Edward se pasó toda la tarde trabajando y Bella,
enroscada en un sillón, leyendo de espaldas a él. La tentación de acercarse a
él era demasiado grande como para tenerlo de frente.
¿Había
alguna oportunidad para ellos? Parecía que sí. Había esperanzas
y optimismo, pero acelerar las cosas no iba a ayudar en nada.
A la hora de la cena, colaboraron para averiguar
cómo funcionaba la barbacoa; después, comieron dentro. La conversación fue
fluida y pronto se les hizo de noche.
Cuando la conversación fue decayendo, se
quedaron sentados, mirando los troncos chisporroteantes de la chimenea.
Después, Edward
se puso de pie y caminó hacia la ventana. Soltó una exclamación de sorpresa y
llamó a Bella para que se uniera a
él.
—Ven, Bella.
Mira esto.
Ella se acercó y él le echó un brazo por los
hombros.
—Mira —repitió.
El cielo estaba cuajado de estrellas y el
aspecto cortaba la respiración.
—¡Vaya! Son infinitas, ¿verdad?
—¿Te gustaría viajar al espacio?
Ella lo miró sin saber si hablaba en broma o en
serio.
—Eso es imposible —contestó ella, pensando en el
brazo que tenía sobre los hombros.
—Nunca te ha gustado mucho la ciencia ficción,
¿verdad?
—Eso se lo dejo a los soñadores.
—¿No eres soñadora?
—Me gusta la realidad.
—¿Por qué?
Debería alejarse de él; tanta cercanía no le
sentaba nada bien.
—Lo sueños sólo son la antesala de la decepción.
Con la realidad sabes a qué atenerte.
Edward la giró y le levantó la barbilla para que lo mirara a los ojos.
—La realidad es para aquellos que no tienen
imaginación. Para los que no creen en la fantasía. ¿Nunca has oído eso?
Sus ojos estaban llenos de vida, su cara
brillaba en la penumbra por el efecto del fuego.
—¿Es eso lo que es esta luna de miel? ¿Una
fantasía?
—Podría ser.
Sintió el calor de su pecho en las palmas de las
manos. Su intención había sido empujarlo; pero una vez allí, sus manos se
negaban a moverse.
Ella agachó la cabeza, pero él volvió a
levantarle la cara.
—¿Qué tiene de malo la fantasía, Bella?
Ahora, podía sentir la calidez de su cuerpo
contra el de ella y, sin saber muy bien lo que hacía, deslizó una mano
alrededor de su cuello. ¿Por qué hacía
aquello? ¿Cómo la había atraído él
hacia aquella fantasía cuando ella prefería aferrarse a la realidad?
—¿De qué tipo de fantasía estaríamos hablando?
Él sonrió.
—De nuestra fantasía.
A pesar de lo que le decía la razón, Bella deslizó los dedos entre la
abertura de su camisa para sentir la calidez de su piel. Lo necesitaba.
—Las fantasías son fugaces, Edward. No te puedes fiar de ellas. Desaparecen en cuanto la realidad
hace acto de presencia.
—Sí… pero, mientras duran… —murmuró Edward.
—¿Mientras duran, qué?
—Son maravillosas.
Pero no
duran, pensó decir, pero no podía soportar escucharse
decir aquello. En lugar de eso, lo miró a la cara, a la boca, sin atreverse a
enfrentarse a sus ojos.
Allí no había realidad. Sólo calor. Un calor
intenso y cierto que la arrastraba hacia su fantasía. El corazón de él latía
con fuerza.
El cuerpo de él estaba a escasos centímetros de
distancia, pero para ella era igual que si estuviera a kilómetros; la necesidad
de que la tocara era dolorosa.
—Edward…
—suspiró, pero apenas pudo oír su propia voz por el ruido que hacía su sangre
bullendo por las venas.
¿Por qué
no la estaba tocando cuando ella tanto lo necesitaba?
Edward estaba casi temblando. Deseaba tanto tocarla, arrastrarla hacia su
fantasía; pero ¿podría aquello funcionar
cuando ella estaba tan segura de lo contrario? Sólo hacía unos instantes
había estado seguro, pero quizá todo acabara con ella sufriendo aún más.
Pero su piel era tan suave… Le tocó la cara y
con un dedo se acercó a la comisura de sus labios. Ella cerró los ojos y él fue
incapaz de resistirse.
Sus labios eran suaves, cálidos y le daban la
bienvenida. Ella abrió la boca y lo rodeó con sus brazos y todo fue como un
sueño. Un sueño que ya había vivido en muchas ocasiones con anterioridad.
¿Cómo habían podido perder aquello? No creía
haber olvidado nada, ni lo que se sentía al tener el cuerpo de ella contra el
de él, ni el sabor de sus labios, ni los ruiditos que ella emitía cuando quería
más, cuando anhelaba más. Y, ahora, lo deseaba. Quería que la tocara, deseaba
que la besara, lo deseaba a él.
No todo estaba perdido. Parecía que no había
matado todo lo que ella había sentido por él. El sentimiento de alivio lo hizo
sonreír contra la boca de ella. Ella también sonrió.
Él acercó los labios a su oído y le contó un
chiste tonto e infantil que ya le había contado una docena de veces.
—No lo hagas, Edward —como una niña pequeña se tenía que tapar la boca con una
mano para no reírse—. No puedo resistir que intentes hacerme reír con tus
chistes horrorosos.
—Bien.
—¿Bien qué?
—No quiero que te resistas.
—Sé qué pretendes, Edward. Lo único que quieres es librarte de dormir en el colchón de
aire.
Los ojos de él brillaron.
—¿Quieres que probemos el jacuzzi?
—No me mires así. He traído un traje de baño de
lo más casto.
En aquel momento, el teléfono móvil de Bella comenzó a sonar. Los dos pegaron
un salto por la sorpresa y Bella se
dirigió apresuradamente a su bolso, preocupada de que pudiera ser Marie.
No era Marie.
Era la voz vacilante de alguien que una vez había sido su amiga.
—¿Angela?
¿Por qué
diablos iba a llamarla Angela? Una de las personas que
le volvieron la espalda pensando que era una delincuente.
—Sólo… quería disculparme —dijo la mujer
vacilante—. Sé que es imperdonable actuar como yo lo hice…
—¿De qué estás hablando?
—Ya sabemos todos que eras inocente, Bella. Edward nos mandó un e-mail explicándonos los resultados de la
investigación —hizo una pausa—. Nos sentimos muy avergonzados.
—Espera… —se giró y vio que Edward había salido a la terraza. Corrió hacia la habitación y
cerró la puerta—. ¿Qué fue lo que hizo Edward?
—¿No lo sabes?
—Pues no.
—Edward
nos dijo que iría a verte y te pediría disculpas en nombre de la empresa.
—Estoy fuera —le dijo a Angela, mientras miraba por la ventana al coche de Edward, lleno de polvo y mosquitos por
los kilómetros recorridos—. Me imagino que intentó llamarme y no me localizó.
—¿Así que soy la primera que te está dando las buenas
noticias? Todos saben que tú no lo hiciste, Bella.
Nos da tanta vergüenza… No sabes cuánto lo sentimos… Todos.
La cabeza le daba vueltas.
—Gracias, Angela.
—¿Vas a volver? Sé que Edward quería pedírtelo. Los directores también quieren que vuelvas
—la voz de Angela se tomó más seria—.
Aunque, probablemente, sus motivos tengan más que ver con la enorme
indemnización que lograrías si te decidieras a demandarlos.
—No sé…
—Bueno, yo sólo quería pedirte perdón.
—Está bien. Gracias, Angie.
Bella colgó el teléfono, pensativa. ¿Por
qué no le había dicho nada Edward? Aquéllas eran unas noticias fantásticas.
Dejó el teléfono en la mesita y se dirigió al
patio. Él levantó la cara y sonrió al verla.
—¿Era Marie?
—No.
¿Por qué
no se lo habría dicho?, volvió a preguntarse Bella.
Tenía que haber un buen motivo, ella sabía que
tenía que haberlo. Abrió la boca y, sin pensárselo dos veces, se lo dijo:
—Me ha llamado Angela, del trabajo.
Edward contuvo el aliento sin apartar los ojos de los de ella. Después, se
relajó un poco al ver que no había furia en ellos.
—Entiendo.
—Me lo ha contado todo.
—Entonces, ya sabrás que tu nombre está limpio.
—Sí.
—Todos esperan que vuelvas. Pero yo lo
entendería si no quisieras.
—Tengo que pensármelo —le dijo.
—¿No estás enfadada? —preguntó él.
Ella tomó aliento.
—No. No estoy enfadada porque espero que tengas
una buena explicación.
Él la tomó de la mano y la llevó al interior de
la casa.
—No sabía cómo decírtelo. Quería estar contigo
un fin de semana primero. Probar suerte. Después, pensaba contártelo.
Ella se quedó un rato en silencio.
—Me has hecho mucho daño —dijo casi sin voz.
Él la miró a los ojos y asintió.
—Lo sé. Pero tú a mí también —ella se movió
inquieta, pero lo dejó continuar—. No confiaste en mí. No creíste que estaba
haciendo lo que creía mejor para nosotros.
—¡Ni siquiera querías reconocer que había un
nosotros! —explotó ella—. Todo se habría solucionado si hubieras admitido que
salíamos juntos.
—No, Bella
—se acercó a ella y la tomó de las manos—. Ya hemos hablado de eso. El ladrón
utilizó mi ordenador, mi contraseña. Si hubieran sabido que eras mi… novia, las
sospechas habrían sido mayores —dejó escapar un suspiro—. No quisiste ni
escuchar lo que tenía que decirte. Eso me dolió.
—Ahora lo sé. Pero, entonces, pensé que lo que
no querías era reconocer nuestra relación —le dijo mirándolo con pena.
—Deberíamos haber luchado con más fuerza por
nuestra relación, ¿verdad?
—Sí.
—Siento mucho haberte hecho daño.
Ella miró hacia el suelo. Después, levantó la
cara.
—Yo también te hice daño. Lo siento.
—¿Crees que podríamos volver a empezar?
Ella lo miró con lágrimas en los ojos.
—No lo sé, Edward.
—¿Por qué?
No lo sabía porque nunca había sabido lo que
sentía por ella, ni siquiera en aquel momento lo sabía. Pero eso no iba a
reconocerlo; tenía demasiado orgullo.
—Porque podría volver a pasar. Podríamos volver
a hacernos daño.
Él levantó la mano para acariciarle la mejilla.
Ella hizo lo mismo.
—Intentaremos con todas nuestras fuerzas que no
vuelva a pasar, ¿vale?
Ella se pegó a él y él la rodeó con los brazos.
Volvía a estar bajo su hechizo, pero, esa vez, no estaba sintiendo que
estuviera perdiendo; al contrario: estaba ganando. Los dos ganaban.
Levantó la cara hacia él y volvió a hundirla
junto a su cuello.
Gracias por la actu y feliz de que lo van a intentar
ResponderEliminarahhhhhhhh que bien una segunda oportunidad,a aprovecahrla
ResponderEliminarVan a aprovechar la luna de miel para la reconciliación yupi!!!
ResponderEliminarSiiii!!! Así que el plan está funcionando.... Espero que Marie este contenta ;)
ResponderEliminarY ojalá puedan aprovechar esta luna de miel :D
Besos gigantes!!!
XOXO
Graciaaaas
ResponderEliminarQue bueno, se arreglaron!!!! Sin querer queriendo todo resultó como Edward quería :D
ResponderEliminarEse matrimonio hoy se consumz 😉😙👏
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