—Todo fue un error, ¿verdad?
—¿A qué te refieres?
—Al lío de la empresa.
A romper. Todos los malentendidos y el orgullo estúpido que hizo que nos
separáramos. No había un buen motivo.
—La confianza. O la
falta de ella. Ese es un buen motivo. No confiaste en mí.
—Perdona, Bella. Tú fuiste la que no confió en mí.
En realidad, no confías en nadie, ¿verdad?
—¿Qué quieres decir?
—preguntó ella enfadada.
—En realidad no te culpo.
Nunca pudiste contar con tus padres y ahora no te permites contar con nadie.
Una sola sospecha de que yo te había fallado y te alejaste corriendo. Ni
siquiera me diste una oportunidad.
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