¿Es que el teléfono tenía que sonar siempre justo
cuando acababa de cerrar la puerta para que la abuela pudiera echarse la
siesta? Isabella se lanzó a descolgar el aparato, logrando alcanzarlo antes de
que sonara por tercera vez.
— ¿Diga?
—Hola, Bella.
Edward.
Isabella apretó el auricular con fuerza y sintió
la tentación de colgar. Había logrado evitarlo durante tres días, pero, por
fin, él la había localizado en casa de su abuela.
Pero su abuela también era la madrina de él y,
por lo tanto, tenía todo el derecho a llamar cuando quisiera.
—Hola. Un momento, voy a buscar a mi abuela.
— ¡Espera! He llamado para hablar contigo.
¡Maldición! Se apoyó contra la pared y cerró los
ojos y, haciendo un esfuerzo para que su voz sonara calmada, dijo:
—Entiendo. ¿Cómo sabías que estaba aquí?
—No lo sabía, pero merecía la pena intentarlo.
No contestas al teléfono de casa ni al móvil ni a los mensajes de correo
electrónico… Me estaba quedando sin opciones. — Bella apretó los dientes.
—Si la abuela tuviera identificador de llamadas,
no estaríamos hablando.
—Créeme, Bella, lo sé. Tus vecinos me amenazaron
con llamar a la policía si seguía llamando a tu puerta.
Isabella sonrió con amargura y se dirigió hacia
la cocina para alejarse de la habitación de su abuela. La anciana no necesitaba
escuchar aquello. Aunque no pensaba gritar; ella era demasiado civilizada para
eso. Nada de gritos; sólo una conversación fría y calmada.
—Tu padre llamó a los de seguridad para que fueran
a buscarme ¿Por qué no iban a llamar mis vecinos a la policía?
Bella escuchó un sonido a través de la línea y
pensó que su abuela había descolgado la extensión del cuarto.
—Bella, no me estás dando ninguna oportunidad —continuó
Edward, con el mismo tono irritado de antes. No entendía nada, ¿verdad? Ni
siquiera se podía imaginar cómo aquel lío había afectado a su vida—. ¿Tienes
idea del embrollo que hay aquí? Tengo que tratar con los de la junta, con la
investigación, tengo que descubrir qué es lo que pasó y cómo saliste implicada.
Desde luego, no ayudó nada que te marcharas precipitadamente. Y tú vas y me
dices que lo nuestro se ha acabado y que no quieres ni hablar conmigo.
—Chis —lo mandó callar ella, sospechando que su
abuela estaba escuchando la conversación. A pesar de la preocupación, se había
dado perfecta cuenta de la indirecta: «cómo
saliste implicada»—. Cállate. Espera.
— ¿Qué?
—Chis —volvió a acallarlo ella.
Cubriendo el micrófono del teléfono con la mano,
se acercó a la habitación de su abuela y pegó la oreja a la puerta. No se oía
nada. Abrió muy despacio. La habitación estaba a oscuras, pero se podía ver la
silueta de la abuela en la cama, de espaldas a la puerta, con las sábanas hasta
el cuello. Se quedó quieta un momento, pero la anciana no se movió. El teléfono
estaba a su alcance por lo que podría haberlo descolgado y, después, haberlo
vuelto a colgar. ¿Estaba moviéndose el cable?
No. O si lo estaba, debía ser por la brisa que
entraba por la ventana. La abuela no era de ese tipo de mujer que se escondiera.
Si hubiera oído algo, habría salido inmediatamente para preguntarle qué pasaba.
Bella cerró la puerta despacio, aliviada.
Todavía no estaba lista para decirle a su abuela que Edward y ella habían roto.
Haría muchas preguntas; demasiadas. Y ella todavía no estaba preparada para
hablar del tema. Todavía le dolía demasiado.
Algún día tendría que contárselo, desde luego,
pero, de momento, no. Dentro de poco, cuando se encontrara más fuerte. Ahora no
era el momento apropiado.
— ¿Bella? —preguntó Edward—. ¿Qué pasa?
Ella volvió a bajar las escaleras hacia la
cocina antes de volver a hablar.
—Nada.
—¿Qué tal estás?
Aquella pregunta casi le hace saltar de furia,
pero, después de toda una vida controlando su temperamento, no quería perder
los nervios por él.
—¿Que qué tal estoy? ¿Quieres decir, si olvidamos
el hecho de que hayas arruinado mi vida?
—No seas tan melodramática —dijo él con impaciencia—.
Estás exagerando.
—¿Que estoy exagerando? ¿Que soy melodramática?
He perdido mi trabajo, los de seguridad vinieron a buscarme a mi oficina y, por
si eso fuera poco, mi… —¿su qué? ¿Qué había sido Edward para ella?—. Mi «amante» —acabó diciendo con ironía— no
me cree. ¿Y te sorprende que te quiera fuera de mi vida?
—Por supuesto que te creo… —Edward lanzó un juramento—.
¿Por qué no puedes confiar en mí? Mira, voy a ir a verte esta noche y hablamos.
Por favor.
Estaba utilizando su encanto con ella; pero no
le iba a funcionar. Ya no. Ahora, ya sabía muy bien lo que sentía por ella.
Sabía que él era capaz de dejar que la acusaran de un delito antes que confesar
que salían juntos.
—Ya hemos tenido esta conversación antes, Edward.
No hay nada de qué hablar. No me interesa tener una pelea contigo.
—Nunca te ha interesado. Quizá ése sea el problema,
que necesitamos una buena pelea.
—Nosotros no necesitamos nada porque no hay un nosotros.
Si alguna vez hubo algo, se acabó. No me vuelvas a llamar. Adiós.
Edward profirió una palabrota y levantó la voz.
—De eso nada. Esto no se ha acabado, Bella…
Joder súper interesante me encanta graciasssss gracias
ResponderEliminarAaaaaa me kede picada que paso??? Quiero mas!!!
ResponderEliminarSoy viciosa jaja
Ohhh como así??? De que acusan a Bella???
ResponderEliminarY eso de que no ha acabado??? Ohhh!!!!
Besos gigantes!!!
XOXO
Que. Se lee bueno. Cuando continúa
ResponderEliminarChan, chan chan!!! Se ve muy interesante, parece que esta va a ser una de esas historias donde Bella tiene mucho carácter jajajja, quiero más!!!
ResponderEliminarMe huele a un Edward patán.
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