Matrimonio de Mentira 5

Cuando Isabella llegó a casa, Edward todavía no había llegado; pero la abuela estaba en el recibidor, con las manos en las caderas y con pinta de estar muy enfadada.

—¡No estáis durmiendo juntos!

Había una mezcla de furia y disgusto, con una dosis de indignación. Bella se aguantó las ganas de decirle que se metiera en sus asuntos. Después, decidió decírselo claramente.

—Como durmamos o no, no es asunto tuyo, abuela.

—¿Por qué estáis en habitaciones separadas? ¿Ni siquiera pasasteis la noche de bodas juntos? ¿Qué tipo de matrimonio empieza en camas separadas?

Bella dejó el maletín en el suelo y se quitó el abrigo.

—Abuela, te quiero muchísimo. Pero, insisto: éste no es asunto tuyo. Por favor, quítatelo de la cabeza. ¿Has subido arriba? ¿Tú sola? ¿Dónde está Edward?

Edward ha salido a hacer la compra. Quizá me esté muriendo o quizá no, pero no soy una inválida. Tuve que ir a buscar una cosa a mi habitación. Y adivina lo que vi. ¡Un saco de dormir sobre mi cama! ¡Un saco de dormir! ¿Qué crees que es esto? ¿Un campamento?

—Bueno, las sábanas habían desaparecido, así que, el saco fue la única solución que se nos ocurrió. ¿Sabes tú algo de las sábanas?

—Una amiga me las pidió hace unos días y me las traerá antes del fin de semana. Pero ése no es el asunto. ¡Estáis casados! ¡Deberíais dormir en la misma habitación!

—Abuela, se te ha rallado el disco —le dijo Bella, suavizando las palabras con un beso en la mejilla.

En ese momento, entró Edward.

La abuela encontró una nueva víctima.

—¿Por qué no estáis durmiendo juntos?

La pregunta pareció no sorprenderlo.

—Ese no es asunto tuyo, Marie —dijo Edward con calma—. Es algo entre Bella y yo. Si dormimos juntos o separados es nuestra decisión. Hay muchas parejas que duermen en camas separadas, incluso en habitaciones separadas. No te entrometas.

Igual que Bella acababa de hacer, le dio un beso en la mejilla para compensar la dureza de sus palabras.

—No tenéis ni idea del daño que esto puede hacerle a vuestro matrimonio —dijo la mujer muy seria—. Estas no son maneras de empezar un matrimonio.

—Abuela, no le des tanta importancia. Solamente, no estamos… quiero decir… —Bella miró a Edward para que la ayudara. Él se encogió de hombros—. Abuela, Edward ronca —explicó ella, orgullosa por su ocurrencia—. Ronca muchísimo —continuó a pesar de que sentía que la mirada de Edward se le clavaba en la sien como un cuchillo—. Es como intentar dormir en una fábrica ruidosa. Y yo necesito dormir si quiero funcionar en el trabajo.

—Ve al médico —dijo la abuela de repente, pero Bella sintió que aquella sencilla explicación la había aliviado—. Los ronquidos se pueden curar. Yo lo he visto en la televisión. Mientras tanto, siempre puedes utilizar tapones para los oídos. Por experiencia propia, también sé que un buen codazo en las costillas es bastante efectivo. Lo que sea. No hay nada peor para un matrimonio que camas separadas. Créeme.

Edward sonrió a la abuela.

—Iré a ver al médico, Marie.

—Bien. Y tú, Bella, te comprarás unos tapones hoy mismo.

—Abuela… —dijo Bella con gesto cansado.

—Cómprate unos tampones. Te lo digo en serio. Tu abuelo, que en paz descanse, roncaba muchísimo los últimos años de su vida. Piénsatelo.

—No me gusta utilizar tapones, abuela. Esperaremos a ver qué dice el médico y, mientras, Edward dormirá en tu habitación.

Marie se hizo la sorda.

—Bueno, no importa. Hoy mismo, pienso mudarme a mi habitación.

Bella entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.

—Entiendo. Ya te encuentras mucho mejor y quieres volver a utilizar la habitación de arriba.

—Pues sí. Las escaleras son un buen ejercicio para mí. Y estoy deseando volver a dormir en mi propia cama.

—Bien —Edward le dio unos golpecitos a Bella en el hombro—. Pero no te preocupes, cariño, no tendrás que soportar mis ronquidos, yo puedo dormir abajo, en la habitación de invitados.

La abuela estaba claramente fastidiada con aquel pequeño inconveniente para su plan. Se quedó pensativa un segundo y meneó la cabeza. Después, silbó a los perros los cuales corrieron a su lado.

—¡Abuela! ¿Qué vas a hacer?

—Voy a pasear a los perros.

—¿A pasear a los perros? ¿Fuera? ¿Tú sola?

—Sí. Me vendrá bien. Sabes que me gusta darme un paseo diario.

—¿Tan bien te encuentras que te vas a dar un paseo? —preguntó Edward.

—Sí. Me siento mucho mejor —dijo mientras Edward y Bella la miraban con cara de tontos—. Quizá hasta viva para conocer a vuestros hijos. Eso estaría bien. No es que os esté presionando ni nada así. Yo entiendo que una pareja necesita un tiempo para ellos antes de eso. Además —murmuró mientras agarraba el abrigo—, no hay muchas oportunidades para que tengáis hijos si dormís en habitaciones separadas, ¿no creéis?

Bella ahogó un gruñido. Edward ayudó a la anciana a ponerse el abrigo.

—Voy contigo —le dijo—. Últimamente no hago mucho ejercicio.

—Eso es mentira, Edward. Hasta una anciana como yo puede ver que estás completamente en forma. Aunque me gusta que vengas conmigo.

—Tened cuidado —dijo Bella desde la puerta—. Un paseo corto y volvéis.

Se quedó mirándolos a los. La abuela llevaba el bastón, pero ni siquiera se apoyaba en él. ¡Y a menudo ritmo andaba!

Bella se quedó mirándolos hasta que desaparecieron de su vista. No había ninguna duda: la abuela había vuelto a la normalidad. Lo cual significaba que tendrían que hacer algo para escapar de aquella trampa. Pero, ¿qué podían hacer ahora que todos lo sabían?

Al menos, el pequeño plan de la abuela para que compartieran habitación no había funcionado, pensó Bella con una sonrisa mientras se preguntaba si habría sábanas en el armario de abajo.

Quizá los hubiera obligado a casarse, pero no iba a ganar aquella batalla.

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Después de la cena, los tres se pusieron a echar una partida de Scrabble en el salón cuando el timbre de la puerta sonó. Marie se puso de pie de un salto, con la energía de una quinceañera, y corrió a abrir la puerta.

Se escuchó ruido en la zona de la entrada y Bella y Edward se miraron el uno al otro presintiendo el peligro.

—Creo que no quiero saber qué está pasando —dijo Bella.

—Yo tampoco. Vamos a esperar.

Ella asintió.

—Voy a intentar buscar alguna palabra para conseguir ese triple tanto mientras la abuela está fuera. Ella nunca me deja pensar a gusto.

Edward se rió.

—Si todos nos tomáramos el mismo tiempo que tú, cada partida duraría una semana.

Su tono era indulgente y cuando ella levantó la cabeza vio una sonrisa en su rostro. Algo en su interior se revolvió al darse cuenta de que él estaba recordado las partidas que ellos echaban. Volvió a mirar sus letras para concentrarse en ellas.

Marie, por fin, se libró de la visita y volvió a la sala. Pero la casa no se quedó en silencio.

—¿Qué es ese ruido? —preguntó Bella, sin estar segura sobre si quería saberlo o no.

Marie volvió a ocupar su asiento.

—Oh, nada. Sólo unos cuantos pájaros que tengo que cuidar durante un par de días. Nada por lo que tengáis que preocuparos.

—¿Pájaros? —gritó Bella.

—¿Pájaros? —repitió Edward. Se echó para atrás en la silla y se frotó la frente con una mano.

—Sí. Loros. De los grandes. Son de muchos colores; preciosos. Aunque no hablan. Al menos, no en castellano y tampoco creo que sea francés. Quizá sea algún dialecto africano o americano; no sé. De cualquier forma, sea el idioma que sea, chillan bastante, ¿no creéis?

—El sonido viene de la habitación de invitados —dijo Bella pegando un salto para seguir a Edward que ya se había levantado.

Edward abrió la puerta del cuarto en cuestión y no pudo evitar que se le abriera la boca. Bella no podía ver lo que había dentro, pero sí, la expresión de estupefacción de Edward. No quería asomarse porque eso implicaba que tendría que acercarse a él y eso solía hacerla temblar.

—¿Qué? ¿Qué hay ahí dentro?

Edward se hizo a un lado.

—Míralo tú misma.

Bella se coló con cuidado en el pequeño espacio que había entre él y la puerta.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó con tono chillón.

Durante la media hora que había necesitado para componer una palabra, utilizando el triple tanto, la habitación de invitados había sido desmontada. Los muebles estaban amontonados contra las paredes, en vueltos en plástico. En el medio de la habitación, había una jaula enorme que llegaba casi hasta el techo.

Dentro había seis aves multicolores.

—Esto lo ha hecho para que duermas en mi habitación —dijo Bella, al borde de un ataque de histeria—. Ha convertido la habitación de invitados en un zoo para obligarnos a dormir juntos. ¿Puedes creerlo?

—Sí —dijo Edward, sin poder contener la risa más tiempo. Después, apoyó la cabeza contra la pared, cerró los ojos y estalló en carcajadas.

Bella no podía apartar los ojos de los pájaros.

—Esto no es nada divertido. No vamos a dejarle que se salga con la suya.

—Es muy divertido, Bella. Es tronchante.

—Bueno, controla tu sentido del humor —le dijo con un susurro—. Esto es muy serio. Estoy harta de fingir que estamos casados. Tenemos que hacer algo para solucionar este asunto de una vez por todas.

Edward dejó de reírse de inmediato.

Bella cerró la puerta, atenuando el sonido de los pájaros.

—¿Hacer algo? Claro.

Volvieron a la sala y se sentaron en la mesa, Bella estaba roja de ira.

Marie —dijo Edward—. Hay seis enormes pájaros en la habitación de invitados.

—Lo sé, cielo —dijo la anciana sin levantar los ojos de sus fichas. Son del nieto de Nettie. Se quedarán con nosotros una temporada. Sólo tenemos que mantener la puerta cerrada y no nos molestarán.

—Esto es ridículo… —soltó Bella, enojada.

Marie le quitó importancia al tema con un gesto de la mano.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó Bella.

—El tiempo que haga falta.

—¿El tiempo que haga falta para qué?

La abuela levantó por fin los ojos de sus letras.

—¿Hay algún problema, cielo?

¿Que si había algún problema? ¿De verdad le había hecho esa pregunta?

—Pues sí, abuela. Claro que hay un problema. Edward iba a dormir ahí y lo sabes.

Edward debería dormir contigo. ¿Todavía no te has comprado los tapones para los oídos?

—No funcionará —dijo Bella muy enojada—. No vas a hacer que duerma con… que pase toda la noche despierta porque tú creas que una esposa debe aprender a tolerar los ronquidos de su marido. Yo tengo un trabajo que hacer por la mañana y necesito dormir.

Marie volvió a hacer un gesto para quitarle importancia. Después, frunció el entrecejo mientras se concentraba en sus palabras.

—Deja que me concentre, cielo. Sólo tengo una vocal y unas consonantes la mar de difíciles.

Bella se fue a la cocina para tomar aliento. No recordaba haber estado tan enojada nunca con su abuela.

Edward la siguió.

—¿Puedes creerlo?

—Es una mujer con mucha determinación —reconoció él, con una pequeña sonrisa verdaderamente irritante.

—¿Todavía te parece divertido?

—¿A ti no?

Ella meneó la cabeza.

—No, no me lo parece. Quizá dentro de diez años pueda verlo como una brillante comedia, pero ahora no. Esto no está funcionando. Tenemos que decirle la verdad. Acabar con esta farsa.

—¿Estás segura? Ya se encuentra mejor, pero, ¿realmente crees que la verdad no rompería su corazón?

—Maldición —el enfado de Bella se disipó en un instante—. No sé. Lo mejor será no decirle nada. En realidad, ése fue el motivo por el que comenzó este embrollo, porque yo no quise decirle nada. No podía. Pero alguna vez tendremos que hacerlo…

—Es una manipuladora, pero, nosotros la queremos. Seguro que pronto se nos ocurrirá algo, en cuanto ella acepte que ya está totalmente recuperada. Por hoy, puedo dormir en el sofá.

—O podrías irte a tu casa. Yo sólo estoy aquí de manera temporal por lo que sonaría normal que tu durmieras en tu casa hasta…

—¿Hasta que nos busquemos un lugar para estar juntos? —sugirió él cuando ella no supo cómo continuar.

—Muy gracioso.

—No te he visto sonreír en mucho tiempo. ¿Has perdido el sentido del humor junto con tu carrera y tu vida? —dijo él muy seco.

Ella podía haber dicho algo así. Sí, lo había acusado de arruinar su carrera y su vida. Hubo un momento en el que había creído que eso era cierto cuando él no reconoció su relación con ella. Aquello le había roto el corazón.

—No. Mi sentido del humor está intacto. Lo que ocurre es que últimamente no ha habido muchas cosas de las que reírse.

—¿Quieres que te cuente un chiste?

Bella gruñó, pero no pudo evitar sonreír.

—No. Por favor no me cuentes un chiste. No conozco a nadie que cuente los chistes tan mal como tú.

—Pero siempre te ríes.

—Sí, pero me río de ti, no, del chiste. Eres pésimo, por favor, no me cuentes ninguno.

—De acuerdo —dijo él, con una sonrisa—. Vamos a acabar nuestro juego y a llevar a nuestra torturadora a la cama.

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—Bueno, me voy a dormir —anunció Bella, antes de que Marie dijera que se quería marchar. Tenía que trabajar al día siguiente. Edward también; pero él tenía que esperar a que Marie saliera del cuarto para poder ocupar el sofá. Era el único sitio que quedaba libre para dormir.

—Hasta mañana —dijo Bella antes de desaparecer por las escaleras.

—Buenas noches —dijeron Marie y Edward al unísono. Después, Marie le lanzó a su ahijado una mirada.

—¿No subes con ella? Tienes que quedarte en su cuarto, ronques o no. Yo voy a dormir en mi cuarto y la habitación de invitados está ocupada.

Bella necesita descansar y no pienso molestarla con mis ronquidos. Así que, voy a dormir aquí, en este sofá.

La mujer se puso más cómoda en su esquina del sofá mientras agarraba el mando a distancia.

—¿No vas a dormir mientras yo esté viendo la televisión, verdad?

—No importa. Me quedaré viendo la televisión contigo.

—Estáis recién casados. Vete con tu mujer, Edward. Yo estaré bien. Pienso quedarme viendo la tele hasta tarde.

—Esperaré.

Unas cuantas horas más tarde, a las tres de la madrugada, la abuela estaba haciendo en el microondas una bolsa de palomitas para prepararse para ver un documental sobre flores.

Edward estaba agotado.

Frotó la esfera del reloj con su pulgar e intentó ahogar un bostezo. ¿Es que aquella mujer no se cansaba nunca?

—Vete a la cama, Edward —sugirió Marie, de vuelta de la cocina con su bol de palomitas.

—¿Qué me dices de ti? —protestó él.

—El insomnio es uno de los inconvenientes de hacerse mayor —le informó Marie mientras volvía a tomar asiento en el sofá—. Sólo necesito dormir un par de horas.

Era una bruja malvada, pensó Edward. Por fin, desistió. Se levantó, le dio un beso a Marie en la mejilla y se marchó escaleras arriba.

Si Marie se iba a pasar allí abajo toda la noche, le robaría la cama. ¿Por qué no se le habría ocurrido antes? Cuando llegó a la habitación de la anciana la sonrisa de su cara era radiante.

Pero la vida no era tan fácil: la anciana había cerrado la puerta con llave.

Obviamente, aquello era la guerra.

Edward se apoyó en la puerta de la anciana y dejó escapar un gruñido mientras miraba hacia la puerta de Bella, al otro lado del pasillo. Lo que sería capaz de hacer por poder dormir un par de horas.

La cama de Bella era lo suficientemente grande para los dos. Y él tenía que levantarse dentro de tres horas. Ella no le privaría de un cuarto de su colchón por unas pocas horas.

Golpeó despacio la puerta. Después, al ver que no contestaba, llamó un poco más fuerte. Bella siempre había dormido profundamente. Intentó abrir la puerta; no tenía la llave echada, así que, entró de puntillas sin estar muy seguro de lo que iba a hacer. ¿Meterse en la cama con ella, con la esperanza de que no se enterara de que estaba allí hasta por la mañana? ¿Despertarla y pedirle permiso?

Nunca se lo permitiría si se lo preguntaba.

El dilema quedó resuelto cuando Bella se incorporó de repente, jadeando cual virgen ultrajada.

—¿Edward? ¿Qué diablos estás haciendo aquí?

Él la ignoró y comenzó a desvestirse. Tenía que trabajar al día siguiente, un montón de citas importantes y reuniones.

—Son más de las tres y tu abuela sigue abajo, viendo la tele. He intentado entrar en su cuarto, pero lo ha cerrado con llave, así que, no puedo robarle la cama.

—No me importa. No puedes dormir aquí.

—Sé razonable, Bella —se pasó una mano por el pelo con la esperanza de que se compadeciera de él—. Ten piedad de mí.

—¿Por qué no te vas a tu casa? —dijo ella mirándolo con ojos somnolientos—. No podemos dejarle que se salga con la suya. Esto es exactamente lo que está buscando.

—Lo sé —dijo él—. Pero no pienso conducir hasta mi casa ahora. Además, cuando llegara ya sería la hora de levantarme.

—No me importa. No pienso dejarte que duermas en mi cama.

—Dame un solo motivo por el que no puedo dormir en tu cama.

¿Sólo uno? Bella estaba desorientada por haber sido despertada en mitad de la noche. Ella sabía que había un millón de motivos, pero no se le ocurría ninguno en aquel instante.

—Porque no quiero —fue lo que acabó diciendo.

—¡Bella! —Edward estaba exhausto. Además, medio desnudo—. Puedes poner una alambrada electrificada entre los dos, un nido de cobras, un pelotón de fusilamiento, lo que quieras. Hasta puedes poner a Marie si quieres. No me importa; no voy a tocarte. Sólo necesito dormir —apartó las mantas del lado libre y se metió en la cama—. Buenas noches.

—De acuerdo —dijo ella. No había elección. No podía agarrarlo y echarlo de allí; simplemente, no tenía fuerza—. Pero quédate en tu lado.

—Por supuesto. No se me ocurriría otra cosa —murmuró él, contra su almohadón y ella se dio la vuelta.

La cama era grande. ¿Entonces, qué la preocupaba tanto?

Bueno, quizá le preocupara su vieja costumbre de pegarse a él para dormir o cómo le gustaba poner su pierna sobre la de él para asegurarse de que no se iba a ir a ninguna parte. O quizá le preocupara la vieja costumbre de él de besarla en sueños. Después, estaba el pequeño problema de su despertar enredados que siempre les había llevado un rato desenredar.

Maldición. Ahora ya no podría dormirse.

Se sentó en la cama.

—¿Edward?

—¿Sí? —su voz sonaba soñolienta. ¿No se estaría quedando dormido de verdad? ¿Sin ningún problema? ¡Qué irritante!

¡Qué grosero!

—Creo que no deberíamos estar haciendo esto. En serio. Sólo servirá para animar aún más a la abuela. Ya tenemos bastantes problemas, ¿no crees? Esto es exactamente lo que quiere que hagamos.

Edward se quedó en silencio unos segundos y ella se preguntó si se habría vuelto a quedar dormido. Después, habló.

—No, exactamente. No creo que aprobase que cada uno durmiéramos en un extremo de la cama, dejando el medio tan vacío.

—Tú sabes a lo que me refiero.

—No me importa. Mañana tengo un montón de trabajo y me vendría fenomenal dormir un poco.

Ella se quedó en silencio un rato. ¡Iba a quedarse dormido! ¡Allí, al lado de ella!

—¿Cuánto tiempo crees que vamos a poder continuar así?

—No lo sé —murmuró él.

—No podemos seguir así durante mucho tiempo. Tendremos que decirle la verdad.

—¿Cuál es la verdad?

Ella se giró hacia él que seguía de espaldas. Aquello había sonado muy extraño. No estaría hablando en sueños, ¿verdad?

—Ya lo sabes, Edward. Que no estamos enamorados y que no queremos estar casados. Que esto es un error, que nos hemos dado cuenta de que no estamos hechos el uno para el otro.

—Entiendo.

—No tenemos alternativa, Edward. Tenemos que decírselo. Ella está bien; espero que viva un montón de años más. No estoy preparada para seguir con esta farsa eternamente. Seguro que estás de acuerdo conmigo. Va a esperar que nos vayamos a vivir juntos y yo no pienso llevar esta mentira tan lejos. De todas formas, no podría salir bien.

—¿Qué sugieres?

—No lo sé.

—Por eso sugerí yo que esperáramos. Si no tienes ninguna otra idea…

—¿Cuánto tiempo?

—No lo sé.

—No puedo hacerlo —dijo Bella—. No puedo seguir con esto, me agota fingir así… y eso que tu madre todavía no ha venido.

—¿No puedes seguir con esto? ¿Quieres decir que no quieres?

—¿Cuál es la diferencia?

—Hemos llegado hasta aquí. Confía en mí, seguir será mucho más fácil que dar marcha atrás.

—¿Confiar en ti? —apretó la manta con las dos manos, sintiéndose furiosa—. ¿Recuerdas la última vez que me pediste que confiara en ti?

El suspiro de frustración de Edward sonó como un gruñido.

—Tengo que estar en el trabajo en un par de horas. No me apetece tener que volver a defenderme de todas tus acusaciones. ¿Me haces el favor de dejarme descansar un poco antes de continuar con este juicio interminable?

Bella se puso de pie y agarró su bata.

—Hasta mañana.

Edward se sentó en la cama.

—¿Adónde vas ahora?


—Abajo, a ver la tele como mi abuela.



6 comentarios:

  1. Bella es igualita va su abuela terca a más no pofertas jajaja bien por la abuela mari tiene Buenas ideas

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  2. La abuelita piensa en todo, me asombra y me divierte.

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  3. Me molesta la abuela..Las cosas se deben dar solas

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  4. Yo no sé si aguantaría tanto, llega a ser desesperante.

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  5. Jajajaja Bella se queja de la abuela Marie, pero ella es igual, no quiere dormir con Edward....
    Solo espero que esta situación se arregle, porque no se merecen estar separados :(
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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