Te hemos echado de menos.
Muy típico de Angelo incluir en el menú una rosa blanca atada con un lazo de seda y una tarjeta.
Mike había dejado la comida sobre la mesa junto a la piscina, disponiéndolo todo como se imaginaba Isabella habría hecho en innumerables ocasiones para las citas de Edward. Todo resplandecía, desde la cubertería de plata hasta las velas. De los altavoces surgía una relajante música de guitarra y Edward apareció con las copas de vino y expresión inquisitiva.
–Profundamente dormida –contestó Isabella. Se había ausentado para comprobarlo, una excusa para alejarse de la intensa presencia de Edward. No se sentía capaz de enfrentarse a él de nuevo.
Tomó la copa de vino que Edward le había llenado de nuevo. Sin embargo, titubeó antes de empezar a comer. Ante ella estaban los habituales y deliciosos platos de Angelo's, pero faltaba el ordenador, teclear mientras masticaba y contestar llamadas. Nunca habían prestado atención a la etiqueta cuando trabajaban juntos, pero aquello era de todo menos una cena casual. Y más que nunca fue consciente de la potente masculinidad, del agudo escrutinio, del dominio.
También era consciente de su propia vestimenta. Aquello tenía todo el aspecto de una cita.
–¿Algún problema? –preguntó Edward.
–Estaba pensando que debería poner la rosa en agua –Isabella sacudió la cabeza.
–Podrá esperar a que hayamos cenado.
Parecía estar esperando a que ella empezara a comer, y eso le ponía nerviosa. Buscó algún tema inocuo de conversación para romper el tenso silencio, pero él se le adelantó.
–¿Por qué no te trasladaste a Australia con tu familia?
Lo que faltaba. No bastaba con hacerle sentirse desprotegida, abriendo la caja de los secretos, ese hombre quería hundir el dedo en la llaga. Una llaga que llevaba años tapada.
–No fui invitada –contestó.
–¿Por qué no te invitaron? –Edward bajó el tenedor y frunció el ceño. Aquello no tenía sentido.
Ella contuvo un bufido ante una pregunta que jamás había sido capaz de contestar. Limpiándose los labios con la servilleta, se preguntó si sería capaz de comerse la cena. El apetito la abandonaba por momentos.
–Acababa de empezar la universidad –le ofreció la excusa que le había dado Kebi–. Mi padre me había dejado un fondo, más o menos lo mismo que costaría el billete de avión. No tenía ningún sentido gastármelo en eso.
–¿De modo que te dieron a elegir entre la universidad o acompañarles a Australia?
–No –Isabella no puedo reprimir el tono de resentimiento.
La vieja y furiosa tensión empezó a agarrotarle el estómago y tuvo que hacer un titánico esfuerzo por controlarse. Intentó desviar un poco la conversación.
–Por eso tenía tantas ganas de ver a Ángela. Ella conoce mi historia, y a mi madrastra, y siempre me hace ver que es una tontería preocuparme por algunas cosas sin culpabilizarme de nada ni tacharme de paranoica. Sin embargo, si intentara explicártelo a ti –agitó una mano en el aire incapaz de detenerse–, harías como Peter y me dirías que seguramente Kebi no había querido decir lo que dijo, que estoy malinterpretando sus buenas intenciones. Sus intenciones siempre tienen sentido, Edward. Ahí reside la belleza de su dictadura.
«Por Dios, Isabella, cállate».
Encajó la mandíbula con para dar por finalizada la conversación, pero no pudo ocultar el temblor de su mano mientras intentaba enrollar la pasta con el tenedor.
–¿Por qué no lo intentas? –sugirió él como si hablara a una posible suicida a punto de saltar.
Isabella se llenó la boca en exceso, pero él aguardó con paciencia. La pasta, áspera y de sabor acre, descendió por su garganta.
–Por ejemplo –se aventuró al fin–, cuando ya estaba al final del embarazo, tan hinchada que apenas lograba salir de la cama, y temiendo que fuera a morir, le pregunté si mi hermana podría venir y me contestó que la empresa de fontanería de mi padre había quebrado y que Bree estaba con exámenes y que ella tenía problemas de tiroides, por lo que no era buen momento.
–Deberías haberme llamado –la expresión en el rostro de Edward era gélida.
–Las personas que se suponía debían amarme y preocuparse por mí no querían venir –continuó en tono angustiado–. ¿Qué sentido tenía pedírtelo a ti?
Edward se echó hacia atrás, como si ella le hubiera arrojado el plato de pasta a la cara.
Isabella desvió la mirada. Estaba lamentándose por hechos del pasado que ya no tenían remedio.
–¿Y Ángela? –preguntó él tras una pausa–. Si sois tan buenas amigas ¿por qué no la llamaste?
–Va en silla de ruedas –explicó ella–. Lo cual no significa que no me sea de gran ayuda, pero hay que subir escaleras hasta llegar a mi piso. Además, tiene otros problemas de salud. Por eso ha venido a Londres, para ver a un especialista. Luego se volverá a su casa.
–Realmente no sé nada de ti.
Comieron en silencio durante unos minutos hasta que él volvió a intervenir.
–¿Tu padre no está preocupado por ti?
–Por supuesto. Es más, se volvió a casar porque no sabía qué hacer con su hija pequeña.
–¿Y tu hermana? ¿No tiene edad para tomar sus propias decisiones?
Isabella suspiró, maldiciendo para sus adentros. Si no lograba hacerle entender lo vulnerable que era Bree, jamás comprendería los motivos por los que le había tomado prestado el dinero.
–Bree es muy inmadura para su edad. Tiene que esforzarse mucho en los estudios y los exámenes son un verdadero problema. Enfrentarla a su madre nunca fue una solución, por mucho que me hubiera gustado hacerlo. La adoro, y no te imaginas cuánto la echo de menos. Prácticamente la crie yo. Kebi no cambiaba un pañal si estaba yo en casa y los deberes también me correspondían a mí. Fui yo quien respondió sus preguntas sobre el sexo y la que le acompañó a comprar su primer sujetador. Pero hace casi ocho años que se marcharon y no he vuelto a verla. Kebi lo estuvo planeando todo mientras yo me matriculaba en la universidad, y no mencionó nada hasta asegurarse de que mi decisión estuviera tomada.
–Podrías haber ido a visitarlos.
–¿Te refieres en mis ratos libres, entre los estudios y los dos empleos? ¿O quizás después de que me contrataras? ¿Me hubieras permitido ausentarme un par de semanas para ir a Australia? Cada vez que te pedía más de cinco días libres ponías una cara como si te estuviera dando un cólico de riñón. Intenté ir después de aquella feria en Tokio, pero la base de datos se vino abajo en Bruselas ¿recuerdas?, y tuve que cancelarlo.
–Podrías haberme explicado la situación –Edward apretó la mandíbula.
–¿Para qué, Edward? Jamás mostraste el menor interés por mi vida privada. Lo que tú querías era una extensión de tu portátil, no una mujer que respirara.
–Porque eras mi empleada –espetó él apartándose de la mesa.
No era la primera vez que Isabella lo veía rebasar los límites de su paciencia, pero normalmente sucedía en el contexto de alguna negociación que iba mal. Ser el blanco de la ira de ese hombre le asustaba. Edward se acercó hasta la piscina con las manos hundidas en los bolsillos.
–No tienes ni idea de lo que es desear a tu compañera de trabajo, sabiéndola fuera de los límites.
«Permíteme discrepar», pensó ella tragando nerviosamente, porque…
–¿Cómo puedes decir algo así cuando dejaste bien claro…?
–Ya sé lo que dije ese día. Deja de echármelo en cara –rugió Edward –. ¿Por qué te crees que llegamos tan lejos en Oxshott? Llevaba dos años pensando en ello, y al día siguiente… –hizo un gesto de frustración con las manos– descubrí que me habías robado. Traicionaste mi confianza y me utilizaste. ¿Qué podía decir? ¿Admitir que me habías herido? Era demasiado humillante.
¿Ella le había herido?
No, no se lo creía. No tras meses eliminando la alegría y la ternura de sus recuerdos, para luego resumirlo todo como un revolcón casual. Ella quizás conservara la sensación de que aquel día en Oxshott había sido especial, pero él solo había admitido sentir deseo sexual mientras había sido su empleada. Era poco más que estar a mano. Lo que había sufrido era su ego, no su corazón.
–Intentaba ser profesional –protestó ella tímidamente–. No arrastrar mi vida privada hasta la oficina. Y no le veo ningún sentido a compartirlo ahora contigo –dejó la servilleta junto al plato–. Sigo sin importarte, y sigo sin poder ver a mi familia.
–¿Por qué dices que no me importas? –él se volvió desafiante.
La expresión en su rostro le llegó a Isabella directamente al corazón. Desvió la mirada, tentada a analizar los sentimientos que subyacían tras la pregunta, pero se negó a ello. Ese era el camino hacia la locura.
–No lo hagas –le ordenó con voz ronca–. Tú me odias, y no me importa porque yo también te odio –«mentirosa», susurró una vocecilla en su cabeza–. Dejémoslo como está, por Renie.
No era fácil mirarlo a la cara, pero se obligó a ello. Se obligó a mirarlo a los ojos y enfrentarse al odio con calma.
–Ojalá fuera tan sencillo –Edward se agarró al respaldo de la silla–. Quiero odiarte, pero ahora comprendo por qué no te sentiste capaz de acudir a mí. No podías saber que fingía desinterés para ocultar la atracción que sentía hacia ti.
El corazón de Isabella pasó de la incredulidad a una intensa excitación, y de ahí a un profundo dolor por cómo la había tratado, independientemente de que sintiera algo por ella.
–La lujuria no es afecto, Edward –Isabella manifestó en voz alta lo obvio.
Edward se irguió arrogante.
–No, espera –ella se apresuró a continuar, temerosa de que él creyera que le estaba suplicando su afecto–. Jamás pensé que por un revolcón fuéramos a casarnos y vivir felices para siempre. Lo único que digo es que creía que sentías respeto y consideración por mí. Incluso una carta de despedida habría sido mejor que hacerme arrestar sin hablar conmigo. Eso fue…
Isabella se interrumpió ante la gélida mirada de Edward, pero se obligó a continuar.
–Descubrir que estaba embarazada, saber que en la cárcel me quitarían al bebé –temió echarse a llorar al recordar esos momentos–. Ni siquiera mi madrastra me hubiera hecho tanto daño.
–Yo no sabía que estabas embarazada –le recordó él furioso.
–¡Exactamente! Y de haberlo sabido, habrías sido más delicado, pero por el bebé, no por mí. Yo nunca te importé lo más mínimo.
No sé qué pasa con estos dos ojalá y ya no se lastimen tanto gracias por el capítulo
ResponderEliminarGracias por actualizar. l capítulo fue cortito.
ResponderEliminarOhhh si!!! Parece que ahora sí se destapó la verdad... Y Kebi de verdad odia a Bella... Siempre la hace elegir.... Como Edward en este momento 😔
ResponderEliminarBesos gigantes!!!!
XOXO
Carajo esto cada vez sobrepasa la lógica jajajjajaaj sino se ponen pilas solo con palabras se mataran estos dos graciassssssssssss Graciassssssssssss
ResponderEliminarQue dificil es dar a conocer los sentimientos!! Pero por alli van estos dos, gracis por el capitulo.
ResponderEliminarPoco a poco se van descubriendo las cosas, ahora Edward la tiene que callar con beso apasionado antes de que digan cosas que después van a lamentar jajajaj
ResponderEliminarGracias por el capi!
Gracias por el capítulo. 😙 actualiza pronto
ResponderEliminarOuch! Eso dolió.
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