Mi lugar en el mundo 1








Edward permaneció fuera de la pequeña joyería con una extraña sensación de nerviosismo en su interior.

No era habitual en él vacilar ante un enfrentamiento. No tenía ningún problema a la hora de hacerlo en el mundo de los grandes negocios en el que se movía, pero aquello era algo totalmente diferente. Se trataba de un enfrentamiento, sí, pero no tenía nada que ver con los negocios. No tenía sentido engañarse y creer que Bella iba a estarle agradecida por interferir en su vida, ni siquiera a petición de su preocupado padre. Bella se había pasado el año entero evitándolo como si éste sufriera una enfermedad altamente contagiosa. 
Lo odiaba con la misma pasión con la que una vez se había entregado a él.

Y no podía culparla.

Tenía más motivos que nadie para despreciar a su ex amante pero eso no significaba que él tuviera que aceptar que lo apartara por completo de su vida. No podía. Su alma siciliana no dejaría que una deuda así quedara pendiente. Aunque Bella no pudiera creerlo, la familia Cullen era una familia honrada y él no los avergonzaría.

Abrió la puerta de la joyería Adamo y frunció el ceño al no oír la campana que solía acompañarlo cuando entraba en el establecimiento. Era una pequeña medida de seguridad para avisar a los empleados de la presencia de un cliente.

Avanzó dos pasos y se detuvo.


Ella estaba inclinada sobre uno de los mostradores de cristal con una joven pareja. Oía el suave tono de su voz aunque no era capaz de distinguir las palabras. Llevaba el cabello recogido. Edward recordó la reluciente mata de cabello oscuro suelta sobre sábanas de raso blanco. El formal peinado dejaba a la vista  la delicada línea del cuello y el leve pulso allí donde se hacía claramente visible cuando estaba muy excitada.
Llevaba puesta una blusa sin mangas a juego con sus ojos verdes. La falda recta de un tono más oscuro que silueteaba sus esbeltas caderas y su pequeña cintura dejaba a la vista sólo unos centímetros por encima del tobillo. Sin embargo, si se movía un poco, la abertura trasera dejaba una vista deliciosa de las piernas que él deseaba tener alrededor de su cuerpo en un abrazo de amor una vez más.

Apretó los dientes ante la reacción de su cuerpo a tales pensamientos. La deseaba. Todavía. Dudaba mucho que alguna vez dejara de sentir el deseo de fundirse con ella. No había sucedido en un año de ausencia. Un año en el que ni siquiera se había sentido tentado de tocar a otra mujer. Un deseo como el que sentía compensaría cualquier cosa... incluso el matrimonio.
Era la única salida posible. Sólo así podría reparar todos sus pecados.

En ese momento, Bella dijo algo a la pareja a la que estaba atendiendo y se metió tras el mostrador que les había estado enseñando para sacar la bandeja con los anillos de diamantes.

Y entonces lo vio.

Su rostro se tomó lívido como la cera y sus ojos grises sin vida. Todo lo contrario a lo que había sentido antaño ante su presencia, cuando sus ojos se iluminaban de amor por él. No había amor en ese momento.

La mano que sostenía la bandeja tembló ligeramente antes de caer sobre el mostrador de cristal.

—¿Se encuentra bien?

Bella se obligó a mirar al hombre que le había hablado en lugar del fantasma que permanecía de pie en la puerta de la joyería. Consiguió mantener la sonrisa.

—Sí, estoy bien —dijo colocando la bandeja para que la pudieran examinar mejor.

— ¿Querían ver el solitario?

Los ojos de la joven se iluminaron mientras asentía con la cabeza y miraba a su prometido a continuación con una mirada tan llena de amor que Bella sintió un terrible dolor interno. Ella también se había sentido así una vez. Pero Edward había destruido ese amor igual que la mala fortuna se había llevado a su bebé.

Bella sacó el anillo de la bandeja y sonrió a la pareja. Era maravilloso amar y ser amado. El hecho de que no esperara algo así para ella no era razón para no alegrarse por aquéllos que lo sentían.

¿Por qué no se lo prueba?

El joven tomó el anillo y lo puso en el dedo de su prometida con expresión de ternura.

—Me queda perfecto —dijo la joven en un susurro.

Bella no tuvo que fingir una sonrisa. Aquello significaba una venta y lo necesitaban. 

Desesperadamente.

—Le queda muy bien.

Bella casi se había convencido de que él no estaba allí, que sólo había sido una mala pasada de su imaginación. La joven levantó la cabeza y miró a Edward como si fuera un benevolente benefactor cuando Bella sabía que no era nada por el estilo.

—Gracias, signor.

—A juzgar por el tipo de anillo, están ustedes de enhorabuena, ¿no es así?

—Oh, sí. Nos casaremos tan pronto regresemos a casa —dijo el joven con una sonrisa.

—¿No es romántico? —dijo la chica mirando con ternura a su futuro marido—. Nos conocimos en un viaje por Europa, y nos gustó tanto Italia que decidimos quedamos un par de semanas más.

—Y entonces decidimos casarnos. —dijo el joven lleno de seguridad en sí mismo.

—Enhorabuena. Estoy seguro de que serán muy felices. — dijo el hombre para quien la palabra «compromiso» era lo peor que podía ocurrirle.

Bella ignoró su comentario mientras la joven pareja le daba las gracias por sus deseos de felicidad y pagaban el anillo. Cuando se marcharon, se dispuso a cambiar la distribución de los anillos en la bandeja para disimular el hueco dejado por la mercancía vendida. No tenía ningún otro anillo para sustituir al que había vendido y no lo tendría hasta después de la subasta. No había dinero para comprar más piedras ni tampoco para comprar el oro en el que engarzarlas.

—Fingir que no estoy aquí no hará que me vaya.

Bella se giró y lo miró, despreciando el impacto que su presencia seguía teniendo en su cuerpo. Los pezones se le endurecieron y sintió una reacción en su interior que no había sentido en doce largos meses. Era la reacción de su cuerpo hacia el hombre para el que estaba destinada. Por mucho que su cabeza y su corazón lo detestaran, su cuerpo seguía comportándose como si hubieran sido creados el uno para el otro.

¿A qué has venido? —preguntó Bella, como si no lo hubiera adivinado.

Había vivido en Italia durante la mayor parte de su vida adulta, su padre era siciliano, y si había algo que había aprendido era que la culpa para un italiano era una pesada carga, pero para un siciliano lo era todavía más. Y Edward tenía mucho por lo que sentirse culpable. Más de lo que imaginaba, más de lo que ella estaba dispuesta a contarle.

¿Estaba buscando perdón?

Edward apoyó su metro ochenta de estatura contra uno de los mostradores.

—Me envía tu padre.

—¿Mi padre? —dijo ella y el corazón se le encogió en el pecho—. ¿Ha ocurrido algo malo?

Los ojos oscuros de Edward penetraron en los de ella y Bella quiso cerrar los párpados para proteger su interior de un hombre que veía demasiado y nada a la vez. Había visto una vez el deseo de ella hacia él pero no había sabido reconocer el amor que se ocultaba tras él. Al final, había visto el embarazo pero no lo que significaba ser el padre de la criatura.

Edward suspiró como si lo molestara lo que veía en los ojos de Bella.

—¿Aparte del hecho de que no has ido a casa en todo el año?

—Sicilia no es mi casa.

—Tu casa está donde vive tu padre.

—Y su mujer.

—Y tu hermana también.


Sí, Alice vivía aún con sus padres. Tres años menor que Bella, que tenía veinticinco, Alice no mostraba deseo de independizarse. Shawna, la madre  de Bella, se habría mostrado disgustada si su hija hubiera demostrada tan poca independencia.
Bella había sido criada para ser totalmente independiente. Su hermana había sido mimada siguiendo la tradición siciliana.

—Alice vivirá en casa hasta que se case.

—Eso no es malo.

—Cada una es como es —dijo Bella encogiéndose de hombros. Ella estaba contenta con la vida que llevaba en la pequeña ciudad cerca de Roma. Su trabajo le permitía viajar, al menos cuando había dinero para ello, y no tenía a nadie que le dijera lo que tenía que hacer. Nadie en absoluto.

—La campana no ha sonado cuando he entrado en la tienda.

—Está rota.

—Deberías arreglarla.

—Lo haré — dijo ella. Después de la subasta.

—No me has preguntado por qué me ha pedido tu padre que venga.

—Supuse que me lo dirías cuando te pareciera adecuado. Por tus palabras, entiendo que no ha pasado nada malo.
—Así es si no contamos el miedo que tiene de que te pase algo.

¿Le habría dicho su padre a Edward lo de las joyas de la corona? Ella no se lo habría dicho.

Charlie Guiliano era un hombre tradicional. Bella había sido el resultado de un desliz con la actriz Shawna Tyler. El había querido casarse cuando supo que ella estaba embarazada. Su madre se había negado. No quería un marido que la atara y tampoco había permitido que ser madre la atara.


—Por qué tiene miedo? —preguntó Bella. Llevaba siete años viviendo sola.


—No creer que el señor Di Adamo tenga la seguridad suficiente en su tienda como para hacerse cargo de algo tan valioso como las joyas de la corona de Mukar.

—Eso es ridículo. Esto es una joyería. Claro que podemos hacernos cargo de las joyas.
Edward sacudió la mano en un gesto de impaciencia.

—Valen diez veces más todo lo que hay en esta tienda. Más de una facción en Mukar no está de acuerdo con la disolución de la monarquía y la venta de las  joyas.

—Mukar necesita el dinero. El anterior príncipe lo entiende así y pensó que tendría que hacer todos los sacrificios que fueran necesarios para la supervivencia de su país.

—Sea como sea, corres riesgo — dijo él con tono serio, como si realmente le importara.
Bella rió con desprecio. Era muy posible que Edward se sintiera culpable por la forma en que la había tratado, pero no le importaba lo que le ocurriera; sería una estúpida si se permitiera fantasear con algo así.

—Estoy perfectamente.

—¿Con la alarma de seguridad rota? —dijo él echando un vistazo despectivo al establecimiento— Las demás medidas de seguridad son antiguas. Hasta un ladronzuelo de segunda podría robar aquí.

—Eso no va a ocurrir. No ha habido ningún robo desde que el señor Di Adamo se hizo cargo de la tienda, y tiene ahora sesenta años.

—Así es. Es un hombre viejo. Demasiado débil para protegerte. Y los tiempos cambian. No puedes ignorar esos cambios, ni siquiera aquí —dijo Edward describiendo un arco con el brazo para referirse a la tienda incluso a la pequeña ciudad en la que vivía.

—¡No vivo en la ignorancia!

—No, pero eres peligrosamente ingenua si crees que hacerse cargo de algo como las joyas de la corona de Mukar no supone un riesgo para ti.

—Tendré más cuidado. Además, las tenemos en la cámara de seguridad.

—No es suficiente —dijo él sacudiendo la cabeza y sonriendo.

—Tanto si lo es como si no, no es asunto tuyo.

—Tu padre ha hecho que lo sea.

—No tenía derecho a hacerlo. El no dirige mi vida.

Habría seguido hablando pero el señor Di Adamo entró en la tienda en ese momento. Llevaba con él a su nieto Nico.

—Señor Cullen. Es un placer volver a verlo por aquí. Y esta vez viene cuando mi ayudante está en la ciudad.


—Señor Di Adamo —Edward se giró y extendió la mano para saludarlo. A continuación hizo lo mismo con Nico—. Te estás haciendo muy mayor, Nico. Pronto podrás trabajar con tu abuelo en la joyería.

Nico lo miró con los ojos relucientes de alegría y Bella no pudo dejar de preguntarse cómo podía haberse desarrollado una amistad tan profunda entre su jefe y su ex amante durante el año que ella lo había estado evitando.

—Si es que sigo teniendo la joyería — dijo el hombre con una voz débil por el sentimiento de derrota—. Esta jovencita me ha dado nuevas esperanzas. ¿Le ha contado lo de las joyas de la corona?

—Su padre lo hizo.

—Es un milagro que pudiera convencer al anterior príncipe de la corona para que nos encarguemos nosotros de la subasta, pero es muy inteligente y capaz de convencer a cualquier hombre con sangre en las venas para que cumpla sus deseos —el hombre le guiñó un ojo a Edward—. ¿No es así?

Bella podría haberle dicho a su jefe que no había sido lo suficientemente deseable para convencer a Edward de que la amara, pero no lo hizo, porque ya no le importaba. No quería su amor. No quería pensar más en ello tampoco. Sólo quería que la dejaran en paz.

Pero no pudo ser. Edward se quedó allí, discutiendo con el señor Di Adamo los defectos del sistema de seguridad de la tienda. Insistió en hacerlo en el interior, aprovechando toda oportunidad de pasar cerca de ella. Y cada vez que esto ocurría, su cuerpo la traicionaba.
No importaba lo que hiciera para evitarlo. Si ella se movía él la seguía. En menos de treinta minutos, había perdido los nervios. Incapaz de soportar ni un minuto más la presión de estar cerca del hombre al que una vez había amado sin recibir amor  a cambio, y al que en ese momento despreciaba, huyó hacia su despacho en la parte trasera del establecimiento.

Pensó que podía trabajar en la subasta. El señor Di Adamo podía ocuparse de la tienda.


—Llevas un año huyendo, Bella. Se ha terminado.

«Estúpida». No había sido muy acertado buscar refugio en una habitación pequeña con una sola salida. Tuvo que enfrentarse a él deseando no sentir nada en su interior, igual que cuando perdió a su bebé y sus sueños quedaron rotos.

Allí estaba bloqueando la puerta, literalmente. Bella se negó a permitir que las emociones internas que la recorrían salieran al exterior.

—No estoy huyendo. Tengo que trabajar.

—¿Pretendes decirme que no huías cada vez que te las arreglabas para no estar aquí cuando yo venía?

—No siempre estaba fuera.

—Eso es cierto. La primera vez que vine, te quedaste en casa y te negaste a abrirme la puerta.

Bella había amenazado con llamar a la policía si no se alejaba de su casa, y hablaba en serio. Ella sabía que no serviría de nada con él, pero aun así lo amenazó. Un hombre de riqueza y posición tan elevada como la suya podría haber hablado con la policía y convencerlos de que no pasaba nada, pero ni siquiera lo intentó. A pesar del alivio, Bella no lograba comprender por qué había reaccionado como lo hizo.

—Pero regresaste.

—Y tú te marchaste.

—Tenía un viaje de negocios.

Edward había cometido el error de llamarla para decirle que estaba en Roma y se dirigía a verla. Bella decidió adelantar su viaje de negocios tres días.

—Estabas huyendo, igual que la siguiente vez que intenté verte.

—Tuve que ir a ver a mi madre.

—Tu padre te dijo que yo venía hacia Roma. Tú sabías que trataría de volver a verte y decidiste tomar un vuelo a América una hora antes de mi llegada.


—Mi padre pensó que me gustaría verte —Bella soltó una risa llena de sarcasmo.


—Huiste, Bella, y yo te dejé, pero no puedo permitir que lo sigas haciendo.

—No quiero verte nunca más. Eso no significa que esté huyendo. Esa es la realidad.

Edward se estremeció o tal vez fuera un efecto óptico provocado por la luz. La
luz temblaba a veces con las instalaciones antiguas.



6 comentarios:

  1. Estoy intrigada con el pasado de Edward y Bella. Se ve muy buena la historia.

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  2. Ohhhh pero que pasó entre ellos para que ahora Bella no quiera ni verlo????
    Espero que Edward se pueda ganar nuevamente a Bella ;)
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  3. ooohhh, ya leí el original, pero es lindo volver a leerla adaptada

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  4. Se ve interesante! Hay que ver como hace Edward para volver a ganarse a esa Bella esquiva jajaja

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