El Productor 10


Se quedó muy quieta, mirando al suelo, consciente de que Edward la miraba fijamente. Después de lo que le pareció una eternidad, le vio acercarse a la silla y coger su abrigo. Se lo echó sobre un hombro y, después de saludar a Andrew se fue.

—¿Quieres explicarme lo que ha pasado? —le preguntó Andrew después de un corto silencio.

—No hay nada que explicar.

—¿Pero tú y Cullen os conocíais ya?

—Sí —reconoció sin quitar los ojos del suelo. —Entiendo. Esto explica muchas cosas.

—Supongo que te lo hubiera dicho más adelante, pero tenía miedo de hablar, no pensé que las cosas sucederían así.

—Lo sé. Estoy seguro de que creíste que era una buena idea —Bella levantó la vista y vio que Andrew sonreía—. Mi querida muchachita, no te sientas tan mal, sé que actuaste con la mejor de las intenciones, y en cuanto todos hayamos tenido tiempo de recobrar el aliento, podremos comprobar que ha sido un gran beneficio para el Centro. Lo que sucede es que cuesta un poco acostumbrarse a sus métodos de trabajo. Una cosa te puedo decir de tu señor Cullen, tiene muchas formas de lograr lo que desea.

—No es «mi» señor Cullen —le corrigió, ruborizándose.

—¿No? —Andrew suspiró—. Está bien, Bella, no quiero meterme en tus cosas. No tengo ningún derecho a juzgarte. Ahora vete a tu casa, mañana tendremos también mucho trabajo, otro día pesado. Sólo espero que logremos soportar este ritmo.

—Yo también —dijo en voz baja—. Yo también.

Resultaba sorprendente la facilidad con que se acostumbraron todos a ver al grupo de televisión allí. Antes de dos días, las cámaras, micrófonos y cables eran ya casi una parte del mobiliario, y Lucas y los demás eran como viejos amigos.
Diane, la vieja secretaria de Edward, ya se había recuperado y por lo tanto había vuelto a trabajar; Bella no tenía que ver con tanta frecuencia a Edward ni trabajar con él. Pero esta situación tampoco la complacía del todo, porque por más que se dijera una y otra vez que sus sentimientos por él no eran más que una pérdida de tiempo, le costaba trabajo mostrarse distante cada vez que estaba con él, aunque ello sucedía con poca frecuencia; Edward no se había vuelto a ofrecer para llevarla a casa y jamás dejó entrever que la relación de ambos fuera alguna vez más allá de cuestiones de trabajo.
Ahora que la filmación había comenzado, le veía muy poco, porque era Diane quien trabajaba con él, tomando las notas necesarias en una máquina de escribir portátil. Bella trataba de concentrarse en el trabajo rutinario del Centro, pero cada vez que escuchaba pasos que se acercaban a la oficina, su corazón se aceleraba ante la posibilidad de que fuera Edward. De todos modos, casi nunca estaba sola, ya que Emily entraba como fantasma abrazando su guitarra y se sentaba silenciosa en la silla que estaba entre los dos archivadores. La primera vez que la vio en la oficina, Bella se había sorprendido, pero poco a poco se fue acostumbrando a su silenciosa figura y al sonido de sus pisadas que anunciaban su presencia.
Con el tiempo, y debido a la desesperación, Bella comenzó a hablarle. No esperaba respuesta alguna, y ni siquiera sabía si la joven escuchaba o si se sumía en un mundo totalmente ajeno. A veces, al oírse comentar en voz alta todo lo que hacía o le sucedía, llegó a preguntarse si no se habría vuelto loca.
Un día, Emily levantó la cabeza y la miró un segundo durante el cual se hizo evidente que por primera vez veía a Bella como a otro ser humano. Hubiera sido exagerado tomarlo como una prueba de interés; sin embargo, era algo que le daba más esperanzas que el leve movimiento de cabeza que había recibido de ella hasta entonces.

Al día siguiente se lo mencionó a Andrew, pero a pesar de mostrarse contento con la noticia, era obvio que se sentía escéptico.

—No tengas muchas esperanzas, Bella. Jean y yo varias veces hemos creído estar a punto de vencer su resistencia, pero siempre volvió a encerrarse en su mutismo, y no quiero que te decepciones por ello.

Bella tuvo muy en cuenta el consejo de Andrew, durante su siguiente encuentro con Emily, pero seguía abrigando esperanzas y por lo tanto prosiguió con su charla trivial, aunque a veces, al mirar a la joven, se percataba de que la observaba con expresión confundida, como si no entendiera muy bien lo que ella le decía.
Cada vez resultaba más difícil encontrar qué decir, ya que le había hablado del trabajo en el Centro, de su amistad con Rose, de la visita a los estudios de televisión, y hasta de la fiesta de Tanya. Y por un instante estuvo a punto de confiarle sus sentimientos hacia Edward. Pero comprendió que no era el momento apropiado y que Emily no era la persona idónea para recibir estas confidencias. Algún día encontraría a alguien a quien contarle todo, y ese día podría empezar a sentirse mejor, a olvidar a Edward.
También le habló de su tía Jessie y de su vida en Torvaig, pero los recuerdos le producían un gran dolor, ya que tenía la impresión de estar contando los detalles de la vida de otra persona, una experiencia que le era totalmente ajena, como si las cosas que le habían sucedido desde su llegada a Londres fueran la única realidad. «Pero yo soy la misma persona», se decía en silencio, aunque sabía que no era verdad, porque en el espacio de unas pocas semanas, había dejado de ser la misma muchacha ingenua e inocente que abandonó su casa. Allí había conocido la seguridad y la tranquilidad, mientras que ahora parecía vivir sobre ascuas.
Absorta en sus pensamientos, había olvidado la presencia de Emily, y al levantar la vista comprobó que la joven la miraba preocupada, como si su silencio la angustiara. «Quiere que siga hablando», pensó Bella conmovida, y tratando de ocultar su alegría, le volvió a hablar de la fiesta que se estaba organizando, de las vacaciones que había pasado con su tía, del pan de dulce que preparaba y de mil cosas más. Se detuvo al notar que Emily ya no la escuchaba, sino que estaba muy tensa y con los ojos muy abiertos mirando por encima de su hombro hacia la puerta. Bella se volvió y vio a Edward apoyado en la puerta con las manos en los bolsillos, daba la impresión de que había estado allí desde hacía rato.

—Está usted describiendo un cuadro idílico, señorita Swan —le dijo con sarcasmo—. Tal vez debería ofrecer sus servicios en una oficina de turismo.

—Ya tengo trabajo —le contestó con serenidad.

—¿Ah, sí? ¿Y acaso esto es parte de su trabajo? —Edward miró a Emily que ya tenía otra vez la guitarra entre sus brazos y se disponía a huir.

—Considero que sí —Bella la vio salir desilusionada, volvía a repetirse la misma historia, la interrupción de Edward había sido muy poco oportuna.

—Yo que tú, me atendría al trabajo por el cual te pagan —señaló la vieja computadora—. Tal vez se te romperán las uñas, pero al menos te quedará el corazón intacto.

—¿Estás tratando de decirme que no me encariñe con Emily?

—¿No es eso lo que sueles evitar? —sacó un cigarro y lo encendió—. Procuras mantener las distancias y no permites que nazca en ti ningún sentimiento profundo. Ten cuidado, Bella. La mujer que hay en ti podría estar tratando de escapar, y esa muchachita sólo podría ser una forma de advertírtelo.

—Hablas como si estuvieras resentido —respondió hostigada por el dolor—. ¿Será porque tú no pudiste lograr nada conmigo?

—Te estás engañando, querida. Tal vez lo que sucedió es que no estaba tan interesado como para obligarte a nada.

—Claro, a la señorita Tanya no necesitas obligarla a nada. ¿No es así? —se estaba metiendo en una discusión que no deseaba.

—Supongo que no esperas que te conteste a eso. Es mejor que escondas las garras, Bella, antes de que alguien decida cortártelas. Tus esfuerzos con esa muchachita no te convierten en una conocedora perfecta de la naturaleza humana.

Bella sintió que estaba a punto de llorar, y bajando la cabeza dijo: —Lo siento.

—Olvídalo. ¿Puedo utilizar tu teléfono?

—Sí, por supuesto —tratando de recuperar el control, se alejó de la mesa—. ¿Quieres que me vaya mientras haces tú llamada?

—Como quieras. Voy a llamar a Tanya para invitarla a cenar
conmigo esta noche. Tal vez quieras saber cómo la obligo a hacerlo.

—No… gracias —respondió Bella y salió de la oficina antes de que Edward comenzara a marcar el número.

Se dirigía hacia la cocina cuando se encontró con Andrew.

—Oh, Bella —parecía preocupado—, Lucas quiere saber si podemos hacer la fiesta mañana por la noche. Le interesa filmar algunas escenas, porque piensa que sería un buen contraste con otros elementos del programa.

—Dios mío. Jamás me imaginé que quisieran filmar eso. ¿Lo sabe la señora Henderson?

—Creo que no. Lucas y Edward han estado en contacto con ella, y le pidieron que viniera al Centro para entrevistarla mientras conversaba con los residentes o ayudaba en alguna cosa, pero se negó rotundamente, diciendo que fueran a su casa. Ella se ha formado una idea de cómo debe ser el programa, y me temo que se va a llevar una gran sorpresa.
Bella estuvo de acuerdo, pero hubiera deseado con todas sus fuerzas que olvidaran la idea de la fiesta, aunque comprendía que era imposible pretender algo semejante, porque los residentes estaban muy entusiasmados.
Se quedó fuera de la oficina el mayor tiempo posible para no tener que encontrarse con Edward, y cuando al fin regresó, ya no había nadie y la única señal de la presencia de Edward era un cigarro apagado en un cenicero.
Ese día trabajó hasta tarde ayudando a Andrew a preparar otro balance para una reunión de la Asociación.

—Le pregunté a la señora Henderson si no podían posponer la reunión hasta después de que apareciera el programa en la televisión, y me contestó que no entendía el porqué de mi petición—explicó Andrew apesadumbrado.

—Oh, Andrew —le puso una mano sobre el brazo impulsivamente—. Estoy segura de que todo saldrá bien. Debe ser así. Después de todo, ya se ha comprobado la necesidad imperiosa que tiene el Centro de conseguir nuevos fondos.

—Sí, Lucas no ha escatimado esfuerzos en eso, y las entrevistas con los residentes han sido muy reveladoras. Para ser sincero, jamás pensé que les interesara tanto el lugar. Sabes, todavía hay alguna gente de la televisión en los pasillos. ¿No quieres que le pregunte a alguien si puede llevarte a casa?

—No, gracias, no tengo prisa. Ya he llamado a Rose y le he dicho que iba a llegar tarde, además hoy cenaremos comida china de esa que venden ya preparada.

Cogió su bolso y salió al hall en el preciso momento en que entraba Tanya vestida de forma muy llamativa. Se sintió inquieta al ver que la muchacha la miraba con odio al reconocerla. De haber sabido que Edward se iba a encontrar con ella en el Centro aquella noche, se hubiera escondido en alguna parte.

—Usted otra vez —exclamó Tanya fastidiada—. ¿Qué hace aquí? ¿Es éste el lugar donde vive?

—No, vivo con Rose Fenton —respondió tratando de controlar la rabia—. Pero trabajo aquí… en la oficina.

—Entiendo. Me preguntaba por qué Edward había elegido este lugar. Supongo que ésta es la triste historia que le estaba contando en la cocina de mi casa —miró a su alrededor con desprecio—. Dios mío, qué lugar. Debería ser demolido en vez de preocuparse por sacarlo adelante… pero tal vez eso sea lo que Edward piensa decir en el programa.

—No lo creo —Bella trató de ocultar el temor que le infundían las palabras de Tanya—. Él está de nuestro lado… todo el equipo lo está…

—Todo el equipo hace lo que Edward dice, querida —dijo Tanya riendo—, y Edward hace lo que quiere. Él no está de parte de ustedes ni de nadie. Es periodista ante todo, y reconoce una buena historia cuando la ve. Si se ha interesado por este lugar, no ha sido por filantropía, eso se lo puedo asegurar. Es porque ha descubierto algo que puede ser útil para la televisión… mal manejo de fondos… o mujeres y niños viviendo en lugares inadecuados… ese tipo de cosas. De lo contrario no se hubiera molestado —le sonrió maliciosamente—. Algo me dice… señorita… Swan, que va a desear haberse callado la boca.

—No la creo —murmuró Bella muy pálida.

—Eso es asunto suyo, querida. Pero después, no diga que no la previne. Además, hablaré con Rose para que le indique dónde está la agencia de empleo más cercana. Creo que la va a necesitar.

—¿Qué es lo que necesita la señorita Swan? —preguntó Edward que se detenía junto a ellas en ese momento.

—Un trabajo mejor que éste, diría yo —se volvió y le sonrió—. ¿Podemos irnos? Se me eriza la piel en lugares como éste.

—Eso no lo podemos permitir —respondió Edward llevándose la mano de Tanya a los labios. Bella tuvo deseos de decirle a Edward lo que Tanya acababa de comentar, pero pensó que no valía la pena. Si aquella mujer había mentido, él quizás se enfadara, pero si había dicho la verdad, sólo se limitaría a negarlo, y de todas maneras ella no lograría probar nada.

—Querido —dijo Tanya—. No te has afeitado todavía.

—Lo haré más tarde —la cogió del brazo y la guió hasta la puerta—. Buenas noches, señorita Swan. ¿La podemos llevar a alguna parte?

Bella negó con la cabeza. Se quedó un rato junto a la puerta esperando que desaparecieran antes de salir ella, y oyó a lo lejos la risa de Tanya.
Toda la noche se la pasó dándole vueltas a la pregunta de cuál sería el interés de Edward por el Centro, y aún estaba preocupada cuando llegó a trabajar a la mañana siguiente. Pero ya no tuvo tiempo de pensar. Andrew había salido y le había dejado trabajo, y una vez que lo terminó, apareció Jean pidiendo que la ayudara en los preparativos de la fiesta de esa noche.
Bella se alegró de poder estar junto a los residentes, que preparaban entusiasmados la gran sala, de verles reír y hacer bromas. Se dijo que, sin importar cuál fuera el resultado sobre el futuro del Centro, al menos el asunto de la televisión había representado una esperanza para todos. El Centro parecía haber recibido una inyección de vida, y flotaban en el aire una alegría y un optimismo que nunca habían existido desde su llegada.
Y Edward Cullen era el único responsable. Había logrado que esta gente confiara en él, convenciéndoles de que estaba allí para ayudar, y, sin embargo, ella sabía que en cualquier momento podía destruir todas sus esperanzas. Además, si esto sucedía, nadie más que ella tendría la culpa, porque no había querido escucharle cuando le advirtió que tal vez todo fuera en vano. No había tenido en cuenta que la posición de él sería la de un periodista, que escucha todas las versiones sin tomar partido por ninguna, y para quien el Centro podía ser una especie de loca aventura, destinada a fracasar debido a la falta de experiencia de sus administradores.
Se dirigió lentamente hacia la cocina donde Jean había organizado un grupo de cocineras y se unió a ellas, contenta de poder demostrar sus habilidades culinarias, cosa que en la pequeña cocina de Rose resultaba imposible.

—Esta es la primera fiesta que organiza el Centro —comentó Jean—. Creo que nunca encontramos un buen motivo, pero todo parece mejorar. Hasta… —se interrumpió y Bella se sorprendió al verla ruborizarse—. Creo que tienes derecho a ser la primera en saberlo. Andrew y yo nos vamos a casar.

—¡Pero ésa es una noticia maravillosa! —exclamó Bella.

—Sí, hace años que nos conocemos, pero Andrew jamás me lo pidió, porque sentía que el futuro del Centro era muy incierto. Pero ahora está mucho más optimista, y podemos empezar a hacer planes para nosotros.

—¿Y vas a anunciar el compromiso esta noche en la fiesta?

—No, claro que no, aunque todos lo saben o lo sospechan. Lo que sucede es que no nos casaremos con tanta solemnidad como suele hacerse. Un amigo de Andrew es miembro del grupo de sacerdotes protestantes de la parroquia que nos corresponde, y nos casará cualquier día de éstos.

Bella pensó que eso era algo maravilloso, ir cogida de la mano del hombre amado hasta una iglesia cercana, y volver como marido y mujer.
Cuando regresó a la oficina, Emily estaba sentada en el lugar de siempre, y Bella comenzó uno de sus acostumbrados monólogos. Le contó a la joven los planes de la boda de Jean y Andrew, y le explicó las cosas deliciosas que estaban preparando en la cocina, además le dijo lo que ella pensaba cantar en la fiesta y lo que esperaba que hicieran los demás.

—Y tú debes venir, Emily, y traer tu guitarra. Yo cuento contigo.
Miró a la joven que parecía haberse aislado en su propio mundo sin darse cuenta siquiera de que ella estaba allí.

—¿Crees que realmente va a asistir? —preguntó Edward desde la puerta.
Bella se volvió y le miró extrañada. Había pensado en él toda la mañana, y le resultaba desconcertante verle ahora, de improviso.

—¿Y por qué no? —le preguntó desafiante.

—Me gustaría pensar que tienes razón —respondió mirando a la silenciosa Emily—Es una situación tan extraña que cabe toda posibilidad.

—Dentro del contexto del programa —repitió en tono sarcástico una frase que le había escuchado a Lucas.

—¿Y qué más? —Nada.

—¿Y qué quieres decir con eso?

—No permitiré que la utilices… como nos has utilizado a todos. —No creo que esté utilizando a nadie.

—Tal vez estés tan acostumbrado a hacerlo que ni siquiera te das cuenta cuando lo haces.

—No vayas a pensar que el hecho de ser mujer te otorga una especie de inmunidad —era evidente que estaba furioso—. Es posible que te resulte fácil decir las cosas, pero, ¿podrás hacer frente a las consecuencias?

—Sí, estoy segura —asintió en voz muy baja. Bella se dijo que ya había recibido suficiente castigo. Ya era demasiado con tenerle frente a ella sin poder abrazarle, o al menos contar con su apoyo. Cerró los ojos para contener las lágrimas; cuando los abrió, estaba otra vez sola con Emily quien, aparentemente, no se había percatado de la escena tensa que acababa de presenciar.
Empezó a hablar otra vez, sin saber en realidad lo que estaba diciendo, y al ver que Emily la miraba desconcertada, se dio cuenta de que estaba llorando.
Cuando entraron Jean y Andrew, insistieron en que debía regresar a su casa a descansar y tomar algo para el dolor de cabeza que según ella sufría en ese momento.
—Yo te llevo —se ofreció Andrew. —Pero la fiesta…

—Nos arreglaremos, no olvides que Rose y sus amigos vendrán a ayudarnos. Has hecho suficiente por hoy, ahora vete a descansar.

Pero una vez en su apartamento, Bella descubrió que eso era más fácil de decir que de hacer; después de limpiar y ordenar un poco la casa, se preparó algo de comer pero no tenía hambre. Salió y se compró un periódico que leyó de cabo a rabo sin fijarse en una sola palabra.
Al fin se levantó de la silla con gesto decidido. Tenía que hacer algo para entretenerse o de lo contrario explotaría y esa era una situación a la que tía Jessie le había enseñado que no debía llegar ninguna persona.
Podía ir al cine… o lavarse el pelo, la idea de sentir el agua caliente en la nuca le pareció más seductora.
Se lo estaba secando, cuando oyó que tocaban al timbre.

—Oh, no —exclamó con rabia, y por un instante pensó no abrir, pero después se dijo que cualquiera pudo oír la radio y saber que ella estaba en casa. Al menos esta vez no sería Jeremy, se consoló y fue a abrir.

Se quedó sin aliento al encontrarse con los ojos grises de Edward. Trató de cerrar la puerta, pero él se lo impidió.

—Vístete, Bella —le dijo—. Te necesitan.

—No pienso hacerlo. ¿Y cómo te atreves a llegar aquí sin siquiera… ?

—¿Sin que me hayas invitado? Lo siento, no tengo tiempo para formalidades… es urgente. Por lo tanto hazme el favor de vestirte de una vez y de acompañarme.

—¿Adónde?

—Al Centro, por supuesto. La fiesta está en pleno apogeo… Rose y sus amigos están haciendo maravillas.

—Entonces no me necesitas…

—Tienes mucha razón. Por mí puedes quedarte aquí hasta que te pudras. Pero hay alguien que te necesita… por eso estoy aquí.

—¿Emily?

—¡Qué inteligente! —la cogió por los hombros y la empujó en dirección a la habitación—. Ahora date prisa.

—¿Qué ha sucedido? Debes decirme…

—No ha sucedido nada, por eso te necesitamos allí. Tu silenciosa amiga está sentada en los escalones de la entrada del Centro… y todos hemos tratado de convencerla de que entre, pero no quiere. Milner piensa que sería excelente que la joven se reuniera con los demás y yo estoy de acuerdo, pero ella hace como si no nos oyera. A ver si tú eres capaz de persuadirla. Esa chica necesita estar en la sala con los demás, y está en tus manos que lo haga o no.

—Te muestras muy altruista de pronto. ¿Qué es lo que necesitas? ¿Un poco de drama real para darle vida a tu filmación? ¿Acaso las cámaras van a estar esperando el momento en que Emily se deje convencer?

—Jamás he pegado a una mujer en mi vida, pero creo que en tu caso estoy dispuesto a hacer una excepción. No tengo por qué explicarte mis motivos, pero te diré lo siguiente: la filmación ha terminado por hoy, y probablemente para siempre en lo que al Centro se refiere. Ya tenemos todo lo que necesitamos. Por lo tanto muévete, o te juro por Dios que te vestiré yo mismo.

Bella se dirigió corriendo a la habitación, y con manos temblorosas abrió el armario y cogió lo primero que encontró. Por desgracia, era la falda violeta y la blusa blanca, y al recordar todo lo sucedido la noche en que se quiso poner eso, lo arrojó sobre la cama y cogió sus vaqueros y el jersey negro de cuello alto. No se preocupó por ocultar la palidez bajo un poco de maquillaje, y después de recogerse el pelo detrás de la nuca, cogió el bolso y salió.

—¿Es un atuendo especial para la fiesta? —preguntó al verla. —Es ropa de trabajo —le respondió con el mismo tono.

Subieron al coche en silencio y así continuaron hasta llegar al Centro.
Todo estaba oscuro, pero Bella alcanzó a distinguir la delgada figura de Emily sentada en el último escalón. Se aproximó a ella y se sentó a su lado. Desde allí se escuchaba la música en la sala, y por la rigidez de Emily, Bella supo que estaba escuchando. Apoyó una mano en el brazo de la joven esperando que la rechazara, pero no fue así.

—¿Disfrutando de la fiesta? Debo confesar que has elegido un lugar extraño, hay bastante corriente de aire aquí. ¿No tienes frío?
Emily movió la cabeza levemente.

—Pues yo sí —Bella simuló tiritar—. Y si me enfrío no podré cantar… y todos me están esperando.

Esperaba alguna reacción, pero al ver que no llegaba prosiguió:
—Estoy muy nerviosa. ¿A que es tonto por mi parte? Pero así me siento. Era fácil cantar allí en mi casa, conocía a todos y eran mis amigos. Pero no tengo muchos amigos en Londres, y no estoy acostumbrada a cantar en una sala llena de extraños. Si al menos tuviera una amiga sería diferente —se puso de pie tratando de disimular su excitación y estiró una mano hacia Emily—. Ven a escucharme. No me sentiré nerviosa si tú estás presente.
Le pareció el momento más largo de su vida. Con la mano extendida esperaba que Emily aceptara la invitación, y cuando la pequeña mano de la joven se aferró a la suya, no lo podía creer. Juntas entraron al hall y se dirigieron hacia la sala donde la gente estaba reunida, pero nadie se volvió hacia ellas cuando aparecieron. Les dejaron sitio en uno de los sofás y se sentaron. Bella se dio cuenta de que estaban presentes Rose, Ian, y todos los integrantes del equipo de filmación. Cantaban alegremente una canción infantil.
Pero era evidente que la llegada de ambas no había pasado inadvertida, porque en cuanto se terminó la canción, y cesaron los aplausos, Ian, que estaba en el escenario improvisado, le hizo señas de que se acercara. Bella tardó unos instantes en reaccionar, después, soltando suavemente la mano de Emily fue hacia allí.

—Por fin ha llegado, compañeros —anunció Ian a la audiencia—. Más vale tarde que nunca —le quitó la funda a su guitarra y se la entregó diciendo—; es toda tuya, querida.

Bella cantó una canción muy conocida que todos corearon con entusiasmo. Luego cantó dos o tres canciones más y por ella hubiera dado por terminada en ese momento su corta actuación, pero no la dejaban.
Bella volvió a coger la guitarra, pensativa, y de pronto decidió lo que cantaría. Era un riesgo, pero tenía que hacerlo.
Cuando sus dedos comenzaron a tocar la introducción, trató de no mirar a Emily, y lentamente su voz se fue adueñando de la dulzura de la canción.
Cuando me siento sola, querido corazón, a la luz del amor mis pies encuentran
el viejo sendero que me lleva a ti…
Todo, inclusive Emily, quedó olvidado a medida que las palabras acudían a sus labios. Podría haber estado sola con Edward en la gran habitación, estaba cantando con el corazón. Todo el amor y las añoranzas que él había despertado en ella, estaban en su voz. Bella se entregó a la melodía como hubiera querido entregarse a él. Tan absorta estaba en lo que cantaba y sentía, que cuando oyó los fuertes aplausos y los gritos de aprobación, levantó la cabeza desconcertada.
Emily estaba de pie retorciéndose los dedos angustiada, y con sus ojos clavados en los de Bella.

—¡Emily! —exclamó corriendo hacia ella—. ¡Oh, Emily! —repitió cogiendo las manos de la muchacha, mientras le preguntaba con ansiedad—: ¿Cómo te llamas?

—Carol… Carol Barton —fue apenas un murmullo, pero los oídos de Bella lo captaron.

—¿Y quién es Carol? ¿Quién es?

Carol sacudió los hombros como si quisiera quitarse un peso de encima que no pudiera soportar.

—Está muerto. ¡Oh, Dios, está muerto! —y comenzó a sollozar. Andrew se acercó y sugirió:

—Salgamos de aquí. Jean, cógela del otro brazo, y tú ven con nosotros, Bella.

Lentamente, pero con firmeza, llevaron a la chica a la oficina. Al salir de la sala, oyó cómo Ian trataba de que todo volviera a la normalidad, y evidentemente lo consiguió, porque segundos después todos cantaban a coro.
La historia que les contó Carol mientras Jean preparaba té y Andrew llamaba al médico era muy poco original. Había conocido a Emily hacía dieciocho meses en un concierto «pop». Era el guitarrista de un grupo, pero le había contado a ella que su gran ilusión era triunfar en solitario como cantante popular. Ella le siguió por diversos pueblos y al principio todo iba bien, además el muchacho pudo conseguir algunos contratos como solista, pero no tuvo el éxito inmediato que esperaba, y un agente le dijo que no tenía las cualidades necesarias para triunfar y Emily se volvió rencoroso y malhumorado.
Finalmente, el grupo se deshizo de él, y ella tardó un tiempo en darse cuenta de la razón de los repentinos cambios en su estado anímico. Le costó creerlo hasta que un día encontró la jeringa hipodérmica en un cajón. Después se enfrentó a él y le rogó que buscara ayuda, y él prometió hacerlo, pero esa fue una más de las muchas promesas que jamás cumplió.
Cada vez le era más difícil conseguir trabajo, pero necesitaba dinero para comprar la droga. Ella consiguió trabajo en un supermercado, pero no era suficiente lo que ganaba, porque sólo alcanzaba para pagar el alquiler y para comer, y eso no era lo que él necesitaba. Siempre iba a buscarla a la salida del trabajo, pero un día se cansó de esperar y atacó a una mujer para quitarle el bolso. Le cogieron y tuvo que ir a juicio. Le suspendieron la sentencia, pero le dijeron que tenía que someterse a un tratamiento. Le prometió a Carol que lo haría, pero, como ella insistía en que cumpliera su palabra, un día dijo que estaba harto y la dejó. Ella no le vio en tres semanas hasta que la policía la fue a buscar.
Entonces supo que Emily estaba en el hospital, ya no podía someterse a tratamiento, porque tenía un grado de envenenamiento en la sangre muy avanzado.

—Yo estuve a su lado todo el tiempo —dijo Carol levantando por fin la cabeza—, pero ya no se podía hacer nada por él. Siempre me digo que de no haberle presionado, tal vez hoy estaría vivo. La policía me informó que podía quedarme con sus cosas, pero no había mucho, ya que había ido vendiendo todo para comprar drogas. Lo que siempre conservó fue su guitarra, y pensé que tenerla sería como tener parte de él.

—¿Y dónde está la guitarra ahora, Carol? —preguntó Andrew con tono muy suave.

—Creo… que arriba.

—¿La quieres? —preguntó Jean conmovida. —No, ya no.

La llegada del médico liberó a Bella de su tensión. Durante el relato de la historia, había estado arrodillada a los pies de Carol que no le soltaba las manos. Se levantó y salió al hall. La gente seguía cantando, pero a ella no le apetecía hablar con nadie, prefería estar sola.

—¿Todo bien? —preguntó la voz de Edward a sus espaldas. —Sí, está dentro, con el médico.

—Me refería a ti.

Bella movió la cabeza afirmativamente.
—No debí haberte hecho venir esta noche, lo siento —se disculpó Edward mirándola de frente.

—Yo no. Ha hablado y nos lo ha contado todo. Ahora Andrew podrá ayudarla. Además, sabía a qué me exponía, sabía que esa canción significaba algo para ella y la canté deliberadamente.

—Yo no tuve esa impresión. Creí que cantabas de corazón.
Bella se quedó en silencio. Era la última persona a quien podía decirle que con cada palabra y con cada nota había anhelado estar en sus brazos.

—Pobre Bella —había un extraño tono en su voz—. Siempre destinada a enamorarse de un hombre que no le conviene.

Lo sabía… Edward lo sabía. La humillación le hizo mantener los ojos clavados en el suelo. No se atrevía a mirarle y ver qué… ¿Lástima? ¿Burla? De pronto se puso rígida al sentir que Edward la acercaba a su cuerpo con ternura mientras le acariciaba el cabello. Finalmente le levantó la barbilla y Bella supo que la iba a besar. Si lo hacía, estaría perdida, por lo tanto, reunió las pocas fuerzas que le quedaban, se separó de sus brazos y le miró a los ojos.

—Guarda tu compasión, señor Cullen. Guárdala para gente como Carol… que la necesita más que yo.

—Como quieras —respondió Edward irritado, y desapareció.

9 comentarios:

  1. Cada vez están más separados
    ... Gracias por el capítulo

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  2. esto esta candenteeeeeeeeeeeeeeee..... amo esta historia.... espero que Ed, deje su caparazón a un lado y deje salir al hombre enamorado que es, uesto que aunque es arrogante se puede ver que esta coladito por la dulce Bella.

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  3. Aghh Edward es muy duro con ella!!! Sólo espero que cuando de verdad quiera estar con ella... No sea Bella la que le dé la espalda!!
    Besos!!!
    XOXO

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  4. Al hablar con acertijos, no ayuda a nadie y menos a Bella, porque siempre piensa de manera despreciativa para con ella. Claro, que los comentarios de Tanya tampoco ayudan demasiado.

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  5. Pobre Carol 😔 Ahora, por qué Edward tiene que ser tan desagradable??? Me da rabia.

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  6. Pobre Carol ..... me gusto mucho el capítulo , por que edward tiene q ser tan malo ojalá y cuando quiera el ser honesto , todavía bella lo acepte .... gracias ... nos vemos en el siguiente capítulo... 😘❤❤

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  7. Hola, me encanta la historia y me desespero cuando veo q actualizan.

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