— Eres transparente, cielo. —sus ojos azules brillaban de deseo mirándola y con la mano libre le acarició el muslo por encima del vestido—. Estás al borde, ¿verdad?
— ¿Qué haces?
Abrió los ojos como platos cuando la mano de Edward entró entre sus muslos e Isabella gimió al sentir las caricias sobre su piel abriendo las piernas sin darse cuenta. Cuando rozó sus braguitas, él susurró cerca de su boca.
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