Edward la esperaba cuando ella se detuvo en el camino de la entrada. Se hallaba en la escalera principal con los pies separados y los brazos cruzados. La tela de su traje azul marino se estiraba en sus hombros.
—No es cierto. Bueno, un minuto y medio más tarde —replicó mirando su reloj, y después contempló a Edward con decisión. Ella usaba un traje con pantalones en azul humo, de presilla ancha y chaleco corto. Lo seleccionó esperando que las líneas austeras acobardaran a Edward. Sin embargo, cuando ella bajó del coche y caminó a la escalera, con la cabeza en alto, supo que nada intimidaría a Edward.
—Estás bien con el cabello recogido —comentó con firmeza.
Había algo en la forma en que lo dijo, que indicaba que no era un cumplido, sino algo más. Aun así, Bella asintió con cortesía.
—Buenos días, Edward —saludó con frialdad. Lo peor había pasado. Nada sería tan malo como el día anterior. Estaba preparada para él, aunque al acercarse los nervios se le crisparon. Aún no podía aceptar el hecho perturbador de que lo consideraba tan atractivo como siempre.
—Aún no he desayunado —anunció él, ignorándola—. Puedes unirte.
—Ya comí —replicó.
—No necesitas comer —anunció con insolencia—. Sólo acompañante.
— ¿Para qué? ¿Para qué disfrutes lanzando más comentarios desagradables? ¿Eso ayudará a tu digestión?
—Para que podamos hablar de esta maldita casa, si es que aún quieres el trabajo —amenazó él.
Bella bajó la vista y lo siguió, obedientemente. ¿Cuánto tiempo más tendría que soportar esa dominación? Una ira desafiante se formaba en su estómago.
El desayunador estaba bien iluminado. Edward fue al mostrador y se sirvió el desayuno él mismo. Después se sentó y abrió el diario financiero, sin prestarle atención a Bella.
La ira dentro de ella creció más y después bajó. No merecía dejarse molestar. ¿No la había lastimado suficiente? No pasaría de nuevo. Le seguiría el juego. Se sirvió café de una cafetera de plata y después se sentó en una silla frente a la mesa de palo de rosa.
A la larga él dobló el periódico y lo colocó junto a su plato.
— ¿Y bien? —preguntó, entrecerrando los párpados.
— ¿Qué cosa? No has hablado de nada.
—Ese es tu trabajo. Se supone que debes burbujear con ideas creativas, ¿no? O por lo menos para eso pensé que te pagaba.
—No me has pagado un centavo todavía. Aunque lo hicieras, dudo que burbujeara. No efervesco en compañía de las ratas.
— ¿Así que soy una rata? —arqueó una ceja—. Bueno, ese es tu problema, no el mío. Tú te casaste con una rata. Yo me casé con una hermosa joven. Parece que salí mejor librado que tú, ¿eh?
Bella siseó. ¿Cómo diablos podía voltear así las cartas?
—Bueno, por lo menos yo salí con mi orgullo intacto —replicó ella.
—Bien hecho.
Había una indiferencia molesta en el tono de él, que Bella no entendió. Frunció el ceño en respuesta.
—Suéltate el cabello, Bella —dijo con casualidad.
— ¡Qué extraordinaria petición! —exclamó con los ojos abiertos.
Él no dijo nada más, sólo se reclinó en su silla y la estudió con esos ojos astutos.
Bella era demasiado consciente de su escrutinio, y sintió cuando un sonrojo subió a su rostro.
—Maldito —murmuró.
— ¿Por qué te sonrojas? —preguntó él, riendo.
—No me sonrojo. Me estoy enfadando. Te pasas de la raya. Me voy —anunció, echando atrás la silla.
—No —ordenó él—. Quédate. Quiero hablar contigo.
—No quiero escucharte —insistió ella.
—Aun así… —hizo un ademán dando a entender que ella no tenía otra opción. Después la estudió intensamente—. Desata tu cabello —ordenó.
— ¿Qué?
—Ya me oíste. Suéltate el cabello. Pareces diferente con el moño.
— ¿Y quieres recordarme cómo era? —se mofó—. ¡Qué tierno!
—Algo así.
—Vete al diablo.
Cuando él se levantó, Bella pensó que se serviría más café o algo así, pero Edward se colocó detrás de ella y le quitó el broche de nácar. El cabello pesado y largo cayó como
una cortina sobre sus hombros y espalda. Después él caminó al mostrador y se sirvió café y pan tostado.
Bella estaba tiesa en su silla. Se levantó el cabello y comenzó a trenzarlo. Cuando él terminó de servirse, Bella ya tenía el cabello bien recogido.
—Ayer te dije que no me tocaras —siseó Bella con ira.
—Ah sí —reconoció con calma—. ¿Con qué amenazaste? ¿Una acusación de asalto? —indicó el teléfono—. Siéntete libre para hacer las llamadas que quieras. El número que necesitas es 999, creo —mordió su pan tostado.
La nariz de Bella tembló de furia. No quería recordar la forma en que él desayunaba. No quería recordar nada de él. Miró sus manos y estudió sus uñas.
— ¿Has trabajado en el jardín, Bella?
— ¿Perdón?
—La primera vez que te llevé a cenar, no dejabas de mirar tus manos. Notaste que tenías tierra en las uñas y estabas muy mortificada. Casi llamo al camarero para que te llevara un cepillo o algo, ¿te acuerdas?
Claro que se acordaba. Si lo quisiera, se acordaría de cada detalle de aquella velada. No le gustaba la idea de que Edward lo recordara. Le daba demasiado poder.
—No —espetó.
— ¿Después de todo, fuiste a la universidad?
—No.
—Qué lástima. Debiste hacerlo.
Aquella velada Bella le contó a Edward sus planes profesionales. Más tarde, cuando se casaron, él insistió en que continuara sus estudios. Dijo que estarían juntos en las vacaciones largas, y que sería bueno, ya que debía viajar mucho por su trabajo. Bella pensó que era hermoso que él se preocupara por el hecho de que fuera muy joven… que había muchas cosas que aún debía hacer… como mejorar su mente, por Dios. ¡Ja! Su único y verdadero interés fue manipular. Quería que ella asistiera a la universidad para estar libre y pasar tiempo con Alice, mientras Bella incubaba al bebé. Tragó saliva.
—No continué mi educación de inmediato —explicó cortante, ansiosa porque él no descubriera que casi le arruinó la vida—. Siempre dudé entre el lado artístico y el académico. Decidí tomarme mi tiempo para elegir.
La verdad era que se había encerrado como oficinista en un pequeño despacho en Bristol. Fue su padre quien la alentó a estudiar medio tiempo en algo creativo, aunque ni siquiera él la convenció de que fuera a tiempo completo a la universidad. Todos aquellos estudiantes que podrían tomar un auténtico interés por ella ya no le llamaban la atención. Cuando recuperó su confianza, asistió a cursos en la universidad local y por último obtuvo su diploma como diseñadora de interiores. Trabajó con mucho éxito en una oficina de diseño en Bristol antes de regresar a Dorset, seis meses antes de establecer su propio negocio.
— ¿Te gustó ser estudiante?
—Claro —mintió. Al principio odió ir a clases, temerosa de la atención de los hombres, temerosa de confiar en su propio juicio aún en cosas como colores y texturas. Poco a poco aprendió a ser feliz de nuevo. Aun así, no prestó atención a sus compañeros. Cuando salía con ellos, los encontraba… bueno, demasiado jóvenes, inmaduros, aburridos e insustanciales… después de Edward.
— ¿Y luego?
—Instalé un estudio en casa. Tuve suerte desde el principio. Carlisle se interesó y me pasó algo de trabajo. Otra amiga de mi padre, Carmen, tiene una tienda de muebles en Dorchester. Es una mezcla inteligente de antigüedades y lo mejor de Escandinavia. Buscaba a alguien que restaurara mosaicos en lavabos, chimeneas y más. Hice algunos trabajos para ella. Ahora Carmen hace muchas cosas para mí. Supongo que la usaré cuando tengamos que re amueblar algunas de las habitaciones de esta casa.
Reinó una pausa en la conversación, mientras él mordisqueaba el pan tostado.
Bella se tensó. La discusión había perdido su tono cortante. Edward parecía relajado. Bella cruzó los brazos y lo estudió. Con los años él se había convertido en un monstruo para ella. Aun así, a pesar de la rudeza decisiva de sus maneras, no la acobardaba como ella pensó. En cuanto al trabajo, sabía que no tendría problemas con él. Admiraba su gusto. Era el lado personal de su relación lo que la asustaba, porque no negaba que su presencia física la afectaba.
— ¿Cómo está Alice? —preguntó a propósito para provocar disgusto. Un recordatorio del amor de Edward por su hermana anularía su respuesta hacia él.
Edward dejó de masticar y su rostro se quedó inmóvil, pero algo en sus ojos indicó que le complacía mencionar a Alice.
—Ya casi no la veo. Una o dos veces por año, algunas horas cuando estoy de negocios en Nueva York. Trabaja allá.
¿Así que no se estableció con la mujer que no pudo darle un heredero? Pero tampoco cortó por completo su relación con Alice…
— ¿Vendrá aquí, a Littlebourne?
—Eso depende —anunció con frialdad.
— ¿De qué?
—De ti, claro.
— ¿Quieres decir que yo tengo la elección?
—Sí.
—Vaya —lo miró con ira—. Qué diferencia. En ese caso, preferiría que se reunieran en Manhattan.
Edward la miró con frialdad y la luz de sus ojos desapareció.
Bella hizo una mueca. Pensó que Edward había comprado Littlebourne para que Alice pudiera tratar de granjearse el amor de su padre, eso nunca pasaría, pero tenía miedo de que su padre se enterara de cómo lo había traicionado su hija mayor. Cuando hablaba de Alice lo hacía con amor paterno y afecto. Más que nunca Bella sentía la necesidad de proteger al hombre que cuidó de ella toda su vida.
¿Qué pasaba? ¿Por qué compró Edward esa casa? ¿Importaba? Esa vez no la arrastraría a sus trampas. A pesar de todo se alegró de que él ya no viera tanto a Alice. Y no fue su corazón ni su cabeza lo que se aceleró con la noticia… sino ese pulso ciego en su interior que palpitaba por él.
Mantuvo la vista en sus manos, sin querer mirarlo. Sentía un nudo en la garganta cuando recordó lo inocente que fue para disfrutar viéndolo comer, y su cuerpo esperaba…
Por fin Edward apoyó un codo en la mesa y la barbilla en la mano.
—Debiste dejarte suelto el cabello —comentó.
¡Vaya! Comentarios así tenían sus usos. Eran muy efectivos para alejar nudos en la garganta.
—Creí que hablaríamos de negocios —indicó ella con mordacidad.
—Ah sí, así es. Dime sobre la piscina, Bella. ¿Tienes algún plan especial para ella?
—Sí. Me gustaría llenarla con agua y lanzarte ahí.
Él sonrió.
—Preferiblemente después de haberte golpeado con algo pesado.
Su sonrisa se amplió.
Bella no quería que sonriera, ya que todo su rostro sufría una transformación que no quería recordar.
—Sí tengo una idea para la piscina. Hay una pintura de Seurat, "Los Bañistas", ¿la conoces? Está llena de luz y aire, y captura la sensación de gente que se baña en un lindo día… bueno, no quiero copiarla ni nada por el estilo, pero es un punto de comienzo. La atmósfera. Esa es la técnica de aplicar color en diminutos puntos, por ejemplo, para que toda la superficie parezca vibrar… el color en la cerámica es tan puro, no se descolora ni nada. Pensé en crear grandes nubes de luz, el sol, la niebla y los paisajes; algo cálido y tentador… —se calló y lo miró.
—Adelante —le ordenó con seriedad y cautela.
—Bueno, eso es todo. No he pensado más allá de eso.
—Sé de cuál pintura hablas. Sí, me parece bien. Sigue trabajando en eso.
Ella se sintió algo complacida porque por fin hablaban de trabajo. Alentada, suspiro de alivio y continuó:
—Y la lechería… tengo una gran idea. Bueno, creo que es buena, pero tú decides. Es tu casa, sin embargo, temo que seré terca con mis planes para la lechería… si no te gustan, definitivamente estaré desilusionada. Quizá obligue a mis siguientes clientes a tomarla, les guste o no. Terminarán con un cuadro de un queso en su baño o algo así. Además, regresando al punto, ya conoces esas antiguas carnicerías donde…
Pero él no reveló nada. Empujó la silla con fuerza y se levantó con tensión. Bella pensó que se le acercaría de nuevo y… bueno, quizá le soltara el cabello o algo más. Sin embargo, caminó a la puerta.
—Dímelo otro día —la cortó con frialdad—. Tengo negocios que atender. Te veo a las doce para almorzar.
Bella se quedó con la boca abierta, y enervada. ¿Por qué se había ido así? Percibía que era por algo que ella había dicho, aunque no tenía la menor idea.
*~AP ~*
Al medio día, el ama de llaves le recordó que la esperaban en el estudio. Investigaba las chimeneas, esperando encargarse del trabajo de los mosaicos lo más pronto posible. Él la esperaba. Miraba los jardines más allá de la galería.
El fuego ardía con gusto en el hogar. Bella se sentó en una silla antigua y él al lado de la chimenea y no dijo nada.
— ¿Qué quieres de beber? —preguntó él, cruzando el gran salón.
—Ah… —pensó, mirando el fuego.
Antes que pudiera contestar, Edward estalló en risas.
— ¿Qué diablos hiciste? —inquirió él.
Bella se miró de prisa. Su traje austero estaba manchado de polvo. Sacudió en vano su pantalón.
—Medía las chimeneas —respondió.
—Tienes una mancha en la nariz —sonrió él.
Bella sacó un pañuelo y se frotó la nariz.
—Ahora la tienes roja… —comentó él.
—Bueno —chispeó—, ya vimos que sabes distinguir los colores. Eso hará más fácil mi trabajo. Beberé agua tónica con hielo y limón, gracias.
—Agua tónica —repitió Edward riendo—. Ah… sí. Para que no te duermas en la tarde, supongo. El alcohol en el almuerzo ejerce cierto efecto en algunas personas… sobre todo si no están acostumbradas a que molesten su descanso nocturno…
Más filoso que un cuchillo. Bella echó atrás unos mechones de cabello con gesto rápido y miró al fuego. No respondió. Después de todo, no había sido una pregunta.
El día después de su boda habían bebido mucho champaña a la hora del almuerzo, después de una noche haciendo el amor. Bella dio un paseo para aclarar su cabeza, y dos horas más tarde Edward la encontró dormida en un banco, en uno de los parques de Londres. La llevó al hotel mientras ella protestaba, después se rió y al final se acurrucó en su hombro y… la chica se arrellanó en su asiento. El fuego era demasiado.
Edward le pasó su bebida y después se sentó frente a Bella, con las piernas extendidas.
—Me encantan las chimeneas… —comentó él—. ¿Qué planeas hacer con está?
—Entarimarla —respondió Bella mirándolo a los ojos—. Buscaría un calentador de segunda mano.
—No te atreverías —señaló él con una sonrisa.
—No —acordó—. Sería tonto. Disfruto mucho mi trabajo y no arruinaría nada por culpa tuya. No lo vales.
Su mirada no titubeó, pero las comisuras de su boca se levantaron.
—Supón que renunciara a mi derecho de vetar tus diseños. Supón que te diera carta blanca para hacer lo que quieras con la casa.
— ¿Cómo vendérsela a una pareja con hijos lindos y buenos? ¿La clase de gente que me gustaría tener como vecinos?
—Como decorarla enteramente a tu gusto.
—Eso sería fantástico —replicó—. Me encantaría. Los clientes son el principal problema en mi trabajo. Por desgracia uno debe acomodarse a sus ideas. Aunque tú eres un gran problema, y la sola idea de hacer algo que te agrade me enferma, no puedo pensar en algo que quisiera más que decidir por mí misma.
—Bien —ladeó la cabeza—. Es un trato entonces. Tú decorarás esta casa exactamente como si fuera tuya, excepto por la piscina. He pensado que…
—Perdón, pero creo que no escuché bien… ¿dijiste que podía hacer lo que quisiera?
—No exactamente. Dije que podías decorar la casa como si fuera tuya. Dado que ya indicaste que querías quitarme esta chimenea y sacarme de aquí, no seré tan tonto para decirte que hagas lo que quieras. Además, regresando a la piscina…
—Pero ¿por qué?
— ¿Por qué no? Estoy ocupado. He visto bastante de tu trabajo y sé que no me decepcionarás. Carlisle te tiene en alto concepto…
Bella iba a brincar de alegría, pero se contuvo. No debía dejar que la sedujeran esos ojos verdes. Lo miró con sospecha. Debía recordar que una vez ese hombre. la engañó sin escrúpulos. Era capaz de hacer lo mismo, aunque no entendía por qué hacia ese ofrecimiento. ¿Para qué? Quizá no debería dudar. Después de todo, él debía atender todo un emporio internacional.
—Deja de mirarme así —ordenó él—, y escucha mientras te explicó lo de la piscina. Creo que Carlisle me mencionó que ya sabes lo de los hoteles.
—Dijo algo, sí, pero no comprendo. Pensé que Masen Twilight era un emporio de industria a gran escala. ¿Decidiste que es hora de tener un negocio de camareras?
— ¿No puedes ir al grano?
—Sí, siempre lo he hecho, ¿recuerdas? —casi se muerde la lengua cuando vio su lenta sonrisa. Ya era bastante malo que él le recordara aquellas semanas juntos. ¡Su maldita lengua!
—Me diversifico. Masen Twilight es una compañía muy grande actualmente. Determino la política, pero tengo un buen equipo que se encarga de tomar las decisiones cotidianas. Además de las ventajas financieras, me gusta la idea de embarcarme en un pequeño proyecto en el que pueda comprometerme personalmente. Así que compré algunas viejas casas de campo para restaurarlas. Cada una tendrá una piscina y un club deportivo. La idea tuya de poner mosaicos a la piscina, me gustó. Me gustaría estudiar la posibilidad de encontrar un tema para las instalaciones deportivas basándonos en tu idea. Te llevaría a Londres para que hablaras con Carlisle tan pronto tengas claras tus ideas.
—No, no se puede.
— ¿Por qué no?
—No me llevarás a ningún lado. Yo conduciré sola.
—No pagaré extras.
—Creo que Chrysalis puede financiarme el viaje —replicó.
— ¿Y si decido hacer la reunión en Milán?
—Olvídalo, Edward —lo miró con disgusto—. No sé qué tramas, pero no funcionará.
— ¿No? —preguntó suavemente.
Ahí estaba otra vez, sonriendo. Sus labios estaban cerrados; juntos en una línea recta, pero sus ojos brillaban. Bella se revolvió en su asiento y su pulso comenzó a palpitar.
*~AP ~*
Durante el almuerzo Edward se desbordó de encanto. Era raro que la tratara con tanta gracia. Bella se reclinó en su silla mientras lo escuchaba halagarla a ella, así como a su trabajo. Cuando tomaban el postre, Bella decidió poner un alto.
—Bien, dilo ya, Edward. La vez pasada fui tonta y me engañaste, pero no sucederá otra vez. Puedes ahorrarte muchos problemas si me lo dices.
— ¿Por qué piensas eso? —sonrió con picardía.
—Porque eres una rata inmunda.
— ¿Y tú eres…?
—Comparada contigo, soy una tímida ratoncita de campo.
Edward hizo una mueca. Líneas de diversión se dibujaban en su rostro. Lo hacían parecer demasiado atractivo. Bella desvió la mirada.
— ¿Te gusta la casa?
—No respondiste a mi pregunta.
—Tú tampoco respondiste la mía.
—Sí, es hermosa. Venía cuando niña. Me encantaba.
—Lo sé.
Bella respingó. Alice debió decírselo, claro. Le dolía pensar que él debía saber mucho de ella, cuando ella no sabía casi nada de él. Dada su tendencia a hablar mucho, Bella le contó muchas cosas en aquellos días. Edward tenía ventajas sobre ella.
— ¿Por qué la compraste?
—A mí también me gustó.
—Ah, vamos. No me digas que es pura coincidencia que te hayas mudado a un par de kilómetros de mí.
—No.
Horrorizada, Bella se sonrojó. Ella le pidió que le dijera la verdad, y ahora no podía soportar el rumbo que tomaba la charla. Sacudió la cabeza deseando tener el cabello suelto.
—Entonces ¿por qué? —insistió, decidida a sacarle la verdad, a pesar de su inquietud.
—Me gustó la idea de conocer a los vecinos de aquí. Creo que la gente local es muy interesante.
—Esa es sólo una indirecta para decir que te mudaste aquí para entrometerte en mi vida, ¿no?
—Sí.
Maldito. Nunca había visto a alguien más descarado.
—Bueno —exclamó con furia—, espero que esta casa te haga muy feliz, porque te aseguro que esta vecina no será agradable contigo.
—Yo siempre soy feliz —replicó él—. Sobre todo ahora…
—Mentiroso —murmuró ella.
—Ah no, tendré lo que me propuse obtener. Estoy seguro de eso.
Bella sacudió la cabeza con decisión.
— ¿Tú eres feliz, Bella? —preguntó, cuando ella no comentó nada.
Bella jugueteó con un mechón.
—Extremadamente —espetó.
—Mentirosa —susurró erizándole la piel.
Bella frunció el ceño con furia y después respondió:
—Naturalmente, no siento ganas de bailar de alegría en tu presencia, pero te aseguro que lo haré cuando por fin me aleje de aquí. No podía estar más satisfecha con mi vida.
—Satisfacción no es felicidad.
—La satisfacción es todo cuando se han probado las alternativas, Edward —anunció con calma y sinceridad. Alisó unos mechones lejos de su rostro.
—Ya te calmaste. Ya no estás enfadada —comentó él, ladeando la cabeza para estudiarla.
— ¿Por qué lo dices?
—Por esos mechones de cabello que caen a tu rostro. Cuando los soplas te sientes contenta, cuando los alisas estás meditabunda, y cuando los retuerces en tu dedo índice estás enfadada.
—Eso no es cierto —protestó—. Después de todo, tengo las manos en el regazo. Si lo que dices fuera verdad, estaría tejiendo calcetines con mi cabello en este momento.
—No —sacudió la cabeza—. No estás molesta conmigo. Creo que desde el almuerzo. Supongo que es una señal excelente. Como dije, no podría estar más feliz.
— ¿Puedo regresar el favor, Edward? —habló ella—. ¿Puedo decirte cuál es tu aspecto más revelador?
—Adelante —anunció él con encanto, pero Bella no se dejó engañar.
—Son tus ojos, Edward. Los entrenaste para que no revelaran nada. Para mentir. Antes que lo supiera los consideraba engañosos. Ahora que lo sé, puedo usarlos para leerte como un libro. Cuando tus ojos casi se derriten de sinceridad estoy segura de que mientes.
Él rió con genuina diversión. Claro, eso no significaba nada, pensó Bella con desdén. Nada. Él no estaba feliz con ella, no se divertía con sus chistes. Quizá ni siquiera le gustaban sus diseños. Bella se sintió enferma. Esa charla era asquerosa.
Tan pronto tomó unos sorbos de café, se levantó para irse con la excusa de tener una cita.
—Te acompañaré a la puerta —se ofreció él con los párpados entrecerrados.
Para sorpresa de ella, tan pronto cruzaron la puerta, Edward la tomó del codo para llevarla por el pasillo.
—Te recogeré a las siete —ordenó con una sonrisa—. ¿Sí?
—Claro que no. Mis veladas son sólo mías.
—No. Te llevaré a cenar.
—No, Edward —insistió ella.
Pero él sólo la tomó del otro codo también y la miró a los ojos.
—Aún te deseo, Bella —dijo con voz suave y peligrosa, como sus ojos—. A pesar de todo, aún te deseo, así que comenzaré a cortejarte a partir de esta noche.
El corazón de Bella golpeó salvajemente en su pecho. Tenerlo así de cerca, con las manos en sus codos le provocaba una ola de deseo en la espalda y en la nuca.
—No —insistió ella con duda.
Para su mortificación, Edward llevó una mano al broche de su cabello y lo soltó una vez más. Después lo peinó con los dedos, acomodándolo en sus hombros. Los dedos rozaron la mejilla de Bella quien tembló y se alejó.
—No —murmuró con más firmeza.
—Dios, Bella, también es lo mismo para ti, ¿verdad? Tú también lo sientes, ¿no?
—No sé de qué hablas —mintió.
— ¿No? —sonrió con ironía y la atrajo con fuerza hacia su cuerpo—. Seguramente ahora puedes sentirlo —tomó una mano de ella y la colocó entre ellos, sobre su pecho fuerte. Por desgracia su muñeca presionaba los senos de Bella, provocando una descarga que casi la quemaba.
Ella volvió la cabeza y trató de zafarse. De pronto Edward la dejó ir y Bella retrocedió.
—Deja de jugar, Edward —siseó ella.
—No es un juego, Bella —insistió él.
—Edward, tú no me deseas a mí. No puedes.
—Ah, sí puedo.
—Bueno, pierdes el tiempo. No tendrás éxito.
— ¿No?
—No.
— ¿Por qué no le dijiste a tu padre sobre nuestro matrimonio?
Bella levantó la barbilla y lo miró con frialdad.
—No era importante como para mencionárselo.
—Ah, Bella, eso no es verdad y lo sabes…
— ¿Para qué te molestas en preguntar si lo sabes todo? —lo miró con furia.
—A las siete —agregó él y se volvió.
—No… —gimió ella, pero Edward ya se había alejado y no hizo caso.
Hijo de fruta pataque que la atormenta ojalá Bella le haga algo y que le duela mucho para que vea lo que ella a sufrido X su culpa gracias hermosa gracias gracias gracias gracias me ENCANTÓ
ResponderEliminarEste ed o es un hijo de su mama bien sinico o tiene una buena explicasion de que algo trama eso no hay duda
ResponderEliminarya quiero leer el siguiente capitulo ...... que ira a pasar con este par y que pinta alice en toda la historia
ResponderEliminarQué plan tendrá Edward 🤔
ResponderEliminarEste si que es bien cínico, de verdad espero que tenga un muyyy buena explicación para todo ese enredo, ME ENCANTA LA HISTORIA
ResponderEliminarHermosa historia
ResponderEliminarOhhhh parece que Edward quiere recuperarla a como dé lugar, no????
ResponderEliminarEspero que todo haya sido un malentendido, aunque todavía no se por qué Edward no la había buscado antes....
Besos gigantes!!!
XOXO