Capítulo VIII ~ Amarga Posesión

—Todo el día estuvo pálida. Ha estado bajo presión, así que pensé que esa era la razón…

—Es joven y fuerte. Lo más seguro es que sea un virus. Lo mejor son dos días de descanso. Si sigue pálida, haremos unos exámenes.

Bella abrió los ojos justo a tiempo para ver a un hombre de traje que salía. Después su vista fue bloqueada por el rostro de Edward.

— ¿Edward? —balbuceó.

—Shhh. Te desmayaste. No te preocupes. Te metí en la cama y le pedí a mi vecino que viniera. Es muy bueno y dice que es un virus.

—No lo es —replicó, pero él la calló con un dedo.

—Se supone que debes descansar —explicó él.

Sacudió la cabeza y se percató de que no tenía ropa. Con una palmadita confirmó que estaba en sostén y bragas. Sonrió y recordó.

— ¡Me desvestiste!

—Nada de ropa ajustada. Lo aprendí en los niños exploradores. No te preocupes —agregó con sonrisa infantil—.Cerré los ojos.

—Está bien —murmuró ella.

—Andas mal —anunció, frunciendo el ceño—. Me iré para dejarte dormir. Si quieres algo, presiona este botón —le indicó el intercomunicador.

—Te quiero a ti —sonrió.

Pero él sólo frunció el ceño y se fue.

Bella descubrió que aún temblaba… de felicidad. Salió de la cama imperial y cruzó la habitación para mirarse al espejo de marco de caoba.

Se contempló en la ropa interior de encaje e imaginó a Edward desnudándola, haciéndole el amor como antes.

— ¡Su hermana! —chilló y se frotó los antebrazos cuando tembló de emoción. Sopló unos mechones de su cabello, corrió a la cama y se acurrucó ahí. ¿Debería apretar el botón y decírselo? En un minuto. Sólo se recostaría a deleitarse un poco. Durante cuatro años trató de buscar una respuesta a todo. Ahora la tenía.

Se sorprendió cuando abrió los ojos y vio que era por la mañana. ¿Cómo se durmió si tenía cosas importantes que decirle, a Edward? Presionó con fuerza el botón. Edward entró y abrió un poco las cortinas. Usaba un traje oscuro con una camisa de rayas azules.

— ¿Dónde conseguiste la ropa? —preguntó con voz ronca por el sueño.

La miró con confusión. Después se acercó y le tocó la frente. Ella le sonrió.

—No estoy delirando. No comprendo cómo sacaste ropa limpia sin despertarme.

—Tengo ropa en el pent-house, en mi oficina. Pasé ahí la noche —murmuró—. ¿Por qué? ¿Tienes miedo de que te hubiera devorado mientras dormías?

—Mmm… qué linda idea —admitió y estiró los brazos al cuello de él. Sin embargo, Edward se enderezó.

— ¿Cómo te sientes? —preguntó.

—Mejor que en cuatro años —se sentó con una gran sonrisa. Su cabello estaba suelto. Notó que Edward contemplaba sus senos. Bella sonrió con alegría.

— ¿Crees poder comer algo? —preguntó él.

—Claro. Me muero de hambre. Edward… tengo algo que decirte…

—Haré que la señora Mallory te suba algo. Temo que tengo citas esta mañana, pero haré que el doctor…

— ¡Edward! ¡Escúchame! Lo que dijiste ayer, antes de que me desmayara. Yo no lo sabía. ¿No comprendes?

Él la miró intensamente y sacudió la cabeza.

— ¡Oh, Edward! No sabía que eras hermano de Alice. Pensé que los dos eran… amantes. Supongo que cuando dije que descubrí tu relación, pensaste que sabía que eran hermanos, pero en realidad yo pensaba que… y claro, tú no lo negaste ni trataste de explicarlo, porque pensabas que no había necesidad. Ah, lo comprendes ¿verdad? No sé por qué nunca recordé que Alice tiene nuevos parientes y amigos debido al matrimonio nuevo de mi madre, y que puede querer a gente que yo ni conozco… en una familia. Además, cuando escuché esa conversación en el vestíbulo, pensé que…

—Basta. Ya me imagino lo que pensaste —tenía los ojos grandes de incredulidad. Despacio se acercó y se sentó en la cama. Bella quería que la tocara, pero no lo hizo, ni siquiera parecía contento sino sorprendido.

—Sé que esto debió parecerte ridículo. Es decir, si pensabas que lo que descubrí fue que eran parientes, seguramente consideraste que me porté como una histérica. Claro, yo creía que no me amabas para nada, que sólo me usabas, ¿entiendes? Me sentí terriblemente traicionada. ¿No comprendes?

Se detuvo para percatarse de la mezcla de emociones en sus ojos, como nubes en un cielo azul.

—Te amaba tanto, Edward —murmuró—. Y ahora qué sé la verdad te amo más —por segunda vez abrió los brazos a él.

Edward la miró larga y duramente antes de moverse. No acudió a sus brazos, sino que subió las largas piernas y la rodeó con un brazo, apoyando la mejilla en la cabeza de Bella.

— ¿Edward…? —susurró, anhelando que la besara, que borrara el pasado. Oh, era maravilloso. Todo el amor que sentía por él se vaciaba, abrumándola. Lo deseaba tanto…

Edward presionó la boca en su cabello e inhaló profundo.

—Así que… —murmuró—. ¿Me amas?

—Sí.

Apretó su hombro, acercándola contra sí, pero seguía sin besarla. Bella se sentía decepcionada. Él le dijo que la deseaba. Bella pensó que sólo necesitaba explicar su error, y de inmediato serían felices uno en los brazos del otro. Después recordó lo sorprendido que estuvo. Seguramente sentía lo mismo. Claro.

Miró las largas piernas encima de las mantas. Tímidamente se acurrucó contra él, presionando su boca en el frente de su camisa y dándole besitos. Edward se quedó muy quieto. Debía darle tiempo. No tardaría mucho.

Esperaría a que la impresión pasara, y después la abrazaría y la besaría con locura. Estuvo loco de amor por ella cuando se casaron. Él lo había dicho. Bella se había acostumbrado a pensar que era una farsa, a ser desconfiada. Ahora podía borrar todos esos pensamientos miserables. Edward se casó con ella porque la amaba. Fue tierno y gentil, gracioso y amable. Pronto se convertiría en ese hombre.

Seguramente lo lastimó ya que él sólo trató de ayudar a su hermana. Fue leal con la pobre de Alice. Sintió lágrimas sentimentales en los ojos. Edward no pudo saber que Alice misma persuadió a su madre para irse… de hecho, era triste todo, excepto que no quería pensar en Alice. Sólo en Edward, Edward. Parpadeó las lágrimas y escuchó el corazón de él. Se deleitó con el deseo que comenzaba a brotar de su piel.

—Oh, Edward. Debiste creer que estaba loca. Pero nunca se me ocurrió que existiera otra explicación. Cuando los vi juntos estaba segura de que estaban profundamente enamorados, y que nuestro matrimonio había sido una farsa. ¿Puedes creerlo?

—Sí… —se acomodó mejor y tragó saliva. Después bajó las piernas de la cama, se levantó y la estudió. Estiró una mano y le acarició la mejilla y la mandíbula—. Bueno, después de todo, obtuve lo que quería —comentó fríamente.

— ¿Qué pasa, Edward? —escudriñó sus ojos—. ¿No me crees? —pasó nerviosamente la lengua por sus labios. Era imposible. Edward parecía tan distante… tan retirado. El miedo la embargó mientras esperaba la respuesta.

—Ah, sí te creo —acordó de mala gana—. Lo que pasa es que esto cambia las cosas. Yo había pensado en ti como… bueno, digamos que estoy muy complacido porque haya llegado este terremoto en particular. Te deseo mucho, Bella, y ahora eres mía.

—Sí —admitió con temor. ¿Por qué no la besaba, la abrazaba? ¿Qué estaba mal?

—Señora Masen —murmuró él con sonrisa cínica, y la tomó de la mano.

Se le sentía seco y sin vida. Bella se contuvo para no enterrarle los dedos en la palma.

—Haré que la señora Mallory te traiga el desayuno. Temo que no puedo zafarme de esas citas. Regresaré a media tarde. Haremos lo que desees hacer.

—Sé lo que quiero hacer… —murmuró con ganas de llorar.

Edward sonrió con ironía y se fue.



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Cuando regresó eran las cuatro de la tarde. El cielo otoñal estaba cargado y gris. Una fina neblina pendía en el sucio aire de Londres.

Bella encontró su maleta en otra habitación de la casa. El lugar era enorme y muy lindo, con encaje blanco por doquier, y alfombras en color crema y azul. Era mucho más femenino que la cama imperial con mantas ocre e índigo, y la mullida alfombra turca de la habitación de huéspedes donde antes estuvo. Se sintió usurpada.

Se puso un vestido de lana de color crema con cuello en forma de corazón. Estaba contenta de haberlo llevado. El color claro era matrimonial, y así se sentía ella. Se dejó el cabello suelto. Edward se habría recuperado de la impresión. Seguro.

Le sonrió cuando entró en la habitación y él la tomó de las manos. Había algo formal en ese gesto. Bella respingó y volvió el rostro para que él notara su decepción. Durante siete horas se dijo que sería diferente cuando él regresara. Ahora estaba incierta.

— ¿Has pensado en lo que quieres hacer? —le preguntó él—. ¿Restaurantes, teatro?

—Ya lo hice —replicó—pero parece que no lo conseguiré.

— ¿Qué tenías en mente? —entrecerró los párpados y su voz no tenía nada de ternura.

—Esperaba que me hicieras el amor —estalló con ira—. ¿Qué pensabas? Ha pasado mucho tiempo, Edward. Pensé que me deseabas.

Edward le soltó las manos, y metió las suyas a los bolsillos. Cruzó la habitación y se sirvió una bebida que tomó de golpe.

Después se acercó y la enfrentó.

—Está bien —aceptó fríamente. La tomó de la mano y la llevó a la habitación de huéspedes, donde habían dejado su maleta. Puso las manos en los hombros de ella e inclinó la cabeza para besarla. Olía a brandy.

Bella se zafó del abrazo.

—Cambié de opinión —murmuró con furia.

Edward la observó con una sonrisa burlona.

—Adelante. Di algo —lo retó ella, llena de dolor.

—Tú eres la que cambió de idea. Tú di algo —replicó secamente.

—Está bien. No quiero a un hombre que tiene que beber alcohol para darse valor y hacerme el amor. Tampoco quiero a alguien que ni me lleva a su propia cama. La última vez que hicimos el amor éramos marido y mujer. Ahora… bueno, francamente, siento como si me hicieras un favor. Cuando desperté esta mañana, pensé que sería el día más feliz de mi vida. Todo decayó. No mejorará si me lleva a la cama un hombre que obviamente preferiría estar en el teatro.

Edward se encogió de hombros. Se quitó la chaqueta y la colocó en la cama. Después se desabrochó las mancuernas y enrolló las mangas. La enfrentó con las manos en los bolsillos. Los antebrazos estaban tensos bajo la alfombra de vello oscuro. Había algo formal y gris en los ojos verdes.

—Muy bien —dijo él—. Entonces no haremos el amor. Ya te he dicho que puedo esperar.

—Cambiaste desde que te lo dije —lo acusó, luchando contra las lágrimas.

—No —negó con seriedad—. Tú cambiaste. Cuando descubriste que Alice es mi hermana, la opinión que tenías de mí cambió. No olvides que yo siempre asumí que lo sabías. Nada ha cambiado para mí, excepto tú.

—Pero ahora en vez de odiarte, te amo —tragó saliva—. ¿Eso es malo?

—No, claro que no, pero es terriblemente dramático.

—Bueno… no comprendo.

—Cuando te deseaba, Bella, ayer y las semanas pasadas, deseaba a alguien que no me amaba.

—Qué gracioso, Edward, nunca te consideré como un chiquillo mimado.

— ¿Así lo ves? ¿Alguien que no desea algo sólo porque es una oferta?

— ¿Qué otra cosa quieres que piense?


— ¿Por qué no te preguntas por qué yo deseaba hacerte el amor tanto, cuando creía que no me amabas?

Bella titubeó. Ya no la amaba. Habría estado bien si ninguno de los dos sintiera amor. Si sólo recrearan una pasión que alguna vez estuvo basada en el amor, pero que ahora se basaba en algo… diferente. Bella tenía razón, lo sabía.

—Ya veo —murmuró—. El hecho de que yo te amé no es suficiente, ¿eh?

Edward no habló, pero inclinó la cabeza y asintió seriamente.

—Me iré —anunció Bella, pensando que se moriría de pena—. Puedo abordar un tren, de regreso a Dorchester, y tomar un taxi desde ahí. Comprendo, Edward. Ha pasado mucho tiempo. Creo que me volví un poco loca, hoy, al no darme cuenta.

—No —replicó con decisión—. No te irás, Bella. Eres mi esposa. Vivirás conmigo y haremos que todo salga bien. No te dejaré ir ahora, por ningún motivo.

—No quiero ser grosera, Edward, pero no deseo ser la esposa de un hombre que… tiene reservas. Quiero que me amen por lo que soy. No rogaré ni nada. Si no está bien para ti, entonces lo aceptaré. No prolonguemos la agonía, ¿sí? Por lo menos así tendremos buenos y viejos recuerdos. Dejémoslo así.

— ¿Bella? —preguntó. Estiró una mano y la colocó en su hombro.

—Es mejor, Edward —insistió, esperando que él no sintiera su temblor—. Tú debes saberlo. Esta vez tengo el consuelo de saber que todos esos recuerdos sí merecieron la pena. Que me amabas. Fue corrosivo creer que no. Esta vez será constructivo.

Edward cerró los dedos de pronto en su hombro.

—Pero si te quedas, será más que constructivo. Te lo prometo.

—No creo, Edward.

—Sí. Tus emociones se congelaron por mucho tiempo… como las mías. Debemos dar tiempo a que se ablanden…

Bella cometió el error de mirar sus ojos. Eran intensos, claros y directos. Así que él esperaba, como ella, que el viejo sentimiento retornara.

—Yo… sería mejor si me fuera… —susurró, pero ya no estaba segura.

Entonces Edward la sujetó ferozmente del otro hombro, bajó la cabeza y susurró un ardiente "no", sus labios ya no sabían a brandy, sino a él. Algo que ella dijo, inyectó combustible a sus venas. ¿Qué?

Bella no podía ignorar el remolino de deseo que brotó de la nada para consumirla. Edward la necesitaba, sus labios sé lo decían. ¿Cómo podía dejarlo ahora?

Esperó un día a que él la besara así. Mientras su boca se movía contra la de ella, cálida y exigente; no era una pasión recordada lo que revivió, sino una respuesta recién nacida, fresca, ante el hombre al que amaba. Los labios firmes se abrieron en los de ella. Su lengua probó insistentemente la de ella, y sus bocas se convirtieron en una sola. Bella descubrió que su boca recibía con agrado la violenta conquista de su lengua; su propia lengua empujaba urgentemente contra la de él, de modo que entre ellas se entablaba una batalla de fiera pasión.

Edward la empujó a la cama, aun besándola, y se dejó caer con ella. Rodó encima de Bella con el muslo le separó las piernas y presionó sin vergüenza. Su palma encontró un seno y la cerró sobre él, acurrucando la curva generosa en sus manos antes de buscar el pezón excitado. Lo frotó con movimientos circulares lentos. Bella no podía gemir, pero un temblor recorrió su espalda ante el placer ardiente que la presión rítmica provocaba.

La excitación de Bella igualó la dominación de la necesidad de él. Edward la excitaba con la insistencia de su boca y sus manos, con la dura fuerza de su cuerpo masculino, que se apoyaba exigentemente contra el de ella en cada curva y hueco. Había desesperación en la forma en que la poseía. Bella sentía el calor de su pulso palpitando, hasta que su piel se sonrojó. Sus senos cosquillearon y sus pezones florecieron hasta que empujó contra el sólido muslo fuerte, arqueando su piel suave contra la poderosa curva de su pecho, rogándole más.

Cuando la desvestía, mantuvo una mano contra su cabeza, y le acarició rítmicamente los largos mechones de cabello. Contuvo el deseo de ella durante largos minutos. Él se desnudó en segundos y se acercó a ella como un dios de músculos duros bajo piel dorada y brillante por el sudor. El diseño de vello en su pecho, su vientre y sus piernas la hicieron gemir un salvaje "¡sí!", en el aire quieto de la habitación. Había olvidado cómo era desnudo, pero el reconocimiento fue tan instantáneo, tan potente que casi la hace caer en el éxtasis.

Edward se colocó a horcajadas sobre las piernas de ella, cerniéndose. Los tendones estiraban su piel en columnas tensas. Después deslizó la boca a un seno y luego al otro, libando los pezones levantados, provocándolos con la lengua, forzando a que el sudor bañara su piel mientras ella se arqueaba contra él, sollozando su necesidad. Ella levantó la cabeza para besar el pecho velludo, mordisqueándolo y tirando de él con excitación urgente, en tanto la boca de Edward liberaba sus senos para dar paso a sus manos.

Por fin, en una especie de unión angustiada, él bajó sobre ella. El hombro de Edward estaba contra la mejilla de ella. Bella podía saborearlo. Los dedos masculinos se enterraron en su espalda. Bella se levantó para encontrarse con él hasta que la curva dura de su trasero se contrajo ante el primer empuje.

Y pronto estuvo dentro de ella y Bella lo tomó con fuerza. Lo apresaba con las piernas, urgiéndolo con los talones en tanto lo abrazaba y Edward la poseyó dura y desesperadamente, encerrado en su necesidad carnal. Cuando derramó su pasión gimiendo su éxtasis contra el cabello de Bella, el cuerpo de ella se convulsionó en un espasmo de placer; los pulsos internos golpearon mientras el mundo exterior se oscurecía en sus ojos cerrados. La sensación de alivio era abrumadora. Por un largo rato, pareció hundirse en una oscuridad rojo sangre hasta que el frenesí se disolvió en un leve cosquilleo, como el segundero de un reloj.

Gemía en cada susurro exhaustivo. La piel de él se movió un poco contra la de ella y después se quedó quieto, pesado, repleto y muy tibio.

Por último se separaron lado a lado con los ojos cerrados y la respiración irregular. Era como si percibieran una satisfacción total en el otro, traída por la violencia de su unión, demasiado frágil para perturbar. No hubo besos tiernos, ni suaves murmullos. No hubo dedos serios trazando los contornos de unos labios rozados. Sólo reinó el silencio de una satisfacción animal, lograda por fin.

Cuando el sudor se secó en sus pieles, cuando la respiración de ambos se normalizó, Bella sintió que Edward se volvía a ella. Bella abrió sus ojos oscuros y grandes. Los ojos de él estaban medio cerrados en una niebla azul detrás de pestañas densas y negras. La estudió así, como si no quisiera abrir los ojos bien. Bella desvió la mirada con incertidumbre.

—Fue bueno —comentó él con voz ronca y baja.

—Sí —acordó ella con el rostro vuelto. Después se sentó y se abrazó las rodillas. No quería que él mirara su cuerpo, si no lo miraba con amor. Era una especie de vergüenza instintiva, la presencia del pecado original la abrumó y la hizo sonrojarse. Se obligó a levantarse y tomar una bata blanca del gancho detrás de la puerta. Le dio la espalda mientras se la ponía y después regresó a la cama.

Él no comentó nada sobre su molestia. Cuando se atrevió a mirarlo, Edward miraba duramente al techo, como si estuviera de acuerdo con el pudor de ella.

—Aún creo que será mejor que me vaya —suspiro Bella, pasándose los dedos por el cabello.

Edward la miró entonces con frialdad e indiferencia.

—No —replicó—. Te quedarás. Me casé contigo porque te amaba. Nos quedaremos juntos. Las cosas cambiarán. Yo lo haré, tú lo harás.

—No cambiaré. No podría —lo miró con tristeza y dudó en abrirse por completo a él. Pero lo miró directamente, a pesar de que no quería hacerlo. No deseaba que le tuvieran lástima, o que sintiera culpa por ser insensible. Bella sabía que sólo siendo sincera con él podría enfrentarse al futuro.

Edward colocó las manos detrás de su cabeza y miró al techo. Bella estudió la frente, el cabello corto manchado de gris. Quería acariciar tiernamente la frente y aliviarlo. Decirle que todo estaría bien, aunque ella sabía que no. Lo amaba y sólo deseaba que fuera feliz.

Y entonces de pronto él se volvió a ella y la miró a los ojos.

—Cambiarás, Bella —expresó—. Te haré cambiar.

Bella se llevó las manos al rostro y frotó ansiosamente el puente de su nariz con el índice. Miró sus manos, la bata de toalla que llegaba a sus rodillas, y de pronto tuvo miedo. Lo amaba tanto, pero no lo conocía en absoluto. Sólo sabía que era un hombre que se saldría con la suya.


6 comentarios:

  1. wowwwwwwwwwww, que esconde este hombre

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  2. Por Dios que frialdad ya le dijo ella que lo mal interpretó y el como si nada
    Témpano de hielo
    Que trama o que escondera

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  3. Pero que pasó??? A Edward parece gustarle que ella lo rechace, porque cuando lo quiere, se aleja...
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  4. No entiendo a Edward, siento que no es sincero con Bella.

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  5. K??? K paso??? Inche edwrad fue demasiado frío con bella, el y alice tienen la culpa k mas keria??? Mensooooo.


    Muñeka no te demores con el cap k sigue ya k m dejas en ascuas

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  6. Yo de vacaciones perdiéndome la acción que enredos esto no me lo esperaba vamos al que sigue

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