Capítulo 1 / Una Segunda Oportunidad





Desde el punto de vista de cualquier observador imparcial, el de Bella Cullen era el matrimonio perfecto. Algunos días, incluso, Bella podía hacer como si lo fuera. Después de todo, tenía una bonita casa en primera línea de playa de Bondi, la más famosa y hermosa de Sydney. Tenía tres hijos encantadores, dos niños y una niña. Tenía un marido que cualquier mujer le envidiaría... en la superficie. Edward no sólo era alto, corpulento y dinámico, atractivo, sino que también era suficientemente rico como para no tener ninguna clase de problemas económicos.

De todas formas, superficie era la palabra clave.

Su matrimonio iba perfectamente de puertas afuera. Por debajo, Bella se estaba volviendo loca lentamente de frustración. Y, detrás de esa frustración estaba el miedo de que aquello fuera lo único que se pudiera esperar de Edward... una casa, una familia y un hombre atractivo a su lado. Su marido vivía su propia vida, que Bella sospechaba que estaba bastante apartada de la de ella, incluso cuando él estaba a su lado. Como en ese momento.

Esa noche le había hecho su cena favorita, escalopes al vino. Él la estaba disfrutando, pero sin compartir ese disfrute con ella. No se producía ninguna clase de contacto visual ni comentarios apreciativos.

Ninguno de los esfuerzos especiales que ella había hecho estaba teniendo el menor efecto. Lo que no era precisamente una buena recomendación para los consejos que había leído en una revista sobre como revitalizar un matrimonio.

Su cambio de imagen personal había fallado miserablemente. Si Edward había notado algún cambio en su apariencia, era evidente que, para él, era de lo más irrelevante. Lo cierto era que no había dado ninguna señal de verla como una mujer nueva y deseable. Bella se preguntó si hubiera debido poner más cuidado con su arreglo.

Había estado tentada de cortarse el cabello dramáticamente, pero siempre lo había llevado largo y, al final, no pudo soportar pensar en deshacerse de su melena castaña. Así que había llegado a una especie de compromiso y se lo había dejado por los hombros al tiempo que se lo había rizado más aún.

La estilista la había maquillado de forma que sus ojos como ámbar tuvieran un aspecto más misterioso, pero todos esos esfuerzos fueron un desperdicio con Edward, incluso su vestido nuevo, por el que tanto tiempo le había costado decidirse.

Para ella, esos pantalones negros de satén y la túnica de seda a rayas atigradas con el cinturón formado por una cadena dorada, le habían parecido un conjunto de lo más sexy, elegante y, a la vez, sensual. Pero no había despertado el menor interés en su marido. Tal vez si ella hubiera elegido otra cosa más atrevida, si fuera más atrevida con todo... Pero eso no estaba en su naturaleza.

Su madre italiana le había inculcado principios de dama desde el nacimiento. Una buena chica italiana, sin importar que el padre de Bella fuera australiano de cuarta generación, no metía su cuerpo en cualquier vestido inmodesto. Las ropas debían favorecer a las mujeres, no mostradas. Tal vez porque ella sólo tenía diecisiete años cuando murió su madre, Bella no se sentía cómoda traicionando sus consejos, aunque a veces deseaba poder ser como las demás mujeres que no se avergonzaban en absoluto de lo que se ponían, o no se ponían.

Por otra parte, tal vez es que simplemente fuera imposible atraer de nuevo a Edward a su lado. Cualquier cambio que ella hiciera, él lo vería como puramente superficial, como un cambio en la decoración de la casa. Si lo que hacía le agradaba a ella, por él estaba bien. No afectaría para nada en lo que pensara, sintiera o hiciera.

Como sus fútiles intentos de evocar un comportamiento romántico con el arreglo de la mesa esa noche. Edward había hecho un comentario sobre el centro de mesa a base de flores exóticas y los candelabros dorados, preguntándole si estaba experimentando para alguna fiesta con cena en el futuro. Había dicho que aquello era un cambio innovador para las rosas. No se le ocurrió que aquello pudiera ser para los dos. Bella se había sentido demasiado desinflada para decírselo.

No hubo nada de romance en el servicio de la cena. Ellos siempre lo hacían en el comedor y con los cubiertos de plata y vajilla de lujo. Edward pensaba que esas cosas no eran para mostrarse, sino para usadas y no le importaba que algo se pudiera romper. Solía decir que nada es irreemplazable, pero Bella no estaba de acuerdo completamente en eso.

Se dedicó a juguetear con la comida en el plato, se había quedado sin apetito. La falta de respuesta emocional de Edward la preocupaba mucho. No había sido tan evidente mientras habían tenido a sus hijos. Los dos los amaban mucho pero Edward, ¿realmente la amaba a ella? Bella estaba empezando a dudarlo. Y lo que era peor, estaba empezando a preguntarse si alguna otra mujer no le estaría proporcionando a él lo que no buscaba en ella.

—¿Hay algo que requiera mi atención personal antes de que me vaya de viaje el domingo?

Esa pregunta de Edward la hizo desear gritarle que ella misma, pero cuando sus miradas se encontraron, la de él, de lo más impersonal, la hizo callarse. Estaba claro que él se refería a problemas con la casa, el coche o los niños.

Bella se tragó sus angustias privadas y decidió preguntarle a su vez:

—¿Sólo vas a estar fuera unos días, no? ¿Una semana en Londres y otra en París?

—Sí, las reuniones están todas programadas. No creo que haya retrasos. 

—Muy bien. Si necesito algo ya te llamaré.

Él asintió y le dedicó de nuevo su atención a lo que estaba comiendo mientras decía:

—En Londres me quedaré en Durley House. Está en Knightsbridge, muy cerca de Harrod's. Si quieres que te compre algo allí, te daré el número de teléfono antes de marcharme.

Luego Edward siguió cenando como si nada. Pero Bella sabía muy bien que ese viaje de negocios a Europa no era como los anteriores. Estaba muy claro anteriormente y Edward le había dado ahora la primera evidencia tangible de ello.

—¿Por qué el cambio? —le preguntó ella procurando parecer despreocupada.

Edward la miró inexpresivamente, pero levantó una ceja como obligándola a explicarle la pregunta.

—En Londres siempre te has quedado en Le Meridien. ¿Por qué no esta vez? Pensaba que te gustaba ese sitio —dijo ella tratando de que no se le notara el estado de ánimo.

—La familiaridad tiene sus ventajas. Pero también se puede hacer aburrida. Me gustaría un cambio.

Familiaridad... aburrida ... cambio ... ¿Es que se estaba volviendo neurótica aplicando esas palabras a lo que él pudiera sentir por ella? Muy sensible a la distancia que había entre ellos, a la falta de verdadera intimidad, Bella vio como Edward dedicaba de nuevo su atención a la comida, lo observó mientras se la llevaba a la boca con el tenedor con un ritmo que negaba cualquier perturbación de su espíritu.

A veces Bella encontraba heladora su auto suficiencia. Como en ese momento. Hacía que deseara llamar más su atención, le gustara a él o no.

—Nunca había oído hablar de Durley House. ¿Pertenece a alguna cadena de hoteles europea?

Él agitó la cabeza mientras seguía masticando. 

—¿Qué es lo que te interesó de ese sitio? —insistió Bella—. ¿Lo conociste en un viaje de negocios?

—¿Y qué importa eso? Ahora he reservado una habitación allí —respondió él sonriendo sardónicamente — Para bien o para mal. Te dejaré los números de teléfono de contacto. Te prometo que no será ningún problema para ti.

Esa sorprendente utilización de las palabras que se usan en las bodas y el tono en que las pronunció hicieron que Bella se amotinara.

—¿Te causa demasiados problemas responderme a unas preguntas perfectamente naturales, Edward?

La mirada de sorpresa de él la hizo ruborizarse.

Era de lo menos característico por parte de ella que se enfrentara a Edward de alguna manera. Él era once años mayor, tenía casi cuarenta años y ella veintiocho, además de ser mucho más maduro y sofisticado, un verdadero hombre de mundo. Era un especialista en electrónica que empezó a triunfar cuando tenía poco más de veinte años y ya llevaba las riendas de una multinacional antes de enamorar a Bella y casarse con ella. Era un hombre de decisiones certeras, con una confianza total en sí mismo, capaz de salir adelante en cualquier cosa en que se metiera.

Durante los últimos seis años, Bella se había contentado con hacer lo que él le dijera. Después de todo, no estaba nada mal que él le proporcionara todo lo que quería. Y Edward lo llevaba haciendo desde el primer día en que se conocieron. Hacerle preguntas simplemente no le había parecido adecuado. Hasta ese momento.

Ya llevaban juntos casi siete años y, ahora se daba cuenta de que la crisis de los siete años no era ninguna tontería. No quería darse por enterada, pero sentía que Edward estaba perdiendo, que había perdido más bien, interés en ella como mujer. Hacer el amor se había convertido en algo ocasional y monótono desde el nacimiento de su hija, la tercera y última de sus hijos, una niña muy deseada para completar la familia que tenían planeada. Era como si, una vez que Bella hubiera servido a sus propósitos, ahora se viera relegada a ser la madre de sus hijos.

Esa desagradable sensación que llevaba meses haciendo lo que podía para evitar, la volvió a embargar. Miró a Edward, que parecía sorprendido, con un aire rebelde en la mirada, sin importarle lo que él pudiera pensar de su comportamiento. No quería vivir con él así el resto de su vida. Sólo tenía veintiocho años y le quedaban muchos años por delante. No era que ahora quisiera que él le diera más. Quería más de él.

Edward entornó los párpados pensativamente. 

—¿Qué te está preocupando? —le preguntó adoptando un aire de paciencia mientras dejaba lo que quedaba de su comida a un lado y tomaba su copa de Vino. Luego se relajó en su silla y esperó a que ella se lo explicara mientras sonreía levemente, como para animarla.

Eso hizo que Bella se sintiera como una niña rebelde. Él parecía estar dispuesto a concederle su atención el tiempo necesario como para resolver todos sus problemas. Y, aún así, lo cierto era que nunca había una verdadera comunicación de doble sentido. Él se centraba exclusivamente en ella, la sacaba sus pensamientos y los analizaba constructivamente, pero nunca revelaba los suyos propios.

Ella solía encontrar aquello inmensamente halagador, semejante concentración en sus necesidades y deseos. Eso demostraba una profundidad de sentimientos que la rodeaba de seguridad emocional. Pero se había llegado a dar cuenta de que esa era la clase de seguridad que se le da a un niño, del que no se espera que comprenda muy bien el mundo que le rodea. Ahora Bella encontraba esa actitud inmensamente frustrante. Era como un blindaje, detrás del cual, Edward escondiera sus pensamientos íntimos, su vida interior, completamente oculta.

— ¿Te das cuenta de que no hablamos de nada más que de lo que les pasa a los niños? —dijo ella tomando al toro por los cuernos— de lo que compro para la casa o el jardín, para mí, o ... Todo cosas domésticas. Pedazos triviales de vida hogareña...

Él frunció el ceño momentáneamente, pero lo quitó en cuanto se le ocurrió una réplica tranquila.

—Yo no encuentro eso trivial. ¿Por qué tú sí? Recuerdo muy bien que siempre has dicho que tu máxima ambición en la vida era ser un ama de casa para tu familia.

Y era cierto. Lo seguía siendo. Y Bella sospechaba que era por eso por lo que él se había casado con ella... una mujer joven y fértil que estaba ansiosa por proporcionarle la familia que no había podido tener con su primera esposa.

—¿Es que, de repente, te resulta eso menos satisfactorio que lo que esperabas que fuera?

Edward le preguntó eso bastante secamente.

—Deja de preguntarme cosas a mí. Es de ti de quien yo quiero saber más. ¿Por qué no puedes responderme a mis preguntas en vez de ignoradas?

Él hizo un gesto como de disculpa.

—Dime en qué y cómo te he ofendido. No me había dado cuenta de que no estaba satisfaciendo tu curiosidad ardiente.

Bella estaba ardiendo, pero no de curiosidad, precisamente. Edward la estaba haciendo parecer ridículamente puntillosa y ella no veía nada ridículo en sus preocupaciones. Eran cosas importantes, críticas para saber qué era lo que estaba fallando en su relación. Cosa que a ella no se le ocurría. Respiró profundamente y habló decidida, decidida a que él no se tomara sus preguntas como algo irrelevante.

—Te estaba preguntando sobre Durley House. 

—Así es.

Bella apretó los dientes. —¿Por qué vas allí ahora? 

—Ya te lo he dicho. Será un cambio.

—¿y por qué el cambio?

—Es un sitio pequeño en comparación, está lejos de ser un gran hotel, menos impersonal, más adecuado para hacer que la gente se sienta en casa.

—Suena muy íntimo.

—Bueno, eso espero —dijo él, dejando bien claro que su curiosidad se viera satisfecha con eso.

A Bella no le gustaba la idea de que Edward estuviera en un sitio íntimo con su asistente personal, que lo iba a acompañar a ese viaje. Lauren Mallory pudiera ser que fuera una mujer dedicada a su trabajo, pero esa esbelta rubia de treinta y tantos años no carecía de sexo y, aunque estaba casada o viviendo con un tipo, no tendría nada de raro que pudiera encontrar atractivo a Edward.

Él no sólo tenía el aura de poder que todas las mujeres encontraban fascinante, sino que era un hombre extremadamente atractivo que parecía tener mejor aspecto según se hacía mayor, era más impresionante, más distinguido, más de todo. Y todavía no tenía ni una cana en su cabello oscuro ni un gramo de grasa en su musculoso cuerpo.

Lauren llevaba con Edward seis meses. Había aparecido con una increíble lista de éxitos en su currículum y, sólo un tonto no la habría contratado. Por otra parte, ser la asistente personal de Edward Cullen era un trabajo que tenía que atraer a gente muy cualificada. Pero a Bella le hubiera gustado que esa chica no fuera tan atractiva.

¿Era coincidencia que Bella se hubiera dado cuenta cada vez más de la distancia que había entre Edward y ella desde hacía precisamente seis meses? ¿Estaba Lauren Mallory proporcionando la causa y el efecto de ello? ¿Había sido cosa de ella el que se quedaran en ese hotel en Londres?

—¿Cómo es de pequeño? —insistió ella— ¿Es uno de esos hotelitos con unas cuantas habitaciones sólo?

Con un aire de querer dar por finalizado el tema de una vez por todas, Edward le contó como era el sitio.

—No tiene habitaciones como un hotel. Se especializa en suites y sólo tiene once. Proporcionan todas las comodidades para ser utilizadas como oficinas e, incluso, te organizan fiestas privadas. No está nada mal para hacer negocios.

Y Lauren haría perfectamente el papel de anfitriona, pensó Bella, celosa. 

—Bueno, espero que sea un buen cambio para ti. Si Lauren y tú ocupáis dos suites, seguramente el personal se ocupará bien de vosotros.

Edward miró la copa que tenía en la mano, como examinando el vino. Bella evitó un suspiro exasperado. No podía obligarlo a abrirse a ella. Sospechar que Lauren Mallory lo estuviera animando a ser infiel era, probablemente, ridículo. Edward no haría nada que no quisiera hacer. Él era siempre el que elegía. Pero daba igual, Bella sentía que había algo más en la elección de hotel de lo que Edward le estaba diciendo.

—Una suite — dijo él— Es un apartamento con dos habitaciones, con su propio salón, cocina, cuarto de baño... Es como una casa lejos de casa. No hay ninguna necesidad de tener dos suites.

El estómago se le contrajo a Bella como si le hubieran dado un puñetazo y soltó lo primero que le pasó por la cabeza, sin pensar.

—¿Vas a compartir esa casa con tu asistente personal? 

—Es lo más conveniente.

—Muy conveniente —dijo ella mientras le hervía la sangre— ¿Se te ha ocurrido que yo podría decir algo en contra?

Él la miró pensativamente. —Y, ¿por qué lo ibas a hacer? 

—No me gusta que vivas con otra mujer, Edward.

—Es un viaje de negocios, Bella. Yo vivo aquí Contigo. Me voy de negocios y luego volveré a vivir aquí. Contigo. ¿Qué podrías decir en contra de que tenga a mano a Lauren cuando estoy haciendo negocios?

¡Oh, la medida condescendencia de ese pequeño discurso! Bella se estremeció. Pudiera ser que él fuera inocente pero ¿qué podía estar pensando esa asistente personal suya? Y ¿había pensado Edward en la posibilidad de tener un poco de sexo de paso?

—¿Te ha sugerido ella ese hotel? —insistió ella.

—Sí, ha sido ella —respondió Edward sin ninguna duda que demostrara culpabilidad —Uno de sus anteriores jefes lo usaba y pensó que a mí me podría venir bien.

—Por no mencionar a ella misma —soltó ella sin pensar.

Edward la miró de forma completamente inexpresiva, de la misma manera que hacía que sus hijos se quedaran quietos con lo que estuvieran haciendo. 

—Eso es una tontería, Bella. Lauren estará trabajando muy duramente, tanto o más que yo, durante este viaje.

Bella tomó su copa de vino y le dio un trago, tratando de calmarse.


No le gustaba nada que él dijera que hacía tonterías. Tal vez tuviera una mentalidad chapada a la antigua, pero no encontraba que fuera una tontería que su marido compartiera un apartamento con otra mujer, estuviera de negocios o no. No podía pedirle que no fuera, pero algo tenía que hacer.

—Me gustaría ir contigo en este viaje, Edward. No es demasiado tarde para arreglarlo, ¿no? Incluso podría ir en otro vuelo, si fuera así.

 —¿Por qué ... ?

Entonces Edward sonrió y agitó la cabeza como si ella hubiera dicho el mayor de los absurdos.

—Si quieres ir a Europa, Bella, yo te llevaré. Pero organizándolo de una manera adecuada, de forma que te resulte placentero y confortable, verás y harás todo lo que quieras. Hay que pensarlo y...

—Quiero estar contigo en este viaje. Quiero estar contigo —insistió ella.

Edward suspiró impaciente y la miró intimidantemente mientras hablaba, midiendo sus palabras para estar seguro de que ella lo entendía.

—Voy a estar trabajando todo el día. El que me acompañes es algo de lo menos práctico. No voy a tener tiempo para entretenerte.

—No necesito que me entretengas, Edward. Eso puedo hacerla yo sola. Lo llevo haciendo ya desde hace bastante tiempo mientras tú trabajas. Lo puedo hacer también en Londres y París. Y, cuando tú termines de trabajar por el día, yo puedo hacer que de verdad ese apartamento sea una casa lejos de casa para ti.

— Ya estoy pagando por eso —dijo él dejando la copa sobre la mesa y levantándose — Es una idea ridícula, Bella. Déjalo y sé una buena niña.

—¡No soy ninguna niña! —respondió ella mientras lo seguía. Edward la miró por encima del hombro.

—Entonces, actúa responsablemente. Piensa un poco en tus hijos. Nunca antes los has dejado. Irte a Europa de repente, no los preparará para la ausencia de su madre. Si quieres extender tus alas, por lo menos hazlo con una preparación razonable y no por un impulso posesivo ciego.

Con eso él se apartó de ella y se dirigió a su despacho, donde se solía dedicar a jugar eternamente con sus ordenadores o a oír música.

Posesivo...

¿Por qué lo había dicho él de esa manera?

¿Es que ella no tenía el derecho a ser posesiva? Era su marido.

La mano le temblaba cuando dejó la copa sobre la mesa. Se sentó de nuevo y entrelazó las manos en el regazo, luchando por contener la turbulencia emocional que sentía en su interior. El dolor, el miedo, la incertidumbre, la sensación de vacío.

Era una buena madre. Quería ser una buena esposa. Una cosa no eliminaba a la otra, ¿verdad?

No podía dejar a los niños con una gente desconocida. Aunque sólo serían dos semanas. La podían echar de menos, pero eso no les haría ningún daño. Tal vez fuera una equivocación empeñarse en ese viaje, pero no lo podía evitar. De alguna manera sabía que su matrimonio dependía de él y que tenía que ir. Tenía que hacer que cambiaran las cosas entre Edward y ella y hacer que él la viera como una persona, una mujer, una esposa.

¡Tenía que ser más que la madre de sus hijos!



10 comentarios:

  1. Me has dejado con una bronca, soy casada y muy celosa. Gracias por la historia.

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  2. Parece que va a estar interesante la historia una bella celosa y un edward desinteresado a ver que sigue despues de esta noche... gracias

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  3. Me enacanta esta historia una bella que poco vemos en las historias celosa ... gracias espero a subas pronto besos 😍💋❤️❤️

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  4. Perfecto, que vaya al viaje y no deje a Edward solo con esa lagartona.

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  5. Pobre Bella, yo también dudaría. A Edward es para darle con algo por la cabeza para sacarle esa actitud!!!

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  6. Esto esta muy sospechoso ese edward tan desinteresado
    ase k bella tenga malos pensamientos

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  7. Que ganas de tirararle con la copa de vino por la cabeza a Edward . Gracias por la historia.

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  8. Jumm creo que Lauren le tiene ganas a Edward, pero no creo que él todavía le haya sido infiel... o eso espero :(
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  9. jejejej creo que ya lei esta historia en original y si esta para romper corazones y hacer mucho coraje, pero con bella y edward de protaginista eso se eleva a otro nivel, esa secretaria se cuece aparte... lo curioso es que edward no haya mencionado nada de quedarse con su secre en la misma suite hasta que bella lo pregunto.. grrr no mas de leerlo me dan ganas de abofetearlo en serio ... jejejjeje no cabe duda que estas novelas se disfrutan.

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