Parcela de tierra 3

Mientras prácticamente arrastraba a Bella fuera del bar y avanzaban por el aparcamiento, Edward se llamó seis o siete cosas y ninguna agradable.

La había llevado adrede a aquel local sabiendo que estaría lleno de gente y de ruido, confiando en que no habría posibilidad de que se sintiera atraído por ella.

¡Ja! Su brillante plan se había ido al garete en un abrir y cerrar de ojos. La situación había comenzado de manera inocente, sentándose y tomándose una cerveza. En aquel momento, la música y las conversaciones de los otros habían hecho que charlar se hiciera imposible, lo que a Edward había parecido perfecto, pero, luego se le había ocurrido pedirle que bailaran...

¡Qué gran error!

¿Pero en qué estaba pensando? Ya se le podía haber ocurrido invitarla a bailar con una canción más rápida pero, no, se lo había pedido justamente cuando el grupo de música había comenzado a interpretar canciones lentas, así que no había tenido más remedio que tomarla entre sus brazos y sentir su cuerpo.

Al principio, lo había hecho encantado. Al sentir sus pechos con los pezones casi erectos contra su torso, se había dado cuenta de que estaba metido en un buen lío.

Para entonces, ya era demasiado tarde. El olor de su pelo recién lavado y su perfume de flores se habían apoderado de él, la caricia de sus manos, de su aliento y de sus caderas lo habían excitado en un instante.

A pesar de que se había esforzado por mantener el control, a pesar de que se había recordado que se había prometido a sí mismo que no se iba a volver a acostar con ella, se había encontrado inclinándose sobre ella y preguntándole si se quería ir.

Adiós a las cervezas, adiós a su promesa de mantener la relación entre ellos en un nivel platónico.

La deseaba, la deseaba con tanto ardor que la imagen que se le vino a la cabeza fue la de un toro embistiendo un capote rojo.

En cuanto estuvieron solos en el coche, se abalanzó sobre ella, besándola con pasión, acariciándola por todas partes, apartando la ropa hasta llegar a su piel desnuda.

Bella sabía a la cerveza que acababan de compartir, pero también a sí misma, a mujer dulce e inocente.

Bella lo deseaba con la misma pasión. Sus manos abrieron los botones de su camisa, desabrocharon los de su cinturón. Era obvio que estaba tan ansiosa como él de que sus cuerpos desnudos se encontraran.

Edward comprendió que no era el único que estaba increíblemente excitado, así que la dejó ocuparse de su camisa y de su cinturón mientras se ocupaba de subirle la falda vaquera hasta la cintura.

Dio gracias al cielo cuando vio que no llevaba medias sino solamente unas braguitas que no tardó en deslizar por sus piernas.

Para entonces, Bella había logrado desabrocharle la hebilla del cinturón y se estaba ocupando de la cremallera de los vaqueros. Edward no dudó en ayudarla.

En cuanto su erección estuvo libre, tomó aire y la miró a los ojos. Bella también lo estaba mirando. Edward vio que tenía la respiración entrecortada y una expresión de impaciencia en el rostro.

Sintió que, tal vez, debería decir algo. Por ejemplo, que estaba muy guapa o que la quería mucho, pero no se le ocurría nada que no sonara falso, así que prefirió callar. Decidió que era mejor no intentar sonar romántico ni caballeroso y se limitó a besarla.

Bella también lo besó y le pasó los dedos por el pelo. Sin dejar de besarla, la tumbó sobre el asiento de la furgoneta y se arrodilló entre sus piernas. Con un leve movimiento de su pantalón y de la falda de Bella, se encontró dentro de ella.

Su cuerpo lo recibió húmedo y Edward se sintió en el paraíso, dejando escapar un gemido de placer y apoyando su frente contra la de ella para intentar recuperarse.

—¿Estás bien? —le preguntó.

A continuación, sintió que Bella asentía y que apretaba los músculos internos de su vagina alrededor de su erección para animarlo a que siguiera adelante.

Qué dulce agonía.

Aquella mujer era increíble, abierta y deseosa, fluida y graciosa, pero a la misma vez salvaje y desinhibida.

Tenerla entre sus brazos era como sentir una corriente eléctrica por todo el cuerpo. No había vuelto a acostarse con una mujer desde que había descubierto la infidelidad de Suzanne, así que no le extrañaba que estuviera deseoso de que una mujer lo acariciara.

Podría haber seguido adelante con su celibato, pero, ahora que había probado el cuerpo de Bella, no podía parar de besarla y de acariciarla. La quería desnuda y a su lado, gimiendo y disfrutando las veinticuatro horas del día.

La gente podría pensar que, dado que llevaba tanto tiempo sin estar con una mujer, cualquier mujer le habría servido, pero algo le decía a Edward que no era cierto. Una parte de él sabía que si no hubiera roto el celibato con Bella, tal vez, no lo habría roto con nadie.

En los cuatro años que llevaba divorciado, ninguna mujer lo había tentado lo suficiente como para romper el celibato.

Hasta que Bella había compartido con él una sesión de sexo maravilloso en el establo.

Y ahora estaba de nuevo bajo él, dejando que la tomara. Nada más nada menos que en el coche.
Edward se dijo que debería parar, disculparse y llevarla a casa o, por lo menos, llevarla a algún lugar decente donde terminar lo que habían empezado, a su casa o a un hotel, a algún lugar con una cama y sábanas limpias, pero ya era demasiado tarde, así que Edward le separó las piernas y se introdujo en su cuerpo por completo.

Bella no podía pensar y apenas podía respirar sintiendo el peso de Edward sobre su cuerpo. Su calor, su intensidad, sentirlo dentro de ella era desbordante.

Quería que se moviera, quería que le diera lo que necesitaba antes de que la urgencia por llegar al orgasmo se le antojara insoportable.


—Edward, por favor —suplicó.

Cuando Edward comenzó a moverse, Bella suspiró aliviada. En aquella ocasión, no hubo caricias añadidas y Bella no las necesitaba. Lo único que quería era que se moviera.

Excitado, rápido, ahora.

Edward aumentó el ritmo de sus movimientos, penetrando en su cuerpo cada vez con más fuerza hasta que Bella sintió que se le nublaba la vista y le pareció que estallaban cohetes por todas partes.

Se mordió el labio inferior para no gritar, pero acabó gritando cuando el orgasmo se apoderó de ella y una gigante oleada de sensaciones la llenó por completo.

Edward se introdujo en su cuerpo un par de veces más antes de gritar y dejarse caer sobre ella. Bella oía su respiración entrecortada y sentía el latido de su corazón contra su pecho.

Pasaron varios minutos hasta que ambos fue capaces de moverse. Edward se apartó a regañadientes, ayudó a Bella a sentarse y le puso bien la ropa. A continuación, se quedaron sentados uno frente al otro.

—Madre mía, la que acabamos de montar —comentó Bella tras un breve silencio.


El parabrisas y las ventanas estaban empañados por la condensación y no veían el exterior.

—Desde luego —rió Edward—. ¿Tienes hambre? —añadió poniéndose el sombrero. —Sí, tengo un hambre que me muero —contestó Bella sinceramente.
Edward limpió el parabrisas con la mano, puso el motor en marcha y diez minutos después estaban sentados en la cafetería de Rosie.

El local estaba abierto hasta las diez, pero por la noche no solía haber mucha gente, así que solamente estaban una camarera y la cocinera trabajando y Edward y Bella eran los únicos clientes.

Se sentaron a una mesa en la parte de atrás del restaurante y pidieron té helado y dos platos especiales, a saber, espaguetis con salsa boloñesa y pan de ajo.

Cuando les llevaron la cena, disfrutaron de la pasta y de la salsa mientras charlaban encantados.

—¿Qué tal está tu familia? —le preguntó Bella.

—Muy bien. Mis padres están ocupados con el rancho y yo los ayudo lo que puedo. —¿Y Jasper?
El hermano pequeño de Edward era cuatro años más joven que él, pero tan guapo y tan encantador. A pesar de que se había criado rodeado de caballos y de vacas y de que conocía los quehaceres del rancho tan bien como Edward, su interés se había decantado por el mundo de los negocios y actualmente se dedicaba a comprar empresas con problemas para sacarlas a flote y darles una segunda oportunidad o para venderlas y sacarles algún beneficio. Por lo que Bella había oído, le iba bastante bien.

—Muy bien. Ya sabes cómo es, trabajando mucho. Por lo que sea, últimamente va mucho por Chicago, pero creo que va a venir por casa muy pronto.

Bella asintió y se limpió la boca antes de darle un trago al té.

—Quiero que sepas que lo que ha sucedido esta noche... bueno, que yo no tenía planeado que sucediera —dijo Edward—. No quería tocarte, pasara lo que pasara, sólo quería salir contigo y pasármelo bien.

—Yo me lo he pasado muy bien —contestó Bella dando buena cuenta de sus espaguetis.

Aquellas palabras hicieron que Edward la mirara con los ojos como platos y la boca abierta, pero la reacción duró apenas unos segundos porque, cuando se dio cuenta, volvió a colocarse la máscara de tenerlo todo bajo control.

Lo cierto era que Edward Ramsey era el hombre más serio que Bella conocía. Siempre había sido serio, pero no tanto. Por eso, precisamente, le parecía que decirle cosas que lo dejaban anonadado era sumamente divertido.

—Relájate, Edward —rió Bella—. Por favor, te estás comportando como si me hubieras llevado al infierno. Ha sido sexo, sexo del bueno. Me gustaría que dejaras de disculparte porque me estás empezando a acomplejar.

Bella se quedó mirándolo y se dio cuenta de que Edward estaba pensando intensamente.

—¿Qué sugieres que hagamos? ¿Te parece bien que sigamos compartiendo sesiones de sexo increíblemente bueno y que nos veamos a ver qué pasa?

—Sí, me parece una buena idea —contestó Bella sintiendo que se le humedecía la entrepierna.

En aquella ocasión, Edward se molestó en intentar controlar su reacción. —¿Te has vuelto loca? ¿Cómo te puedes tomar esto tan a la ligera?

—¿Y cómo es posible que tú te lo tomes tan a la tremenda? Nos conocemos de toda la vida. Si hay dos personas sobre la faz de la tierra que deberían estar cómodas en cualquier situación, somos tú y yo. No sé tú, pero yo me lo estoy pasando muy bien. El sexo entre nosotros es maravilloso, muy satisfactorio, y a mí me gusta estar contigo. Hacía mucho tiempo que no estábamos tanto tiempo juntos, desde antes de que te casaras con Suzanne.

En cuanto hubo pronunciado aquel nombre, Bella deseó retirar las palabras porque Edward dejó de sonreír y se le ensombrecieron los ojos.

—Perdón —murmuró Bella.

Tras un par de minutos jugueteando con la comida, tomó aire y volvió a mirarlo a los ojos.

—Yo lo único que digo es que te he echado de menos y que, si hubiera sabido que nos iba a ir tan bien en la cama, te habría seducido del colegio.

Edward la miró y enarcó una ceja. —¿Ah, sí?


—Sí, desde luego —contestó Bella—. A ti o a Jasper. Os parecéis tanto que seguro que tenéis el mismo talento en la cama.

Edward arrugó tan profundamente el ceño ante aquellas palabras que Bella estuvo a punto de estallar en carcajadas.

«No le digas nunca al hombre con el que te estás acostando que podrías encontrar a otro capaz de satisfacerte exactamente igual que él. Sobre todo, si son familia», se dijo Bella.

—Mira, fuiste tú el que propusiste que saliéramos durante un tiempo para ver qué pasaba, ¿no? ¿Porqué no podemos seguir haciéndolo?

—Porque cada vez que quedamos terminamos... terminamos... como dos monos excitados.

¿Monos excitados? A Bella no le gustó mucho la comparación.

—A la mayoría de los hombres les encantaría que todas sus citas terminaran así. —¿Ah, sí? Pues debe de ser que yo no soy como la mayoría —contestó Edward.

Eso era cierto. Para lo bueno y para lo malo, Edward no era como los demás hombres.

—¿Me estás diciendo que ya no quieres acostarte conmigo? —le preguntó Bella sintiendo que el corazón le latía aceleradamente.

—Yo no he dicho eso —contestó Edward apretando la mandíbula. Bella rezó para que su rostro no reflejara su inmenso alivio. —¿Ya no quieres que volvamos a salir?

—Tampoco he dicho eso.

—Entonces, ¿me dejas que te haga una sugerencia?

Bella se dijo que, tal vez, insistir para que le diera una respuesta clara podía desembocar en una contestación que no le gustara, pero lo que tampoco quería era tener la impresión de que Edward se sentía culpable siempre que se acostaba con ella, así que tenía que arriesgarse.

—Dime —contestó Edward.

—Te propongo que volvamos a tú plan original. Salgamos y divirtámonos. Si nos apetece acostarnos, nos acostamos, pero sin sentirnos presionados ni culpables —le dijo Bella sinceramente—. Ni tú ni yo. Así, veremos adonde nos lleva la relación, lo que tú me propusiste.

—Así que me echas mis propias palabras en cara, ¿eh? De ahora en adelante, voy a tener que tener más cuidado con lo que digo en tu presencia.

Bella sonrió pues parecía obvio que Edward no le iba a decir que prefería que volvieran a ser única y exclusivamente amigos y vecinos.

—Sí, me parece que vas a tener que tener más cuidado.

Edward sonrió y apartó el plato vacío que tenía ante sí para agarrarle la mano. —¿Qué te apetece que hagamos la próxima vez?
—Me apetecería ir al cine —contestó Bella—. Por supuesto, después de la película, quiero sexo salvaje del bueno.

En aquella ocasión, Edward no la miró con los ojos como platos ni se quedó con la boca abierta.

—¿Qué tal te va el sábado? ¿A eso de las ocho?























7 comentarios:

  1. Jajajaja parece que Bella no es lo que Edward esperaba... ni reacciona como él cree....
    Espero que Edward no sea el desilusionado después ;)
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  2. Jajajaja joder estos si son abiertos a lo que te truje chencha jajajajajja gracias me super encanto gracias gracias gracias gracias

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  3. Jajajjajaj quisiera ver las expresiones de Edward

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  4. Vaya, vaya, parece que Bella es la de armas tomar en esta relación jajajajaj. Edward no tiene ninguna oportunidad, cuando menos se lo espere va a estar enamorado de ella XD

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  5. Bien por bella ed no se espera bastante algo así y bella sigue tu consego jaja aunque a lo mejor te ayuda a darle colitis jajaja

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  6. Edward aprende x favor dejate llevar vive la vida disfruta jajajajaja Bella es realista y dice las cosas tal como son ;) ♥ gracias nos leemos

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