Matriminio de Mentira 8

Edward se pasó toda la tarde trabajando y Bella, enroscada en un sillón, leyendo de espaldas a él. La tentación de acercarse a él era demasiado grande como para tenerlo de frente.

¿Había alguna oportunidad para ellos? Parecía que sí. Había esperanzas y optimismo, pero acelerar las cosas no iba a ayudar en nada.

A la hora de la cena, colaboraron para averiguar cómo funcionaba la barbacoa; después, comieron dentro. La conversación fue fluida y pronto se les hizo de noche.

Cuando la conversación fue decayendo, se quedaron sentados, mirando los troncos chisporroteantes de la chimenea.

Después, Edward se puso de pie y caminó hacia la ventana. Soltó una exclamación de sorpresa y llamó a Bella para que se uniera a él.

—Ven, Bella. Mira esto.

Ella se acercó y él le echó un brazo por los hombros.

—Mira —repitió.

El cielo estaba cuajado de estrellas y el aspecto cortaba la respiración.

—¡Vaya! Son infinitas, ¿verdad?

—¿Te gustaría viajar al espacio?

Ella lo miró sin saber si hablaba en broma o en serio.

—Eso es imposible —contestó ella, pensando en el brazo que tenía sobre los hombros.

—Nunca te ha gustado mucho la ciencia ficción, ¿verdad?

—Eso se lo dejo a los soñadores.

—¿No eres soñadora?

—Me gusta la realidad.

—¿Por qué?

Debería alejarse de él; tanta cercanía no le sentaba nada bien.

—Lo sueños sólo son la antesala de la decepción. Con la realidad sabes a qué atenerte.

Edward la giró y le levantó la barbilla para que lo mirara a los ojos.

—La realidad es para aquellos que no tienen imaginación. Para los que no creen en la fantasía. ¿Nunca has oído eso?

Sus ojos estaban llenos de vida, su cara brillaba en la penumbra por el efecto del fuego.

—¿Es eso lo que es esta luna de miel? ¿Una fantasía?

—Podría ser.

Sintió el calor de su pecho en las palmas de las manos. Su intención había sido empujarlo; pero una vez allí, sus manos se negaban a moverse.

Ella agachó la cabeza, pero él volvió a levantarle la cara.

—¿Qué tiene de malo la fantasía, Bella?

Ahora, podía sentir la calidez de su cuerpo contra el de ella y, sin saber muy bien lo que hacía, deslizó una mano alrededor de su cuello. ¿Por qué hacía aquello? ¿Cómo la había atraído él hacia aquella fantasía cuando ella prefería aferrarse a la realidad?

—¿De qué tipo de fantasía estaríamos hablando?

Él sonrió.

—De nuestra fantasía.

A pesar de lo que le decía la razón, Bella deslizó los dedos entre la abertura de su camisa para sentir la calidez de su piel. Lo necesitaba.

—Las fantasías son fugaces, Edward. No te puedes fiar de ellas. Desaparecen en cuanto la realidad hace acto de presencia.

—Sí… pero, mientras duran… —murmuró Edward.

—¿Mientras duran, qué?

—Son maravillosas.

Pero no duran, pensó decir, pero no podía soportar escucharse decir aquello. En lugar de eso, lo miró a la cara, a la boca, sin atreverse a enfrentarse a sus ojos.

Allí no había realidad. Sólo calor. Un calor intenso y cierto que la arrastraba hacia su fantasía. El corazón de él latía con fuerza.

El cuerpo de él estaba a escasos centímetros de distancia, pero para ella era igual que si estuviera a kilómetros; la necesidad de que la tocara era dolorosa.

Edward… —suspiró, pero apenas pudo oír su propia voz por el ruido que hacía su sangre bullendo por las venas.

¿Por qué no la estaba tocando cuando ella tanto lo necesitaba?

Edward estaba casi temblando. Deseaba tanto tocarla, arrastrarla hacia su fantasía; pero ¿podría aquello funcionar cuando ella estaba tan segura de lo contrario? Sólo hacía unos instantes había estado seguro, pero quizá todo acabara con ella sufriendo aún más.

Pero su piel era tan suave… Le tocó la cara y con un dedo se acercó a la comisura de sus labios. Ella cerró los ojos y él fue incapaz de resistirse.

Sus labios eran suaves, cálidos y le daban la bienvenida. Ella abrió la boca y lo rodeó con sus brazos y todo fue como un sueño. Un sueño que ya había vivido en muchas ocasiones con anterioridad.

¿Cómo habían podido perder aquello? No creía haber olvidado nada, ni lo que se sentía al tener el cuerpo de ella contra el de él, ni el sabor de sus labios, ni los ruiditos que ella emitía cuando quería más, cuando anhelaba más. Y, ahora, lo deseaba. Quería que la tocara, deseaba que la besara, lo deseaba a él.

No todo estaba perdido. Parecía que no había matado todo lo que ella había sentido por él. El sentimiento de alivio lo hizo sonreír contra la boca de ella. Ella también sonrió.

Él acercó los labios a su oído y le contó un chiste tonto e infantil que ya le había contado una docena de veces.

—No lo hagas, Edward —como una niña pequeña se tenía que tapar la boca con una mano para no reírse—. No puedo resistir que intentes hacerme reír con tus chistes horrorosos.

—Bien.

—¿Bien qué?

—No quiero que te resistas.

—Sé qué pretendes, Edward. Lo único que quieres es librarte de dormir en el colchón de aire.

Los ojos de él brillaron.

—¿Quieres que probemos el jacuzzi?

—No me mires así. He traído un traje de baño de lo más casto.

En aquel momento, el teléfono móvil de Bella comenzó a sonar. Los dos pegaron un salto por la sorpresa y Bella se dirigió apresuradamente a su bolso, preocupada de que pudiera ser Marie.

No era Marie. Era la voz vacilante de alguien que una vez había sido su amiga.

—¿Angela?

¿Por qué diablos iba a llamarla Angela? Una de las personas que le volvieron la espalda pensando que era una delincuente.

—Sólo… quería disculparme —dijo la mujer vacilante—. Sé que es imperdonable actuar como yo lo hice…

—¿De qué estás hablando?

—Ya sabemos todos que eras inocente, Bella. Edward nos mandó un e-mail explicándonos los resultados de la investigación —hizo una pausa—. Nos sentimos muy avergonzados.

—Espera… —se giró y vio que Edward había salido a la terraza. Corrió hacia la habitación y cerró la puerta—. ¿Qué fue lo que hizo Edward?

—¿No lo sabes?

—Pues no.

Edward nos dijo que iría a verte y te pediría disculpas en nombre de la empresa.

—Estoy fuera —le dijo a Angela, mientras miraba por la ventana al coche de Edward, lleno de polvo y mosquitos por los kilómetros recorridos—. Me imagino que intentó llamarme y no me localizó.

—¿Así que soy la primera que te está dando las buenas noticias? Todos saben que tú no lo hiciste, Bella. Nos da tanta vergüenza… No sabes cuánto lo sentimos… Todos.

La cabeza le daba vueltas.

—Gracias, Angela.

—¿Vas a volver? Sé que Edward quería pedírtelo. Los directores también quieren que vuelvas —la voz de Angela se tomó más seria—. Aunque, probablemente, sus motivos tengan más que ver con la enorme indemnización que lograrías si te decidieras a demandarlos.

—No sé…

—Bueno, yo sólo quería pedirte perdón.

—Está bien. Gracias, Angie.

Bella colgó el teléfono, pensativa. ¿Por qué no le había dicho nada Edward? Aquéllas eran unas noticias fantásticas.

Dejó el teléfono en la mesita y se dirigió al patio. Él levantó la cara y sonrió al verla.

—¿Era Marie?

—No.

¿Por qué no se lo habría dicho?, volvió a preguntarse Bella.

Tenía que haber un buen motivo, ella sabía que tenía que haberlo. Abrió la boca y, sin pensárselo dos veces, se lo dijo:

—Me ha llamado Angela, del trabajo.

Edward contuvo el aliento sin apartar los ojos de los de ella. Después, se relajó un poco al ver que no había furia en ellos.

—Entiendo.

—Me lo ha contado todo.

—Entonces, ya sabrás que tu nombre está limpio.

—Sí.

—Todos esperan que vuelvas. Pero yo lo entendería si no quisieras.

—Tengo que pensármelo —le dijo.

—¿No estás enfadada? —preguntó él.

Ella tomó aliento.

—No. No estoy enfadada porque espero que tengas una buena explicación.

Él la tomó de la mano y la llevó al interior de la casa.

—No sabía cómo decírtelo. Quería estar contigo un fin de semana primero. Probar suerte. Después, pensaba contártelo.

Ella se quedó un rato en silencio.

—Me has hecho mucho daño —dijo casi sin voz.

Él la miró a los ojos y asintió.

—Lo sé. Pero tú a mí también —ella se movió inquieta, pero lo dejó continuar—. No confiaste en mí. No creíste que estaba haciendo lo que creía mejor para nosotros.

—¡Ni siquiera querías reconocer que había un nosotros! —explotó ella—. Todo se habría solucionado si hubieras admitido que salíamos juntos.

—No, Bella —se acercó a ella y la tomó de las manos—. Ya hemos hablado de eso. El ladrón utilizó mi ordenador, mi contraseña. Si hubieran sabido que eras mi… novia, las sospechas habrían sido mayores —dejó escapar un suspiro—. No quisiste ni escuchar lo que tenía que decirte. Eso me dolió.

—Ahora lo sé. Pero, entonces, pensé que lo que no querías era reconocer nuestra relación —le dijo mirándolo con pena.

—Deberíamos haber luchado con más fuerza por nuestra relación, ¿verdad?

—Sí.

—Siento mucho haberte hecho daño.

Ella miró hacia el suelo. Después, levantó la cara.

—Yo también te hice daño. Lo siento.

—¿Crees que podríamos volver a empezar?

Ella lo miró con lágrimas en los ojos.

—No lo sé, Edward.

—¿Por qué?

No lo sabía porque nunca había sabido lo que sentía por ella, ni siquiera en aquel momento lo sabía. Pero eso no iba a reconocerlo; tenía demasiado orgullo.

—Porque podría volver a pasar. Podríamos volver a hacernos daño.

Él levantó la mano para acariciarle la mejilla. Ella hizo lo mismo.

—Intentaremos con todas nuestras fuerzas que no vuelva a pasar, ¿vale?

Ella se pegó a él y él la rodeó con los brazos. Volvía a estar bajo su hechizo, pero, esa vez, no estaba sintiendo que estuviera perdiendo; al contrario: estaba ganando. Los dos ganaban.

Levantó la cara hacia él y volvió a hundirla junto a su cuello.

—Vale. Lo intentaremos con todas nuestras fuerzas. 




7 comentarios:

  1. Gracias por la actu y feliz de que lo van a intentar

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  2. ahhhhhhhh que bien una segunda oportunidad,a aprovecahrla

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  3. Van a aprovechar la luna de miel para la reconciliación yupi!!!

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  4. Siiii!!! Así que el plan está funcionando.... Espero que Marie este contenta ;)
    Y ojalá puedan aprovechar esta luna de miel :D
    Besos​ gigantes!!!
    XOXO

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  5. Que bueno, se arreglaron!!!! Sin querer queriendo todo resultó como Edward quería :D

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  6. Ese matrimonio hoy se consumz 😉😙👏

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