Parcela de tierra 1


Los últimos y lentos acordes de una antigua canción de Tammy Winette salían de un pequeño transistor colocado en los escalones del templete de música del parque.

Aquel transistor que había reemplazado a la cadena de música que había utilizado aquella misma noche Bella Swan, que en aquel momento se tapaba la boca para disimular otro bostezo.

Estaba agotada.

Se había pasado el día anterior cocinando para la celebración del Cuatro de Julio y la mayor parte de la mañana de ese mismo día ayudando a decorar la plaza del pueblo.

Las celebraciones del Cuatro de Julio en Gabriel's Crossing eran legendarias y Bella  estaba encantada de echar una mano siempre que podía, pero ahora, a las once de la noche, estaba exhausta.

Lo único que quería era irse a casa, meterse en la cama y dormir durante una semana o, por lo menos, hasta el mediodía del día siguiente.

Por desgracia, no parecía que fuera a poder hacerlo todavía en un rato porque su padre y sus amigos estaban jugando al póquer. A diferencia de Bella  y la mayoría de la gente, que había recogido sus cosas y se había ido a casa hacía horas, su padre no parecía tener prisa por irse.

Bella  dejó caer la cabeza sobre los brazos y cerró los ojos. Si no podía irse a casa, a lo mejor podía echar una cabezadita allí mismo.

—¿Quieres que te lleve a casa?

Una voz grave y profunda penetró en su agotado cerebro y Bella  elevó la cabeza para mirar al hombre que se había ofrecido a llevarla a casa.

Aquel hombre era su vecino y uno de sus mejores amigos de la infancia. Uno de sus mejores amigos y su amor secreto.
Bueno, había sido su amor secreto del colegio, pero ya no lo era. No, claro que no. ¿Pero a quién pretendía engañar? Si con solamente mirar a Edward Cullen, un hombre de pelo negro y ojos grises y penetrantes, sentía que se le aceleraba el corazón.

Un momento antes estaba tan cansada que no podía ni pensar, pero ahora se sentía más despierta que nunca, hubiera sido capaz de ponerse a bailar de nuevo... siempre y cuando Edward  bailara con ella, claro.

Como Bella  no había contestado, Edward  se quitó el sombrero, lo dejó sobre su muslo y sonrió con amabilidad.

—Tu padre parece encantado jugando a las cartas, pero tú estás cansada, ¿verdad? Si quieres, te llevo a casa y él que se vuelva cuando quiera.

«Mi héroe», pensó Bella .

Siempre le había pasado lo mismo con Edward . En cuanto le sonreía, Bella sentía que el corazón le daba un vuelco. Si pronunciaba su nombre, Bella sentía que la tierra se abría bajo sus pies.

No era la primera vez que Edward acudía en su rescate porque Edward era todo un caballero.

—Me parece una idea genial, gracias —contestó Bella poniéndose en pie—. Voy a decirle a mi padre que me voy.

Edward asintió y se quedó esperando a Bella mientras ella se acercaba al grupo que estaba jugando al póquer.

—Hola, papá —lo saludó poniéndole las manos sobre los hombros y besándole la mejilla.

Wyatt Swan dejó las cartas sobre la mesa y chasqueó la lengua.

—He vuelto a ganar, chicos —les dijo a sus amigos sin perder tiempo en recoger las ganancias que había sobre la mesa—. ¿Qué tal estás, hija? —le preguntó a continuación girándose hacia ella.

—Estoy cansada y me quiero ir a casa —contestó Bella —. Edward se ha ofrecido a llevarme, así que tú te puedes quedar jugando a las cartas todo el tiempo que quieras.

Wyatt miró a Edward y asintió.

—Muy amable por su parte —comentó—. ¿No te importa que me quede?

—Claro que no —sonrió Bella —. Diviértete, pero no bebas porque tienes que conducir.

Su padre sonrió también.

—No te preocupes por mí, cariño, sólo me he tomado una cerveza y ya no voy a beber más.

—Muy bien —se despidió Bella besándolo de nuevo—. Hasta mañana —añadió mirando a los amigos de su padre.

A continuación, volvió al lado de Edward. — ¿Nos vamos? —le preguntó él.
Bella  asintió, recogió su bolso de la mesa y siguió a Edward  hasta su furgoneta azul. Una vez allí, Edward  le abrió la puerta, esperó a que subiera, cerró la puerta y dio la vuelta al vehículo para subir él también.

Una vez dentro, puso el motor en marcha, encendió el aire acondicionado y puso en funcionamiento la radio.

—Gracias de nuevo —murmuró Bella al darse cuenta de que Edward  no tenía intención de conversar—. Ya me veía pasando la noche acurrucada sobre una de las mesas. Si hubiera sabido que mi padre tenía intención de pasarse toda la velada jugando a las cartas, habríamos venido en dos coches.
—De nada —contestó Edward —. Tu casa me pilla de paso —sonrió.

—La verdad es que, si me hubiera dado cuenta, te habría dicho hace horas que me trajeras.

El rancho de Edward , Circle R, casi colindaba con la propiedad del padre de Bella . Aunque había tierra entre los dos ranchos, a todos los efectos, eran vecinos.

—¿Y cómo es que tú te has quedado hasta tan tarde? Suponía que te habrías ido en cuanto hubieras podido.

Edward era una persona muy querida en Gabriel's Crossing y siempre echaba una mano en las celebraciones, pero, desde que se había divorciado de Suzanne cuatro años atrás, se había convertido en un hombre callado y solitario que pasaba la mayor parte del tiempo solo en su rancho y que iba al pueblo únicamente cuando necesitaba hacer la compra o para algún acontecimiento especial, como aquella noche pero, en aquellas ocasiones, solía irse muy pronto.

—Chase ha llevado a mi madre a casa después de los fuegos artificiales, pero, como ha sido él quien se ha encargado del sistema de sonido, necesitaba que alguien se quedara para desmontarlo y guardarlo —le explicó Edward  señalando el equipo de música que viajaba en el asiento de atrás.

—¿Y por qué no has llevado tú a tu madre casa? —insistió Bella .

—Porque mi familia cree que me he convertido en un ermitaño y que tengo que hacer vida social. Por eso, han insistido para que me quedara. Tenían la esperanza de que conociera a una chica agradable y me vuelva a casar.

Por cómo había hablado, Bella  comprendió que la idea no le hacía ninguna gracia, pero no pudo evitar sentir que la sangre le burbujeaba.

—¿Y has conocido a alguna chica que te haya gustado? —preguntó.

—No —contestó Edward sin pensárselo dos veces—. Claro que tampoco la estaba buscando.

Al instante, Bella sintió que el burbujeo de su sangre cesaba, lo que no tendría que haberla sorprendida en absoluto. No era ningún secreto que la infidelidad de Suzanne y el divorcio habían dejado a Edward  destrozado. Nunca había sido una persona a la que le encantara salir, pero, después del divorcio, se había vuelto más distante que nunca y nada ni nadie podían cambiar su actitud amargada.

Además, Edward  siempre la había tenido por su vecina y su amiga. A Bella  le habría encantado que las cosas hubieran sido de otra manera, pero nunca había hecho nada por remediarlo.

Podría haber intentado ligar con él o haberle comentado sus sentimientos directamente, pero no lo había hecho; se había guardado sus sentimientos para sí misma y había seguido la vida de Edward a cierta distancia.

Era una cobarde. Tal vez, si no lo hubiera sido, Edward no se habría casado con Suzanne para empezar y no estaría ahora tan triste.

Bella  tragó saliva y se limpió las palmas de las manos en los vaqueros, suspirando aliviada al comprobar que estaban llegando a su casa. Llegar a casa pondría fin al incómodo silencio que se había hecho entre ellos.

Al llegar, Edward  aparcó frente a la casa amarillo pálido y apagó el motor. —¿Quieres que te acompañe a la puerta?
Teniendo en cuenta que Bella  estaba a dos segundos y diez pasos de la puerta, la oferta resultaba educada, pero innecesaria.

—No, gracias. Tengo que ir a ver al ganado antes de meterme en la cama —contestó desabrochándose el cinturón y abriendo la puerta.

Una vez fuera, se sorprendió al ver que Edward  había bajado también de la furgoneta y avanzaba hacia ella.

—¿Qué haces? —le preguntó sorprendida. —Te voy a ayudar con el ganado.

—No hace falta, no te preocupes, ya puedo yo sola —contestó Bella .

Aunque no era su pasatiempo preferido, había crecido mullendo los establos y cepillando a los caballos y, junto con varios empleados, seguía ayudando a su padre con los quehaceres cotidianos del rancho.

Ir a mirar que los caballos tuvieran agua y dejarles un poco de cebada para la noche no era ningún problema.

—Ya sé que puedes tú sola, pero lo harás más rápido si te ayudo —insistió Edward  pasándole el brazo por los hombros.

Bella decidió que era absurdo discutir con él porque lo que había dicho tenía lógica, así que avanzaron hacia los establos. Una vez allí, Bella encendió las luces y ambos se pusieron manos a la obra.

Edward  había pasado tanto tiempo de pequeño en el Double D que sabía dónde estaba todo. Los caballos se pusieron en pie al sentir su presencia y Edward los fue acariciando al pasar.

Mientras Bella  ponía agua a los caballos y se aseguraba de que todos tuvieran comida, Edward  sacó una bala fuera para dejarla en el campo para las vacas.

Terminaron casi al mismo tiempo.

—¿Ya está todo? —le preguntó Edward  a Bella .

—Casi —contestó Bella agarrando una escalera de mano y apoyándola contra la pared—. Hay una camada de gatitos arriba y quiero subir a ver qué tal están.

Dicho aquello, subió por la escalera buscando a los mininos con cuidado pues la luz allí arriba era mucho más débil que abajo y apenas veía.

Al oír que una tabla de madera crujía detrás de ella, se giró y, para su sorpresa, se encontró con que Edward  la había seguido.

—No hacía falta que me acompañaras —murmuró.

—Me apetecía —contestó Edward sin darle mayores explicaciones.

Tras decidir que Edward  hacía lo que le daba la gana, Bella  siguió buscando a los gatitos. Los encontró hechos un ovillo a todos juntos en un rincón. Eran adorables, tan pequeñitos que se los podía tener a todos en la palma de la mano.

Bella había estado jugando con ellos todos los días desde que los había descubierto. Tenían los ojos abiertos, pero todavía caminaban con dificultad.

Bella no quería perturbarles el sueño, lo único que quería era asegurarse de que estaban bien e irse, pero, cuando se disponía a hacerlo, apareció la gata, se frotó contra las piernas de Bella  y se colocó junto a sus cachorros para darlos de mamar.

Al ver a su madre, los gatitos se arremolinaron a su alrededor y comenzaron a comer y Bella  aprovechó la oportunidad para acariciarlos.

Normalmente, los felinos que vivían en los establos se asustaban de los humanos porque no les solían hacer mucho caso, pero Bella  siempre los había tratado bien y desde que era pequeña siempre los había buscado y acariciado, así que ahora tenían un establo lleno de gatos cariñosos que acudían buscando caricias siempre que los oían entrar.

—Son preciosos —murmuró Edward a sus espaldas.

Bella se sobresaltó pues había olvidado su presencia, algo difícil porque Edward  lo llenaba todo.

—Bueno —comentó nerviosa dando un paso atrás—, sólo quería ver si estaban bien. Nos podemos ir.

—¿Qué prisa tienes? —le preguntó Edward  sentándose sobre una bala de heno—. Si esperamos a que terminen de mamar, podrás acariciarlos un rato.

Bella se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y se columpió sobre los talones. Obviamente, podía ir al establo a acariciar a los gatos siempre que quisiera y Edward lo sabía perfectamente. Era obvio que quería quedarse un rato. Teniendo en cuenta que Bella ya no solía tener ocasión de hablar con él, y menos a solas, decidió sentarse a su lado.

Así lo hizo, manteniendo la espalda recta y las manos sobre las rodillas. Pensó en algo que decir, pero ya había agotado la lista de temas en el trayecto a casa, así que no se le ocurría nada que decir.

—¿Te lo has pasado bien en la fiesta? —le preguntó Edward .

—Sí, el picnic del Cuatro de Julio siempre está bien —contestó Bella .

—Sí —comentó Edward metiéndose una pajita en la boca—. He probado tu tarta de cerezas antes de que volara. Estaba buenísima.

—Gracias.

—También habías hecho más cosas, ¿no? He oído decir a alguien que siempre cocinas un montón para el picnic.

Bella  asintió, recordando la cantidad de veces que Edward , su hermano Chase y ella habían conversado de aquella manera, recordando aquellos largos días de verano cuando hacía demasiado calor para salir a correr o a jugar y encontraban una sombra en la que no hacer nada.

Los recuerdos de su infancia, una infancia de lo más feliz, tranquilizaron sus nervios y Bella  comenzó a encontrarse más cómoda.

—Ya sabes que mi madre solía cocinar como una loca para las celebraciones. Cuando murió, yo tomé el testigo. Tengo sus recetas y sé que a la gente le gustan.

—Si no hubieras querido seguir cocinando, lo habrían entendido.

—Sí, pero me gusta hacerlo y, además, tengo la impresión de que, así, mi padre siente como que mi madre sigue por aquí.

—Tu madre hacía la mejor ensalada de patatas de todo Texas. —Sí, es cierto —contestó Bella  sonriendo.
—La tuya también estaba muy buena.

—¿Cómo sabes que era la mía? —le preguntó Bella , que sabía que había varios cuencos de ensalada de patatas y que cada una la había preparado una persona diferente.

Edward  se irguió y se acercó a ella muy sonriente.

—Porque te he visto llegar, me he fijado bien en el cuenco en el que llevabas la ensalada, te he estado observando mientras dejabas todo lo demás sobre la mesa y luego he ido a servirme el primero para poder comer de tu comida.

Su rostro estaba a pocos centímetros del de Bella, que percibía su aroma, un aroma que la hacía pensar en despertase entre los brazos de un hombre fuerte y sexy; más en concreto de aquel hombre que tenía ante sí, despertarse a su lado, acariciarle la mejilla, besarlo...

—Pues yo no te he visto —respondió incapaz de apartar la mirada de su boca.

—Eso es porque me estaba escondiendo para que la gente no me hiciera las preguntas que me suelen hacer siempre que se me ocurre aparecer por el pueblo, pero, desde donde estaba, te tenía bien vigilada y veía todo lo que hacías.

Bella sintió que se estremecía ante sus palabras. La había estado mirando en el picnic y ella sin saberlo. En vez de sentirse nerviosa porque la hubiera estado espiando, se sentía halagada y repentinamente excitada.

—Si hubiera sabido que andabas por ahí, te habría invitado a bailar —le dijo acariciándole la mandíbula.

Edward  le agarró la mano y le besó la palma. Al instante, Bella sintió que el deseo se apoderaba de ella.

—Podemos bailar ahora —le ofreció Edward .

—No tenemos música.

—Bueno —murmuró Edward acariciándole el labio inferior con el pulgar—, no sé tú, pero yo oigo algo.

A continuación, se inclinó sobre ella y la besó.

Bella sintió que el corazón le latía aceleradamente, parecía que se le iba a salir del pecho, trotaba como un caballo al galope.

Edward Cullen la estaba besando. Por fin.

Y, para colmo, besaba de maravilla.

Aquel hombre sabía exactamente cómo mover los labios, cómo utilizar la lengua y sabía a café con leche y azúcar.

Bella sintió que los pezones se le endurecían y se apretó contra él mientras Edward  acariciaba su cuerpo. El calor de sus caricias le quemaba la blusa, le ponía la carne de gallina y elevaba su temperatura corporal por momentos.

Bella le acarició la espalda, sintiendo sus músculos moverse bajo sus manos, deslizando sus dedos hasta encontrar la cinturilla del vaquero de Edward  y sacándole la camisa mientras él le desabrochaba la blusa.

Aquello estaba siendo increíble, maravilloso, espectacular, todo lo que Bella se había imaginado y más.

De repente, Edward  la tomó de los hombros y la separó levemente de su cuerpo. Bella  se dio cuenta entonces de que jadeaba y de que a él, que la miraba con deseo, también parecía faltarle el aire.

—No pares —le dijo acariciándole el pelo, temiendo que Edward  le dijera que aquello había sido un error—. Por favor —añadió sin importarle parecer patética o desesperada—. No pares.

—Claro que no —murmuró Edward antes de besarla de nuevo, enviándola directamente al reino de la perfección temporal.

Edward sentía que el cuerpo le ardía, que la necesidad de estar cerca de Bella  se apoderaba de él.

Cuatro años.

Hacía cuatro largos años que se había divorciado de Suzanne, cuatro años que no estaba con una mujer. Tanto tiempo había dado al traste con su control.

Y allí se encontraba, con una mujer excitada entre los brazos.

Daba igual que fuera Bella , su amiga de la infancia y vecina, una mujer con la que no debería ni pasársele por la cabeza acostarse, pero sabía a menta y olía a flores y le recordaba aquellos tiempos de su vida en los que era feliz, aquella época en la que eran unos chiquillos sin preocupaciones.

Con Bella estaba a salvo, la conocía de toda la vida y, además, era una mujer de lo más sensual.

¿Por qué no se había dado cuenta antes? ¿Por qué no se había fijado nunca en sus pechos pequeños y firmes? ¿Por qué no se había fijado nunca en sus labios y en su melena rubia?

No debería pensar en ella en aquellos términos, no debería estar tocándola y besándola, pero la sensación era tan maravillosa que no podía parar.

Bella emitía sonidos de lo más excitantes cada vez que sus lenguas se encontraban y Edward  no dudó en quitarle la blusa y en dejarla sobre una bala de heno que tenían detrás.

Se fijó en cómo subía y bajaba el pecho de Bella, al ritmo de su respiración, entrecortada y rápida, pero aquello no le impidió seguir adelante, acariciarle el pecho izquierdo. Uno de sus dedos acarició la delicada piel mientras jugueteaba con el pulgar el pezón.

Bella gimió de placer, lo que hizo que Edward se estremeciera. Bella tenía la cabeza echada hacia atrás, exponiendo la larga y suave columna de su garganta y Edward no pudo resistirse a besarla en aquel lugar, lamiéndola y mordisqueándola.

Utilizó la otra mano para desabrocharle y quitarle el sujetador. Edward  rezó para que Bella  protestara, para que le dijera que parara porque era lo suficientemente caballero como para hacerlo, como para no presionarla si ella no quería.

Sin embargo, si le dejaba hacer lo que él quería... si no le decía nada, Edward  dudaba mucho de ser lo suficientemente hombre como para dejarla.

En aquellos momentos, tenía acceso completo a su pecho desnudo y se tomó un momento para admirar el pálido esplendor de sus pequeños y erectos pezones color cereza.

Aquellos pechos le recordaban a dos helados, dulces y maravillosos y, sin dudar un momento, se inclinó sobre ella y comenzó a chupárselos.

Bella metió los dedos entre los cabellos de Edward  mientras sentía su lengua alrededor de la aureola de sus pechos, un movimiento que estaba excitándola tanto que la llevó a abrir las piernas de manera instintiva para tener acceso más íntimo al cuerpo de Match.

Aquel movimiento le dejó claro que él también la deseaba desesperadamente.

Edward sudaba y se estremecía de deseo. No recordaba haber estado así de excitado jamás. Volvió a besar a Bella en la boca y, al mismo tiempo, intentó desabrocharle el botón de los pantalones.

Cuando lo hubo conseguido y con la cremallera también bajada, deslizó la palma de su mano sobre el abdomen de Bella  y acarició su piel, se deslizó más allá de la cinturilla de sus braguitas, pasó por sus caderas y la agarró de las nalgas.

Cuando la escuchó gemir y sintió que se apretaba contra su erección, Edward se dio cuenta de que no iba a poder aguantar mucho más. Se moría por estar dentro de ella.

Tras tumbarla boca arriba sobre la paja, se sentó un momento para quitarle los zapatos y las braguitas. A continuación, se tumbó de nuevo sobre ella, se quitó la camisa, se desabrochó el pantalón y se abrió la cremallera.

Bella colocó sus piernas alrededor de la cintura de Edward, obsequiándole con la humedad y la calidez del centro de su cuerpo.

Edward acarició el pelo, la miró a los ojos y le sonrió. Bella le devolvió la sonrisa, lo agarró de los hombros y la besó. Mientras sus lenguas se encontraban, Edward elevó las caderas y se introdujo en su cuerpo.

La intensa sensación que se produjo en aquel momento hizo que ambos se tensaran. Edward  se quedó muy quieto, percibiendo los músculos internos de Bella , consciente de que, si se movía, aquello iba a terminar antes de haber empezado.

Así que apretó los dientes y se concentró en la respiración. Cuando hubo conseguido tranquilizarse, abrió los ojos y miró a Bella, que parecía un ángel. Bella también lo estaba mirando y había en sus ojos un deseo inequívoco y una expresión de sorpresa que debía de ser la misma que él lucía en su rostro.

Edward tomó aire y la volvió a besar, momento que Bella aprovechó para abrazarlo con fuerza y, con un movimiento certero, lo condujo hasta el interior más profundo de su cuerpo.

Edward gimió de placer y comenzó a moverse. Al principio, fueron movimientos lentos, pero, al cabo de un rato, fueron desesperados y cada vez más rápidos. Edward  sentía que la sangre corría, caliente y licuada, a toda velocidad por sus venas en dirección a su entrepierna.

Bella echó la cabeza hacia atrás y Edward aprovechó para besarla en el cuello, para mordisquear el lóbulo de la oreja y para degustar de nuevo sus pechos.

De la garganta de Bella salían sonidos graves y eróticos, sonidos que hacían que Edward se excitara cada vez más y que lo obligaron a moverse cada vez a más velocidad. Sentía que el sudor le resbalaba por la cara y por la espalda, sentía los dedos de Bella en el pelo, acariciándolo, sentía sus caderas marcándole el ritmo a seguir, un ritmo que cada vez lo acercaba más al placer infinito.

—Bella —aulló.

Bella lo miró a los ojos y sonrió. —Edward —contestó.

Aquello bastó para que Edward alcanzara el orgasmo sintiendo que un placer cósmico se apoderaba de su cuerpo, impregnando todas y cada una de las células de su organismo.

Con un gemido, la penetró una última vez y, aliviado, sintió que Bella se estremecía y lo seguía en el placer del orgasmo.

Bella no podía parar de sonreír mientras acariciaba el pelo, la espalda, los bíceps y el torso desnudo de Edward.

Edward estaba tumbado encima de ella y no se movía después de la sesión de sexo más intensa que Bella  había experimentado jamás.

Todavía no se podía creer que hubiera sucedido. Su cuerpo rezumaba todavía pasión y sentía los músculos relajados después de la tensión del deseo.

Bella había soñado en tantas ocasiones con estar con Edward , habían sido tantas las fantasías que había tenido con él que, cuando había comenzado a besarla, una parte de ella se había preguntado si no se sentiría defraudada.

Tal vez, lo que realmente la había preocupado había sido defraudarlo. En cualquier caso, Edward había estado maravilloso, amable, cariñoso e increíble.

No solamente sus caricias habían sido maravillosas. No, además, se había mostrado considerado y bueno durante toda la noche. La había llevado a casa, la había ayudado con el ganado y había subido al ático con ella a ver qué tal estaban los gatos.

Era aquél un lado de Edward que hacía tiempo que Bella no había podido compartir con él, desde que Suzanne lo había abandonado y le había destrozado el corazón.

Edward creía que había llevado bien la infidelidad y posterior divorcio de su mujer, creía que se había recuperado rápido del daño y que había vuelto a su vida normal, pero todo el mundo estaba convencido de lo contrario.

Él fingía estar bien cuando, en realidad, por dentro estaba frío y Bella tenía muy claro que la culpable de todo eso era Suzanne.

A ella nunca le había gustado aquella chica. Todavía recordaba el día en el que Edward  la había llevado a Gabriel's Crossing tras haberla conocido en una gasolinera en Abilene. Aquel día, Bella  se había dado cuenta de que su sueño de casarse con Edward  había quedado destrozado.

Suzanne era alta, rubia y con un cuerpo espectacular mientras que Bella tenía un cuerpo normal de pechos pequeños y caderas estrechas. Es decir, no tenía curvas femeninas, algo que nunca le había importado hasta que había aparecido Suzanne Yates para recordarle todas sus carencias y robarle a Edward de paso.

Por supuesto, tal vez había sido una idiota por soñar con que Edward podía enamorarse de ella por el mero hecho de haber crecido juntos, porque ella también había crecido junto a Chase y jamás había sentido nada por él.

Hasta aquella noche, creía realmente que había superado su amor por Edward Cullen y, si no era así, por lo menos, estaba convencida de que, tras la traición de Suzanne, Edward  estaba fuera del mercado y más alejado de su alcance que nunca.

En aquellos momentos, sin embargo, no sabía qué pensar. Su corazón quería creer que aquello había sido el comienzo de algo permanente, que llevándola a casa y haciéndole el amor le estaba demostrando que se estaba recuperando de la ruptura con su mujer y que estaba deseando volver a amar de nuevo.

Sin embargo, su mente racional le advertía que tuviera cuidado y le recordaba que una noche de pasión no tenía por qué significar una propuesta de matrimonio.

Con aquello en mente, Bella  decidió seguirle la corriente a Edward , hiciera lo que hiciera.

—Mmm —dijo Edward  como si se acabara de despertar—. ¿Estás bien? —le preguntó a continuación mirándola a los ojos.

Bella  asintió, mordiéndose la lengua para no añadir nada más.

Edward  se apartó y Bella  se sintió desprotegida al perder el contacto de su cuerpo, pero apretó los puños y tomó aire varias veces disimuladamente hasta haber controlado el deseo de alargar el brazo para retenerlo a su lado.

—Deberíamos vestirnos antes de que llegue tu padre y nos pille —comentó Edward  dedicándole una sonrisa divertida—. He conseguido evitar a los padres enfadados durante casi cuarenta años y no quiero empezar ahora.

Dicho aquello, se puso en pie y comenzó a vestirse. Bella  se sentó y aceptó la ropa que Edward  le pasaba. Tras vestirse, se pasó los dedos por el pelo para peinarse y se quitó las pajitas. Cuando miró a Edward , lo encontró completamente vestido, abrochándose el cinturón.

—¿Bajamos? —le preguntó.

Bella  miró a su alrededor y se sorprendió al ver que nada delataba lo que acababa de suceder entre ellos. Tras su explosiva unión, no le hubiera extrañado ver marcas de quemaduras, paja chamuscada y humo, pero todo estaba en orden, incluso los gatitos, que dormían con su madre en el mismo rincón donde los habían encontrado.

Bella se giró hacia Edward , lo miró a los ojos, asintió y lo siguió escaleras abajo. Justo en el momento en que salían del establo, oyeron un coche que se acercaba y vieron unas luces por el camino.
—Ése debe de ser mi padre —comentó Bella .

—Por los pelos —contestó Edward metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón.

Desde luego, si estaba nervioso por tener que ver a su padre cuando hacía unos minutos había estado encima de su hija, lo disimulaba muy bien.

El padre de Bella aparcó su furgoneta junto a la casa y apagó el motor. Segundos después, abría la puerta y salía del vehículo. No parecía completamente sobrio, así que Bella avanzó hacia él y lo agarró del brazo.

—Vaya —comentó Wyatt—. Creía que estarías dormida. ¿Qué haces aquí fuera? —Edward y yo estábamos... eh...

—Echándole un último ojo al ganado —intervino Edward.

—Muy bien, muy bien, gracias por ayudar a mi hija —contestó el padre de Bella. Bella se sonrojó y rezó para que ni su padre ni Edward se dieran cuenta.

—De nada —contestó Edward —. ¿Queréis que os ayude con algo más?

—No, hijo, vete a casa —contestó Wyatt subiendo los escalones del porche—. Que duermas bien. Hasta mañana.

—Hasta mañana —se despidió Edward.

—Bella, me voy a meter en la cama. Hasta mañana, hija. —Muy bien, papá. Buenas noches. Te quiero.
—Yo también te quiero, cariño.

Una vez a solas, Bella esperó un rato para hablar.

—¿No te han dicho nunca que no se miente a los mayores? —bromeó.

—Sí, pero era mejor una pequeña mentirijilla que decirle la verdad a tu padre — sonrió Edward —. ¿Querías que le dijera que hemos estado rodando por el establo la última media hora?

Bella  hizo una mueca de disgusto. Aunque era una mujer hecha y derecha que podía hacer con su cuerpo y con su vida lo que quisiera, la idea de que su padre supiera que acababa de compartir una sesión de sexo salvaje con Edward no le hacía gracia.

—Entendido —le dijo acompañándolo a su furgoneta—. Gracias por haberme ayudado con el ganado.

Edward asintió y se subió a su vehículo.

Bella sabía que se iba a ir y sentía una fuerte presión en la boca del estómago, pero ¿qué esperaba? ¿Acaso hubiera preferido que la hubiera invitado a dormir en su casa o que hubiera sugerido que volvieran al establo? ¿Acaso había soñado con que se pusiera de rodillas ante ella, le declarara su amor eterno y le pidiera que se casara con él?

Muchas veces había albergado ilusiones y se había hecho fantasías, pero no era ninguna ingenua. Era una mujer realista que sabía que el sexo era sexo incluso cuando lo había compartido con el hombre del que siempre había estado enamorada.

—Bueno, ya nos veremos —se despidió.

La ocasión perfecta para que Edward le pidiera una cita, le dijera que la llamaría un día de aquéllos, lo que fuera que implicara que lo que había ocurrido entre ellos había sido algo más que una aventura de una noche.

—Sí —contestó Edward sin embargo—. Buenas noches —se despidió a continuación poniendo en marcha el motor.

Bella se obligó a sonreír. 

—Buenas noches —contestó.

A continuación, se quedó mirando cómo la furgoneta de Edward se perdía en dirección a la carretera y, cuando las luces rojas se perdieron de vista, se estremeció y sintió un terrible frío en el centro de su pecho que no tenía nada que ver con la fresca brisa de la noche.

6 comentarios:

  1. Ohhh así que Edward se acuesta con ella y después huye... cobarde....
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  2. Es ed se hecho un rapidito y corrió ya veremos como le va

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  3. Gracias nena me súper encantó gracias gracias gracias gracias

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  4. Ohhh, que mal por Bella, y Edward, que manera de comportarse es esa??? Quedó como un patán!!!

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  5. tonto no le rompas el corazon ella no se lo merece

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