—¡Vaya! ¡Que nos casemos! No pierdes el tiempo,
¿verdad, Marie? —miró a Isabella entre confundido y atónito. De hecho, la miró
como si esperara que ella arreglara aquel lío.
Isabella abrió la boca, pero sólo logró emitir
un sonido chirriante. Su abuela le apretó la mano y la acercó para unirla con
la de Edward. La mano de él estaba caliente, quizá porque la suya estaba fría
como el hielo; un estado bastante común en ella desde que rompieron. Sintió que
el corazón le daba un vuelco por el contacto y apretó la mandíbula. Aquél no
era el momento de sentir autocompasión o de pensar en su corazón roto. Aquél
era el momento de pensar en su abuela que se había hecho una idea equivocada. Y
todo por su culpa.
—Sé que no hace mucho que salís —continuó la
anciana—. Quizá, incluso todavía lo mantengáis en secreto para la mayoría de la
gente. Pero, yo os he visto juntos. No hace falta que pongáis esa cara de
asombro.
Isabella sintió que se ponía roja como la grana cuando
la mirada acusadora de Edward se posó sobre ella.
La abuela soltó la mano de Isabella y acarició a
Edward.
—Lo entiendes, Edward, ¿verdad? Necesito ver a
mi pequeña a salvo. Nunca ha podido contar con sus padres y no podría dejar
este mundo tranquila si ella se quedara sola.
—Marie… —dijo Edward, con una voz muy tenue—. Bella
no es ninguna niña pequeña. Es una mujer adulta e independiente, con una
carrera. No necesita a ningún marido para «estar
a salvo» Ella puede cuidar de sí misma.
—Tienes razón, Edward. No necesita un marido;
pero te necesita a ti —la mujer negó con la cabeza—. Sé que esto puede sonar un
poco anticuado; pero lo necesito —le dijo con un guiño—. ¿No querrás que vague
por esta casa durante siglos, verdad?
—Abuela… —Isabella se sentía culpable de todo
aquello, pero el plan de su abuela la ponía furiosa—. No puede ser. No estamos
listos. Por favor, no nos pidas algo así.
La mujer suspiró.
—Y yo que pensé que nunca le negaríais a esta pobre
anciana un último deseo en su lecho de muerte.
A Isabella le daba miedo de que aquél fuera realmente
su lecho de muerte; por eso, intentó mantener la calma.
—Abuela, sabes que te quiero. Haría casi cualquier
cosa por ti —meneó la cabeza—. Pero no me voy a casar sólo porque tú quieras.
Su abuela respiró hondo.
—No digas que no tan rápidamente, cielo.
Piénsatelo. Consúltalo con la almohada. Edward, ¿qué me dices? Te lo vas a
pensar, ¿verdad? Eso es todo lo que os pido.
—Marie, a nadie le gusta que lo obliguen a casarse
—contestó Edward e Isabella dejó escapar un suspiro de alivio al ver que él
enfocaba el asunto con lógica, pero, a la vez, con amabilidad—. Además, un
matrimonio no cambiaría nuestra relación.
—Ya es demasiado tarde para conocer a vuestros
hijos, así que, quiero veros juntos antes de irme. El matrimonio es un
santuario, chicos. Sé que os amáis. Si os casáis sé que estaréis juntos para
siempre. Edward, sé que quieres a Isabella y que cuidarás de ella; pero los dos
necesitáis el compromiso que viene con el matrimonio.
La sonrisa de él era triste.
—¿Sabes Marie? No hay ninguna garantía. Ni con
el amor ni con el matrimonio.
—No digas eso, Edward. Tienes que entrar en este
matrimonio con optimismo.
Edward meneó la cabeza y su tono sonó más duro.
—Marie, por favor, déjalo. Isabella y yo no estamos
listos para casarnos todavía.
A pesar de la sorpresa y el enfado que le habían
provocado los planes de su abuela, a Isabella le dolió ver la decepción reflejada
en el rostro de la anciana. La salud de la mujer era muy frágil. Al principio,
no le había apetecido disgustarla con la noticia de su ruptura; sobre todo
porque no quería darle explicaciones sobre los dolorosos motivos. Eso la habría
forzado a tomar partido y tampoco quería eso. Así que, día tras día, había
pospuesto el momento de darle la noticia. Había sido mucho más fácil dejarla
creer que seguían juntos y que las horas extra que hacía en su nuevo trabajo
las pasaba con él. Había dejado el problema de lado, con la esperanza…
Se mordió el labio. Había esperado que Edward
fuera el que se lo comunicara. Después de todo, habían cortado por su culpa.
¿Por qué tenía que ser ella la que le rompiera el corazón a la anciana? Por
supuesto, Edward no veía a Marie muy a menudo, así que, no había tenido la
oportunidad de decirle nada.
Su abuela adoraba a Edward, por eso sabía que no
llevaría nada bien la noticia de la ruptura; pero si hubiera sabido que les iba
a pedir que se casaran…
Y ahora ya no se lo podían decir. No cuando estaba
tan débil. ¿Pensaría Edward igual que ella?
Lo miró de reojo. Todavía tenía su mano entre
las de la anciana. Su expresión era de estar dándole vueltas a la cabeza. La
sorpresa había desaparecido por completo. Al menos, había comprendido que aquél
no era el momento de decirle la verdad, pensó con gran alivio.
—Nunca se está preparado para el matrimonio —espetó
la señora—. Ni siquiera cuando uno creer estar listo.
—Nosotros no estamos ni listos ni preparados.
Ninguno de los dos. Quién sabe lo que pasará en el futuro —dijo para que su
abuela no sospechara nada. Casi suelta una carcajada al ver la cara de asombro
de Edward.
Cuando estaban saliendo juntos, ella ya había soñado
con el matrimonio; pero dudaba mucho que a él se le hubiera pasado por la
cabeza. Lo más cerca que había estado de confesarle sus sentimientos había sido
cuando, medio dormido, le había susurrado que no se podía estar más cerca. En
aquel momento, ella se había sentido feliz y, con la boca pegada a su piel para
que no se escapara ningún sonido, le había dicho «te quiero» No podía decirle lo que sentía cuando él no le había
hablado nunca de sus sentimientos.
—Pero está tan claro que estáis enamorados —dijo
Marie con una sonrisa en los labios—. Estaba tan claro que os amabais el día
que Bella entró en casa con los patines colgando del cuello y con una sonrisa
tan enorme que parecía que se le iba a partir la cara.
Isabella se puso colorada y agachó la cabeza
para ocultar la cara.
—Abuela, por favor… No hablemos de eso.
La mujer guiñó un ojo a Edward.
—¿Sería aquél el día del primer beso?
Isabella se sintió desfallecer. No quería pensar
en aquel primer beso y seguro que Edward tampoco. Lo miró de reojo y vio una
débil sonrisa en sus labios.
Tomó aliento. Lo único que podía hacer era rezar
para que Edward entendiera y continuara con la actuación, al menos, hasta que
la abuela estuviera mejor. No podían correr ningún riesgo.
La expresión del rostro de su abuela se ensombreció.
—Edward, no me queda mucho tiempo. Con sinceridad
te digo que creo que sólo tengo unos días.
—No digas eso —regañó Isabella a su abuela con dulzura—.
No te vas a ir a ningún sitio. Te necesitamos aquí, con nosotros.
La mujer le apretó la mano.
—Estoy lista para irme, cielo; pero no quiero dejarte
hasta que no esté segura de que te quedas en buenas manos —volvió a soltar la
mano de Bella para agarrar la de Edward—. Edward, tú siempre has sido un buen
chico y ahora te has convertido en un buen hombre. ¿Me prometes que siempre
cuidarás de mi Isabella?
Edward alzó la vista hacia Isabella, su
expresión era indescifrable. Su voz sonó suave pero firme, sin dudas, y
atravesó el corazón de Isabella.
—Te lo prometo, Marie. Cuidaré de ella lo mejor
que pueda.
Marie suspiró con dificultad.
—Me imagino que eso estará bien.
Isabella no dijo nada, sólo le indicó a Edward
que la siguiera a la cocina. Marie cerró los ojos y los dos la dejaron para que
descansara.
Isabella entró en la cocina seguida de Edward y
le invitó a que tomara asiento. Ella decidió no sentarse; se encontraba
demasiado intranquila.
El aspecto de él era intimidante. Su mirada
estaba fija en ella, esperando una explicación.
Y ella se la debía. ¿O no? Después de todo, él
era el causante de su ruptura igual que era culpable de no visitar a la abuela
y de no haber tenido ocasión de contárselo él mismo. ¿Por qué iba a ser ella
responsable cuando nada de aquello era culpa suya?
—Me imagino que tienes una explicación para todo
esto.
Isabella se frotó la frente; se sentía agotada.
Demasiado agotada para un enfrentamiento.
—¿Importa mucho? No sabía lo que tenía en mente.
Jamás imaginé que fuera a intentar forzarnos a que nos casáramos.
—No estoy hablando de ese… de esa boda —Edward
meneó la cabeza. Sacó el ordenador y lo puso encima de la mesa, lo conectó a la
línea de teléfono y lo encendió. Isabella sintió que una sonrisa de melancolía
y exasperación asomaba a sus labios. Aquel gesto era demasiado familiar para
ella, la manera en la que Edward podía trabajar mientras hablaba, comía, o veía
la televisión. No importaba lo que estuviera haciendo, siempre podía atender a
su trabajo. Podía ser bastante irritante, pero ella había intentado hacerle
cambiar. Una forma que tenía de atraer toda su atención era…
No. Se mordió con fuerza y se pellizcó para recobrar
el control de sus pensamientos. Aquello pertenecía al baúl de los recuerdos. Un
baúl que debía permanecer cenado con llave.
—Déjame que te haga un resumen —dijo Edward con
un tono seco y cortante—. Marie piensa que estamos locamente enamorados y está
encantada con la idea de que sus dos seres más queridos se hayan encontrado.
Bella apretó los dientes; no sabía si estaba
furiosa o muerta de miedo. «¿Locamente enamorados?»
¿Lo había dicho con sarcasmo o siempre había sabido lo que ella sentía por él?
—Lo sé, lo sé, Edward. No hace falta que me lo
restriegues.
Y eso la había metido en un buen lío. A los dos,
en realidad.
—Al menos podías haberme avisado —le dijo Edward,
mientras seguía con el ordenador—. Deberías haberme avisado de que no sabía que
habíamos roto.
—Ya lo sé —hizo una pausa para pensar cómo iba a
explicarle sus motivos—. Me imagino que esperaba que el tema nunca saliera a
colación.
Y mira dónde la había llevado aquella suposición:
su abuela le había pedido a Edward que se casara con ella.
La risa de Edward sonó dura. Sus sentimientos quedaron
en evidencia por el golpe que dio al cerrar el ordenador.
—Yo diría que sí salió a colación.
Isabella negó con la cabeza.
—Jamás me habría imaginado nada así —suspiró,
sintiéndose furiosa consigo misma—. Sé que fue muy cobarde por mi parte, pero
no podía decírselo. Al principio, pensé en esperar hasta que… —echó el freno;
no había necesidad de que Edward supiera lo enamorada que había estado de él,
lo que había sufrido tras su separación—. Hasta que su salud mejorara. No
quería añadir una preocupación. Ella te adora y estaba entusiasmada con la idea
de que saliéramos juntos. Así que, nunca encontré el momento oportuno —dejó
escapar un suspiro—. Ni siquiera esta tarde, cuando me dijo que te llamara,
logré reunir el coraje de decírselo. Me alegro de haberlo hecho, no quiero
darle ningún disgusto. Pero debería habértelo dicho a ti. Lo siento.
Edward no respondió. Cuando ella levantó la
cara, él estaba mirando por la ventana.
—Deberías haberme llamado antes. No tenía ni
idea de que estuviera tan enferma.
—Está muy mayor, Edward. ¿Qué esperabas? Yo no
soy la que tiene que encargarse de que busques un hueco para venir a verla.
—¿Buscar un hueco? —Edward la miró, después, volvió
a mirar por la ventana. Permaneció un rato en silencio—. Bueno, tienes razón.
Debería haber venido antes. Pero me habría gustado que me hubieras dicho que
estaba tan mal.
Isabella apretó los puños.
—Tienes razón, debería haberte llamado antes.
Pero, ahora, eso es irrelevante. ¿Qué vamos a hacer?
—No tengo ni idea. ¿No sabe nada de lo que pasó
en el trabajo?
Isabella lo miró directamente a la cara.
—No.
—¿No sabe que has cambiado de trabajo?
—Sí; pero piensa que he cambiado porque la empresa
no aprueba que sus empleados tengan relaciones entre ellos.
—Bueno, eso es cierto.
—¿Crees que no lo sé?
Ese era el motivo por el que todo su futuro se
había ido por la borda.
—¿Eso es todo lo que sabe?
—Sí. Y no le vamos a explicar nada más. Piensa
que estamos saliendo y ahora… ahora quiere vernos casados. Eso es todo lo que
importa.
—Entiendo.
—¿De verdad? Está mayor y débil. Cree que se va
a morir y quizá tenga razón. Le encanta que estemos saliendo juntos y piensa
que estoy segura contigo.
—Entiendo.
—Por supuesto que no vamos a casarnos, pero no vamos
a arruinarle la ilusión de creer que somos una pareja —había tomado una
decisión. Seguirían con la mentira hasta que la abuela se recuperara. O… hasta
que no hiciera falta aclarar nada—. Ahora no. No podemos decirle que hemos
roto.
Él abrió la boca.
—Edward, di que lo entiendes una vez más y no te
sirvo más café.
Él la miró sorprendido y, después, sonrió. Su
sonrisa fue como una luz llena de calor y Bella tuvo que mirar a la taza de
café para romper el hechizo.
El timbre sonó y ella agradeció aquella oportunidad
para escapar. En la puerta, las tres compañeras de bridge de su abuela
esperaban a que les abriera. Como novedad, iban acompañadas de un caballero de
su misma edad.
—Maria, Lucy, Nettie —saludó y dio un paso hacia
atrás. Las tres señoras pasaron, depositando un beso en la mejilla de Bella al
pasar por su lado. Iban a visitar a la abuela casi a diario y las risas que
llenaban la casa durante su visita era la mejor medicina para la anciana.
—Jason Jenks —dijo el hombre, extendiendo una
mano. Tenía un aspecto muy distinguido con su pelo plateado y su barba bien
recortada; pero no le resultaba nada familiar—. Soy un viejo amigo de tu
abuela. Tú debes ser la pequeña Bella. Nos conocimos hace muchos años. Eras muy
pequeña por lo que quizá no te acuerdes de mí.
Isabella intentó hacer memoria, pero no logró
acordarse de él. Su abuela tenía muchos amigos.
—Me temo que no —replicó, disculpándose mientras
observaba cómo las tres señoras apilaban sus abrigos sobre un sillón del
recibidor, después de dejar un montón de bolsas en el suelo. Aparentemente
llegaban directamente del centro comercial—. Pero siempre es un placer conocer
a los amigos de mi abuela, señor Jenks. ¿Es un nuevo componente del club de
bridge?
Su cara se arrugó al soltar una sonora
carcajada.
—No. Marie me llamó hace unos días. Estoy deseando
volver a verla.
Isabella asintió y lo acompañó detrás de las
señoras a la habitación de la abuela. Edward salió de la cocina, saludó a las
visitas y los siguió.
La mujer estaba sentada, entusiasmada con la llegada
de sus amigos. Los besos resonaron en el aire y hubo un pequeño revuelo hasta
que las señoras tomaron sus asientos.
—Abuela, Jason Jenks ha venido a verte.
La mujer le sonrió.
—Jason, ¡cuánto tiempo!
—Voy a buscar café para tus amigos —dijo Bella y
se giró para salir de la habitación.
—No. Espera, Isabella. Tú eres el motivo por el
que he llamado a Jason.
Isabella se giró y se acercó a la cama,
esperando la explicación de su abuela. Estaba segura de que aquello tenía que
ver con su muerte. ¿Estaría allí el señor Jenks para redactar un testamento?
Evitó suspirar y sintió una oleada de temor.
—¿Qué quieres decir?
La abuela la miró a los ojos, suplicante.
—Jason es un juez retirado. Él puede casaros a
ti y a Edward.
—¿Qué?
—Por favor, Bella. Cásate. Ahora. Sé que Edward
estará de acuerdo si tú accedes. Jason puede casaros ahora mismo —alargó una
mano y le acarició la mejilla—. Podrías ser la señora Cullen en menos de una
hora, cielo.
—¡Abuela! ¿Has traído a un juez para que nos
case? ¿Aquí y ahora?
La mujer asintió de manera imperceptible. Su
semblante mostraba una mezcla de culpa y esperanza.
—Jason está retirado, pero todavía puede oficiar
matrimonios. Por supuesto, no tenemos ningún papel; pero… es un viejo amigo y
le pedí el favor.
El hombre aclaró la garganta.
—Esto es algo fuera de lo habitual. Si no fuera
por Marie, yo nunca haría nada así, pero entiendo… —dudó un instante y meneó la
cabeza—. Bueno, que hay bastante prisa. No tenéis la licencia, así que, debéis
tener presente que esto no es una ceremonia legal. Después, tendréis que
arreglar los papeles necesarios.
Bella sintió que los ojos se le llenaban de
lágrimas. Tuvo que pestañear con fuerza para apartarlas. Aquello era divertido,
pensó. La semana siguiente se lo contaría a sus amigas y se partirían de risa.
—Abuela, no puedo creer lo que has hecho. ¿No me
habías dicho que lo consultara con la almohada?
—Era sólo una manera de hablar. Ya has tenido suficiente
tiempo para pensártelo.
—Por favor, abuela. No hagas esto. No es justo.
No intentes controlar nuestras vidas. No quiero darte un disgusto y Edward
seguro que tampoco, pero no podemos hacer algo tan importante sólo porque tú lo
quieras.
Marie apretó las manos.
—Perdóname, Isabella, pero debo insistir. Para
mí es muy importante que te cases con Edward antes de que me vaya.
—El juez Jenks acaba de decir que no sería legal,
abuela.
La anciana dejó caer la mano como para quitarle
importancia al asunto.
—Jason puede casaros ahora; para mí sería tan
válido como cualquier otra boda. Después, ya lo volveríais a hacer con todo el
papeleo y el arroz. Lo importante es que os comprometáis el uno con el otro.
Eso es lo principal. Ya tendréis tiempo después para las menudencias. Un tiempo
que yo no tengo —añadió con un suspiro.
—Pero no…
La mujer no dejó que la interrumpieran.
—Lo sé; quieres que tu futuro marido te pida en
matrimonio y que no se tenga que casar porque una vieja se lo ordene. Pero las
cosas corren prisa ahora. Seguro que prefieres que te mangonee ahora un poco a
que mi fantasma te persiga toda la vida —dijo con un brillo en la mirada poco
propio de una moribunda—. No he visto a tu abuelo en veinte años. Tendremos
cosas mejores que hacer que perseguirte, arrastrando las cadenas.
Las amigas de Marie se rieron y Bella no pudo
evitar sonreír, aunque las lágrimas no habían desaparecido de sus ojos. Aquella
mujer lo había sido todo para ella, el sustituto de sus padres que nunca habían
estado con ella para cuidarla.
—No te preocupes por mí, abuela. Estaré bien. No
necesito que Edward me cuide, y tampoco creo que él necesite que lo cuiden.
—Qué equivocada estás, cielo. No es sólo él el
que tiene que hacer todo el trabajo, tú tienes que cuidar de él por mí. Por eso
necesito que os caséis —alargó una mano temblorosa hacia el vaso de agua de la
mesilla—. Me temo que no me queda mucha energía; creo que tengo que descansar
un rato.
Necesitó mucho tiempo para llevarse el vaso a la
boca, darle un trago y volverlo a dejar en su sitio. Se la veía tan débil, pensó
Isabella angustiada. Sólo hacía un par de meses que ella misma sacaba a los perros
a pasear y, ahora, sólo beber agua le costaba un terrible esfuerzo.
—Decidme, chicos, ¿haréis esto por mí? ¿Os casaréis
antes de que me muera? —dijo con un tono de abatimiento mezclado con esperanza.
Edward seguía en silencio junto a la ventana,
con los brazos cruzados.
Miró hacia el exterior; todo estaba oscuro.
No había elección, pensó Bella. Tendría que
decirle la verdad. Esperaba que su abuela entendiera y que no se disgustara demasiado.
Se inclinó sobre la mujer y le tomó una mano.
—Abuela… No lo entiendes… Hay algo que deberías
saber… —miró a Edward suplicante, pero su perfil era duro y distante. Tomó
aliento y volvió a mirar a su abuela—. Abuela… nosotros no…
La abuela la interrumpió con la mano.
—Lo sé. Sé que no lleváis mucho tiempo juntos.
Pero yo no tengo tiempo. Para mí es esencial veros juntos para siempre porque
está claro que os pertenecéis el uno al otro.
Dios santo, ¿cómo iba a explicárselo?
—Bella, podemos hablar fuera un momento —dijo Edward
mirando hacia la puerta—. Volveremos en unos segundos Marie.
La mujer sonrió.
—Tomaos vuestro tiempo. Sé que lo que os pido es
una sorpresa… —hizo un gesto débil—. Pero para mí es muy importante. Habladlo.
Pensadlo bien. Tenemos toda la noche.
Toda la noche. Genial.
Edward se dirigió hacia la cocina, sus pasos eran
largos y rápidos. En cuanto entró en la habitación, fue a la cafetera para
servir café para los dos. Después, dejó las tazas sobre la mesa y le señaló a Bella
una silla para que se sentara. Él también se sentó.
—Es un farol, Bella. Tienes que saber que está intentando
manipulamos.
—Pues claro que está intentando manipulamos.
Quiere que nos casemos antes de morirse y no le importa utilizar todo el
chantaje emocional que pueda.
—¿Estás segura de que las cosas están tan
serias? No tiene muy mal aspecto… Me cuesta creer que de verdad esté tan
enferma.
—Tú no has estado aquí, Edward. No la has visto
decaer. Tú no fuiste el que tuviste que cambiar sus cosas a la habitación de
invitados porque ya no podía subir las escaleras. No has estado aquí para ver
cómo dejaba de vestirse por las mañanas.
—¿Has llamado a algún especialista para que la
vea?
Ella negó con la cabeza.
—Ya sabes cómo es. Sólo quiere que la vea el doctor
Gerandy.
—¿Crees que no está mintiendo? —insistió él.
¿Mintiendo? Estaba menospreciándola, menospreciando
la fragilidad de su abuela. Aquella muestra de insensibilidad hizo que se
enfureciera.
—¿Cómo puedes decir eso? ¿Por qué iba a mentirnos
sobre algo tan serio? Sólo para que nos casáramos. ¡No se merece que la llamen
mentirosa sólo porque es lo que a ti más te conviene!
Edward la miró fijamente durante un instante.
Después, miró su taza.
En la cocina se hizo un silencio, después,
volvió a hablar.
—De acuerdo, lo siento. Tú conoces la situación
mejor que yo. No quería parecer tan duro; pero a mí me parece que está muy bien…
y los dos sabemos lo que le gusta entrometerse. Quizá soy yo el que prefiere
pensar que sólo está fingiendo —tomó aliento—. Bien. Imaginemos que está
diciendo la verdad; en ese caso, tenemos tres posibilidades. En primer lugar,
podemos decirle que hemos roto; pero eso la desilusionará por completo. La segunda
opción sería mantenernos firmes e insistir en que no estamos preparados. El
resultado, parecido al anterior: no le gustará e intentaría que nos sintiéramos
culpables; pero tarde o temprano lo aceptaría.
Ninguna de las dos opciones sonaba muy apetecible.
—¿Y la tercera? —preguntó ella, con la esperanza
de que a Edward se le hubiera ocurrido una idea genial.
—Podemos hacer lo que ella quiere y casarnos.
Isabella abrió la boca para contestar, pero le
dio un ataque de tos debido a la conmoción. No dejó de toser hasta que dio un
par de buenos tragos de agua.
—Un mal chiste. Muy malo —murmuró cuando logró
recuperarse.
—Quizá sea la mejor solución, si te preocupa
realmente darle un disgusto.
—¿Y qué sería lo siguiente? ¿Que tuviéramos trillizos?
¿Iríamos corriendo a la clínica de fertilidad?
Edward dejó de darle vueltas al café y le lanzó
una mirada penetrante.
—Bella, si en esto tienes razón y está
muriéndose de verdad, ya no le vamos a tener que hacer muchos favores.
Bella dejó de respirar durante un segundo. Una
cosa era escuchar a su abuela hablar de su muerte inminente, a lo cual ya
estaba bastante acostumbrada, y, otra cosa, era escucharlo de boca de Edward.
—No puede morirse —fue todo lo que logró murmurar.
Edward meneó la cabeza.
—No lo podemos saber, Bella. Sólo nos cabe
esperar que se recupere. Pero estamos en deuda con ella. Si realmente está enferma
y podemos hacerla feliz fingiendo que nos casamos, merecería la pena.
—¿Fingiendo que nos casamos? ¿Estás sugiriendo
que le mintamos a una anciana en su lecho de muerte?
Edward se encogió de hombros con impaciencia.
—¿Qué importa? Tenemos que elegir entre mentirle
y hacer que pase sus últimos días felices o decirle la verdad y hundirla. Yo
estoy a favor de la mentira. ¿Qué mal podría hacer?
—Yo no puedo mentirle así. No puedo. Además,
sería muy complicado. Ella querría ir a la boda —meneó la cabeza—. Ni hablar.
No pienso montar una farsa de boda.
—Bella, ella sabe que una boda aquí y ahora no
sería real. Ha traído a su amigo sin avisar y sabe que no tenemos la licencia.
No le importan los papeles, sólo quiere oír el «sí quiero» de nuestros labios. No sé cómo se las ha arreglado para
meter a un juez en este lío. Pero, siempre se le ha dado muy bien con seguir
sus propósitos, ¿verdad?
Isabella lo miró fijamente, incapaz de creer que
estuviera sugiriendo semejante cosa. Era una idea descabellada.
Todavía estaba intentando recuperarse de su ruptura
y casarse con él no la ayudaría nada.
Con todo, aquélla era la solución más fácil para
todo aquel embrollo: su abuela sería feliz.
Después de todo, sólo se trataba de una falsa ceremonia.
¡No era como si se tuvieran que casar de verdad!
Edward apretó la taza de café.
—¿Y bien? ¿Lo hacemos?
Era como si estuviera sugiriendo que le cortaran
la cabeza. A él no le hacía más gracia todo aquello que a ella; pero estaba
dispuesto a hacer el sacrificio por Marie. Y, por supuesto, ella no era menos.
Sin darse cuenta de que ya había tomado una decisión, asintió.
—De acuerdo, lo haré.
Edward asintió con expresión grave. Bella se
puso de pie y fue a preparar otro café; entonces, recordó que él siempre lo
tomaba muy caliente.
Más recuerdos que salían del baúl. No quería
recordar nada sobre él ni su café. Ni cómo sonreía cuando la veía después de un
tiempo sin verse, ni cómo la besaba. Tampoco quería acordarse de la arruga que
le aparecía en la frente cuando hablaba por teléfono concentrado, ni de cómo
pasaban quince días desde que decidía que tenía que cortarse el pelo hasta que
finalmente iba a cortárselo.
¿Cómo podía haber llegado a conocerlo tan bien
en tan poco tiempo?
Cuando él era un adolescente y ella sólo una
niña recordaba que lo adoraba; era su ídolo. Y eso que no se veían con mucha frecuencia.
Recordaba que cada vez que lo veía en una reunión familiar, no se separaba de
él. Mucho tiempo después, Edward le había confesado que la había visto como un
precioso cachorro, aunque un poco molesto.
Incluso cuando dejó de ser una niña, siguió los
pasos de él. Hasta estudió Arquitectura, como él.
Después, cuando acabó la carrera, él le ofreció
un trabajo en su estudio. Sólo lo había hecho por hacerle un favor a su abuela,
pero a ella no le importó. Sin embargo, la manera condescendiente con la que
empezó a tratarla hizo que se sintiera furiosa.
Hasta que no pudo más y explotó.
Un día lo acorraló en su oficina y se enfrentó a
él, lo llevó hacia su puesto de trabajo y le demostró que estaba capacitada y
cualificada para hacer mucho más de lo que estaba haciendo.
Él la ascendió.
A la noche siguiente, la llamó a casa y ella
empezó a tartamudear cuando se dio cuenta de que la estaba invitando a salir.
Se negó, por supuesto. No iba a salir con el
jefe. Tampoco saldría con el ahijado de su abuela; demasiado complicado.
Él parecía haber aceptado su negativa a salir;
pero poco tiempo después, se las arregló para que la abuela los invitara a
cenar a los dos. Había estado divertido y encantador y en la mirada de sus ojos
ya no había condescendencia sino algo muy diferente, algo peligroso y
excitante. En esa cena, le robó un trozo de su corazón.
Y unos cuantos días más tarde, salieron juntos. Edward,
Bella… y la abuela.
Desde aquel día estuvo perdida. Irremediablemente.
—¿Qué te parece tan divertido?
Bella sintió que su sonrisa desaparecía cuando
la pregunta irritada de Edward la devolvió a la realidad.
—Estaba pensando en nuestra primera cita —espetó
antes de poder pensárselo dos veces.
Edward la miró fijamente, con una expresión
rara. No era de extrañar. ¿Por qué se ponía ella a pensar en su primera cita
con aquella sonrisa?
Tenía que aprender a mantener la boca cerrada.
—¿Quieres decir cuando fuimos a patinar? —preguntó
él.
Otro dulce recuerdo que quería olvidar. ¿Cómo
podía tener tantos buenos recuerdos de una relación que había durado tan poco
tiempo?
—No. De la primera vez, cuando nos llevaste a la
abuela y a mí a cenar y al cine. Menudas artimañas.
Edward no pudo evitar sonreír.
—Estabas muy tozuda. Y yo lo tenía muy claro.
—No está bien salir con el jefe de uno, especialmente
cuando va en contra de la política de la empresa.
Sus miradas se encontraron. Edward asintió.
—Tienes razón. No lo es.
—¿Qué tal va todo por el trabajo? —preguntó ella
deliberadamente. Mejor era sacar ese asunto cuanto antes y zanjarlo. El efecto
fue inmediato. Edward se puso tenso y se llevó una mano a los ojos con un gesto
fatigado.
—Bien, me imagino. Todavía sigo trabajando… —meneó
la cabeza—. No importa. ¿Qué tal tu nuevo trabajo?
Ella asintió.
—Está bien.
—¿Te gusta?
—Está bien —repitió ella—. Tan bueno como se podría
esperar. No es el trabajo de mis sueños, podría estar haciendo algo mejor; pero
cuando se empieza no se puede pedir mucho.
—Tenías otra opción.
—Prefiero ser independiente y encontrar mi propio
trabajo, aunque eso signifique que tenga que barrer las calles. Eso siempre es
mejor que dejar que me escondas en un lugar conveniente como una amante del
siglo dieciocho.
Edward la miró fijamente.
—¿Una amante del siglo dieciocho? —meneó la cabeza
y se alejó—. No voy a volver a pasar por esto, Bella. Todo el asunto se
desbordó. ¿Podemos dejar ese tema por ahora? —dijo con mala cara—. Ya has
dejado claro que no estás dispuesta ni a perdonar ni a olvidar, pero, al menos,
podríamos tratarnos de manera civilizada durante… un tiempo. Por Marie.
Bella se mordió la lengua y miró al hombre con
el que había prometido casarse. Se obligó a asentir.
Que abuela tan pícara jajaja no creo que esté muriendo.
ResponderEliminarEsto me huele a chamusquina... Gracias
ResponderEliminarJumm tendrían algún malentendido??? o eso era lo que Edward quería de verdad, volverla solo su amante???
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
No sé porqué me da la impresión de que la abuela les está tendiendo una trampilla para salirse con la suya XP Lo malo es que parece que el problema es serio si ninguno de los dos quiere ceder U.u
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