Bella se había cortado el pelo.
De alguna manera, ese hecho tan simple le había
calado hondo y se había metido en sus sueños durante toda la noche; sin tener
en cuenta cosas «tan insignificantes»
como una ceremonia falsa o un matrimonio de mentira o todas las complicaciones
que éste acarreaba.
El pelo de Bella
había desaparecido. Su maravillosa melena de seda donde a él le encantaba
introducir los dedos. Su pelo, ahora, era casi más corto que el de él.
Crecería
de nuevo, se recordó a sí mismo mientras se sentaba a
trabajar en la mesa de la cocina, intentando reprimir aquel sentimiento de
pérdida, ridículo pero, a la vez, abrumador.
El pelo no había desaparecido para siempre. Volvería a crecer, igual de fuerte
y hermoso.
Si ella
quería, claro.
Su «noche
de bodas» no había resultado muy cómoda. La manta era muy corta y la cama
de Marie le resultaba poco familiar.
Para colmo de males, Bella lo miraba
sonriente desde una foto en la mesilla. Parecía estar colocada de tal manera
que sus ojos brillaban sonrientes con la luz tenue de la luna que se colaba a
través de las cortinas, poseyéndolo cada vez que intentaba cerrar los ojos.
Hacía tanto que no veía otra cosa que no fuera
enfado y furia en su mirada…
Cuando la había vuelto a ver, después de seis
semanas, había sentido que el corazón le daba un vuelco. Se había esperado
sentir pena o enfado; pero lo que no había previsto había sido aquel ataque de
culpabilidad ni que tuviera, otra vez, el instinto protector tan característico
durante su relación.
¿Por qué culpabilidad? Había hecho lo que había
podido, no tenía que sentirse culpable de nada. Ella había elegido no aceptar
su ayuda cuando él le prometió que haría lo posible por solucionar aquella
situación tan complicada. No había querido su protección; no lo había querido a
él.
A pesar de todo, las emociones estaban allí:
culpabilidad y deseo de proteger… y el resurgir de unos sentimientos que habían
estallado entre ellos durante las pocas semanas que estuvieron juntos.
No, admitió para sí mismo. Nada había terminado.
Estaba tan enganchado como siempre. Y ése debía
ser el verdadero motivo por el que había aceptado pasar por aquello; a pesar de
sus sospechas sobre la salud de Marie.
Bella merecía la pena y si había que luchar, él lucharía.
Parecía distinta. No sólo su pelo. También
estaba más delgada y parecía cansada. Quizá no le gustaba el nuevo trabajo o
quizá Liam le estaba pidiendo
demasiado.
Antes de poder darse cuenta, tenía el móvil en
la mano para llamar a su amigo. Sin embargo, volvió a guardarlo en el bolsillo
con decisión. Aquél no era asunto suyo. Bella
no era su protegida. Ella podía cuidar de sí misma. Además, él ya había
interferido más de lo que le hubiera gustado.
Se frotó el anillo de boda un segundo, de manera
ausente, pensando que tenía que comprar anillos de verdad para remplazar
aquella bisutería que les habían conseguido las chicas del bridge. Meneó la
cabeza irritado consigo mismo. ¿Se
estaría dejando llevar por la fantasía de Marie? Por supuesto que no iba
comprar anillos de verdad. Aquél no era un matrimonio de verdad.
Ni siquiera la boda había sido real; aunque el
anillo que llevaba en el dedo se lo pareciera.
Ahora que las prisas del día anterior se habían
esfumado y se había encontrado con la fría lógica de la mañana, estaba más
convencido de que Marie los había
engañado: no se estaba muriendo; gracias a Dios. Aquella mañana, estaba llena
de energía, tan encantada consigo misma que tuvo tentaciones de enfrentarse a
ella; casi le pregunta cómo podía haber fingido estar cerca de la muerte para
obligarlos a casarse.
Pero eso tendría que esperar. En aquel momento
tenía otros planes.
No estaba seguro de que fueran a funcionar; Bella era una de las criaturas más
testarudas del universo.
Dejó escapar un suspiro mientras comenzaba a
teclear en el ordenador, deseoso de escapar de todo aquel dilema zambulléndose
en el trabajo.
Marie todavía estaba acostada haciendo sus crucigramas. Él le había llevado
el desayuno a la cama para mimarla y se había encontrado con una anciana radiante.
Parecía que ya se le habían curado todos los males; ni siquiera había
mencionado que se fuera a morir en toda la mañana.
Después de protestar un rato, sugiriendo que le
llevara el desayuno a la cama a su esposa, y no a una vieja bruja, le había preguntado
cómo se sentía al estar casado.
La pregunta le había pillado por sorpresa. Su
alianza parecía más pesada a la luz del día; aun sabiendo que aquello no era
oficial, que no habían firmado ningún papel y que su mujer no había puesto el
corazón en el «sí, quiero».
«¿Y ahora
qué?».
Deslizó los dedos por el teclado y los esquemas
de la pantalla desaparecieron dando paso a la cara sonriente de Bella, su pelo suelto sobre la almohada,
las mejillas rojas por la excitación y la felicidad.
No, nada había terminado.
De hecho, aquélla era su oportunidad; su segunda
oportunidad.
El mes anterior había sido una pesadilla. Había
hecho todo lo que había podido, pero había acabado perdiendo a Bella y arriesgando su propio puesto
como director. El robo de los documentos no había sido un incidente
particularmente serio; pero sí, el alboroto que había causado en la empresa por
ser algo que se hacía desde dentro.
Bella se había encontrado en una situación muy delicada; pero, pronto se
aclararía todo. La investigación acabaría enseguida y su nombre quedaría
limpio; no le cabía la menor duda.
Y él recobraría la confianza de la junta
directiva; su padre incluido. Al menos, eso esperaba.
Pero Bella
nunca se había creído que él confiara en ella. Cuando él había intentado
protegerla, ella se lo había tomado como una acusación y había dejado el puesto
que él le había conseguido, dejándolos en una situación embarazosa. Eso había
hecho que tuviera que trabajar más duro para lograr que lo creyeran y, desde
luego, se había enfadado con ella. Pero quizá la culpa había sido suya. En su
fervor por hacer las cosas bien, por protegerla, la había mantenido fuera de
las decisiones mientras él intentaba arreglarlo todo. Y, pensándolo mejor,
aquello había sido un error. Pero no por eso dejaba de estar enfadado; podía
entenderla, pero, aun así, le dolía que no hubiera confiado en él.
Sabía que pronto volvería a tener la confianza
de la junta y que todo volvería a la normalidad en la empresa. Su vida
personal, sin embargo, era otro asunto.
Dejó escapar un suspiro. Había perdido la
concentración por completo cuando sus ojos captaron el ramo de flores que
estaba sobre la mesa del comedor. Alguien lo había dejado en un pequeño centro
de cristal. Los capullos comenzaban a ponerse mustios y los pétalos caían sobre
la mesa. En el centro había agua, pero las flores ya empezaban a marchitarse.
Por supuesto, no se trataba de flores muy frescas, pues antes de convertirse en
el ramo de novia ya habían pasado unos días en el jarrón.
Eran preciosas y daba pena verlas tan mustias.
Sin saber por qué, Edward se puso de pie, cruzó la habitación y sacó las flores del
agua. Les quitó la cinta blanca que las rodeaba y que estaba empapada y la
escurrió. Después se la puso alrededor de la mano como si fuera una venda.
Parecía seda.
—Era un lazo del pelo de Isabella de cuando era pequeña.
—¿Qué? —Edward
se giró y se encontró cara a cara con Marie.
Ella señaló al lazo que llevaba en la mano.
—El lazo. Es de Isabella. Muchas de sus cosas están aquí. Cuando era pequeña
siempre se quedaba conmigo cuando sus padres se marchaban de viaje.
—Ya lo sé —dijo él. También sabía que lo más
acertado habría sido decir que Bella
vivía con ella y que, ocasionalmente, visitaba a sus padres cuando ellos podían
aceptar el inconveniente de tener una niña revoloteando a su alrededor.
—Ese era su lazo favorito cuando tenía ocho
años. Siempre decía que la hacía sentir como una princesa —se sentó en un
sillón y se echó una manta sobre las rodillas. Después le dedicó una mirada
penetrante—. Eso es lo que una mujer necesita sentir el día de su boda; que es
una princesa.
Bella estaba como una princesa con el vestido de novia antiguo; pero no
creía que ella se hubiera sentido así. Si acaso, como una princesa a la que
fueran a encerrar en una torre.
Una princesa sin su pelo largo.
Primero las flores y, después, los cuentos de
hadas. ¿Quién había estado liándole la
cabeza?
«Tienes
tres oportunidades, Edward», le dijo una voz interior
cargada de sarcasmo.
—Estaba preciosa, ¿no crees? —suspiró Marie—. Preciosa. Aunque una pena lo de
su pelo.
—Sí —asintió él de corazón y Marie giró la cabeza para mirarlo.
—¿Por qué se lo cortó así?
Él se encogió de hombros y comenzó a deshacer el
nudo de su mano.
—No lo sé. El pelo corto ahora está de moda.
Quizá lo hizo por eso.
—¿Por moda? —gruñó Marie—. No lo creo. ¿Te gusta el pelo así?
—Bella
está preciosa siempre.
—No te gusta nada.
Él se rió.
—Tienes razón: no me gusta.
—Bien. Quizá se lo vuelva a dejar crecer. Por ti
—alargó la mano hacia el teléfono—. ¿No tienes que trabajar? Yo tengo que hacer
algunas llamadas.
Él le sonrió y se despidió de ella.
—Lo que usted diga, señora. Estaré en la cocina
si me necesitas —alargó la mano con el lazo—. ¿Dónde pongo esto?
Marie se quedó mirándole la mano durante un segundo y, después, lo miró a la
cara.
—¡Quédatelo, Edward!
Nunca se sabe cuándo va a hacer falta un lazo de seda.
.
.
.
.
.
Bella no pudo hablar con su abuela en todo el día. El teléfono estaba
siempre ocupado. Probablemente, Edward
había estado utilizando la línea con Internet. Colgó el teléfono con fuerza,
una vez más, y miró el reloj. Todavía faltaban un par de horas para salir.
Pensó en decirle al jefe que necesitaba tomarse la tarde libre, pero rechazó la
idea.
Estaba exagerando. Su abuela se encontraba bien.
Estaba con Edward.
Además, ella había sido muy afortunada al
encontrar un trabajo después de que la echaran de la empresa de Edward. Sólo llevaba allí una semana y,
por muy agradable que fuera su jefe, no podía correr riesgos.
Sin embargo, que no pudiera comprobar qué tal
estaba su abuela era insoportable. Pararía en el camino a casa y le compraría
un móvil. Si Edward iba a quedarse
unos días, así podría hablar con ella.
También podía llamarlo a él al móvil, pero
decidió que no lo haría. No, a menos que fuera una urgencia y aquél no era el
caso. En primer lugar, no tenía ningún motivo para preocuparse. Conocía muy
bien a Edward y sabía que la llamaría
inmediatamente si Marie tuviera algún
problema.
Pero, durante las últimas semanas, se había
acostumbrado a estar preocupada. Dejó escapar un gruñido y apoyó la cabeza
entre las manos durante un momento.
Siempre se le había dado mal acabar con las
malas costumbres.
Se esforzó por concentrarse en el trabajo y en
dejar de llamar y salió de la oficina en el mismo instante en el que pudo.
Después, paró para comprar el teléfono; lo quisiera o no, su abuela iba a tener
que aceptar los avances del siglo veintiuno.
El coche de Edward
todavía estaba aparcado fuera. Quizá no se había movido de la casa en todo el
día, trabajando con el ordenador. Se entretuvo un rato en el coche, retrasando
el momento de entrar en casa.
Estaban casados. No, de manera legal; pero sí,
por lo que se refería a su abuela. Y tendrían que actuar en consonancia cuando
ella estuviera cerca. Sólo unas semanas antes y aquella boda habría sido como
un sueño hecho realidad. Ahora, no lo era.
Buscó en el bolso y se puso la alianza que había
escondido en un apartado. Parecía que pesaba demasiado para ser un anillo tan
fino, pensó mirándolo fijamente. ¿Cómo se
sentiría Edward con el suyo? Quizá no le molestara en absoluto; después de
todo, sólo era algo temporal.
Sonrió mientras abría la puerta, pensando en los
platos sucios del día anterior. No había vivido con Edward, pero había pasado con él el tiempo suficiente como para
saber que las tareas de la casa no eran su fuerte. No creía que hubiera fregado
nada. Sólo esperaba que no hubiera permitido que lo hiciera Marie.
Marie estaba completamente vestida, por primera vez en una semana, sentada
en la mesa del comedor, haciendo sus crucigramas. Edward estaba sentado enfrente de ella, tecleando el ordenador con
una mano mientras que con la otra sujetaba el teléfono móvil.
Típico de Edward.
Marie sonrió.
—Bienvenida a casa, Isabella.
—He estado todo el día intentando llamar —le
dijo a Marie y le envió una mirada
desagradable a Edward—. Pero siempre
me daba comunicando —se acercó a su abuela y le puso el teléfono móvil
delante—. Toma. Será mejor que lo lleves en el bolsillo. De esa manera, puedo
contactar contigo cuando quiera y tú puedes llamarme siempre que lo necesites.
—¿Otro teléfono?
—Edward
está ocupando la línea —le explicó—. Así que, no he podido comunicarme contigo.
De esta manera, puedo hacerlo aunque el fijo esté ocupado.
Marie miró el teléfono.
—Bueno. Así puedo charlar mientras paseo a los
perros. No está mal. Pero Edward no
estaba usando el teléfono; era yo. Le he estado contando a todo el mundo lo de
la boda.
Bella sintió que se le caía el alma a los pies.
—¿Has estado contándole…?
—A todo el mundo —repitió la mujer con
vehemencia—. Bueno, menos a tus padres, claro —examinó su nuevo teléfono sin
dejar de sonreír—. Me ha llevado todo el día, pero he localizado a casi todos.
Es impresionante lo grande que puede ser la familia de uno cuando se llega a mi
edad. Quizá tú no conozcas a tus primos, pero son tu sangre. A la madre de Edward le encantó la noticia.
Bella se apoyó en la pared y miró a Edward.
Este no apartó los ojos de la pantalla, tenía la mandíbula apretada y parecía
dispuesto a ignorar la conversación, fuera por donde fuera.
—Abuela, por favor, dime que no has llamado a la
madre de Edward…
—Me dijo que no te había visto desde que eras
pequeña.
—¡Dios mío!
—Muy descuidado por tu parte, Edward. Vendrá el mes que viene, sólo a
verte, Isabella.
—¿Qué? —dijo casi gritando—. ¿La madre de Edward? ¿Aquí?
Marie se rió.
—La respuesta de Edward fue similar a la tuya. Pero, no hay de qué preocuparse, Esme es una mujer en cantadora. Te
acuerdas de ella, ¿verdad? Tienes una suegra maravillosa.
—Una suegra…
—Las suegras no son tan malas. En serio.
—¡Dios mío!
—No te pongas nerviosa, querida, sólo va a pasar
aquí un fin de semana. No es como si tuviéramos que organizar una cena para
cincuenta personas. Relájate.
—¿Que me relaje?
—Pues claro —murmuró Marie—. Le debemos a la gente una boda en condiciones, ¿no crees?
Quizá queráis repetir vuestros votos en una iglesia.
—¡Abuela!
—¡Marie!
Sus quejas sonaron al unísono. Incluso Edward había reaccionado.
Marie sonrió.
—Sólo era una sugerencia, chicos. Seguro que
querréis celebrar una ceremonia de verdad, pero no hay prisa.
Bella meneó la cabeza y se dirigió hacia la cocina, enfadada y molesta con
todo el universo.
Tal y como se había imaginado, los platos
estaban en la pila, sin fregar. Apretó los dientes y abrió el grifo. ¡Hombres!
¡Abuelas! No estaba segura de cuáles eran
peores.
—Déjalos —dijo Edward desde detrás de ella. Ella pegó un bote por el susto y él le
puso las manos sobre los hombros para calmarla. Después, hizo que se girara
hacia él.
—¿Has oído lo que ha hecho? Seguro que lleva
semanas planeando todo esto. Seguro que nunca ha estado tan mal como pretendía
y que mañana está paseando a los perros como solía hacer cada día.
—Eso es lo que yo dije ayer —dijo él con
frialdad—. Y tú te enfadaste conmigo por sugerirlo. Pero mira el lado bueno: al
menos, no se está muriendo.
Bella se sintió mucho mejor.
—Eso es maravilloso. No quería…
—Ya sé lo que querías.
—Deberíamos decirle lo que pensamos sobre que se
entrometa en nuestras vidas —dijo mientras se giraba en dirección al comedor,
pero Edward la agarró del brazo.
—¿Estás segura? Quizá nos empujó a que nos
casáramos, pero no olvides que ella creía que estábamos juntos. Seguro que le
damos un disgusto si le decimos que no era así. ¿Podemos arriesgarnos?
—Ahora ya sabemos que está bien. ¿No crees? Ya
lo habías dicho tú mismo.
—No podemos estar seguros. Lo menos arriesgado
es actuar como si nos hubiera estado diciendo la verdad.
—¿No quieres que nos enfrentemos a ella?
—Todavía no.
Bella se frotó la frente, sintiéndose muy cansada. Aquella doble vida no le
gustaba nada. Se preguntaba cómo se las arreglaba Marie para engañarlos tan bien, si eso era lo que estaba haciendo. Edward tenía razón: no podían estar
seguros.
—¿Qué opción tenemos? ¿Seguir fingiendo?
Él se encogió de hombros.
—Sugiero que sigamos así unos días más. Ya lo
sabe toda la ciudad. Dejaríamos a Marie
como una tonta si contáramos la verdad ahora que ella le ha dicho a todo el mundo
que nos hemos casado.
Bella se apoyó en la encimera.
—Así seremos nosotros los tontos. Lo olvidé.
Todo el mundo lo sabe. Tu madre lo sabe. Incluso va a venir a verme —de
repente, todo era demasiado abrumador y sintió que se mareaba.
Bella sintió la mano de Edward
sobre su hombro.
—¿Bella?
¿Estás bien?
—Sí —se enderezó, furiosa consigo misma por
aquella muestra de debilidad. Estoy bien. Sólo he sentido un pequeño mareo.
¡Todo es tan extraño!
—No te preocupes por mi madre. Eso será el mes
que viene. Para entonces, seguro que ya se nos ha ocurrido algo.
—¿Tú crees? Aceptamos hacer esto con los ojos
cerrados, sin saber dónde nos metíamos, pensando que ya se nos ocurriría algo
—se volvió hacia el fregadero para liberarse de la mano de Edward.
—Deja los platos —repitió Edward—. Tenemos suficientes para cenar.
—¿Que los deje? ¿Para siempre? Sé que a los
hombres os cuesta mucho entenderlo, pero estas cosas no se hacen solas, por
mucho tiempo que se les dé. Bueno, a menos que haya un perro en la casa y tu
definición de la limpieza sea bastante flexible —intentó mirarlo con odio,
ignorando el hecho de que debía sonar como una bruja malhumorada—. Anoche
dijiste que tú te encargarías de los platos y no has cumplido tu palabra.
—Lo sé. Lo haré. He comprado un lavavajillas.
Llegará en cualquier momento.
—¿Un lavavajillas?
—Sí.
—¿Has comprado un lavavajillas para no tener que
fregar unos cuantos platos?
—No, he comprado un lavavajillas para que Marie no se tenga que preocupar por eso
en el futuro —dijo Edward exagerando
una paciencia infinita.
—Ella no tiene que lavar la vajilla; no,
mientras esté enferma y yo esté con ella.
Él se encogió de hombros, sin inmutarse.
—Da igual. El aparato llegará en cualquier
momento. A Marie le ha parecido bien.
Bella se tragó un comentario mordaz sobre los hombres y lo que eran capaces
de hacer para evitar las tareas de la casa. Sonaría como una bruja y ella no lo
era.
Al menos, no solía serlo.
—¿Por qué no impediste que hiciera todas esas
llamadas? —preguntó ella, cambiando de tema.
—No me enteré hasta que mi madre me llamó al
móvil. Estaba encantada y furiosa a la vez.
—¿Furiosa? ¿Porque te has casado conmigo?
—No, Bella.
Estaba encantada de que me hubiera casado contigo. Estaba furiosa porque no le
había dicho nada.
—¿Estaba encantada?
—¿Por qué te resulta tan difícil creerlo?
—¿Es que no sabe lo que pasó?
—No sabía que salíamos juntos.
—No hablaba de eso —soltó ella—. Sé que
mantuviste muy bien guardado ese pequeño secreto.
Edward entrecerró los ojos.
—Si te refieres a lo que pasó en el trabajo, por
supuesto que lo sabe. Es una de las accionistas más importantes de la empresa.
—¿Y sabiendo que estoy acusada de ladrona está
contenta con nuestra boda?
—Ella no cree que seas culpable.
—¡Ja! Todos creen que soy culpable.
Edward meneó la cabeza.
—No. No, todo el mundo. Sólo algunos.
—¿Algunos?
—Sí. Como mi padre que no cree que tenga la
solidez de carácter suficiente para confiar en mí cuando digo que tú no lo
hiciste.
Había amargura en su voz y ella se preguntó si
diría la verdad. Entonces, recordó cómo la había relegado de todo el asunto,
haciendo que todos pensaran que ella era la culpable.
—Ten cuidado, Edward. Vas a convencerme de que confiabas en mi inocencia.
El mostró una sonrisa más parecida a una mueca
que a una sonrisa de verdad.
—Siempre lo creí. Ya te lo dije.
Eso era una forma de poner las cosas. Él se
había esforzado en acallar los rumores y en esconderla y aquello tenía que ser
porque creía que era culpable o porque no quería pasar la vergüenza de que
saliera a la luz que tenía una relación con ella.
Después de todo, si hubiera creído en ella, o si
la hubiera amado, no la habría sacado de la oficina principal, no hubiera
permitido que registraran sus cosas… Habría dado la cara y habría explicado qué
había hecho hasta tan tarde en la oficina, por qué no había estado trabajando
con su ordenador.
Ella cambió de tema.
—Nada de esto cambia nuestra situación actual.
Tu madre va a venir el mes que viene.
—Lo sé. También vendrá mi abuela.
Ella lo miró atónita.
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo?
—He tenido varias horas para tranquilizarme.
Incluso he corrido diez kilómetros.
Bella se llevó las manos a la cara.
—¿Qué vamos a hacer? Esto está yendo demasiado
lejos.
—Mientras Marie
esté enferma, seguiremos con la actuación.
—No está enferma —espetó ella—. Nos ha
manipulado y, ahora, tenemos que quedarnos juntos en esta casa.
—Gracias —dijo él con ironía.
—No es por ti. Bueno, sí es por ti. Dios, me
está empezando a doler la cabeza.
—Creo que trabajas demasiado duro en ese trabajo
tuyo.
Bella soltó una carcajada.
—¿Que yo trabajo duro? Eso suena muy divertido
viniendo de un adicto al trabajo.
—Yo no soy adicto al trabajo.
—¡Ja! Ni siquiera te tomaste la tarde libre el
día de tu cumpleaños.
—Sí, lo hice.
Bella apretó los dientes y miró hacia otro lado. ¿Qué diablos la había
llevado a nombrar su cumpleaños? Edward
no se había tomado la tarde libre, pero eso había sido porque ella se había
colado en su oficina cuando todos se habían ido y lo había entretenido. El plan
había sido llevárselo a cenar fuera, pero nunca salieron del edificio.
Ese era uno de los días que habían utilizado
para acusarla. Las cámaras del edificio mostraban que entraba tarde, pero los
archivos del ordenador mostraban que no había trabajado con ellos. Los
directores exigieron saber qué había estado haciendo. Ella sólo dijo que había
estado trabajando con unos documentos en la oficina, que no había necesitado el
ordenador; pero había sonado muy poco convincente. No había pensado que
necesitara una explicación mejor. Había estado segura de que Edward lo explicaría todo cuando
volviera de su viaje.
Pero no fue así.
—En serio. ¿Cuánto tiempo vamos a continuar con
esta farsa?
—Hasta que esté mejor o hasta que ya no necesitemos
fingir más, o hasta que encontremos otra mentira menos complicada para
remplazar a ésta. ¿Alguna otra idea?
—¿Qué quieres decir con otra mentira?
—Podemos divorciarnos.
Ella lo miró, luego, soltó una carcajada.
—Eres genial, Edward.
Él se encogió de hombros.
—Bueno, es una solución. ¿Le has contado ya a tu
padre que te has casado con una espía y una ladrona? —preguntó sin importarle
la amargura que reflejaba su voz.
Edward ni siquiera pestañeó.
—Nunca he creído que fueras una espía o una
ladrona. No puedo creer que lo digas en serio ¿Qué he hecho para que pienses
así de mí?
—Me trataste como a una espía y una ladrona.
—Eso no es cierto. Hice lo que tenía que hacer.
Lo único que podía hacer dadas las circunstancias.
—¿Esconderme como si fuera culpable?
—Me enfrenté a la junta, Bella. Cuando llegué te habían destituido y yo te volví a poner en
tu lugar. Lo único que hice fue transferirte a otro sitio temporalmente, para
sacarte de allí mientras averiguaba qué estaba pasando. Era lo único que podía
hacer.
—Me transferiste porque me creías culpable.
Edward dejó escapar un suspiro y aquella vez le llegó al alma. Parecía
cansado, desesperanzado. ¿Por qué?
—Ya hemos tenido esta conversación antes, Bella. No tenía elección. Si no te
hubiera transferido, habrías estado en un ambiente hostil. Fue en contra de los
deseos de la junta, de los deseos de mi padre. Hice lo que pude. Las cosas
podían haber salido mucho peor.
¿Pero qué podía ser peor que perder el trabajo y
al hombre al que amaba?
Miró a Edward,
después, apartó los ojos. Era embarazoso ver el cansancio de su mirada.
—Hice lo que pude, Bella.
—Seguro. Bien. De acuerdo.
—Muy convincente —dijo él, con aspereza.
—No se soluciona nada con volver a repetir todo
esto. Es el pasado.
—Mientras sigas furiosa no es el pasado.
—Ya lo he superado.
—No.
—Tengo un nuevo trabajo. Un trabajo que conseguí
yo sola, sin ayuda de nadie. Soy feliz. Me va genial. Y me irá mucho mejor
cuando esta charada ridícula se acabe y pueda volver a la normalidad.
Edward se acercó a ella, invadiendo su espacio personal; pero sin tocarla.
—Vamos a ser un poco honestos, Bella. En lugar de seguir con esta
frialdad.
—Lárgate.
—Nunca me dijiste lo enfadada que estabas
conmigo. Nunca me gritaste. Sólo me dijiste, con ese tono helado tan tuyo, que
había acabado y que no querías volver a verme.
—No te costó nada aceptarlo.
—Me lo dejaste muy claro cuando me dijiste que
había arruinado tu vida.
«Si me
hubieras amado, no habrías permitido que todo acabara»,
deseó decir. Pero no tenía ningún derecho.
—No me creíste, no confiaste en mí.
—Estaba intentando protegerte, Bella. No tenía nada que ver con la
confianza. No importaba si yo te creía o no, aquello podía haber arruinado tu
carrera. Hice lo único que se podía hacer para salvar tu reputación. Para mí
tampoco fue fácil.
—¿Se supone que tengo que estarte agradecida?
Edward meneó la cabeza con fastidio, pero sus ojos mostraban furia.
—Bella,
si no hubiera intervenido, no sólo te habrían despedido sino que habrías ido a
la policía. ¿Te das cuenta de lo serio que era el tema?
—¡Era inocente! —gritó ella—. Si las cosas
hubieran ido a juicio habría resultado inocente.
—Yo quise probar tu inocencia sin tener que
pasar por eso. Sabes que los juicios ensucian el honor de la gente,
independientemente del resultado. Habrías estado marcada para siempre.
—¿Y no lo estoy ahora?
—No, no lo estás. Poca gente conoce el asunto.
—Porque tú acallaste las cosas, por el bien de
la reputación de tu preciosa compañía.
Él la agarró de la muñeca, pero ella se soltó.
—Por ti, Bella.
—Nunca habría habido juicio. No había ninguna
prueba. Si acaso algún indicio.
—La gente es juzgada y acusada por esos
indicios, Bella.
—Eso es lo peor de todo, Edward. Que nunca me creyeras.
—Te creí —dijo él en voz baja—. Jamás dudé de
ti. Ella lo miró y se preguntó si aquello podía ser verdad.
—¿Por qué…?
—Hice lo que tenía que hacer para sacarte de
aquello. Para sacarnos a los dos.
—¿Sacándome de la oficina?
Edward suspiró.
—No podías seguir allí mientras se llevaba a
cabo la investigación. ¿No lo entiendes?
—¿Qué investigación? —dijo ella, alejándose de
él, temblando de furia—. No iba a haber ninguna investigación. Tu padre lo dejó
muy claro. Sólo quería que todo se olvidara y yo era el chivo expiatorio
perfecto.
—Lo sé. Estaba equivocado. Tú sabes que yo
empecé la investigación en cuanto regresé. Pronto tendremos los resultados.
Saldrás limpia. Si te hubieras quedado, como te pedí, lo sabrías.
Bella se frotó la cara, sintiéndose cansada. No podía haberse quedado en el
puesto de trabajo que él había creado para ella para sacarla de la oficina
donde la consideraban una delincuente. ¿Por qué le costaba tanto entender
aquello?
—¿Ha descubierto tu padre lo… lo nuestro?
Edward se giró.
—Sí. Marie
llamó a todo el mundo, ¿recuerdas?
De repente, la respiración de ella sonó muy
fuerte en medio del silencio.
—¿Y? ¿Qué ha dicho al enterarse de que su nuera
es la delincuente inmoral a la que despidió hace unas semanas?
—Como era de imaginar.
—¿Furioso?
—Más bien indignado.
—¿Indignado?
—¿No lo entiendes, Bella? ¿No entiendes por qué no podía decir cuál era tu coartada?
¿Nunca pensaste en lo que pasaría si contaba por qué te quedabas en la oficina
hasta tan tarde? ¿No te das cuenta de lo que habrían pensado todos?
Ella se dio cuenta de repente y sintió horror
por no haberlo pensado antes. No le había pedido a Edward que dijera su coartada, pero había esperado que él lo
hiciera. Cuando no lo hizo, pensó que se avergonzaba de ella.
—¡Oh!
Edward asintió.
—La política de la empresa era muy clara. Por
eso tuve que ocultar nuestra relación, ¿recuerdas? Si hubiéramos dicho que
estábamos juntos todo habría sido peor, porque habrían pensado que habías
estado utilizándome. Tenía que defenderte sin usar esa coartada —se pasó las
manos por el pelo—. Pero las cosas no salieron como yo esperaba. No cooperaste
conmigo —su gemido resonó en la habitación—. ¿Te imaginas qué pensaron todos
cuando después de conseguir que te readmitieran, tú te largaste?
Bella no sabía cómo sentirse, qué pensar. Quizá no había actuado
racionalmente en vista de las circunstancias, pero, en aquellos momentos, todo
había estado muy confuso.
—Tú fuiste la que no confiaste en mí, Bella. Yo hice todo lo que pude para
protegerte.
— Yo no necesitaba protección. Necesitaba que se
limpiara mi nombre.
—Para protegerte y para limpiar tú nombre.
—¿De verdad esperabas que me quedara en aquel
puesto al que me habías relegado?
—Pues, sí.
—¿Y seguir viéndote?
Edward apretó los ojos con frustración.
—Aquello no tenía nada que ver con nosotros.
¡Nada! Sólo era algo del trabajo.
—Sólo del trabajo —repitió ella sin voz—. Pero
lo arruinó todo, ¿no?
Edward no la estaba mirando. Estaba mirando por la ventana, su perfil
mostraba dureza.
—Nosotros lo permitimos, Bella. Fue culpa nuestra.
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Después de la cena, Bella y Marie se sentaron
a ver la televisión y Edward, en un
sillón con el portátil sobre las rodillas, con su cara seria iluminada por la
pantalla.
Ella no podía evitar mirar de vez en cuando al
hombre que durante un breve periodo de tiempo, hacía tanto, había sido la
persona más importante del mundo para ella.
Él levantó los ojos y se encontró con su mirada.
—¿Todavía sigues con el proyecto de Masen? —le preguntó Bella.
Él la miró, sorprendido, casi había olvidado que
ella había sido una parte importante de dicho proyecto.
—Sí. Estaremos con él hasta finales del verano.
—¿Qué habéis decidido? —preguntó ella con
curiosidad, intentando ver la pantalla—. Aunque, si no quieres contarme nada,
no tienes por qué hacerlo.
Edward se puso de pie y le dejó el ordenador sobre las piernas.
—Voy por algo de beber. Mira todo lo que desees.
¿Queréis algo?
Bella negó con la cabeza y se quedó mirándolo mientras se dirigía hacia la
cocina. Después, se puso a ojear el proyecto. Había cosas con las que estaba de
acuerdo y cosas con las que no. Lo normal.
Edward volvió con té helado para Marie
y una cerveza para a él. Bella le
devolvió el ordenador.
—¿Qué opinas?
Bella dudó, después, le explicó lo que pensaba. Edward escuchó atentamente, tomando nota de vez en cuando, y ella
casi se olvidó de su pasado. Así había sido al principio, cuando ella empezó a
trabajar para él, antes de que empezaran a salir. Le había encantado contarle
sus ideas, sus propuestas. Él solía escuchar atentamente mientras señalaba
algún problema o reducía sus opiniones a cenizas o la animaba a continuar hasta
que sus ideas se convertían en algo más, en algo mejor. Era un excelente
profesor. Era una de las cosas que más le habían gustado de trabajar para él.
Marie se fue temprano a la cama y Bella
aprovechó la ocasión para marcharse ella también.
—Buenas noches —se despidió ella—. ¿Has resuelto
el enigma de las sábanas?
—No estoy seguro —contestó Edward—. Aparentemente, una de las señoras del bridge se las llevó
prestadas, aunque no me enteré muy bien para qué.
—¿Qué vas a hacer?
—Me imagino que seguiré con la manta. Aunque,
debería haber ido a mi casa por ropa.
—Todavía puedes hacerlo. O si quieres, puedes
subir a buscar ese saco de dormir del ático. Esta mañana, encontré una linterna
en un cajón de la cocina.
¿Y a ella
qué le importaba? ¿Por qué lo ayudaba?
Edward miró hacia arriba, sus ojos fijos en los de ella. Volvía a haber calor
en su mirada ¿o era un truco de la
iluminación?
—Saco de dormir, ático. Linterna, cocina. Muy
bien. Gracias.
—¿Vas a ir a trabajar mañana?
Él asintió.
—Marie
parece estar bien. Va a invitar a sus amigas. Intentaré volver temprano para
asegurarme de que come bien.
—¿Cómo vamos a…? —hizo una pausa. Él plan había
sido actuar sobre la marcha durante unos días. No le serviría de nada sentir
agonía por cada detalle—. No importa, buenas noches.
—Hasta mañana, Bella.
Por lo menos ya se sabe por qué Bella ya no trabaja con Edward... Y lo que piensa el padre de Edward sobre ella y ese incidente.... Espero que encuentren al culpable!!!
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Esa abuelita es única jaja
ResponderEliminarQue lío, que lío!!! Pero queda demostrado que hablando se entiende la gente. Ojalá puedan resolver todo pronto, aunque parece que van por buen camino jajajaja 😏
ResponderEliminarSe va despejando esto ed ya no parece tano malote jajaja quien habrá sido el traidor? ???
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