cara de susto
de Bella, ésta debía estar pensado lo mismo.
—¿Qué es, Marie?
—preguntó él, esperándose lo peor.
Marie sonrió.
—Os reservaría una
habitación de hotel para vuestra noche de bodas, pero no creo que se pueda con
seguir algo de manera tan rápida.
—De todas formas, no
pienso moverme de aquí hasta que estés mejor, abuela.
—Subid arriba y echad
un vistazo —les dijo la anciana, misteriosa—. A tu habitación, Bella. Ve a ver.
—Oh, abuela, ¿qué has
hecho? —se quejó Bella y Edward le dio con el codo para recordarle su papel.
De repente, sintió
dolor al chocar su codo con… ¿qué era aquello? ¿Cemento?
¿Qué llevaba puesto?
Le puso la mano en la
cintura para recorrer aquella estructura dura con los dedos. Por primera vez,
Bella no se apartó y él interpretó que ni siquiera había sentido que la estaba
tocando.
—¿Qué es esto, un
vestido o una armadura?
—Tiene corsé —le
informó Marie—. Y no te refieras al vestido de tu novia en esos términos,
Edward. No es muy halagador.
—¿Es eso cómodo?
—La ropa de mujer no
está hecha para ser cómoda, Edward —dijo Bella—. La emancipación no ha llegado
tan lejos. ¿Has probado alguna vez a ponerte unos tacones?
—Esto… no.
—Deberías probar, es
toda una experiencia.
—Yo pensaba que ya
teníamos bastante con las corbatas.
Marie estaba
sonriendo al verlos por fin un poco más relajados. Miró hacia las escaleras,
indicándoles que todavía les quedaba por ver algo.
—¿Por qué no vamos
arriba para ver de qué habla Marie?
Bella asintió. Edward
le ofreció el otro brazo a la anciana y la acompañaron al comedor donde sus
amigas estaban preparándolo todo, entusiasmadas, y se llevó a Isabella hacia
las escaleras. Mientras dejaban la habitación, miró para atrás y vio a Marie
intercambiar un guiño con una de sus compinches.
Sí, estaba casi
completamente seguro de que todo había sido una treta.
—Eres muy mala
actriz, Bella —le dijo en voz baja mientras subían las escaleras—. Me resulta
raro que tu abuela se pueda creer esto.
—No hay nada que
creerse —respondió Bella—. Ella sabía muy bien que no queríamos casarnos. Sabe
que lo estamos haciendo por ella.
—No del todo
—protestó Edward—. Piensa que hemos aceptado porque estamos profundamente
enamorados y pensábamos casarnos de todas formas.
—No importa que se dé
cuenta de que no me gusta todo esto. Está manipulándonos. Quiero que sepa que
esto no es lo que yo quería.
—De acuerdo. Puedes
dejarle claro que ésta no es la boda de tus sueños. Pero si no dejas de actuar
como una virgen ante el altar de sacrificio, puede pensar que yo soy el último
hombre con el que jamás te hubieras casado.
Bella lo miró de
soslayo, con los ojos entrecerrados y los labios apretados.
—Lo hago lo mejor que
puedo. Ya nos hemos casado, ¿y ahora qué?
—No sé. Improvisemos.
Bella tomó aliento.
—Esto ha sido una
estupidez. Todavía no entiendo cómo hemos podido acceder —gruñó y se agarró a
la barandilla—. Esto es un error. Nos hemos metido en un buen lío.
—Quizá —aceptó
Edward—. Pero ya lo hemos hecho y no hay vuelta atrás. Intenta sonreír un poco.
—¡Oh no! —exclamó
tapándose la cara con las dos manos. Habían convertido la habitación en algo
sacado de Las mil y tina noches, con
velas y flores por todas partes y una música suave sonando de fondo.
—¡Qué detalle por su
parte —murmuró Edward.
—Abuela… —gruñó Bella
mientras se dejaba caer sobre el borde de la cama—. ¿De verdad cree que vamos a
tener una noche de bodas dichosa con ella muriéndose allí abajo?
Al sentir su pena,
sabiendo que él sentiría lo mismo si pensara que era cierto, se acercó a ella
para consolarla. Pero apartó las manos antes de tocarla al recordar cómo había
reaccionado la vez anterior.
—No la des por
perdida tan pronto. ¿La has visto ahí abajo? No tiene pinta de ir a morirse. No
me sorprendería verla mejorar desde mañana mismo, ahora que ha conseguido lo
que quería.
Ella levantó la
cabeza y lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
—No empieces con eso,
Edward. Es demasiado tarde, así que, deja de acusarla de mentirosa —su voz de
cayó y dejó caer los hombros—. Quizá se muera cualquier día de estos y no se
merece que sospeches de ella; no mientras haya una posibilidad de que tenga
razón.
Sus hombros volvían a
temblar y él sintió que el deseo de abrazarla se acrecentaba. Pero no podía.
Ella no quería y él no tenía ningún derecho.
—Bella, por favor, no
llores. Vamos abajo a darle las gracias. Después, nos comeremos nuestra tarta y
nos beberemos nuestro champán y todo habrá terminado.
—¿Terminado?
Sus palabras
parecieron sacar a Bella de su miseria.
—¿Terminado? Ella
espera que te acuestes aquí. Conmigo —dijo señalando a la cama de matrimonio,
rociada con pétalos de rosa—. Espera que pasemos aquí nuestra noche de bodas
—se puso de pie y comenzó a pasear de arriba abajo—. Hemos cometido un terrible
error.
Edward encendió la
luz para acabar con el brillo romántico de las velas y Bella pestañeó. Tenía
una lágrima en la mejilla y él sintió el deseo de besársela.
Se metió las manos en
los bolsillos y miró hacia otro lado para evitar las tentaciones.
—Tu abuela no tiene
un espía dentro del armario, Bella. Podemos bajar y darle las gracias. Después,
como ella duerme abajo, yo puedo dormir en su habitación. Más tarde, ya
pensaremos en algo. No será un problema.
Bella no respondió.
Meneó la cabeza y salió de la habitación.
¡Qué lío! Edward echó un vistazo a la cama antes de marcharse. ¿Pétalos
de rosa? ¿Una cesta de Dios sabe qué en la mesilla?
Meneó la cabeza y
salió detrás de Bella. Esas señoras debían haber estado leyendo algo más que
las revistas del corazón.
.
.
.
.
.
—¿Te ha gustado cómo
te han dejado la habitación?
—Está preciosa,
abuela —una verdad entre tanta mentira. La habitación estaba preciosa. No sabía
si podría soportar dormir allí esa noche, sola. Parecía un verdadero
desperdicio.
—Yo no la he visto,
pero las chicas me la han descrito. Tienen unas ideas brillantes. ¿Sabes,
Isabella? Entre las cuatro tenemos más de trescientos cincuenta años; un montón
de tiempo vivido.
—Todo está perfecto,
abuela —se inclinó sobre la anciana y le dio un beso—. Gracias.
—¿Le gustó a Edward,
cielo? Los hombres no son muy románticos.
—A Edward le ha
gustado mucho —dijo Edward, asomando por la puerta—. Gracias, Marie.
—Es lo menos que
podía hacer después de forzaros. Sé que os estoy privando de una boda normal y
de una luna de miel. Pero ahora me encuentro mucho mejor —añadió—. Al saber que
los dos estaréis juntos, me siento de maravilla.
—¿Ah, sí? —las
sospechas de Edward se acercaban cada vez más a la verdad, a pesar de que
estaba con vencida de que su abuela no podía engañarla en algo tan delicado
como su propia muerte. Sin embargo, no había mencionado el tema ni una sola vez
desde la ceremonia.
—Sí. Ahora sé que
estaréis bien y eso es un alivio —la abuela estaba sentada en la mesa—.
Sentaos, tomad un trozo de pastel. Está un poco aplastado después de atravesar
toda la ciudad, pero tienen un sabor riquísimo.
Edward sujetó una
silla para que Bella se sentara.
—¿Quieres decir que
no nos has esperado para cortar el pastel?
—Nos olvidamos —dijo
la mujer—. Estábamos hambrientas después de tantas emociones y pensamos que
quizá estaríais ocupados… contando los pétalos de rosa.
Bella se tomó el
trozo de pastel y bebió el champán sin poder saborear nada. Estaba casada con
Edward, sentado al otro lado de la mesa, comiendo tarta de boda aplastada y
charlando animadamente con la abuela y su grupo de amigas. El matrimonio no era
legal porque no habían firmado nada, pero ella se sentía casada. La alianza en
su dedo, otro detalle que a las amigas de su abuela se les había ocurrido
llevar, parecía muy pesada a pesar de ser tan fina.
Sí. Se sentía casada.
Y cuando aquello pasara, probablemente, se sentiría divorciada.
Edward estaba
manejando toda la situación mucho mejor que ella, riéndose y charlando con «las chicas», como su abuela solía
llamarlas. Actuaba como si casarse fuera algo que uno hiciera todos los días,
pensó con irritación.
Estaba claro que a él
no le afectaba como a ella, pero, claro, él probablemente nunca había pensado
en casarse. Sólo habían estado juntos un par de meses, pero ella había tenido
fantasías estúpidas de su boda con él.
Se había portado como
una boba. Con demasiada candidez.
Cuando se hizo tarde,
las compañeras del bridge de la abuela agarraron sus cosas y se marcharon,
junto con el juez Jenks. Marie también se retiró a su habitación, no, sin antes
darles un fuerte abrazo para desearles lo mejor.
Después se quedaron
solos, sentados en los extremos opuestos de la mesa.
—Bien —dijo Edward
con los codos sobre la mesa, mirándola de frente—. Ya acabó.
—¿Acabar? Sólo acaba
de empezar —le soltó ella.
Los dos se quedaron
en silencio. Edward bebió de su copa de champán y se quedó mirando el fondo,
como si allí estuviera la solución a sus problemas.
—Es extraño, ¿verdad?
—le preguntó de manera inesperada y la miró—. Me siento raro, como si de verdad
nos hubiéramos casado.
Bella asintió.
—Yo también.
Probablemente, él
había querido decir que se sentía atrapado y acorralado. Bueno, se lo merecía.
Todo aquello había sido por su culpa. A ella nunca se le habría ocurrido pasar
por aquello si él no le hubiera metido la idea en la cabeza. Como si fuera la
cosa más sencilla del mundo.
Con respecto a sus
propios sentimientos, se sentía muy confusa: no podía decir qué sentía por él
en aquel momento. Él todavía no se había disculpado por lo que le había hecho.
Ni siquiera parecía arrepentido.
—¿Estarás bien?
—preguntó Edward, preocupado y, ella se sintió furiosa.
—Por supuesto que
estaré bien, Edward. Estaba bien cuando me sacaste de tu vida y de tu empresa,
¿no es verdad? Si puedo superar que me dejen tirada y que me despidan en un
mismo día y que mi reputación y mi carrera se vayan al traste por culpa del
hombre del que me había enamorado, también puedo superar un estúpido matrimonio
de mentira.
Edward cerró los
ojos; parecía cansado.
—Bella…
—Olvídalo, Edward. No
me vuelvas a decir que no pudiste hacer otra cosa. Ya se acabó. Pertenece al
pasado —se puso a recoger la mesa, evitando la mirada de él.
Todavía estaba
furiosa. Había creído que lo había superado todo; pero simplemente había estado
ahí escondido, esperando el mejor momento para salir a la superficie. Por fortuna,
había recobrado el control justo a tiempo; con todo, la porcelana tintineó
entre sus dedos.
—No recojas ahora
—dijo él, cuando ella intentó retirarle el plato—. A tu abuela no le gustaría
que le rompieras su mejor vajilla o que te mancharas ese vestido. Ya lo haremos
mañana.
—Mañana tengo que ir
a trabajar —gruñó ella—. Si no lo hago ahora, mi abuela intentará hacerlo, y no
está lo suficientemente fuerte.
—Yo mañana no
trabajo. Ya he dicho en el estudio que me iba a tomar unos días de vacaciones.
Yo lo limpiaré.
Bella volvió a dejar
los platos sobre la mesa.
—Genial. No tengo
nada que objetar a que un hombre limpie. Entonces, ¿te vas a quedar aquí esta
noche?
—No tengo elección.
—Me imagino que no
—se dirigió hacia las escaleras—. La abuela está en la habitación de invitados,
así que, tendrás que dormir en la suya. Las sábanas están en el armario. Buenas
noches.
—Buenas noches.
Bella había logrado
calmarse lo suficiente como para quitarse el vestido de novia y ponerse un
albornoz para darse una ducha cuando alguien llamó a la puerta.
—¿Dónde dijiste que
estaban las sábanas? —preguntó Edward cuando ella abrió la puerta unos
centímetros. Él se había enrollado las mangas y se había desabrochado la camisa
dejando parte de su torso a la vista. Bella se quedó sin respiración. No lo
había vuelto a ver así desde que rompieron y ahora le parecía una escena
demasiado íntima.
—En el armario que
está al lado de la ventana —respondió casi sin asomarse y comenzó a cerrar la
puerta.
—Allí no hay nada. Está
vacío.
—Las sábanas están
allí, Edward. Hay tres estantes llenos —dejó escapar un suspiro y salió de la
habitación. ¡Hombres! Cuando se trataba de encontrar cosas en los armarios o en
el frigorífico, su nivel de inteligencia era igual al de un mosquito. Era
divertido cuando estaba enamorada y tenía la cabeza en las nubes; pero ahora le
resultaba bastante irritante.
En aquella ocasión,
él tenía razón: los tres estantes, normalmente llenos de sábanas, estaban
vacíos.
—No lo entiendo. ¿Se
las habrá dejado la abuela a alguien? —pasó al lado de Edward, esquivándolo
para no rozarlo—. Voy a buscarte algo a mi habitación.
Abrió la puerta de su
armario y… nada.
—No lo entiendo —dijo
con el ceño fruncido, abriendo todas las puertas y cajones, por si acaso—. No
hay ni una sábana.
—¿En la lavandería?
—sugirió Edward.
Ella negó con la
cabeza.
—No. Cambié las
sábanas el miércoles y había una pila de ellas en este armario. La abuela tiene
sábanas para abastecer a todo un regimiento.
—Quizá las ha
cambiado de sitio, o se las ha dejado a alguien. O las tomaron las señoras del
bridge, cuando subieron a cambiar nuestra… tu cama.
Bella asintió.
—No sé por qué ni
dónde las habrán dejado. Iré a preguntarle a la abuela. Probablemente, todavía
esté despierta, le gusta ver la televisión hasta tarde —pasó esquivando a
Edward. ¿Por qué siempre estaba en su camino?
—Sí, claro. Muy buena
idea, Bella —la voz de Edward flotó en el aire mientras ella comenzaba a bajar
las escaleras—. Ve a preguntarle a la abuela. Dije que no vamos a compartir la
cama en nuestra noche de bodas y que necesitamos más sábanas.
Ella paró en seco.
¡Maldición!
Miró hacia arriba y
se lo encontró apoyado en la barandilla.
—Podríamos decirle
que no nos apetece mucho dormir sobre una cama llena de pétalos de rosa.
Lo ignoró y siguió
bajando las escaleras.
—Hay una manta abajo,
sobre el sofá —dijo, apretándose el cinturón de su albornoz. No le apetecía
dejarle a Edward la manta con la que ella se arropaba para ver la televisión,
pero parecía que no le que daba otro remedio—. No es muy grande, pero es lo único
que se me ocurre.
Edward sonrió y ella
se acordó de que le gustaba acurrucarse bajo las mantas, apretado al cuerpo de
ella. Nada en el mundo daba más calor que su cuerpo.
—¿No tienes un saco
de dormir? —preguntó él.
—Quizá —logró decir
ella a pesar del nudo que tenía en la garganta—. Quizá haya uno en el ático
—subió las escaleras y señaló la trampilla del techo—. El ático está ahí, pero
no tengo ni idea de dónde puede haber una linterna. A mí no me apetece subir
ahí con sólo una vela.
Edward meneó la
cabeza.
—La manta bastará.
—Buenas noches.
Bella cerró la puerta
de su habitación antes de que el eco de aquellas palabras hubiera desaparecido.
Se dio una ducha rápida y se puso un camisón viejo; desde luego, nada que ver
con lo que una mujer llevaría en su noche de bodas. Volvió a su habitación, el
olor a velas todavía flotaba en el aire por lo que abrió la ventana para
deshacerse del olor. Los rayos de la luna iluminaron la cama de sabanas
brillantes de satén.
Probablemente, serían
bastante escurridizas.
Amontonó los pétalos
de rosa y acercó la cara.
Olían genial.
Demasiado bien.
Puso los pétalos en
su joyero y lo dejó abierto sobre la mesilla de noche. Después se metió en la
cama. Las sábanas estaban frías, pero pronto se calentaron con su propio
cuerpo. Se llevó el edredón hasta el cuello y escondió la cara en el almohadón.
¡Menudo día!
Menos mal que ya
había acabado. No sólo había tenido que volver a ver a Edward, sino que se
había casado con él.
Además, había
descubierto que no se había olvidado de él. Todavía estaba furiosa, dolorida;
pero la atracción entre ellos no había disminuido ni un ápice durante las
semanas que habían estado separados.
Quizá el tiempo lo
curara todo. Pero, estaba claro, que no se daba prisa.
Lo último que hizo fue
comprobar que el timbre conectado con la habitación de la abuela estaba
encendido. Después, pensando que el aroma de los pétalos no la iba a dejar
dormir, cerró la caja de golpe. Su último pensamiento antes de quedarse dormida
fue que, aunque no iba tener nada que recordar de su noche de bodas, iba a
tener las joyas que mejor olían del mundo.
Gracias por el capítulo
ResponderEliminarJajaja que abuelita tan lista, pensó en todo.
ResponderEliminarAsí que la abuela escondió todo ;) solo espero saber por qué Edward dejó a Bella y la hecho de su trabajo :(
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Está abuelita de enferma no tiene nada es demasiado viva jajaja creo k ed no se porto nada bien hay varios ver la tiene a su favor.
ResponderEliminarGracias por el capi al fin voy al corriente
Marie ya sabe todo, sino no hubiera escondido las cosas, jajajaaj. Vaya con las abuelas!!! La teoría de Edward me suena cada vez más acertada.
ResponderEliminarJajajajaja hay esa Marie donde abra puesto todas las sábanas y colchas
ResponderEliminarHahahahhahah que abuela tan listilla .... por que terminaría edward con bella y por q la hecho d su trabajo ..... besos sube pronto please 💋❤❤
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