Matrimonio de Mentira 1

Cinco semanas más tarde.

Tenía que volver a verlo.

Isabella iba soltando un improperio detrás de otro mientras agarraba el teléfono inalámbrico del salón y se dirigía hacia el sofá. Agarró un cojín y se lo puso en la espalda para estar más cómoda.

Tenía que volver a ver a Edward. Aquello casi logra alejar de su cabeza la preocupación constante que sentía por su abuela. Casi.

Se hundió en el sofá y se llevó las rodillas contra el pecho. Desde que su abuela le había pedido que hiciera aquello, tenía un dolor de cabeza insoportable. No era de extrañar. Si había algún momento propicio para que le doliera la cabeza, ése era el momento.

Miró el teléfono que tenía entre los dedos, sorprendida de que no le temblara la mano. Tenía que llamar a Edward para pedirle que fuera para allá.

Ésa no era la llamada que ella quería hacer. Él no era el hombre al que quería ver. Habían pasado demasiadas cosas y, sólo cinco semanas después, el dolor y el enfado ni siquiera se habían comenzado a desvanecer.

Pero no tenía otra alternativa. La abuela quería verlo y él era su ahijado, el sobrino de su marido, probablemente, la persona que más le gustaba del mundo.

Por supuesto que iba a llamarlo. Por la abuela. Si fuera por ella, era capaz de cambiar aquella llamada de dos minutos por toda una tarde viendo programas basura. O de darse un paseo por encima de un camino de carbón ardiendo. O por dos horas dando un discurso. O…

Apretó los dientes al darse cuenta de que estaba desvariando.

Lo tenía que hacer y ya estaba. Y justo en aquel momento, porque si no, corría el peligro de que el valor la abandonara y de que no volviera a tenerlo nunca. Tampoco pasaba nada. Era absurdo que su corazón le latiera como si se le fuera a salir del pecho sólo por pensar que iba a volver a oír su voz.

Ya había acabado todo. Había acabado con él.

—Todo ha terminado —se encontró murmurando y casi le pareció verdad cuando lo oyó de sus propios labios. Todo había terminado.

Tomó aliento y marcó el número.

¿Cómo era posible que después de cinco semanas todavía se supiera el número de memoria? Cinco largas semanas y sus dedos todavía marcaban los números con la misma facilidad de siempre. Con la misma facilidad con la que lo marcaba deseosa de oír su voz. Cuando su calidez y el calor que sentía por ella le llegaba a través del hilo telefónico sin importar la distancia.

Ahora, era un extraño. La distancia era interna y emocional en lugar de geográfica; y más real. Tenía que recordarlo aunque su mente evocara la manera en la que él cambiaba de tono al reconocerla y el tono frío y apresurado de un hombre de negocios se convertía en el saludo cálido y cómplice que un hombre reservaba para su mujer.

Bella cerró los ojos y apretó el teléfono contra su corazón. Ya había terminado todo, se repitió para sí misma. Ahora ya no significaba nada para ella, sólo era el ahijado de su abuela, un amigo de la familia. ¡Eso era todo!

Aun así, a punto estuvo de perder los nervios cuando él contestó. El sonido de su voz hizo que el corazón le diera un vuelco y que la verdad la mirara a la cara.

¿Que todo había terminado? ¡Ja!

No había superado nada.

Ni tampoco estaba cerca de superarlo.

Casi se había convencido de que sí; pero eso era porque no lo había visto, no lo había oído. La abuela tenía una foto suya encima del tapete de la mesa, junto a otras fotos; pero ella había logrado ocultarla detrás de las demás para que sus ojos risueños no se rieran de ella cada vez que entraba en la habitación.

Pero en aquel momento lo estaba oyendo y todo su ser se estaba alterando.

Su voz era la de siempre: rápida, impersonal; impaciente cuando tuvo que repetir el «diga» porque ella no respondía.

Bella cerró los ojos, enfadada consigo misma por dejar que la afectara tanto. Sólo habían pasado unas semanas, se recordó. El tiempo lo arreglaría. Los corazones rotos se curaban. ¿Verdad que sí?

Quizá el hecho de volver a verlo, como un extraño, era el revulsivo que necesitaba. Sí. Quizá.

Podía suceder.

—Edward… yo… Edward —tartamudeó, después se mordió le labio. Aquello no era lo que había pensado decir. Sus intenciones habían sido hablar con frialdad y distanciamiento, llamarlo Anthony en lugar de Edward e informarlo de la situación.

Cerró los ojos. Sin embargo, había pronunciado su nombre, justo como hacía cuando…

No. Aquellos recuerdos pertenecían al pasado. No quería recordar. No quería acordarse de nada de lo que había ocurrido durante los meses que habían estado juntos, especialmente de la calidez de su piel junto a sus labios, de la sonrisa sorprendida cuando ella lo besaba de manera inesperada, ni de aquellas mañanas en su piso… Tampoco quería rememorar cuando él tardaba diez minutos en salir de la cama porque no quería separarse de ella; aunque trabajan en la misma empresa, la oficina de Bella estaba en el otro extremo del edificio.

¡Ay! Se tiró del pelo para castigarse. Parecía que su cerebro estaba muy activo aquella mañana.

Quizá debiera colgar. Tal vez, no la había reconocido. Podía hacer que otra persona lo llamara para darle el recado de la abuela.

La voz de Edward cambió y sonó más alta y clara, como si se hubiera acercado más el teléfono a la cara.

—¿Diga? ¿Bella? ¿Isabella? ¿Eres tú?

Isabella hizo una mueca mientras la esperanza de colgar de manera anónima desaparecía. Había reconocido su voz. Aquello era lo más normal; sin embargo, no pudo evitar sentir un escalofrío al escuchar su nombre en labios de él.

Su voz había sonado sorprendida e incrédula; pero no había sonado enfadada, tal vez cautelosa.

Ella ya lo había oído enfadado una vez. Pero no al principio. En esa época, sólo había habido sorpresa, molestia e irritación y un montón de eficacia y rapidez para suavizar las cosas, para quitarla de en medio, para acallar el asunto en lugar de salir en su defensa. El enfado había llegado después, cuando ella le dijo que todo había acabado, que no podía seguir viendo a alguien que no confiaba en ella, alguien que no daba la cara para reconocer públicamente su relación, incluso cuando eso la hubiera librado de la acusación. «Si confiaras en mí, estarías conmigo» Esas habían sido sus palabras mientras sentía que el corazón se le rompía.

Por supuesto, lo que aquellas palabras habían querido decir era que si la hubiera amado, habría estado a su lado.

Igual que Isabella no había querido decir nada sobre su relación. El presidente no podía tener nada con sus empleados y ella no iba a decirlo sin su consentimiento, aun cuando eso significara que se estaba jugando el empleo y los amigos que allí había hecho.

En aquel momento, no le había importado porque había tenido la certeza de que él lo aclararía todo a su vuelta. Si hubiera confiado en ella, si la hubiera amado, lo habría hecho.

El asunto estaba claro, por supuesto: ni confiaba en ella ni la amaba.

Pero ahora ya no se trataba de ellos, se trataba de la abuela.

—¿Bella? —repitió Edward, con impaciencia—. Eres tú, ¿verdad?

Ella apretó el teléfono y se aclaró la garganta.

—Sí, soy yo. Hola, Edward. Te llamo porque… Se trata de mi abuela. Estoy en su casa; llevo aquí unos días… Bueno, casi dos semanas. No se encuentra muy bien. Quiere verte. Dice que… —hizo una pausa para tragarse el nudo que tenía en la garganta; sin embargo, sus palabras sonaron como graznidos que traicionaban las lágrimas de sus ojos—. Edward, quizá está exagerando, ya sabes cómo es a veces, pero… dice que tiene que verte antes de morirse.

El silencio al otro lado de la línea duró un segundo.

—Voy en cuanto pueda —dijo él y colgó sin despedirse.

Bella se quedó con el auricular pegado a la oreja un segundo más, después, lo dejó en su sitio. Tomó aliento sin saber si se sentía aliviada de que la conversación hubiera acabado o si se moría de miedo porque él podía llegar en cualquier momento. «Olvídalo», se dijo a sí misma. «La abuela ha dicho que quiere verlo y eso es lo único que importa»

—¿Va a venir? —le preguntó su abuela, con su mirada azul tan penetrante y viva como siempre. Estaba recostada sobre unos almohadones y parecía muy pequeña en aquella enorme cama con dosel. Encima de la mesita tenía unos pasatiempos y una radio pequeña. Era una mujer que se esforzaba en mantener la mente activa. Se enorgullecía de levantarse muy temprano, de estar siempre bien arreglada y de estar ocupada todo el día. Sin embargo, últimamente, sólo se ponía una bata y apenas se levantaba de la cama. Bella había ido a visitarla hacía dos semanas y, desde entonces, sólo se había separado de su lado para ir a trabajar.

—Sí, abuela. Va a venir —confirmó Bella mientras se sentaba en su sillón habitual a los pies de la cama—. Me ha dicho que vendrá en cuanto pueda. Aunque eso puede que sea mañana.

Su abuela sonrió.

—Lo sé. Trabaja demasiado. Tendrías que intervenir para que trabajara menos. Últimamente, parece que no os veis mucho.

—Edward está muy ocupado —dijo Bella evadiendo la pregunta, con una sonrisa forzada—. Pero va a venir, ya sabes que siempre encuentra un hueco para su bruja preferida.

Como era de esperar, la abuela soltó una carcajada por el chiste de siempre.

—Bueno, no me gusta molestarlo, pero necesito ver a ese chico —dijo, entrecerrando los ojos—. Tengo que hablar con él de un asunto. Necesito saber cómo pretende tratar a mi nieta el resto de su vida. Tengo algo que decirle al respecto, cosas como lo importante que es pasar los fines de semana junto a su mujer; algo que no ha estado haciendo últimamente.

Isabella miró hacia abajo, intentando ocultar su expresión. Su omisión de la verdad la perseguía. Todavía no sabía cómo salir de aquella situación.

—Abuela, Edward ha estado muy ocupado últimamente. Yo lo acepto igual que él lo acepta cuando soy yo la que tiene mucho trabajo. Así es la vida. No necesitas hablar con él de nada de eso. Estamos muy bien como estamos.

—No pienso dejar este mundo sin hablar con él de ti. Vais a pasar vuestra vida juntos y yo tengo algunos consejos que daros. En especial a ti, sobre cómo tratar con hombres de mal genio.

—Edward no tiene mal genio —dijo Bella, sorprendida de descubrir que estaba sonriendo.

—Sabe controlarse muy bien; pero tiene mucho temperamento —murmuró la abuela—. Un león cuando se trata de proteger a su mujer, espera y verás.

La sonrisa de Bella se desvaneció. Si su abuela supiera… Edward no la había protegido cuando debía haberlo hecho y eso aún le dolía. Y, probablemente, su abuela tenía razón: Edward haría lo que fuera para proteger a su mujer. Y sólo podía significar una cosa: que ella nunca había sido suya. No de la manera que realmente importaba.

—Lo más importante es buscar tiempo para vosotros dos —continuó su abuela—. Cuando tengáis niños, tendréis que buscar a alguien que os los cuide de vez en cuando para tener tiempo para vosotros.

—¿Tener niños?

—Sé que me estoy adelantando; pero no tengo mucho tiempo para decirte todo lo que quiero.

—Tienes tiempo de sobra —le dijo Isabella con firmeza, intentando ocultar el temor que le provocaba aquella manera de hablar.

Su abuela estaba convencida de que estaba a punto de morir. Y aquella convicción era contagiosa.

—No, tesoro. No me importa y espero que no me lloréis mucho. Seguro que el otro lado es más divertido. Os guardaré un sitio para ti y para Edward. Pero, primero, tengo que hablar con Edward —continuó ella—. ¿Está la casa limpia?

Isabella no pudo evitar una sonrisa.

—Sí, abuela. Todo está perfecto.

—Bien, no queremos que Edward piense que somos unas dejadas.

—No lo pensará.

Su abuela suspiró, echó la cabeza para atrás y cerró los ojos.

—Necesito dormir un rato. Por favor, tráeme a Edward cuando llegue.

—Por supuesto —Isabella le dio un beso en la mejilla y se dirigió hacia la puerta—. Toca la campanilla si necesitas algo.

Su abuela murmuró algo, ya medio dormida. Bella se aseguró de que tenía la campanilla al alcance de la mano y salió de puntillas de la habitación.

Estaba cansada. Su abuela no le daba mucho trabajo, pero sus constantes alusiones a la muerte eran agotadoras. Y no había nadie más para ayudar. Su madre y su padre estaban en África grabando uno de sus documentales.

Isabella se puso a recoger la cocina.

A su abuela, probablemente, le preocupaba que Edward pensara que no era la esposa ideal, dedujo con ironía. Era una manera de pensar curiosa. Por un lado, había insistido en que su única nieta fuera a la universidad pero, por otro, esperaba que en cuanto encontrara marido se dedicara a su casa y a su familia.

Volvió a desear que Edward le hubiera dicho la hora exacta a la que iba a llegar. Quería verlo antes de que llamara al timbre porque no quería que despertara a la abuela; primero tenía cosas que discutir con él.

Mucho antes de lo que había imaginado, el coche de él aparcó a la entrada de la casa. Isabella sintió que el corazón le latía tan rápido que se le iba a salir del pecho. Todavía tenía el mismo coche, pero, claro, sólo habían pasado cinco semanas.

Se quedó mirando tras las cortinas y lo vio salir del vehículo. Él miró hacia la ventana de su abuela mientras caminaba hacia la puerta. Parecía serio y cansado.

Isabella abrió la puerta, la oscuridad del vestíbulo la protegía. Lo miró con una sonrisa que pretendía ser distante, pero que acabó en una mueca. Edward no sonrió y ella se dio cuenta de que echaba en falta la sonrisa con la que solía recibirla. La saludó con la cabeza, de manera cortante, mientras con la mirada la recorría de los pies a la cabeza.

—Hola, Bella —dijo sin sonreír y ella tuvo que dar un paso hacia atrás porque su cercanía la impedía pensar con claridad. El calor que emitía parecía alcanzarla y, a pesar de todo lo que había sucedido entre ellos, todavía sentía el deseo casi incontrolable de lanzarse a sus brazos.

Un sentimiento odioso, por otra parte.

No había cambiado desde la última vez que lo había visto. Aunque las personas no cambiaban en tan poco tiempo. No, a menos que les ocurriera algún acontecimiento de vital importancia, algo que les arrancara la vida, su existencia y la volviera patas arriba.

Obviamente, nada de eso le había pasado a él.
Edward encendió la luz y se quedó mirándola, su expresión cambió de seria a sorprendida.

—Has cambiado, Bella —tomó aliento y alargó el brazo para tocarla; pero en el último momento, a escasos milímetros de su pelo, retiró la mano—. ¿Qué te has hecho en el pelo?

Parecía furioso. Isabella se tocó el pelo. Se lo había cortado. De hecho, el de Edward parecía más largo. Se había dejado llevar por la furia y había ido a la peluquería para que se lo dejaran muy corto. Parecía una oveja trasquilada.

Le hubiera dicho que no era asunto suyo, pero, en lugar de eso, mostró una sonrisa fría y lo saludó distante.

—Hola, Edward. Me alegro de que hayas podido venir.

La mirada de Edward seguía fija en su pelo. Estaba libido. Quizá no la hubiera amado a ella, pero, desde luego, había adorado su pelo. Isabella se enderezó, encantada con su nuevo corte.
Él dirigió la mirada hacia su cara y entrecerró los ojos.

—Tienes un aspecto fatal, Bella. Estás más delgada. ¿Es que no has estado comiendo?

¿Había un tono de culpabilidad en su voz? ¿Sorpresa? ¿Acaso pensaba que ella estaba sufriendo por él?

Ella lo ignoró. Ignoraría todos sus comentarios personales y se centraría en la abuela.

—Gracias por venir —logró decir con un tono amistoso—. La abuela se pondrá muy contenta de verte.

Edward dejó de escudriñarla y miró hacia las escaleras. Se quitó los guantes y los metió en los bolsillos de la chaqueta. El enfado desapareció de sus ojos.

—¿Qué tal está?

Bella se encogió de hombros.

—Piensa que se está muriendo —dijo, desilusionada al ver que su voz se rompía—. No lo sabemos. Ya no se levanta de la cama porque se encuentra muy débil. No está enferma; pero es una mujer mayor. El médico dice que no ve nada, que no hay ningún motivo para que piense que se está muriendo… pero ella está tan segura que es imposible no preocuparse…

Edward alargó la mano. Había compasión en su mirada. Pero ella se alejó.

—Necesita verte —dijo apretando los dientes al darse cuenta de que deseaba su contacto—. Por eso te he llamado. Me pidió que lo hiciera.

Edward se dirigió hacia las escaleras, sin quitarse la chaqueta. Ella lo agarró del brazo.

—Espera. Ahora está dormida. Además, ya no está arriba, ha preferido mudarse a la habitación de abajo.

Edward se paró y la miró. Ella le soltó el brazo.

—No duerme muy bien últimamente por lo que preferiría dejarla dormir. A menos que tengas que volver inmediatamente al trabajo…

Edward negó con la cabeza y se quitó la chaqueta. La dejó sobre una silla y la volvió a mirar.

—No. He dicho que tenía una urgencia familiar y que estaría fuera. He traído mi ordenador portátil por lo que si me das una silla y me dejas un sitio donde pueda conectarme a Internet, estaré bien durante unos días.

¿Unos días? ¡Ella no podría vivir con él allí unos días!

—Edward, no tienes que quedarte. La abuela sólo quiere hablar contigo —se mordió el labio. Tenía que decirle que la abuela no sabía nada de su ruptura; tenía que saberlo antes de que fuera a hablar con ella—. ¿Quieres un café? —fue todo lo que se atrevió a decir.

—Sí, gracias. ¿Por qué está en la habitación de invitados?

—Lo sugirió ella. Le estaba costando bastante subir y bajar las escaleras y decidió instalarse abajo. Pero, desde hace dos semanas aproximadamente, apenas se levanta de la cama. Así que, me mudé a vivir con ella. Ya te he dicho que el médico no le ve nada; pero parece que se está preparando para dejarnos.

Edward apoyó los codos sobre la mesa y se pasó las manos por el pelo.

—Hace meses que no la veo… desde que empezamos…

—Pregunta mucho por ti —lo interrumpió ella.

—¿Ah, sí?

—Sí… —Isabella apretó los puños. «Díselo», se gritó a sí misma; pero, de alguna manera, no logró encontrar el coraje para hacerlo. Era demasiado complicado. No sabía cómo iba a explicarle sus motivos.

Él dejó escapar una maldición.

—Debería haber venido a verla más a menudo.

El suave sonido de la campana sonó en la cocina y, antes de que Isabella soltara su taza, Edward ya había salido de la habitación.

—Edward. Espera. Tengo que decirte…

Demasiado tarde. Ya había salido corriendo hacia la habitación de su abuela. Isabella se alejó de la mesa y corrió tras él, insultándose por su cobardía.

Cuando entró en la habitación, Edward estaba inclinado sobre su abuela, con los brazos alrededor de ella. La cara de la anciana brillaba de felicidad.

—¡Marie! —dijo Edward con calidez—. ¡Cuánto tiempo! Ya sabes que cuando trabajo me olvido de todo. No deberías permitírmelo.

La abuela sonrió, sus ojos azules brillaban de emoción. Aun así, no se incorporó para recibir a su ahijado, una mala señal.

—¿Te olvidas de todo? Espero que no de absolutamente todo —dijo mirando a Isabella con una sonrisa.

Edward también miró hacia ella, con sorpresa.

—Os dejo solos —dijo Isabella. Era demasiado tarde. Había cometido el gran error de no decirle nada a Edward. Esperaba que él se diera cuenta y le siguiera la corriente—. Llámame si necesitas algo.

—No, espera, Bella —dijo la abuela, alzando una mano temblorosa—. No te vayas. Quiero que estés tú también. Necesito hablar con los dos.

Isabella dudó un instante, después, se acercó a la cama de su abuela, al extremo opuesto del que estaba Edward. Se sentó en el borde del colchón. Edward acercó una silla y también se sentó.

—¿Qué tal estás, vieja bruja? —preguntó él, apretándole la mano—. La última vez que te vi todavía me ganabas al ajedrez. ¿Qué haces en la cama a estas horas? ¿Te ha robado alguien toda la ropa del armario?

Isabella vio cómo se le iluminaba la cara a su abuela mientras arremetía contra Edward. Debería haberlo llamado antes, se dijo.

—Me alegro tanto de poderos tener aquí a los dos por fin. ¿Sabéis? Creo que no me queda mucho tiempo para descubrir qué hay detrás de la muerte —negó con la cabeza cuando Edward empezó a protestar—. No. Soy vieja y estoy cansada. Pronto estaré lista —hizo una pausa para tomar aliento—. Tengo que pediros algo.

—Lo que tú quieras —dijo Edward—. Lo sabes. Sólo tienes que abrir esa boca y correremos a satisfacerte.

La cara de la abuela se llenó de arrugas al esbozar una gran sonrisa. Sus ojos brillaban al mirar a Edward.

—Me alegro —apretó sus manos con fuerza—, porque quiero veros casados antes de irme.


4 comentarios:

  1. Ohhhh lo que menos quería Bella, volver a verlo y tenerlo cerca.... pero será que Edward si accede a hacer lo que dice la abuela???
    Espero que puedan arreglar sus diferencias ;)
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  2. Pues ni modo, a hacer el sacrificio por su abuelita 😉😁😁

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  3. Jajajajaj, esto se va a poner bueno.

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