Capítulo III ~ Amarga Posesión
Bella disminuyó la velocidad en su pequeño Ford Fiesta antes de virar en la entrada de la Mansión Littlebourne. La verdad era que estaba muy nerviosa. Sabía que era buena en su trabajo, y tenía la experiencia para realizar una labor tan grande. Además hacía cuatro años que su hermana y ese hombre le habían robado su confianza. El tiempo curó las cicatrices; pero en momentos como ese, en los que se dirigía a ver a un cliente nuevo a su casa, recordaba que aún había heridas en su alma.
Suspiró. Quizá redecorar la Mansión le sería benéfico. Conocía la vieja casa desde su infancia y le encantaba el lugar. Disfrutaría de trabajar ahí. Carlisle le había hecho una buena propaganda con los nuevos dueños y debía trabajar bien. Quizás al final su seguridad estaría tan restaurada como la casa misma. Una vez que hablara con el cliente o su esposa, se relajaría.
Aun así, cuando se detuvo frente a la casa irregular no resistió mirarse al espejo. Llevaba puesto un traje suelto de seda de color violeta con gris, y una camisola de fina seda en violeta fuerte. Alrededor de su cabeza llevaba atada una cinta de los mismos tonos, y una cola de la tela caía en cascada con su cabello. La cinta era un toque maravilloso. La hacía parecer elegante y mucho más madura. Bien. Era lo que necesitaba para dar una buena impresión.
El ama de llaves le abrió y la ayudó a llevar su muestrario y portafolios al grandioso estudio. Bella prefirió no sentarse. No quería estar en desventaja ante su cliente. Fijó la vista en la puerta mientras esperaba.
Y entonces él apareció. La puerta simplemente se abrió y él entró. Ese coche negro en las calles de Dorchester… con impresión se dio cuenta de que no se había equivocado y ahora lo tenía ahí enfrente, y sin poder escapar. Ah, cómo le dolía verlo. Cuatro años habían pasado y la agonía era igual a aquel día en el hotel. Su pecho se contrajo, como si el dolor le abriera el corazón.
Bella había olvidado lo alto que Edward era, y lo grandiosamente masculino a pesar del traje gris que disimulaba sus músculos. Su cabello lacio y oscuro estaba más corto, y salpicado de hilos grises. Los pómulos altos, las cejas rectas, la boca bien formada como antes, se combinaban para crear el rostro que Bella amó a primera vista. Y los ojos… la lastimaban más que nada. El tiempo le enseñó a Bella, que lo había amado de verdad.
Él se acercó con la mano extendida. Después se paró en seco y cerró el puño, para bajarlo despacio, y abriendo grandes los ojos.
— ¿Bella? ¿Dios, Bella? ¿Eres tú?
La boca se le congeló a Bella. Tenía la lengua atorada en el paladar. Después lenta y fríamente extendió una mano.
—Isabella Swan —se presentó con formalidad—. No puedo decir que me da gusto conocerte. "¿Cómo está?", sería un buen saludo, ¿no?
— ¡Maldición, Bella, yo sé quién eres! —espetó él con mordacidad y mirada de granito.
Bella bajó la mano y la presionó contra su muslo. Qué bueno que él no la tocó, ya que no lo habría soportado. Se volvió hacia su portafolio y lo levantó.
—Me voy —anunció Bella con amargura—. Lamento haberte hecho perder el tiempo.
— ¡Bella! —habló con voz dura.
Ella lo miró. Sentía los músculos de su rostro que se contraían, apretándose en su boca. Tenía miedo de hablar porque saldría un gemido o algo así. Se colocó el portafolio bajo el brazo.
— ¿Qué diablos haces?
—Yo… —respiró profundo—. Me voy, ya te lo dije. No habría venido de saber que eras tú. Carlisle no mencionó un nombre.
— ¿Carlisle? ¿Carlisle Cullen?
Ella asintió y dio un paso hacia la puerta, pero fue un error, ya que como animal al acecho Edward brincó, la sujetó del brazo y le quitó los portafolios.
— ¿Tú eres la talentosa y joven diseñadora de Interiores Chrysalis?
Bella asintió y trató de continuar hacia la puerta, pero él la sujetó con firmeza.
—Aún no te vas —ordenó—. Pensé que algún día renovaríamos nuestra… relación, cuándo yo comprara esta casa. El momento llego antes de lo que pensé. Tenemos mucho de qué hablar, Bella. Cuatro años.
— ¿De qué diablos podríamos hablar? —espetó ella con ojos chispeantes—. Según recuerdo, nuestra conversación fue terminante. Vine aquí a trabajar. Como eso no será posible, me voy. Ahora suéltame, me lastimas.
— ¿Esto es posible? Ah no, Bella, no dejaré que te vayas de nuevo.
—No puedes detenerme.
—Tengo un contrato con Cullen-Platt, que te incluye a ti. Eso es un comienzo —la soltó.
Bella se frotó el brazo por la presión que hicieron los dedos en su carne. No le dolió, pero el recuerdo ardiente de sus manos era peor que cualquier dolor. Lo miró con ira.
— ¿Un contrato? Si piensas que un contrato me hará quedarme un momento en tu presencia, estás loco. Nuestro matrimonio fue un contrato y tampoco valió mucho, ¿no? ¿O ya se te olvidó todo eso?
Él retrocedió, se apoyó en el respaldo de una silla y cruzó los brazos con indiferencia y frialdad.
—Oh no —habló con suavidad—. No lo he olvidado y tú tampoco. Después de todo, seguimos legalmente casados.
—Sólo porque los cinco años aún no pasan. En el momento en que se cumpla ese lapso, me divorciaré de ti.
—Pudiste divorciarte de mí hace mucho tiempo, Bella. No tienes que esperar cinco años.
—Sí, si quieres un divorcio fácil y sin problemas. Bien lo sabes.
Edward la estudió con frialdad. Después indicó el portafolio que estaba contra la silla.
—Hablemos de negocios.
Bella fue al portafolio e intentó recogerlo. Él no la tocó esta vez, sino que se interpuso en el camino y Bella se heló.
—Con permiso —murmuró ella con voz cortés y gélida.
—Demandaré a los arquitectos si rompes los términos del contrato.
—Haz lo que quieras —lo miró con desdén—, Carlisle es un viejo amigo de la familia. No se enfadará cuando le explique las circunstancias.
—Ah… —sonrió—. Por eso estaba tan ansioso por convencerme de que te dejara hacer el trabajo. No es que tengas talentos excepcionales, ¿eh?
Bella jadeó y se mordió el labio inferior. Un enorme orgullo creció en ella.
—Claro que los tengo —replicó con ira—. Cullen-Platt son los mejores arquitectos de su área. No recomendarían a alguien que no cumpliera con sus estándares.
Edward arqueó las cejas y encogió los hombros.
—No dudo que seas buena, pero tampoco dudo que el juicio de Carlisle esté influenciado por jóvenes amigas. Los hombres de su edad a menudo se dejan convencer por hermosas mujeres.
— ¿Qué implicas?
—No te alteres. No implico que los dos tengan una aventura, pero creo que él está predispuesto a considerarte mejor de lo que pensaría hace veinte años.
La ira había crecido. Bella lo rodeó y colocó su portafolios en el suelo. Después se arrodilló y lo abrió.
—Eso —anunció con vehemencia, enseñando las fotos—. Y eso, y eso. Adelante. Mira. Decide por ti mismo. Se puso en cuclillas y cruzó los brazos.
Él se agazapó junto a ella. Los músculos de sus muslos se estiraron en la tela de sus pantalones. Bella miró la pierna que tenía tan cerca de ella. De prisa se levantó y fue por su caja de muestras. Le daba la espalda, así él no vería cómo temblaban sus dedos. Se sentía enferma de disgusto. Ahí seguía, latiendo peligrosamente en sus venas el deseo carnal. Él aún provocaba esa necesidad en ella. Oh, ¿cómo podía ser tan estúpida?
Se volvió, abrió la caja y comenzó a mostrar los mosaicos, como si fueran naipes, en la vieja alfombra frente a él.
—Oye, cuidado, Bella, los romperás —expresó él.
—Sobre tu cabeza —murmuró ella.
—Valen más que eso, ¿no crees? —se mofó. Luego levantó un mosaico y lo estudió.
—No mucho —sacudió la cabeza—. Cuanto más preciado el artículo que se estrelle, mayor la satisfacción. Por eso el Gordo y el Flaco son tan graciosos…
Él colocó las anchas manos sobre las rodillas, echó atrás la cabeza y rió. Después le sonrió.
—No pensé que hoy sería un buen día.
Bella emitió un sonido burlón y se levantó.
—Me voy —suspiró.
—Te quedas —Edward se levantó y la estudió—. Carlisle tenía razón. Eres excepcional. El contrato continúa.
—No te mostré mi trabajo para asegurar la comisión, sino para demostrar mi talento —sacudió la cabeza—. Una vez hecho eso, me voy. Puedes demandar a quien te dé la gana.
— ¿Te gustaría la idea de estar en la corte y contarle a todo el mundo sobre nosotros? Me sorprendes, Bella. En ese caso, pudiste tener un divorcio rápido y sensacionalista.
Bella respingó. Él había atacado un punto débil. Claro que no quería que se supiera lo de su matrimonio. Tenía orgullo. No quería que la humillación y el dolor se hicieran públicos.
—No objeto que demandes a Carlisle por una simple cláusula en el contrato de negocio. No creo que los periodistas se vuelvan locos con una demanda de trabajo.
—Qué poco sabes… —murmuró suavemente—. Carlisle tendría que mostrar pruebas; justificaciones para cambiar los términos del contrato, sobre todo si me pongo terco. Hasta podría quitarle cada centavo que posee. ¿Qué tan buen amigo de la familia es tu señor Cullen?
"No tan bueno", pensó Bella con tristeza. Mantuvo la barbilla en alto y lo miró directo a los ojos, pero no dijo nada.
Él se inclinó y cerró el portafolios de Bella.
—Vamos —la urgió—. Recoge tus mosaicos. Creí que tenías prisa por irte, ¿no?
—No lo harías, ¿verdad? —preguntó con duda.
—Sólo hay una forma de averiguarlo…
—No lo harás —repitió nerviosa. Estaba casi segura. Después de todo, él era el que se había portado despreciable. Pudo pedir el divorcio pero no lo hizo. Él tenía más que perder si las cosas salían a la luz. Bienes Raíces Masen Twilight Ltd. era una compañía grande y famosa. No sólo la reputación de Edward estaría en juego, sino el valor de las acciones y otras cosas.
—No lo harías —repitió más segura, pero él sólo arqueó una ceja irónica y no replicó.
Hubo una pausa y sus emociones y pensamientos fueron un caos, mientras que los ojos verdes de Edward la estudiaban.
— ¡Maldito! —exclamó violentamente—. Trae esos malditos dibujos. Parece que debemos discutir varias cosas antes de que me vaya.
—Un día perfecto —se levantó y sonrió—. Muy, muy perfecto.
Bella decidió ignorarlo y verlo sólo como un cliente. No se rendiría a la urgencia de llorar bajo ninguna circunstancia.
—Temo que la luz no es muy buena aquí —señaló y miró el polvoso candelabro—. ¿No hay un lugar con mejor luz donde pueda mostrarle mi trabajo con más detalle, señor Masen?
—Edward —la corrigió con insistencia.
—Prefiero mantener las cosas en un nivel profesional, señor Masen —anunció desafiante.
—Como quiera, señora Masen.
— ¡No! —gritó antes de poder contenerse y se sonrojó. Maldito. Acababa de ganarle una pelea.
— ¡Ah! Eso está mejor —insinuó—. ¡Un sonrojo! Se parece a la Bella que conocí…
— ¡Y a la que no amabas! —terminó con enojo.
—Tú fuiste la que se fue, Bella —le recordó con frialdad—. ¿No recuerdas?
—Ah sí, Edward. Nunca olvidaré el momento en que me di cuenta de que lo único que sentías por mí era… así que no te hagas la víctima.
De prisa caminó a la puerta y se asomó. Más allá se encontraba una galería bañada por el sol de la mañana de otoño. Había una mesa blanca de hierro y unas sillas.
—Ahí… —expresó ella—. La luz de día es perfecta.
Edward se detuvo junto a ella, sacó un llavero de su bolsillo y buscó la llave. Se inclinó para meterla, y Bella bajó la vista para que sus ojos no la traicionaran. Captaba el exótico aroma de su loción de afeitar y la llama ardió de pronto en su sangre. Esa urgente respuesta física era lo último que esperaba. Edward la cortejó y se casó con ella por el bien de otra mujer: su propia hermana. Le hizo el amor por el bien de su hermana. Sólo pensarlo la ahogaba de ira. Aun así existía esa carga vibrante, ardiente e insoportable del deseo.
Lo peor de todo era que él había disfrutado de todo el asunto. En la oscura habitación del hotel la convenció de que el deseo no era lo mismo que el deber. No, Edward la deseó mucho. Aun cuando él amaba a Alice al grado de aceptar, degradar y humillar a su hermana de diecinueve años.
Edward llevó todo a la mesa de la galería exterior. Abrió el portafolios y estudió más fotos.
—Ahora entiendo lo que decía Carlisle acerca de los mosaicos —comentó.
—Pues… ah sí —Bella alejó su mente del pasado y trató de concentrarse en lo que él decía. No debió pensar en eso, ya que la abrumaba. Hasta sentía los párpados pesados, como si no pudiera abrirlos.
Edward le hizo preguntas técnicas que ella respondió sin gran entusiasmo.
— ¿Bella, qué te pasa?
La cortante impaciencia en la voz de él la sorprendió. ¿Cómo se atrevía a hablarle así después de… todo lo que pasó? ¿Cómo se atrevía? La ira estalló en llamas.
—No hablas en serio. ¿Qué me pasa a mí? ¿No puedes adivinarlo? —espetó con burla.
— ¿De verdad eres tan rencorosa, Bella? —suspiró Edward—. ¿El tiempo no te ha ablandado?
— ¿Rencorosa? ¿Qué pregunta es esa, Edward? Me engañaste de la peor forma posible cuando era joven e impresionable. Cambié desde entonces. Si soy rencorosa, sólo es por tu culpa.
Tragó saliva. Era una admisión difícil de hacer, ya que nunca había sido rencorosa. No quería guardar la amargura de su resentimiento, pero tampoco podía alejarlo. Cruzó hacia la mesa y acomodó los mosaicos, concentrándose en que las esquinas se ajustaran a la perfección, aunque normalmente no era tan quisquillosa.
—Ya veo —susurró él y se colocó detrás de ella. Estiró una mano, tomó unos mosaicos y los colocó junto al cuidadoso arreglo de ella—. ¿Estás segura de que no te has ablandado, Bella?
Le habló tan cerca del oído que sintió su aliento. Se mordió el labio con fuerza. La sola presencia de él la enervaba. La proximidad probaba su autocontrol al máximo.
—Estoy segura —replicó—. No sé por qué diablos quieres mi perdón. No creo que tengas remordimientos, ya que no tienes vergüenza. Sea lo que sea, nada sacarás de mí, excepto excelente mano de obra. Sólo estoy aquí porque no quiero causarle problemas a Carlisle.
Lo miró de reojo. Sus duras facciones estaban tensas. Tenía las manos en los bolsillos y miraba el paisaje de maizales en las colinas bajo el sol matutino. Era un paisaje demasiado gentil para la dura mirada de él. Cuando Edward habló, su voz fue gélida.
—Carlisle señaló que eres muy buena en trabajo de época. Este lugar ha sido ampliado con los siglos… ¿cómo te encargarás de eso?
—Pues yo… —cerró los ojos un poco. ¿Así que eso era todo? ¿Todos esos años terminaban en eso? Una breve conversación cortés y directa a los negocios. Bella reveló sus emociones mientras que él, el hombre que quiso usarla como incubadora, no dio nada de sí. Debió saberlo. Bella Swan maduró, pero no lo suficiente para estar al nivel de Edward Masen.
Bella subrayó las diferentes posibilidades, mientras él le mostraba la hermosa casa estilo Jacobino. Estaba tan cerca de ella en el recorrido que Bella sentía la energía tibia que emanaba de él.
Tuvo que seguir a su lado mientras le enseñaba las cocinas, los baños, las despensas, la antigua lechería y la piscina interior de treinta años de antigüedad, manchada y polvorosa por el desuso, así como la interminable procesión de chimeneas y fogones. Bella siempre se encargaba de los mosaicos, en vez de contratar a alguien. Los mosaicos modernos a menudo cambian toda la atmósfera de un viejo edificio, y ella tenía una habilidad extraordinaria para hacer réplicas de mosaicos así como para redecorar los nuevos con el fin de crear los murales individuales y las orillas. Parecía que la Mansión Littlebourne había sido construida para comer mosaicos. Había esperado que no fuera mucho trabajo, pero seguía viendo mosaicos y más mosaicos, lo cual significaba que tendría que pasar gran parte de su tiempo en esa casa. Con tristeza memorizó los detalles, sin poder disfrutar de la idea de hacer un trabajo tan espléndido.
Al final se dirigieron al dormitorio principal. Era enorme y tenía una vista hacia el valle mediante un balcón. La habitación poseía una gran chimenea de mármol rodeada aunque la reja misma estaba bordeada. Bella se arrodilló y levantó la alfombra para ver si el fogón estaba intacto.
— ¿Planeas poner en servicio la chimenea? —preguntó.
—Sí.
—La atmósfera aquí es estilo Victoriano tardía. ¿Quieres conservarla así o poner todo en el estilo original de la casa?
—Creo que debemos conservarlo. Después de todo, el baño también es Victoriano, y no quiero cambiarlo. La casa evolucionó con los años según la gente que la habitó. Sería como una traición destruir los cambios y modernizarla por completo.
Bella estaba de acuerdo con él, aunque deseaba pelear. El problema era que su cuerpo no había aprendido mucho en los últimos cuatro años. Cuanto más lo veía, más era consciente de Edward como hombre. La pesada seda de su traje se movía y se balanceaba, acariciando sensualmente sus piernas. Por suerte la chaqueta escondía el hecho de que sus pezones estaban duros.
Quería correr a casa, quitarse la ropa y someter su cuerpo traicionero a un baño helado como castigo. Deseaba que Edward dijera algo terrible, insensible para que su carne respingara al tono con su mente.
Pero no lo hizo. Cuanto más hablaba de la casa y de lo que sentía por ella, más sensible y razonable parecía. Siempre lo fue. Ese era el problema. Nunca traicionó con una mirada o una palabra la verdad que ella descubrió con métodos más crueles. De pronto Edward la miró directamente a los ojos.
—Sí que sabes de casas —comentó—. Es difícil creer que tus emociones no hayan madurado un poco… —cortó formalmente.
— ¿Tratas de halagarme para que te perdone, Edward? —espetó y se levantó de prisa—. ¿Ese comentario, tiene ese propósito?
—No has perdonado, Bella, y yo no he olvidado.
Le enterró los dedos en un hombro hasta que Bella respingó. Luego ella miró al frente, tratando de ignorar el golpeteo de su corazón. Con la otra mano, Edward le levantó la barbilla.
Despacio y sin resistirse, permitió que la volviera hacia él.
— ¿Olvidar qué, Edward? —preguntó groseramente y deseó no haber hablado.
Para su horror, le daba la oportunidad a él de demostrar exactamente a lo que se refería. Él bajó la cabeza y su boca rozó duramente sus labios.
—Esto es parte de la razón, Bella. No he olvidado cómo es el besarte. Te deseaba entonces y eso no ha cambiado.
Bella volvió la cabeza a un lado y se mordió los dos labios desesperadamente para borrar la sensación que él dejó. No era tan fácil. Su cuerpo vibraba de deseo… esperando…
— ¿Y Alice? —preguntó con bravura—. ¿Te has olvidado de Alice?
—Yo no, Bella.
Así que seguía su relación con su hermana, y aun así la besaba como si fuera… debía enfermarse.
— ¡Oh, eres odioso! ¡Suéltame! —gritó, soltándose.
— ¿A dónde irás? —preguntó él—. ¿A la otra habitación; fuera del país?
—Seguiré con el trabajo por el bien de Carlisle, pero no te atrevas a ponerme un dedo encima otra vez, o te demandaré por asalto.
Él se rió suave y peligrosamente.
— ¿Ah sí? Eres mi esposa, Bella. ¿Lo olvidaste? Sería difícil hacer una acusación contra tu marido. No te preocupes, esta vez no te dejaré ir tan fácilmente.
—En aquel entonces nada me habría hecho quedarme, tampoco ahora. Y no puedes amenazarme, Edward. Haré mi trabajo, pero si me molestas me hartaré y me iré de nuevo.
—Ese día te fuiste con estilo —comentó él—. ¿A dónde fuiste?
Bella apretó sus temblorosas manos. Se había ido a Bristol, a quedarse con una amiga de la escuela que tenía un gran corazón, un pequeño apartamento y la cordura de no hacer muchas preguntas.
—Quiero irme ya —anunció Bella—. Traeré esquemas preliminares cuando volvamos a reunimos.
—Te quiero aquí, mañana, a las nueve en punto. Aquí estaré para recibir algunas llamadas. Puedes tomar medidas mientras yo trabajo. Podemos almorzar también.
—No es necesario hacer eso todavía —replicó—. Tengo mucho que hacer en mi estudio.
—A las nueve en punto —la miró intensamente—. No te pongas difícil o tendré que buscar a otro diseñador.
—A las nueve está bien —declaró con desprecio. Lo miró con odio y caminó hacia la puerta.
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Que descarado Edward.
ResponderEliminarOhhh así que el quiere explicarle pero ella no quiere oírlo... solo espero que de verdad la quiera de vuelta y se esfuerce por hacerla escuchar ;)
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Ese ed me Está comiendo el ceso necesito k se explique muy detalladamente
ResponderEliminarHijo de fruta jajajaja perro esto no está bien mi cabeza da vueltas que paso ahora gracias
ResponderEliminarAhí hay algo que no cuadra porque Edward aceptó que sigue en una relación con Alice que es lo que pasa Edward se quedo con las joyas gracias por actualizar espero ansiosa el próximo muchas gracias por actualizar
ResponderEliminarAcaso ed, es hijo del esposo de la madre de bella y por eso tiene una relación muy fuerte con Alice? Joder este tipo si que saca canas. .
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