Carmen se presentó más tarde, alisando sus rizos dorados y la falda roja cuando bajó de su deportivo rojo. Bella la conocía desde hacía mucho, y a pesar de la diferencia de edades eran buenas amigas. Carmen tenía un buen corazón y sentido del humor. También era divorciada y tenía deseos de reemplazar al ex marido con alguien más adecuado. Sus estándares eran demasiado altos, pensó Bella. Aunque decía que una billetera cargada y una lengua educada la conformarían, era muy difícil de complacer. Había muchos candidatos, con grandes cuentas bancarias y enormes sonrisas, pero no duraban mucho. Bella deseaba que Carmen y su padre se dieran cuenta de que provocaban chispas. Dicha gente tan inteligente a veces parecía tonta.
— ¿Te o café, Carmen?
La mujer mayor se levantó y se tocó el estómago plano.
—Café negro y sin azúcar. Estoy a dieta otra vez.
— ¿Cómo se llama? —sonrió Bella, y sacó dos tazas de cerámica.
— ¿Soy tan obvia? —preguntó Carmen, presionando sus labios pintados.
—Sí.
—Su nombre es Edward Masen. Es asombroso y compró Littlebourne. Ah, y no tiene compromisos.
La sonrisa de Bella murió en su rostro.
—Pues… de hecho ya lo conozco. Decoro la casa para él. Iba a decírtelo, ya que tú también tendrás trabajo.
—Ay Dios. ¿Quieres decir que ya te vio primero? Entonces quizá sí tomaré azúcar. Aunque, quién sabe, quizá le gusten las mujeres más maduras —se rió—. De hecho, hay algo en tu expresión que me dice que le gusto a él. ¿Qué pasa, Bella?
—Cállate, Carmen.
—Claro, querida. ¿Dónde está el café de tu padre? Se lo llevaré yo si tú estás ocupada.
—Sabes bien que tiene una cafetera en el establo y que odia que lo interrumpan cuando trabaja.
—Pero somos viejos amigos, Bella. No se molestará.
—Mmm. Sabes bien que sí. Te gritará por haber roto su concentración. Admítelo, Carmen, quieres ver a mi padre a toda costa.
—No seas tonta —se rió Carmen—. Sabes que no estoy interesada en cortejar a tu querido padre.
—No veo por qué no. Es muy atractivo.
—Pero me temo que está casado con ese horrible suéter suyo. No, no funcionaría. La búsqueda debe continuar.
Bella sonrió. El mundo no era tan difícil con gente como Carmen en él. Al menos la entretenía. Las bromas siguieron hasta que Charlie Swan apareció. Su espesa barba estaba manchada de polvo.
— ¿No va bien el trabajo, papá?
—Horrible. Trabajo en una mujer muy voluptuosa, pero no me salen bien las curvas.
Carmen subió las mejillas y el abdomen.
—Yo me ofrecería para modelar, pero mi figura es tan esbelta que no te serviría.
Charlie parpadeó sin creerlo.
—El poder del pensamiento positivo, ¿eh Carmen? —comentó lacónicamente—. De nuevo a dieta, sin duda. ¿Cómo se llama él?
Carmen gruñó.
Bella salió de la cocina. No quería oír más, sobre todo cuando Edward Masen era halagado por Carmen. No quería responder preguntas sobre Edward.
Tomó una ducha rápida y se sentó en la sala a mirar la puerta. Si Edward iba, ella lo echaría tan pronto como pudiera, sin que Carmen o su padre lo vieran. Su coche negro se detuvo en el camino seis minutos después.
—Ve a cambiarte —dijo Edward cuando ella abrió la puerta, antes de que él tocara.
—Ya comí —protestó Bella.
—No necesitas comer, sino acompañarme.
—No, ni siquiera eso.
—Bien. Quédate parada, pero vendrás.
—No.
Él cruzó los brazos y la estudió. Después metió un pie entre la puerta y el marco.
—Apresúrate.
—No —insistió, pero no pudo cerrar la puerta.
— ¿Está tu padre? —inquirió fríamente—. Me gustaría conocerlo.
—No —espetó. No se atrevía a pensar en lo que sucedería. Su padre haría preguntas y la verdad se descubriría—. Ve a esperarme en el coche —se resignó—. Iré en cinco minutos.
Edward sonrió y se fue al coche. Bella esperó que se alejara y subió a su habitación.
Cinco minutos después, Bella subía en el coche. En el interior lujoso podía percibir el cuerpo de él. Abrió toda la ventana, pero su presencia era abrumadora.
—Bien —comentó él—. Cinco minutos. Eso te tardaste en ponerte un vestido aquella vez. Parece que ya comprendes las reglas.
—La última vez me tardé cinco minutos porque no quería que esperaras. Estaba loca contigo. Ahora es diferente. No quiero estar aquí. Sólo deseo que la velada termine pronto.
—Estás linda con ese vestido blanco —puso en marcha el auto y salió al camino—. Tu gusto en ropa cambió. Es… bueno… más agudo y frío —miró su vestido. Era una prenda simple de crepé amarillo. Era un color difícil de usar, pero a ella le combinaba muy bien con su piel dorada y sus ojos de color café. Unas zapatillas azul peltre y un cinturón de cuero eran todos sus accesorios. Sí, era cierto. Sabía que había desarrollado un buen gusto por ropa elegante de diseñador.
Quizá también era más aguda y fría. Se sentía orgullosa de su femineidad. El vestido de encaje blanco le dijo al mundo que era una chica ingenua. Nunca más lo volvió a usar, ni siquiera uno parecido, desde que Edward le hizo el amor la noche de bodas. Aun así, nunca hubo otro hombre desde Edward. Como si leyera sus pensamientos, él comentó:
— ¿No hay un hombre en tu vida, Bella?
—No actualmente —dijo la verdad.
—No desde mí —declaró él.
—Yo… vaya, ¿por qué diablos dices eso?
—Un viejo compañero, de Alice dijo algo hace algunos meses… su hermano te invitó a salir, creo. Me entró la duda, pero cuando te abracé hoy… supe la verdad.
—Te equivocas —protestó con tensión, pero él la ignoró y siguió sonriendo.
— ¿Aún haces jardinería, Bella? —preguntó él.
— ¿Podemos hablar de la casa, por favor? —suspiró.
—No. Aquella primera noche no sabías que serías diseñadora. No mencionemos "papel tapiz" ni una sola vez.
—Ah, ¿se supone que debemos recrear la charla original? —rió con sarcasmo—. ¿Es un juego?
—No. Podemos hablar de todo y nada, como esa noche. No es lo que importa, sino todas las cosas que queremos decir y contenemos, ¿no Bella?
Ella miró por la ventana. Estaba oscuro y el paisaje era violeta y gris.
— ¿Sí? —murmuró con indiferencia.
—Sabes que sí, y esta noche será lo mismo. Nos sentaremos, cenaremos y nos miraremos. Nos gustaremos como locos una vez más.
—Te odio —respondió con fuerza.
—Como quieras —murmuró—, eso no importa esta noche. Las palabras no tienen significado y por eso no podemos hablar de negocios. Tendríamos que concentrarnos demasiado en la palabra. Después de todo, no fueron negocios lo que nos unió aquella velada…
—Qué mentira —apretó los labios con dolor—. Tú estabas de negocios, Edward. Para ti no fue una reunión casual.
Lo miró con amargura. El comentario tuvo efecto. Aún en la oscuridad, pudo ver que el rostro de Edward se tensaba salvajemente.
Edward se quedó callado el resto del camino, pero su humor cambió cuando llegaron al mismo hotel de hacía cuatro años. Se portó cortés y encantador como durante el almuerzo y antes. Tenía razón. Hablaron de una y otra cosa durante la cena, pero eso no importaba. Era la forma en que se movía su boca; la forma en que llenaba el espacio; la forma en que su piel lo percibía ahí y quería rozar su mano. A pesar de sí misma, el juego se desarrollaba. Bella quería llorar sobre el mantel. No habría placer en un juego que sabía que no ganaría.
Tensa, hizo preguntas y respondió, sin la excitación que la hizo parlotear aquella velada, hacía cuatro años. El único alivio de la velada fue cuando él la dejó en su casa, y se contuvo de besarla. No fue necesario. Bella ya se sentía turbada. Un beso no habría significado nada.
*~AT~*
Unos días más tarde Edward la llamó para decirle que fuera a la mansión a ver unos muebles que le llegarían de Londres.
—Carmen es la experta. ¿Por qué no le dices que vaya a verlos?
—Tú tomas las decisiones, no ella —enfatizó Edward. Tenía razón, claro. Era una solicitud válida, así que tuvo que ir.
—Ven a ver los jardines —sugirió él antes que ella bajara del coche.
— ¿Quieres que los decore? Bien. Es raro, pero puedo hacerlo.
—Me gustaría tu opinión —sonrió con timidez.
¿Qué significaba eso? Ese encanto insistente de él la irritaba, sobre todo porque cuando la trataba así, era más consciente de la potente sexualidad de Edward. Parecía asentarse alrededor, como una presencia tangible entre ellos. Una presencia fraudulenta. Cuando se portaba brusco con ella, al menos era sincero. Aun así, le gustaba, pero podía controlarlo mejor. Era sólo su loco instinto que se movía a voluntad propia, pero cuando Edward se portaba encantador, odiaba cómo respondía ante él. Se sentía usada y furiosa por su debilidad de sucumbir. Se forzaba a ignorarlo. No se resistió a ir a los jardines, sería inútil.
—Le pondría mosaicos —sugirió al ver el enorme terreno—, pero será costosísimo, Edward, Equipo para remover tierra y todo eso. Haré una fortuna, pero tú perderás la tuya.
—Deja de hablar de mosaicos. Dime que quieres hacer con el jardín.
— ¿Por qué lo preguntas?
—Algún día será tu jardín. Quiero saber lo que quieres. Después de todo, tú eras la experta. Tienes ideas.
¿Así que la pregunta era parte de su ritual de cortejo? Bella entornó los párpados.
—Bien, siendo así, es muy tentador… sí… una fábrica en el terreno de allá enfrente. Una fábrica tipo caja en azul brillante. Y allá, una cárcel de máxima seguridad con muros altísimos. Una carretera en los jardines formales y una gasolinera en el huerto…
—Hablo en serio.
—Hablando en serio, me gustaría que fuera el jardín de alguien más. ¿Por qué no te mudas?
—Eres tan dulce, Bella.
— ¿Sí, ¿verdad? Qué bueno que por fin aprecies mis cualidades, Edward.
—Vamos. ¿No te gustaría tener todo esto para crear? Huertos, hierberos… podrías hacer lo que quieras.
Bella examinó la extensión de césped.
—Sí, la idea tiene potencial. Quizá un laberinto para meterte en él. Hiedras venenosas, ortigas, belladona mortal, cicuta… esa clase de alteraciones tendrían una aplicación práctica y atractiva, así como muy ecológica. Pero pierdes el tiempo si crees que me comprarás con algunas plantas y un paquete de semillas… mi alma no tiene precio.
— ¿Dije que quería comprarte?
—No, pero eso implicas: ven a la cama conmigo y te dejaré plantar margaritas.
—Me subestimas.
— ¡Oh, no Edward! ¿Por qué dices eso? Nunca podría subestimarte. La opinión que tengo de ti es muy sólida; para nada podría ser más baja.
— ¿Así que ser ama de todo esto no te tienta?
—No, si tú estás a la vista. Además, olvidas que tengo un hermoso jardín.
—No es tuyo.
—Bueno, es de mi padre, pero también es todo mío.
—Pero seguramente querrás irte algún día, ¿no?
—Edward, no estamos en la edad de piedra. Las mujeres ya no se casan sólo por irse de su casa.
—No sugería que vinieras a mí para escapar de tu casa. Simplemente señalaba que cuando regresemos juntos, todo este jardín será tuyo. Más tuyo que de tu padre.
—Soy muy feliz atendiendo el jardín que tenemos. No sé por qué crees que no es así.
Arqueó una ceja, como si lo dudara, y no comentó nada al respecto.
—Los de la mudanza llamaron. La furgoneta se descompuso y los muebles no llegaron.
— ¿Por qué no me llamaste? —suspiró Bella—. Ah, no te molestes en responder. Ahora, si me disculpas regresaré a trabajar…
—No, no lo harás. ¿Pensaste que te haría venir hasta acá y después regresar? Iremos a navegar.
—Estás loco sí…
— ¡Ya basta! —la cortó con voz dura—. Estoy harto de tus protestas. Te sientes tan atraída hacia mí como yo hacia ti. Irás conmigo en el bote durante un par de horas. Hablaremos de todo y nos enfriaremos mucho. No mencionaremos el pasado. No te pondré un dedo encima, pero cuando llegues a casa, más tarde, tendrás mucho en que pensar, ¿correcto?
Hizo una mueca irónica, pero no protestó, porque sería inútil. Que la llevara a Weymout, que la subiera a su botecito otra vez. La última vez fue divertido ser la tripulante. Ahora sería horrible estar atrapada en el pequeño bote, respirándolo, anhelándolo. Pero no habría tentación real, nada que temer. Su cuerpo podía susurrar todo lo que quisiera, pero ella no lo obedecería.
*~AT~*
El pequeño yate había sido sustituido por algo mayor, con tripulación.
—Has trabajado duro estos años —comentó Bella de mala gana, cuando subió a bordo.
—Me concentré sólo en el trabajo estos años —replicó él.
Hablaron de cosas, bebieron té apoyados en el barandal y miraron las olas grises del mar helado. Más tarde, en el bar del muelle bebieron una cerveza y miraron los botes, los mástiles y las cabañas más allá. Cuando regresaron al coche, Edward encendió la calefacción. Bella tuvo mucho en que pensar. Le gustaba la compañía de Edward.
Dijo que dejarían el pasado atrás y eso estaba pasando. Sus entrañas se contraían cuando, veía su perfil. No dejó de contemplarlo, mientras navegaron en el mar, aunque se despreciaba por eso. Metió los puños en sus jeans. Después de todo, si se sintió tentada, ahora tenía miedo.
*~AT~*
Edward pasó una semana en Londres. Bella trabajó como loca, para acabar lo más pronto posible, mientras él estaba lejos. Vio a Carmen dos o tres veces durante el intervalo, pero no mencionó a Edward. Por último, Carmen se impacientó con Bella.
—Mira, Bella, no desaparecerá sólo por no hablar de ello.
— ¿Qué cosa?
—No sé. Tú dímelo. Hay algo muy poderoso entre ustedes dos, pero no sé qué es.
— ¿No? —murmuró Bella con sospechas.
Carmen pasó toda una tarde en la Mansión. Carmen podía sacar los secretos de una familia en una sola tarde. Además, Edward tramaba algo y quizá había decidido usarla.
—Edward te dijo algo, ¿verdad?
—Sí —se rio—. Sí dijo algo.
— ¿Qué cosa?
— ¡Ajá! No podría decirlo…
—No comprendes —Bella sacudió la cabeza—. Es muy malvado. Te está usando…
—No es cierto.
— ¿Cómo puedes decir eso si ya te contó un montón de mentiras sobre lo que de verdad pasó entre…?
—No lo ha hecho. Dijo… espera un minuto… cinco palabras. Eso es todo. Eso no constituye la historia de su vida.
—¿Cinco palabras? ¿Cuáles fueron?
—No te lo diré. Aunque deseo que me cuentes todo. Ustedes ya se conocían, ¿verdad?
—Cállate, Carmen.
—Bien, pero él no puede hacer que hagas nada que no quieras, Bella. Puedes poner tus propias condiciones, ¿sabes? Yo te apoyaré, si así lo quieres. Lo sabes —sonrió con cariño—. Yo no me molestaría tanto con él. Después de todo, te está dando muchísimo trabajo… si fuera tú, me olvidaría de los asuntos personales, haría el trabajo, y esperaría a ser rica y famosa por eso. ¿Eh?
Parecía muy razonable, pero no cuando Edward se presentó una mañana gris de domingo usando pantalón de algodón y un suéter de color crema. Bella arreglaba el jardín cuando él se acercó.
—Deja eso y ven conmigo —ordenó él con los brazos cruzados.
Bella lo miró por encima del hombro. Tenía el rostro rojo por el ejercicio y su cabello se había soltado en algunas partes de su frente y espalda.
—Vete —replicó con furia. La impresión de verlo de nuevo la hizo enterrar violentamente la palita sobre la tierra. Tiró con salvajismo de una raíz intrusa.
Edward se acercó, tiró de la raíz y con frialdad la desprendió de la tierra. Después la puso en el césped.
—Ven —insistió.
—Te dije que te fueras —lo echó, echando atrás los hombros.
—Vamos. Iremos a caminar —él sonrió y la tomó del brazo.
Bella lo empujó con desdén, pero él puso un brazo alrededor de sus hombros y comenzó a caminar. Bella se movió con él de mala gana.
—Edward, no quiero…
Él la ignoró.
—La vez pasada estabas muy contenta de verme —le recordó—. Dijiste que sabías que regresaría y…
—Cállate. No sé cómo tienes el descaro de recordármelo. Lo que dije hace cuatro años lo dije con toda sinceridad, a diferencia de ti.
—No es cierto, Bella.
Lo miró con disgusto.
—No te hagas el tonto. Viniste aquí con falsas pretensiones, y sigues haciéndolo esta vez. Alice y tú traman algo, ¿verdad?
—Alice no, sólo yo. Cuando supe que habías regresado aquí, pensé que era hora de comprarme una casa de campo y venir a buscarte.
—¿Ah, ¿sí? ¿Para poder resucitar la aventura amorosa del siglo? No te creo, Edward. ¿Por qué no te vas?
—No me iré —la llevaba hacia el lago—. ¿La chalana sigue ahí?
Se separó de él y lo miró con incredulidad.
—Dios, no estarás planeando otro paseíto en la chalana, ¿o sí? ¿Qué tienes en mente? ¿Otra proposición de matrimonio, o sólo te conformarás con seducirme?
—¿Ninguna de las dos cosas? —su mirada era fría y su tono duro—. No necesito molestarme con eso. Aún seguimos casados, Bella, y no te haré el amor hasta que estés preparada para eso. Lo cual sucederá tarde o temprano.
—¡Nunca!
Volvió a abrazarla por el hombro y la condujo con fuerza al lago.
—Mientes, Bella —señaló—. Aún me deseas. Nada ha cambiado, excepto qué esta vez los dos conocemos el marcador. No podrás rechazarme por siempre. Olvidarás tarde o temprano. Justo como yo lo hice.
—¡Qué amable de tu parte! Así que tú olvidaste la forma abominable en que me trataste… —espetó con un sarcasmo que ocultaba su miedo. Estaba fatigada por rechazarlo, cuando su piel lo anhelaba tanto. Cada vez que estaba con él, la batalla era peor. Claro, la razón debía prevalecer. Claro. Así era, ¿no? Si se entregaba a él, significaría que no tenía orgullo ni respeto a sí misma. Nunca se rendiría a los deseos animales.
—Está bien —anunció él con expresión muy dura—. Así que te traté mal. Pero tú conducta nunca ha sido irreprochable. Debo admitir que no pensé que aún estuvieras tan amargada. No es muy atractivo el asunto, pero lo pasaré por alto.
Entonces, Bella lo golpeó con el puño en las costillas… en todas partes donde pudo. Edward lo soportó todo sin chistar. Cuando la furia pasó, tiró fuertemente de ella y comenzó a besarla.
Bella mantuvo la boca bien cerrada contra la posesión de él, pero su cálido aroma llenó su nariz y no pudo rechazarlo. El deseo surgió fieramente. Era como si todos los momentos que pasaron juntos desde que él llegó a Dorset alimentaran su necesidad. Una columna poderosa y espesa de excitación la quemaba, de modo que presionó sus muslos en un esfuerzo por apagarla.
La lengua de Edward probaba los labios cerrados de ella, pero Bella no accedía. Después Edward deslizó la mano y la posó en un seno. Su pulgar halló el pezón y rodeó la reveladora dureza. La sensación la penetró con dulzura y Bella separó los labios un poco. La lengua de Edward probó la humedad y exploró el interior. Bella quedó inmóvil, luego abrió la boca y dejó que Edward la besara con urgencia violenta. Bella se quedó pasiva con el rostro levantado, el corazón furioso y su cuerpo deleitándose. Edward bajó una mano hasta el trasero de Bella y la empujó para que sintiera su dura excitación. La intimidad sorprendente le devolvió la cordura y se soltó.
—¡Te odio! —gritó Bella, entre dientes—. Y me odio por dejarte hacer esto. ¡Puedes olvidarte del contrato, de todo! ¡Sólo vete!
Él la miró con una extraña intensidad y después se rió.
—¿No te dije que al final te rendirías? No tardaste mucho, ¿verdad, Bella? —espetó. Con un estallido de energía caminó a la orilla del lago y preguntó con alegría—. ¿Dónde está la chalana?
Bella hizo una pausa y señaló la chalana entre arbustos y hojas secas, cerca de la orilla. Después corrió a la casa y lo dejó sólo para que buscara la enmohecida embarcación. Miró sobre su hombro mientras corría. Las hojas de las limas parecían amarillas contra el azul del cielo. La neblina pendía en el aire tan mordaz como un sueño. Edward estaba agazapado en la orilla del agua. Con una mano acariciaba la madera ennegrecida, mientras miraba al agua gris y dorada del lago.
Fue un día de otoño como ese, cuando Bella echó la chalana para que naufragara en el lago. Durante cuatro años la observó decaer, esperando el día en que se hundiera sin dejar rastro.
*~AT~*
Edward encontró a Bella en su estudio. Entró despacio con las mangas enrolladas que revelaban el vello oscuro de sus antebrazos. Bella estaba inclinada sobre un escritorio; el lápiz en sus manos, temblaba.
—Te recogeré mañana a las ocho —anunció él—. Trae las cosas para los mosaicos de la piscina. Almorzaremos con Carlisle.
—No iré —protestó—. Ya te lo dije. Todo el asunto está olvidado. Ya no me importa. Puedes decirle a Carlisle lo que quieras.
—Será mejor que hagas una maleta para tres o cuatro días. No sé, depende de cuánto nos tardemos. No pude llevarte en la chalana, pero tengo muchas ganas de llevarte a Londres.
—No me tendrás en tu cama, ni en tres, ni en cuatro días —anunció ella, mirando el papel en blanco—. De hecho, no lo lograrás ni en toda la vida. El trato se acabó.
—No —se rio—. Hemos ido demasiado lejos…
—¿Te refieres al beso o al trabajo? Si es el beso, sí tienes razón fuimos demasiado lejos, pero no volverá a pasar. En cuanto al trabajo, sólo llevamos dos semanas. Puedes buscarte a alguien más.
—¿Te niegas rotundamente a tener algo que ver con la mansión?
—Sí.
—Quizá deba posponer el almuerzo —murmuró con seriedad—. Carmen me invitó a cenar mañana con tu padre… creo que será mejor que lo conozca…
—¿Lo harías? —lo miró a los ojos, con miedo.
—Claro que sí —le aseguró con una leve sonrisita.
La resolución en los ojos verdes la convenció. Despacio se volvió al escritorio, cruzó los brazos encima y hundió la cabeza.
—A las ocho —murmuró Bella con voz apagada—. Un portafolios, una maleta. Estaré esperando. Creo que apestas —agregó.
Edward se acercó, levantó unos mechones del rostro oculto y miró las profundidades de sus ojos.
—¿Por qué arruinaste la chalana? —le preguntó.
—¿Por qué crees? —replicó ella en tono apagado.
Edward dejo caer los mechones como si fueran insectos venenosos y se fue.
Me cae mal ese necio de Edward, por qué no acalara lo que pasó años atrás.
ResponderEliminarMe desespera esta bella... joder, no tiene carácter, finde ser muy fuerte pero es sólo fachada..... ya hubiese tirado el trabajo a la basura y hablado con Charlie, así no hay más tonteríA.
ResponderEliminaromg no puedo creer que bella se deje chantajear por la rata de edward deberia decile todo a su papa y tambien lo que hizo alice para que ya no tenga k tolerar esos chantajes .... ojala que paguen por sus maldades ...esperare con ansias el proximo capitulo
ResponderEliminarPobre bella este ed es muy sinicote
ResponderEliminarParece que Bella de verdad no sabe lo que quiere, quiere verlo y después no, no quiere hacer sufrir a su padre, pero no.renuncia tampoco... Es difícil, y Edward no se comporta mejor...
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
mientras no aclare lo que paso con alice
ResponderEliminareste edward me cae mal la verdad
Hay.... Edward es odioso....algo trama!!!
ResponderEliminarPara cuándo el siguiente?? Gracias por el capítulo
ResponderEliminarAgg me desesperan estas bella que parecen marionetas y no hacen nada! Estúpida reacciona 😂 (srry me altere)
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